Esta puerta, esta ventana
Alex Reynolds | Galería Estrany-de la Mota
15.12.2017 – 16.02.2018. Martes a viernes de 11.00 a 19.00 h. y sábados con cita previa
La película arranca en la esquina de un espacio con una puerta y una ventana. Luego aparecerán un hombre y una mujer. Él toca la batería. Ella toca con el cuerpo y con la voz. Pero antes de verles, les oímos. Mientras la cámara recorre el espacio aún vacío, se oyen golpes irregulares a un timbal y una voz que canturrea. Sonidos lejanos, distraídos e indolentes durante un plano lento, la primera toma de Esta puerta, esta ventana es de aquellas que retratan la calma que precede a la tormenta. De aquellas que contienen una premonición o una clave que luego necesitaremos pero que ahora vamos a perdernos: el primer encuentro de los personajes es sonoro. Así es como coinciden y nunca sabremos por dónde entraron.
El sonido tiene esta capacidad de entrada ilocalizable, de intrusión imperceptible, aunque suene paradójico. Cerramos los ojos para no ver, pero es imposible hacerse impermeable al sonido. Se cuela por las orejas, por la piel, se propaga por la materia e incluso lo llevamos dentro: el cuerpo hace ruido y ritmo. No hay puertas ni ventanas para el sonido, o a la inversa, todo le sirve de puerta o de ventana. La película surge de fantasear con un uso calculado –y perverso– del sonido y del ritmo para invadir y alterar un cuerpo a conciencia. Para bien o para mal, afectarlo, cantarle, descompasarlo, sincronizarlo, afinarse a él, cambiarle o detenerle el paso. Sin tocarlo, desde lejos, sin que lo vea venir, sin que pueda evitarlo.
Nutriéndose de las prácticas artísticas de Alma Söderberg y Nilo Gallego, Esta puerta, esta ventana prueba contagios y transferencias, entradas y salidas del cuerpo del otro, dando a ver cómo se buscan o cuándo se crispan, en esa negociación de límites, los cuerpos comunicantes.
A veces, parece que algo les interrumpe. Él, sentado frente a la batería, de repente deja las baquetas suspendidas en el aire, cierra los ojos y espera. Ella, en medio de un movimiento, aborta el impulso o apaga la voz. No cierra los ojos, pero mira sin ver. Durante esas pausas repentinas uno duda entre si escuchan o recuerdan. La mueca y los gestos de alguien que escucha se confunden fácilmente con los de alguien que recuerda. Esta puerta, esta ventana es una película instalada en la confusión entre escucha y memoria, la explora y la explota. Las voces en off de Alma y Nilo puntúan la película con recuerdos de una casa. Algunas se repiten, vuelven, insisten. De modo que cuando de repente algo interfiere en sus acciones, no sabemos si lo que las cortocircuita es lo que está haciendo el otro, el esfuerzo por no dejarle entrar, sus propios recuerdos o las voces en off del uno y del otro. Lo que está claro es que algo, o todo eso, acaba de colárseles por algún resquicio. Como un gusano.
En inglés, se llama gusano de oreja –earworm– a la canción que se pega, al parásito sonoro que no decidimos dejar entrar y que no logramos hacer salir. Escucha y recuerdo coinciden en un earworm. Sin aviso, la memoria regurgita una canción y nos la instala en el cuerpo. Los gusanos de oreja nos cambian el paso, nos joden el día, convocan fantasmas, nos hacen suspender las baquetas en el aire, de- tener el movimiento, ponernos a canturrear, respirar a otro ritmo o nos devuelven al calor de aquella manta o al frío de aquella casa. Esta puerta, esta ventana está infestada de earworms. Es una película que hace earworms con sonidos y con recuerdos. Desde fuera, desde lejos y sin que la vean venir, Alex Reynolds entra y sale de los cuerpos de Alma y Nilo así, con earworms. Cruza sus sonidos, sus ritmos y sus frases convirtiéndolos en intrusos de oreja el uno para el otro. En una ocasión casi imperceptible, el zumbido metálico de una interferencia la delata.
La sincronía de los ritmos, pausas y movimientos de Alma y Nilo hace efecto de coexistencia, pero nunca comparten plano. El estudio en el que los vemos es como un eco físico del único lugar que los contiene juntos: el espacio virtual de una película. La coincidencia sonora no es sólo su primer modo de encuentro, es su único modo encuentro. Lo que logra Alex Reynolds con la (a)sincronía dirigida de sus cuerpos, ritmos y recuerdos –durante el rodaje y con el montaje– es producir sensación de convivencia. Porque en realidad, lo que está en juego en la convivencia fílmica es lo mismo que está en juego en la convivencia en general. Convivir es una cuestión de escucha y negociación de ritmos, gusanos y límites. Por eso, cuando oímos a Alma decir “¿Crees que podríamos, de vez en cuando, cambiar los ritmos?” la pregunta es pertinente para la interacción con Nilo, para la película y para quién sea que vive con ella. La preocupación de Nilo también es rítmica cuando pregunta: “¿Me esperarás cuando hayan problemas de esos que vienen y que arrasan un poco, y que estás ahí metido no sé cuántos años?”. A veces cuadrar los ritmos es un juego y a veces es un ring. La película se mueve y remueve en esa mezcla tan Reynolds de goce y golpe.
-Anna Manubens