Lo que tienes delante es una crítica de la obra Leviatán.
Esto es lo que sucede antes de la obra: entras en una sala vacía, donde hay ya otras personas que están haciendo la pieza. Eso significa que están sentadxs en distintos lugares de la Cuarta Pared (a escenario vacío, con la grada recogida) y tienen ante sí un sobre y unos papeles como los que a ti te entregan al entrar. Se te invita a elegir un espacio y así lo haces. Se te dice que puedes estar el tiempo que quieras, aunque muchas personas suelen tomarse en torno a una hora para la experiencia.
Y abres el sobre.
Dentro del sobre hay otros sobres, y un primer papel, que dice:
Lo que tienes en tus manos es una pieza llamada “Leviatán”.
“Leviatán” es una auto-obra para una única persona en la que tú darás vida con tu imaginación a todos los personajes y en la que la escenografía será este lugar en el que vas a hacer la pieza.
Empieza un viaje que sucede durante un tiempo variable. A tu alrededor, otras personas, cada cual en su espacio elegido, van desplegando papeles ante sí, abriendo los sucesivos sobres, dibujando sus propias instalaciones con los papeles en el espacio. Cada cual está en su burbuja, y al mismo tiempo hay algo común (un rumor de papeles que te recuerda al mar, un sentimiento de estar jugando a lo mismo).
La pieza de Luis Sorolla con dirección de Carlos Tuñón no se parece a nada que hayas hecho en un teatro. Pero te recuerda a cosas. ¿A qué cosas? Esta auto-obra te recuerda, por ejemplo, a la pieza Etiquette, de la compañía inglesa Rotozaza, solo que allí Ant Hampton y Silvia Mercuriali utilizaron el término “auto-teatro” para designar un hecho escénico en que un espectador actúa para otrx, y no para sí mismx.
Los textos van apareciendo en distintas formas y tipos de letras, con tachaduras o prístinos, y eso te hace pensar en ciertos movimientos artísticos: el tachismo gestual, la poesía concreta, y también los juegos tipográficos de Gianni Rodari, que organizan los textos como materia plástica, del mismo modo que los letristas o los rollos de pintura caligráfica japoneses, donde un signo alfabético puede ser también una grulla volando hacia el horizonte. Resuenan las palabras de Italo Calvino, “Está usted a punto de leer Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino”, junto a las de infinidad de textos juguetones que saltan del papel y se convierten en algo más que textos, desde Cortázar hasta Foster Wallace, el teatro y la poesía del barroco y en fin toda la imaginación humana.
Durante la pieza tu imaginación dialoga con la de Luis Sorolla, que hace aparecer a través del puro texto infinidad de imágenes. Si el teatro es el “lugar para ver”, como tanto y tanto se repite, tal vez el ejercicio de la imaginación sea el más adecuado para hacerlo en este espacio.
Un caballito de mar aparece así ***** (en forma de cinco asteriscos), y te habla dentro de tu cabeza, cambia la tipografía y cambia la voz que te habla, y curiosamente las palabras bíblicas tienen el mismo tipo de letra que el cuento, y ambas voces te hablan con un sonido artesonado, que retumba en tu cabeza y en el interior de la ballena que habitas.
Pasa el tiempo.
Te entregas a la experiencia y la disfrutas, aunque por momentos piensas si no es tan audaz la mano que ha lanzado esta piedra que tal vez podría haber llegado incluso más lejos, explorar más hondamente el lenguaje que ella misma ha abierto. Tipografías, materia de la letra y del papel, descripción de una experiencia inefable, aparición del texto como espacio…
Cuando terminas, has actuado para ti, has sido espectador y actor (como decía el sociólogo Erving Goffman que somos todxs en la vida cotidiana), y has tomado conciencia de ello. La vuelta al escenario de la calle es un lento despertar de comentarios que van apareciendo en el pasillo hacia el calor de la tarde madrileña, te reúnes con unxs amigxs que han hecho también la obra, tal vez más introspectivxs que antes, con la mirada un poco distinta, con la conciencia de haber vivido un viaje, cada cual hacia su propio interior.
Piensas que ojalá más piezas como esta, ojalá más oportunidades de convertir una voz ajena en la propia, más teatralidad hecha puro gesto y materia.
Y termina la crítica.