UNA AUSENCIA QUE SE HACE CUERPO:  SOBRE ‘LA CASA VACÍA – EL COLLAGE DE UNA VIDA’, DE PROYECTO LARRÚA

Una estatua parece una mujer viva. Representa a Hermione, la reina de Sicilia, con tanto realismo que su viudo, Leontes, cree que va a moverse y hablar de un momento a otro. Y efectivamente, la figura baja del pedestal y habla. Se trata de una de las escenas más locas de El cuento de invierno, y del teatro de Shakespeare en general, que vuelve una y otra vez a la mente durante La casa vacía, de la compañía de danza-teatro Proyecto Larrúa, presentada en la Cuarta Pared dentro del Festival Essencia los días 7 y 8 de julio. ¿En qué medida puede el arte sustituir a la vida? ¿Cómo se relacionan los objetos con las representaciones? ¿Es posible llenar el hueco que deja en alguien una persona amada, y que llega a convertirse en un espacio, en un objeto, en una realidad material? Estas son algunas de las preguntas que nos formula la pieza.

Como Leontes, Alicia vive el duelo por la muerte de su pareja, Lidia, una artista plástica ficticia que aglutina en su figura testimonios y experiencias de otras que sí existieron. Los danzantes entrevistan a Alicia en un espacio neutro, un plató que se extiende como un ciclorama gris azulado, que a la derecha se cierra y a la izquierda permanece abierto para permitir la entrada de la luz de calle, tan característica de la danza. Un foco, una cámara, un pequeño prisma rectangular que hará de asiento o pedestal según el momento, y humo que densifica el aire y la luz, humo que es invocado desde el principio. La sobria escenografía de Enric Planas dialoga con el diseño de luz de David Alcorta, creando un espacio al servicio de los cuerpos de Begoña Martín, Ingrid Magrinyà, Maddi Ruiz de Loizaga, Ainhoa Usandizaga, Aritz López, que defienden con brillo palabras y movimiento.

Tal vez se trata de la casa del título, pero también de un lienzo antes de ser hollado por los lápices y los pinceles. En él, la entrevista a Alicia invocará recuerdos de Lidia, y así vida y obra irán llenando el espacio como cuadros en una retrospectiva.

Proyecto Larrúa es una compañía de danza que en sus últimas piezas, Ojo de buey y Muda, ambas de 2021, ha fusionado su lenguaje con el del teatro. En esta ocasión aparece por primera vez el texto, escrito por Pedro Casas, quien resume en una sola biografía imaginaria acontecimientos y citas de varias vidas reales. Una dramaturgia verbal que dialoga con otra física, la coreografía de Jordi Vilaseca De ese modo, corren paralelos dos lenguajes: una presentación de personajes y situaciones más convencionales o reconocibles, de un lado, y una abstracción de emociones y momentos en la forma de cuadros y esculturas que personifican los intérpretes, del otro. Vida y obra, pensamiento y emoción, teatro y danza.

Mientras asistimos a este catálogo vivo, cabe preguntarse por los estilos en la obra de Lidia. Podemos reconocer a las tres gracias en las posiciones de las intérpretes, pero también un Degas de tutú naranja eléctrico o una serie de figuras más o menos vagas (las pertenecientes a Rethinking the Object, cima de la producción de la artista). En la figura de la creadora podemos entrever a algunas de las escasas mujeres que lograron abrirse camino en la España tardofranquista: Esther Ferrer, Eva Lootz, Amalia Avia, Juana Francés…Todas ellas personifican caracteres irreductibles, improntas y voluntades poderosas. Cada una de ellas da para un espectáculo (si no para más).

Ahí está probablemente la fragilidad mayor de La casa vacía. Se subtitula El collage de una vida, y nos ofrece materiales dispares y situaciones más o menos genéricas (el matrimonio tapadera de Lidia con su amigo Fernando, ambos homosexuales, y sus encuentros y desencuentros artísticos; el enamoramiento de Alicia durante una aparición pública de la artista; la crisis existencial y expresiva de la madurez…). A través de todo ello asistimos a un retrato difuso, un rostro representado en técnica mixta, cuyos rasgos no terminan de distinguirse. El equilibrio entre lo abstracto y lo concreto no logra la fuerza que potencialmente se le intuye al punto de partida, porque ni lo abstracto sigue un patrón reconocible ni lo concreto es lo bastante específico. La pieza, como los intérpretes, parece decir “humo, más humo” cada poco tiempo, y la perspectiva aérea devora el cuadro arrastrándolo al impresionismo.

De modo que más que el collage de una vida, el espectáculo resulta un collage vivo, con momentos emocionantes (aunque excesivamente subrayados por la banda sonora de Luis Miguel Cobo) y un final un tanto moroso pero genuino. En la resolución, la pieza alcanza una verdad casi mística en los dos cuerpos de las protagonistas: el uno deviene espacio vacío, casa despoblada, y mengua hasta su desaparición: “Soy muy poco”, dice el cuerpo de Lidia en sus últimos días. El otro cuerpo, a través de cuyos ojos amantes leemos una biografía, se convierte en objeto y obra de arte, se solidifica en una imagen final que nos ofrece un momento memorable, suspendida en el tiempo y el espacio como una Hermione que regresa al pedestal.

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