Miramos al mundo como miramos al teatro y al revés. Es decir, con nuestros correctores y nuestras expectativas.
(En algún lugar de “Querido público”, el libro editado por Roger Bernat e Ignasi Duarte, encontré esta frase.)
Esto no es un principio.
La ilusión de Roger Bernat por absorber y dejarse sorprender ante nuestras tentativas de ser creadores-actores-espectadores en su taller de prácticas escénicas fue lo que nos hizo querer ir más allá. Me refiero con ello a esa singular paradoja que significa avanzar retrocediendo. Quizá debiera existir un término (o exista) mediante el cual se pudiera expresar este movimiento. Roger nos sitúa, como punto de partida, en el antes de entrar al teatro, y en el recorrido hasta el propio lugar, haciendo uso de las señales e indicaciones que nos llevan hasta allí. De igual manera constatamos que todos habíamos llegado a Bougè tras esta lectura continua que nos iba dirigiendo hacia el lugar deseado. Él mismo sólo supo el lugar al que tenía que entrar, al ver el cartel que anunciaba su práctica.
Empezamos a experimentar (y ahora, que tras la práctica me sumerjo en los artículos de Querido Público, parece que sigo practicando…) en la búsqueda del nosotros y su complejidad, no tanto como mero término lingüístico, sino como una entidad a resolver donde coexistimos con la diferencia.
En el segundo día de los tres de la práctica, entramos de lleno en la cuestión: ¿qué mecanismos disparadores de deseos podremos encontrar para que el público, entendido ahora como ése nosotros, acabe siendo verdaderamente no sólo parte del espectáculo sino EL espectáculo?
Con una buena dosis de práctica y análisis, se nos revelan las capas más complejas que dimensionan el trabajo. Caemos en la cuenta, dirigidos sutilmente por acotaciones y pistas de Roger, que hablamos de la posibilidad de crear mecanismos de seducción.
Derivamos hacia una cuestión inevitable: ¿hablamos de manipulación? Fue reconfortante entender mediante la práctica, que el sentido de dicha posible teoría de la manipulación resulta ser, no solamente (que ya no es poco) la de ampliar los límites del deseo – entendiendo el deseo como motor generador de movimiento y por tanto como potenciador de la acción-, ni de acceder mediante éste a nuevos lugares de la experiencia, sino conducirte a pensar sobre la experiencia tenida y tu papel como co-creador.
El interés de Roger hacia el teatro me pareció que estaba en su afuera entendido como el lugar que el público ha tenido como público. Parece que reiteradas propuestas de alteración a lo largo de la historia no han acabado de dislocar estos roles definitivamente. Reubicar y resignificar el hecho de mirar o experimentar teatro, cuestionando nuestro asumido papel como público, y por tanto esa asumida posición de poder ante lo que vemos. ¿En manos de quién quedaría entonces, en este caso, la responsabilidad sobre la creación? ¿Cuál sería el nuevo papel del creador entonces, la de espectador de su propios mecanismos?
Quizá con esta subversión de roles se pone en cuestión un tipo de mirada, poniendo ahora el peso en el hecho real, más que en la percepción de una determinada experiencia estética.
Como hacedores “manipuladores y manipulados”, detectamos una primera dificultad en el cómo. La diferencia entre sugerir (terreno de la seducción) y ordenar (terreno de autoritarismos) se convirtió en nuestro primer obstáculo en la concreción de estos mecanismos.
Jugar, volver a la mirada ingenua, deshacernos del adulto escarmentado para ser un niño que juega a aquello que le seduce. Darle credibilidad a la realidad que nos rodea y crear estos mecanismos desde ahí, abandonando la necesidad de acudir a lo ilusorio. No se trata de crear otros mundos sino de jugar y disfrutar con el que tenemos.
Como público, seguíamos o no las propuestas de los compañeros, guiados a veces por un instinto criminal que nos llevaba a abandonar aquello en lo que no creíamos. Algo quedaba claro: no nos gusta sentirnos manipulados si no confiamos en que aquello tiene un fin mayor o como mínimo nos seduce lo suficiente como para dejarnos llevar.
Parece que la confianza, o mejor dicho, la complicidad, es un ingrediente básico para que la magia del nosotros emerja. Cuando como público nos hacen obedecer, para satisfacer las necesidades de otro que nos observa, o como utensilio para darle forma a la ocurrencia de una idea, aparece una especie de necesidad de hacer visible nuestra incredulidad o ganas de evidenciar cierto grado de resistencia.
A mí, y no sé si esto tiene que ver con el taller, sí que se me plantea una cuestión: ¿qué es lo que nos lleva a silenciarnos ante situaciones que no nos resultan creíbles? También testeamos que existen unas disimuladas pero altas dosis de potencial hacia el borreguismo. Está claro, parece que preferimos pasar desapercibidos ante la más mínima posibilidad de ser los únicos equivocados.
Paso a mi bloc de notas:
“El bar de la esquina abrió misteriosamente sólo para nosotros, que íbamos tras Olga y su propuesta inmobiliaria. Allí, cuando dejamos de esperar, todo era un puro espectáculo que recreamos al día siguiente en encuentros en la tercera dimensión donde jugamos a hacer el más puro teatro sin tener ni puta idea de ello. La mirada de Roger no se quedó en la circustancialidad de nuestra “no profesional interpretación”, sino que nos hacía entender lo que producíamos sin ser conscientes. Nos abría modos de ver que ampliaban la experiencia de lo que allí había ocurrido. Desde mi punto de vista, Roger ama el teatro, y precisamente por eso sus propuestas se alejan de sus más puras convenciones.”
Allí hubo magia y todos estábamos de acuerdo.
Masu Fajardo. Diciembre 09
Taller organizado por la poderosa
http://www.lapoderosa.es/