Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son
Marta Fernández Calvo
(Calle Valverde 30, Madrid)
Del 4 de mayo al 4 de junio
> Inauguración jueves 4 de mayo 2017 a las 20 h.
El trabajo de Marta Fernández Calvo está hecho de la misma sustancia que la vida: situaciones, circunstancias, vivencias personales y un sincero afán de compartir. Su mirada es sutil, pero de una sutileza refinada resultado de la claridad de ideas que nace de la decisión de estar en el presente con intensidad, consciente del tiempo, del lugar, de las condiciones en las que vive; con todas sus contradicciones: no se puede eludir el conflicto.
Con motivo de la exposición Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, Fernández Calvo parte de una lectura del espacio de la galería, interior y exterior, y le inserta su propio sentir y cotidianeidad: una cotidianeidad en la que su práctica artística intersecciona con la vida práctica, convirtiéndose en metáfora de una condición contemporánea más amplia.
El día de la inauguración todo el espacio se convertirá en un campo de acción inundándose de un torbellino de energía.
A las obras expuestas se suman dos acciones que se desarrollarán en los balcones de la galería que dan al patio del inmueble; una espacialidad que se expande más allá de los límites de las paredes, como para evidenciar la necesidad de tener siempre presente el encuentro entre el arte y la vida, lo que constituye el núcleo de su pensamiento.
La primera acción surge del deseo de celebrar la vida y la propia exposición. Es ahí donde aparece el vínculo de la artista con su lugar de origen; de hecho, la performance consiste en el canto de una jota para la que la artista ha invitado a una jotera, Paqui Terroba, que viene a Madrid desde su lugar común de origen, La Rioja. La jota representa un patrimonio cultural que Fernández Calvo siente muy cercano por circunstancias biográficas: ‘’esos años en los que se aprende a vivir y a festejar’’. Cantada desde un balcón de la galería, la jota representa una fuerte enunciación y marca un punto de vista ligeramente elevado, una posición y una postura, un equilibrio con el entorno: una estabilidad fruto de una experiencia individual.
La segunda acción consiste en la entrega de un ‘’arco’’ a un violonchelista, que lo utilizará para componer una pieza musical improvisada in situ. El ‘’arco’’ es, en realidad, un listón de madera extraído de la carpintería de uno de los balcones de la galería con el que el chelista rozará las paredes de los edificios aledaños hasta desgastarlo… La abertura que deja el listón se podrá tapar, el listón podrá volver a su sitio, pero sólo después de haberlo transfigurado en algo precioso y haber mostrado unas posibilidades insospechadas, como la de crear sonidos.
Con las dos performances la atención se dirigirá hacia el exterior y un aire nuevo entrará en la galería por las ventanas abiertas.
Al finalizar las acciones, quedarán algunas trazas de lo sucedido: la silla del músico en el centro del espacio expositivo, vuelta hacia la ventana, se convierte en un punto estratégico desde el que sentarse a mirar; una pequeña alfombra que indicará el lugar donde la jotera se ha asomado a cantar.
La exposición la cierra un mantel blanco de papel en cuyos bordes la artista ha realizado un grabado a plancha perdida, a modo de dobladillo, sobre el que ha invitado a una cocinera a realizar una intervención durante dos horas. Un gesto mínimo que invita a una reflexión poética, símbolo de todas las acciones improductivas, inútiles tal vez, pero no por ello menos necesarias, como el arte mismo. Pero la obra también habla de la dimensión histórica económica actual, donde se desgastan tantas energías, tantas potencialidades…
El mantel es elevado a la condición de obra mediante la verticalidad y la activación con la idea de marco.
El espacio lo domina una pieza sonora: es la voz de la persona para la que Marta, desde que llegó a Madrid, hace tartas para sustentarse económicamente. Una obra que contamina toda la exposición, alterando una atmósfera contemplativa, del mismo modo en que esa actividad, funcional pero indispensable, contamina su práctica artística. Fuerte, clara, brutal, este reclamo, ineludible desde cualquier punto del espacio, nos confronta con la realidad y sus contradicciones; con la vida cotidiana de la artista, desenmascarada de cualquier ornamento. Recordando que lo económico y lo social son intrínsecos al arte y a los artistas.
Con esta muestra Fernández Calvo hace una apuesta atrevida, apartándose del simulacro y el artificio, rechazando cualquier efecto especial y poniendo en escena la realidad en sí misma. Esta realidad no impide a la artista enfatizar ciertos momentos de poesía, que de hecho existen. ‘’Hago tartas porque me gusta trabajar en pijama’’, escribe en la pared de la galería. Confort, domesticidad; la idea de trabajar con lo que se tiene a mano: el sentimiento de proximidad y de magia que emana del trabajo de Marta Fernández Calvo viene de aquí. En una época precaria en la que, más que el futuro, incierto, es el presente lo que está en juego, declarado ya en el título, aquí y ahora se convierten en condición existencial; es aquí donde aparece la performance, incorporando la dimensión temporal de la vida y la aparición de obras tenues, efímeras, pero no repentinas, pues son el resultado de la reflexión, de la sedimentación y del control de una gramática y de un vocabulario artístico personal.
De ahí elementos como la música y la cocina: actividades vinculadas a los recuerdos de la infancia y a los ambientes de origen; medios de relación, de convivencia, de instancias de lo cotidiano.
De ahí la levedad, la poesía, la ironía con la que Marta Fernández Calvo, al articular esta exposición —que es un autorretrato, pero también el retrato de una generación—, invoca un mundo más habitable en el cual la levedad, la plenitud y el compromiso puedan convivir.
Gabi Scardi