Metamambo o un sistema autorregulado de montaje libre

avalancha

Rubén Ramos Nogueira me llamó a principios de año para contarme un proyecto que se llamaba Mambo. Llevamos ya mucho tiempo hablando, entre el Raval y Lavapiés o por donde sea, de esto de la crónica, la crítica, el 2.0, la visibilidad de los trabajos, los blogs, la anacrónica de la prensa casposa, del silencio autoimpuesto, de la falta de denuncia, de los think tanks trasnochados de nuestro entorno, del poco sentido del humor, de las visitas y los tiempos de lectura de los posts, de la potencia y los límites de la escritura, de las redes sociales, de html, del relativismo y los guardianes de la excelencia, de los contingentes y los trascendentes, de prejuicios, aperturas y miradas, pero sobre todo, llevamos mucho tiempo ya hablando de Teatron. Y a principios de año Rubén, después de contárselo a Pablo Caruana, me llamó para decirme que quería abrir un nuevo blog que se llamaba Mambo, en el cual quería encargar artículos pagados. Por aquella época, tras la desaparición de ciertas voces, yo echaba de menos algo en Teatron. Leer, pensar y debatir sobre trabajos, festivales, instituciones o lo que despertara del deseo de escribir y compartir. Mucha gente usa Teatron como plataforma para promocionarse y está bien, es una de sus posibles funciones, pero también tiene otras que por épocas caen en desuso. Rubén lo vio claro, Teatron necesitaba mambo, literalmente y en todos los sentidos. La particularidad de Mambo además era que iba a pagar los artículos, lo que nos llevó a hablar sobre algo que tenía ganas de decirle. Hay a quien le gustará más o menos su quehacer, pero Rubén Ramos es una de las pocas voces constantes de Teatron. El ingenieropianista de Santa Coloma de Gramenet lleva ochenta y una notas que patinan, y cuando no escribe, hace radio o lo que haga falta. Un recorrido indisoluble, el de Rubén y Teatron, cuyas consecuencias para la escena española alguien analizará con detenimiento algún día. Pero lo que yo tenía ganas de decirle era que tenía la sensación de que sus publicaciones se habían convertido en publirreportajes. Me explico, Rubén es de aquellos que te escribe igual sobre un experimento trash en un centro ocupado, sobre las políticas culturales en Barcelona, o sobre una obraobra en un festivalfestival. Es de esos que, a diferencia de muchos escritores, programadores y académicos, está atento a lo que pasa, participa en todo tipo de contextos sin hacer distinciones y, como decía, aunque pueda gustar más o menos, no desiste en generar subjetividades, que es a lo que nos dedicamos. Pero desde hacía un tiempo echaba de menos a aquel Rubén, y sólo leía artículos suyos sobre las obras y los festivales que pagaban un banner en Teatron. A esto llamo publirreportajes. El poco tiempo que le quedaba libre al mayordomo de Teatron sólo podía dedicárselo a escribir esos artículos, y desatender la libertad en la mirada que, paradójicamente, su plataforma ha creado. Caruana me sugería: “No se lo digas que se va a enfadar”, incluso levantamos la voz al respecto en una cena. No hizo falta decírselo, Rubén lo sabía, y Mambo era una consecuencia también de ello. ¿Por qué no invertir el dinero de la publicidad de Teatron para que muchas otras voces visibilicen trabajos, entre otras cosas? El tiempo ha dado la razón a Rubén y tras decenas de artículos, en nueve meses Mambo se ha convertido en un espacio vivo de escritura y pensamiento, en el que ya no sólo se escribe sobre lo que se publicita en Teatron, si no que ha generado un crisol de escrituras y la libertad en la redacción para encargar artículos sobre contextos que no quieren, o no pueden, permitirse un banner en Teatron. Y además, Teatron paga. Bien jugado. Otro ejemplo más de lo que Teatron continúa haciendo en este pequeño gran mundo más o menos virtual. Y es que cuando escucho esas conversaciones ridículas sobre el sentido de pertenencia a contextos, espacios, ciudades, lenguajes, festivales, familias o a Kas naranja, yo digo que soy de Teatron. No es amor ciego, claro, a veces dudo y discuto sobre Teatron, como he dicho antes, pero me parece que es un lugar de encuentro, una narrativa plural y cambiante, un disparador de subjetividades que no nos podemos permitir perder, y que quien quiera mejorar puede hacerlo. El otro día hablaba con Rubén entre cerveza y comida mexicana de todas las cosas que hemos hecho estos años. Cuando digo hemos hecho hablo de esa ficción compartida que somos la comunidad de Teatron. Crónicas, críticas, entrevistas, denuncias y un sinfín de formatos y contenidos; y me decía con hondo sentir a través de sus gafas azules: “Joder, ¿tú eres consciente de la que hemos liado?”. Supongo que no, o sí, y por eso tenemos que seguir haciendo. En el fondo, a todos nos gusta juntarnos para bailar.

Creo, no sé si me lo he inventado pero creo que Godard dijo algo así como que (las mayúsculas son mías): “La Historia del cine es la Historia de las películas que nunca se hicieron”. Ni siquiera la de las malas películas, o la de las buenas películas que la Historia no seleccionó para contarnos su historia, sino la de películas que no se llegaron a hacer. Con el teatro pasaría lo mismo, supongo. Un sistema silencioso de frustraciones, fracasos y desapariciones que opera de forma invisible condicionando las prácticas y el pensamiento supuestamente vivos y obligadamente hegemónicos. Desplazando, no creo que las críticas y crónicas nunca publicadas transformen algo, incluso se podría pensar en las críticas y crónicas nunca publicadas de obras nunca hechas; pero soy disléxico y me “lío”, como Chimo Bayo. Lo que sí que tengo claro, es que tengo más artículos no publicados que publicados. Ahora mismo no consigo terminar de publicar un artículo sobre Comida de Nyamnyam y Heartbeat de Sandra Gómez, y otro para cerrar el blog de El lugar sin límites 2016. Todos con profundo agradecimiento. Lo que viene a continuación es un artículo nunca publicado, porque por aquel entonces me cayó encima un huracán de trabajo que no ha parado de moverme. Entonces, una breve reseña interruptus sobre Parallax de Silvia Zayas, que se “estrenó” en La Casa Encendida el 11 de febrero pasado, dentro de la muestra Acento de las residencias del CA2M y La Casa Encendida. He decidido no cambiar una palabra, y dejarlo como aquel que lo escribió decidió dejarlo. Ahora escribiría otras cosas, como por ejemplo que me parece que a Acento hay que darle una vuelta, me callaría otras, y soltaría alguna gilipollez más, pero así se queda. Una breve reseña interruptus especial por dos motivos. Silvia Zayas presenta este fin de semana Parallax en Teatro Pradillo, y porque este artículo iba a inaugurar Mambo. El Fary vive, la lucha sigue.

parallax

El otro día hablaba con Rubén Ramos en un bar de policías en Barcelona sobre la intervención de Beatriz Navas tras la presentación de It’s Called Listen de Alejandra Pombo. En relación a It’s Called Listen, Beatriz dijo en el debate que le recordaba al cine de las vanguardias, a un tipo de cine sobre el que se preguntó: “¿Cuándo lo perdimos?”. Es decir, ¿cuándo el cine dejó de experimentar? Hice a Rubén la misma pregunta, y me respondió: “Cuando ganó el teatro”. El cine experimental pareciera que no es cine, que sólo es cine experimental. Perdieron Dziga Vértov y tantos otros. Ganaron la trama, los personajes, la acción, el conflicto y la mímesis. La Historia ganó, y aunque nos guste que nos cuenten historias, también nos podrían gustar igualmente otras posibilidades que se perdieron o hicieron dejar de operar. Hay que desconfiar de cualquier hegemonía, por eso a obras como It’s Called Listen deberíamos llamarlas cine, y luego, como decía Godard: “que cada ojo negocie por sí mismo”. Puede que lo mismo deberíamos aplicar al teatro, porque nos han hecho creer que los únicos que hacen teatro en España son aquellos que hacen eso que en demasiadas ocasiones no es más que mal teatro. Sólo hace falta darse un paseo por las carteleras de los teatros públicos o por las escuelas de arte dramático. Mientras que al teatro que experimenta, que ensancha sus propios límites, ya nadie lo llamamos teatro.

Una de las obras que con mayor intensidad me ha invitado a pensar sobre danza, movimiento y coreografía, es Chronoscopio de Patricia Caballero. Lo que bailaba en la obra era poliespán movido por una corriente de aire generada por ventiladores, iluminado por bombillas que también bailaban. Al principio una minipimer teledirigida, Patricia tumbada en el suelo al final, y ya. Parallax de Silvia Zayas nos invita a pensar sobre la imagen y el movimiento, es decir, sobre ¿cine? Da igual. Parallax es un paisaje creado por una máquina que recuerda a lo que buscaba Bob Wilson, una obra hecha de la mezcla entre el cine mudo y la obra radiofónica, esto es: una máquina que hace oír lo que se ve y ver lo que se oye. Visto y oído. ¿Lo de siempre? No. Lo sugerido, la referencia indirecta, el signo abierto, el gesto no literal o lo evocado disparan los significados posibles y permiten a cada uno montarse su propia película, en el caso de Parallax, literalmente. El Holocausto pocas veces ha sido retratado de forma más contundente que en Shoah, el documental de Lanzmann que sin mostrar ninguna imagen del horror consigue hacernos imaginar lo inimaginable.

Parallax forma parte de una investigación de Silvia Zayas concretada en trabajos como Ballets Roses, São Tomé Revisitado o Pêro Escobar vs. Elvis Presley. Yo no estuve en ninguno de ellos, pero sí asistí en septiembre de 2013 a las presentaciones del Laboratorio 987 en Teatro Pradillo, un proyecto de Nilo Gallego, Chus Domínguez y la propia Zayas. Una de esas noches Silvia empezó a jugar con las luces en el espacio vacío para contarnos algo. Unos años después, en Parallax, vemos a Silvia Zayas sentada de espaldas al público en una mesa de luz y sonido, las dos herramientas que utilizará para contarnos una historia sobre un puente en GuineaBisáu durante la guerra colonial portuguesa. De frente a Zayas, y a nosotros, un escenario vacío en el que iremos proyectando mentalmente un docuficción que construimos a partir de la luz, el sonido, y sobre todo mediante la voz de Silvia, que a lo Orson Wells en La Guerra de los Mundos narra diferentes escenarios, acciones, personajes, etc., relacionados o no con el puente de Farim. En un momento de la obra Silvia se pregunta sobre lo que está dentro o fuera del lenguaje, pero el aparato que ella ha creado es el lenguaje. Todo Parallax es lenguaje posible de activarse en esa caja negra, que no es otra cosa que nuestro cerebro. Un sistema autorregulado de montaje libre. Parallax consigue hacer cosas con palabras, con sonidos y con luces. Silvia Zayas nos hizo ver y escuchar lo que nuestra imaginación quiso. Yo estuve en el puente de Farim, como algunos oyentes de La Guerra de los Mundos creyeron que la invasión marciana de EEUU era real. Cuestión de paralaje.

Últimamente los escenarios se vacían para llenarse de otras cosas. Chronoscopio de Patricia Caballero, El Triunfo de la Libertad de La Ribot, Juan Domínguez y Juan Loriente, Valientes de Terrorismo de autor o Parallax de Silvia Zayas sustraen del espacio de representación el cuerpo, y aunque haya quien pueda echar de menos el signo, cada uno de estos trabajos ha creado con autosuficiencia las condiciones para transformar la falta en un paisaje mental en el que puede pasar de todo. En Parallax, un documento muy vivo y lleno de metonimias no apto para epilépticos.

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Pía-pía piano. Patricia Arbolí y Mónica Sánchez

Los bebés se mueven, lloran, gritan, piden teta, se ríen, gatean, se hiperconcentran en un detalle durante un tiempo y no le prestan la más mínima atención al resto, se acercan curiosos a otros bebés, se suben a la espalda de un abuelo, se arrastran, muerden un programa de mano, se esconden debajo de cualquier cosa, les pesa la cabeza tanto que todos los golpes van ahí, trepan, hacen la croqueta, bailan, comprenden todo lo que ocurre, no prestan atención a lo que esperas, exploran, son ruidosos, son silenciosos, escuchan, absorben.

Cuando veo algo hecho para bebés me preocupa la posibilidad de que no se den dos condiciones: que el espacio y la propuesta les permita ser bebés, y que se les esté dando lo mejor de la cultura. La mente del bebé es una esponja y en sus primeros años de vida toman del ambiente el material con el que más adelante construirán su personalidad. Así que preparar un espacio específico para bebés debería ser un asunto sumamente delicado y cuidadoso en relación al material que les está ofreciendo, porque sí o sí, lo van a absorber. Para quien trabaja o convive con bebés, preguntarse qué material quiere ofrecer, sabiendo que será con el que cuenten a la hora de hacer sus construcciones psíquicas, es una gigantesca responsabilidad, y a veces puede llegar a paralizarte. Pero, una vez hecha la pregunta, los ejemplos de lo que no quieres ofrecer son tan claros, que la respuesta comienza a aparecer con cierta facilidad. En el día a día estamos tan expuestos a material de ínfima calidad que, en ocasiones especiales, como cuando nos juntamos para ir a un concierto, se agradece este intento de dar lo mejor.

Foto de abuelo de Simón

Foto de abuelo de Simón

Pía-Pía Piano, con las pianistas Patricia Arbolí y Mónica Sánchez, es un concierto pensado para bebés de hasta 18 meses, que se ha podido ver en el patio de La Casa Encendida los días 29 y 30 de Octubre. Antes de comenzar nos piden que dejemos los carritos a un lado, nos descalcemos y nos sentemos cómodos por el espacio de linóleo, y nos recuerdan que los protagonistas son los bebés y que estaría bien que les permitiéramos moverse en libertad, tocar y explorar. Nos ruegan que no les distraigamos con juguetes, comida o móviles durante el concierto. Así que sí, mi bebé va a poder seguir siendo bebé durante el concierto, y ese recordatorio sobre la importancia de no interrumpir, ya me parece una buena manera de situarnos a todos en un mismo espacio de respeto y presencia compartida. Nos cuentan que interpretarán piezas de grandes compositores de la historia a cuatro manos en un piano de cola, y yo respiro aliviada de que sea eso los que se ofrece y no una adaptación infantilizada. Y comienzan a tocar y ocurre de todo. Bebés que bailan, dan vueltas hasta caerse, se abrazan a sus madres, mueven la cabeza, se quedan quietos, se duermen, se esconden bajo el piano, se distraen, tiran de sus padres para levantarlos, buscan a otros bebés, disfrutan de la música y absorben todo del ambiente. Una propuesta sencilla que ofrece un material valioso y cuida los intereses y necesidades de familias y bebés.

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Mucho ruido y muchas nueces

Os voy a decir la verdad, a mí lo que me gusta es bailar.
Así que ni lo voy a intentar, NO voy a escribir una reseña.

Podría ser muchas otras cosas, pero NO una reseña.

Podría ser una PRESENTACIÓN totalmente descriptiva de she makes noise, un festival compuesto por sesiones audiovisuales y sesiones sonoras cuya segunda edición se ha celebrado esta última semana, de jueves a domingo, en La Casa Encendida en Madrid y que ha sido comisariada por Natalia Piñuel (conciertos) y Enrique Piñuel (audiovisuales).

Podría ser una ESPECULACIÓN sobre las razones que hacen que su título esté en inglés y no en castellano. Si bien la comisaria publicó hace dos años, junto con Magui, la editora de “Las Lindas Pobres”, un fanzine llamado «Ellas hacen ruido”; la verdadera razón que motiva la traducción del título al inglés, me imagino, es que she makes noise incluye la palabra noise cuya traducción directa al castellano, ruido, resulta reduccionista, en el sentido de que el estilo musical, si es que es necesario llamarlo estilo, es ruidismo y no ruido. La palabra inglesa incluye las dos acepciones, la del estilo musical y la de un valor implícito de puro activismo político como es el de “hacer ruido”.

Podría ser una EXPLICACIÓN de lo que caracteriza a she makes noise. Yendo por partes, she implica que este es un festival que trata de manera intencionada de visibilizar el trabajo exclusivamente hecho por mujeres. Makes, del verbo make, hacer, implica que se trata de acciones site specific o conciertos en directo. Y finalmente noise, hacer ruido o ruidismo como ya hemos dicho. Me voy a detener, brevemente, en lo que entendemos como ruidismo. El noise o ruidismo es una categoría musical que se caracteriza por el uso expresivo de todo tipo de ruido y que en muchos casos suele prescindir del uso convencional de la melodía, la armonía, el ritmo o el pulso.

Podría ser una ACLARACIÓN de qué es lo que hace que she makes noise pueda ser considerado un festival. Un festival de música trata de aglutinar una cantidad determinada de música durante varios días (check) generalmente del mismo género musical (check) en los que se suelen realizar otras actividades alternativas relacionadas con la música (check).

Podría ser un MIX, un intento de comprimir el festival en 1 hora para que el lector pase a convertirse en oyente.

Podría ser una DESCRIPCIÓN de lo que ocurrió durante cada día del festival. Las actuaciones sonoras duraban 1 hora, la primera siendo a las 21h y la segunda a las 22h. Antes, a las 19h, el jueves pudimos asistir a las proyecciones de los cortos A million miles away, Blood below the skin y Chrystal Lake, todos de Jennifer Reeder y de los cortos Ha terra! de Ana Vaz, Exile exotic de Sasha Litvintseva, Into the Hinterlands de Julia Yezbick y The Woolworths Choir of 1979 de Elizabeth Price el sábado. El jueves, después de la sesión audiovisual de Jennifer Reeder, actuaron en el auditorio de La Casa Encendida Kara-Lis Coverdale aka K-LC (investigadora sonora y compositora canadiense) y The Space Between (el proyecto conjunto de las españolas Nikki y Alba G. Corral). El viernes fue el turno de Lanoche (proyecto musical afincado en Madrid en el que se mezclan deep house, ambient y techno atmosférico) y Adda Kaleh (una de las grandes revelaciones de las últimas Red Bull Academy), pero esta vez en el patio. Y, para terminar, el sábado fueron She spread sorrow (proyecto de la italiana artista Alice Kundalini que ahonda en ritmos más oscuros) y Chra (alter ego de la dj, música y presentadora de radio y TV vienesa Christina Nemec) las que actuaron una vez más en el auditorio. Como colofón al festival se proyectó una doble sesión, el domingo, de la película Heart Of A Dog de Laurie Anderson.

Podría ser un DIBUJO para que el lector pueda identificar a las artistas en cuestión que han participado en el festival she makes noise.

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Podría ser un MANIFIESTO en contra de todos aquellos que tratan de inmortalizar con sus cámaras o smartphones cada instante de cada uno de los conciertos. De esta manera sería hipócrita por mi parte acompañar este texto de alguna fotografía que yo hubiera tomado. Cualquier lector que quiera o necesite esa documentación gráfica puede conseguirla en el evento de facebook del festival.

Podría ser una ADJETIVACIÓN de la palabra noise que se adecúe a cada una de las artistas que participaron en el festival para generar una descripción más afilada, como esta:

K-LC makes DRONE noise
The Space Between makes SPATIAL noise
Lanoche makes INTROSPECTIVE noise
Adda Kaleh makes TRIBAL noise
She spread sorrow makes AMBIENT noise
Chra makes ECLECTIC noise

Podría ser un ETIQUETADO de las actuaciones a través de una tabla con distintos parámetros.

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Podría ser un ANÁLISIS de la manera en la que cada una producía y elaboraba su sonido propio, pero lamentablemente no puedo hacer esto último. Existe una tendencia al ocultismo de los instrumentos que se utilizan a la hora de crear o performar este tipo de música. Como si de magas se tratara producían el sonido como si fuera una suerte de magia sin desvelar el truco. Lo que sí os puedo asegurar es que todas lo hacían con un ordenador Apple. De hecho parecía que Apple era el espónsor oficial del festival.

Podría ser una CRÍTICA a la organización por los ruidos que hubo en las actuaciones del sábado y es que, aun siendo consciente de que nada tiene que ver, no deja de resultar paradójico que tenga que cancelarse una sesión de ruidismo porque de vez en cuando aparecen unos ruidos involuntarios en los altavoces. Por cierto, si estuviste allí, comentarte que La Casa Encendida se ha ofrecido a devolver el importe de la entrada de ese día por las molestias causadas.

Podría ser un CONSEJO a la que ha sido sede del festival, La Casa Encendida. Que no se me malinterprete, La Casa Encendida es uno de los lugares de mayor relevancia cultural de la capital y es absolutamente maravilloso que se pusiera en contacto con Natalia porque a sus gestores les apeteciera sacar adelante un nuevo evento sonoro. En mi humilde opinión, cuenta con uno de los  lugares más increíbles para hacer cine de verano o conciertos al aire libre, la terraza de la azotea. Pero he de decir que el auditorio y el patio no son los lugares más adecuados para celebrar un festival de estas características. Me explico. El ruidismo requiere de una atmósfera especial que no se da en ninguno de esos dos espacios y si el festival quiere crecer, en mi opinión, debería buscar lugares que hablen el mismo lenguaje.

Podría ser una REIVINDICACIÓN de la mujer en la música electrónica. Es vox populi que existe una desigualdad desorbitada entre la participación de artistas hombres y mujeres en festivales de música electrónica. Quien quiera echarle un ojo a los números puede visitar uno de los más recientes estudios aquí. Y es que, aunque la historia la escriban las élites y las clases dominantes, muchos y muchas han estado trabajando durante los últimos años para sacar a la luz un número nada despreciable de mujeres que han sido no solo buenas artistas sino verdaderas pioneras en la música electrónica, es decir mujeres que han cambiado la historia de la música electrónica y que han sido ignoradas por la historia. Estamos hablando de mujeres como Ada Lovelace, Daphne Oram, Suzanne Ciani, y muchas más. she makes noise es un festival que puede presumir de haber subido la estadística de mujeres en festivales de música electrónica a la vez que recordarnos la crucial importancia de artistas femeninas en la innovación en el campo de la música electrónica.

Podría ser una CELEBRACIÓN de su condición de festival transmediático y continuo ya que se hace una labor de comisariado online a través del shemakesnoise.tumblr.com.
En palabras de la comisaria: “Un lugar para compartir música electrónica creada por mujeres, igual no tenemos que acotar tanto ni poner etiquetas, la música electrónica engloba techno, electro, house, ambient, computer music, industrial… creo que la interrelación de estos géneros resulta fundamental en estos tiempos y la gente lo percibe así.”

Podría ser una REFLEXIÓN en voz alta: muchos y muchas os cuestionaréis la condición de women only de she makes noise y no voy a entrar a valorar la importancia de la generación de contextos en los que se le da visibilidad a las minorías, solo quiero recalcar y dejar claro que la cuestión de exclusividad en cuanto al género no es el único atractivo, ni pretende serlo. Es la calidad de propuestas creativas la que lo legitima.

Podría ser una PETICIÓN de mayor diversidad en tres aspectos, en el rango de actividades y en el rango de participantes y en el rango de espacios. Que amplíen el espectro y hagan charlas y traigan a agencias o colectivos como Futura Artists, discwoman o female:pressure; o artistas como Inga Mauer, Lena Willikens, que igual no son noisers de pura cepa pero contribuirían a expandir las fronteras del ruidismo y finalmente que, si es posible, la organización busque junto a La Casa Encendida algunos lugares fuera de esta que potencien y ayuden a llevar al siguiente nivel las actuaciones de las artistas.

Podría ser un LLAMAMIENTO al público. Por favor, queridos y queridas asistentes a she makes noise, me encantaría saber por qué en los conciertos que se celebran en el patio la mitad de la gente está hablando y en los conciertos que se celebran en el auditorio todo el público está callado. La programación en diferentes espacios se hace para que se pueda bailar, no para hablar y menos para gritar. Para hablar uno o una queda con sus colegas en un bar; a un concierto, ya sea en la Filarmónica de Berlin o en Berghain se va a escuchar al artista y a bailar.

Porque a mí lo que me gusta es bailar y juntarme para escribir.

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La manía de comerse a uno mismo

Entramos en Pradillo, nos acomodamos en las gradas, en el escenario, un poco a la derecha, una nevera de bebidas. Llena de tercios de cerveza, alguna botella de vermú y agua de Jamaica. Cierran las puertas. Baja la luz. Quedamos sólo iluminados por la luz azulada del frigorífico, frente a nosotros, y una indicación proyectada en la pared del fondo: COMIDA y bebida para todos. Poco a poco un ruido va aumentando y, apenas sin darnos cuenta, gana presencia. En la oscuridad de la sala se escuchan las conversaciones nerviosas de los niños que el domingo por la mañana se han acercado al teatro. En Madrid está lloviendo.

Cuando alguien en el público se levanta, camina hasta la nevera y abre su primera cerveza, el ruido se cambia por música y se encienden las luces de la sala. Ariadna e Iñaki, nyamnyam, cada uno con una camiseta en donde leemos, cito de memoria después de la fiesta, los libros se pueden tocar / las cosas se pueden tocar; comienzan a desmontar las gradas y el público llena el escenario. Una de las tarimas la sitúan frente a la pared del fondo de Pradillo, la oblicua, y ponen dos butacas mirándola. En el suelo hay un tubo fluorescente, cubierto con una caja de madera, que la ilumina. En ese momento el público ya está abriendo su primer tercio o llenando su vaso con hielo y una rodaja de naranja para beber su vermú. En la pared del fondo hay dos cascos de diadema. Una pequeña instalación sonora, que podemos escuchar cuando queramos y si queremos, donde Javi de Play nos cuenta la historia de esa pared: de cuando ellos la pitaron de blanco para convertirla en una gran pantalla en Liberté, Egalité, Beyoncé, de la miel que cayó en Sweet de Aitana Cordero, con Quim Bigas, de la leche que hace no tanto esparció por allá Patricia Caballero y cómo Javi, al fregar al día siguiente, se dio cuenta de que la leche materna era brillo frente a la pintura negro mate; de las pequeñas marcas, cicatrices, que tiene la pared y que no sabe ni cuándo ni cómo se hicieron. Una instalación en más de un sentido arqueológica. En la pared de al lado hay otros cascos por donde sale el sonido del mar.

mesa

En medio de la sala, Ariadna e Iñaki, con ayuda de algunos de los que por allí estaban, han colocado una mesa larga, en diagonal, donde, uno al lado del otro, van poniendo diferentes libros con un marcapáginas donde está escrito el título de una pieza. Sabemos que es el título de una pieza porque conocemos algunas de las obras. Los libros están intervenidos y otros los irán interviniendo, sin necesidad de reclamar nuestra atención. La atención puede devenir durante o una vez realizada la acción. También hay objetos que se relacionan con los libros y que plantean diferentes juegos con diferentes niveles de representación. Uno de ellos, tal vez con el que más disfrutaban los pequeños, era un libro de Caravaggio donde, al abrirlo, veíamos su pintura del Niño con cesto de frutas y en la mesa, a su lado, un cesto con racimos de uvas, blancas y tintas. El libro hecho carne. La fotografía de una pintura convertida en sabor. O La selección natural de Darwin con un cuchillo clavado. O Acerca de comer carne de Plutarco con papel celofán rojo en cada una de sus páginas vinculado con Accidens de Rodrigo García. En otros libros había otras indicaciones. Había instrucciones para realizar acciones que ya se habían hecho en otras sesiones del nyamnyam o, por ejemplo, un tarjetón que nos invitaba a buscar a Paulina para que nos contase la historia de un bote que había encima de la mesa. Como nadie nos había dicho quién era Paulina, escuché a más de uno, perdido, preguntar dónde estaba Paulina para descubrir la historia de aquel extraño frasco. Paulina estaba por allí, tal vez bailando en corro con los niños.

folios

Dejemos por un momento la mesa, centro de la instalación, para volver a ella más tarde. Al lado de la pared oblicua de Pradillo, Iñaki había pegado diferentes folios, parecidos a los marcapáginas de los libros, con más títulos de piezas -de esto que por aquí llamamos artes vivas-, a los que se les había borrado con rotulador negro el nombre de sus creadores. Había piezas de Play Dramaturgia, de Losquequedan, de Elena Córdoba, de El Conde de Torrefiel, etcétera. Entre esta instalación y la sonora, se proyectaban, arriba, más nombres de piezas diferentes. En el extremo contrario de la sala, debajo de la única grada que quedaba sin desmontar, había un monitor donde pasaba un vídeo en bucle.

La gente se acercaba a la nevera para tomarse otra cerveza. Los niños corrían por la sala, preguntando, se ponían los cascos para escuchar el sonido del mar o acercaban una caja a la mesa para llegar a toquetear los libros. Se rompía algún vaso. Había gente que había venido sola y que andaba y observaba en silencio, o bebía su cerveza sentada en una tarima. Los que habían venido acompañados o conocían a la gente que estaba en el teatro, charlaban animadamente. Pensé que es muy difícil ser un buen anfitrión. Que hay que estar atento a demasiadas cosas. Que no es fácil invitar a comer a gente que apenas se conoce. Que para los que desconocen sea igual de interesante que para los que conocen. Que es complicado hacer una obra para todos los públicos y que los niños disfruten igual que los mayores.

Sobre la mesa empezaron a cocinar. Sacaron una olla en la que prepararon huevos a baja temperatura. Hicieron cuscús. Había una planta de romero, otra de albahaca y tomillo. Dijeron a los niños que cortasen sus hojitas, una a una y con cuidado, para mezclarlas con el cuscús. Había también dos grandes boles con ensalada. Iñaki sacó dos botes con salsas, una de ellas más picante que la otra. Sacaron de una caja más de cuarenta vasos tipo chato de vino, los pusieron sobre la mesa y fueron cascando un huevo en cada uno. Luego nos dijeron cómo teníamos que prepararlo y comer: cogíamos un vaso con un huevo, echábamos cuscús, una salsa, algunas semillas de sésamo y algo de ensalada. En todo este tiempo, tanto Ariadna como Iñaki, de vez en cuando, cogían el micrófono, abrían un libro y nos leían una breve cita. Después las luces se hicieron de colores y la comida finalizó con una pequeña fiesta, abrieron las puertas y la sala comenzó a vaciarse poco a poco. Entonces pensé en el título de la instalación, Comida, y vi cómo todos aquellos libros y todos aquellos títulos que hacían referencia a obras que había visto y a obras que no había visto (y que conocía gracias a haber leído o hablado sobre ellas) y aquellos huevos y aquella lechuga, que todas esas cosas, en un plano no tan metafórico, eran lo mismo. Y aquello me pareció hermoso. Y me pareció verdad. Y me abrí la última cerveza.

En Madrid continuaba lloviendo y ya de vuelta a casa pensé en Pradillo. En cómo es uno de los pocos sitios en donde podemos acercarnos a este tipo de experiencias que van más allá de una etiqueta. De cómo ha sido capaz de generar cosas que no ha sido capaz de generar ningún otro espacio. Y pensaba en la cuerda floja en la que está la sala. Y veía cómo en Madrid seguía lloviendo y sentía la lluvia. Y pensaba en Pradillo no ya como en una casa, sino, más bien, como en un refugio. Un refugio de alta montaña necesario para guarecernos del frío.

La mía de comerse a uno mismo

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Sandra es una estrella de rock

Sandra Gómez en Tentativa

Sandra Gómez en Tentativa

Precedida y también motivada por una serie de trabajos anteriores sobre la biografía y las dificultades propias para la creación relacionadas con la enfermedad, ya en “Tentativa” (2012) Sandra iniciaba una apuesta por el movimiento, por la danza, como motor y como fin de su trabajo. Si entonces, enmarcada su búsqueda en sus experiencias, se reconocía bailando en su propia historia vital en la danza, parece que con “No soy yo” cierra un ciclo, inscribiéndose, reconociéndose ahora en la historia de la danza, al menos en aquella en que se reconoce o se quiere reconocer.

 “Tentativa” es una apuesta por el movimiento puro como danza, que huyendo por un lado del análisis teórico que la enmarca, a modo de proyecciones de estadísticas más afectivas que científicas, más biográficas que generales, y por otro lado huyendo de forma vehemente de los códigos dancísticos, aboca a la sensación de vacío que el movimiento puro tiene.

Escribí esto último el 11 de octubre del 2012. Hace unos días escribía en el Facebook esto otro:

NO SOY YO, de Sandra Gómez en la Inestable
Al decir que no es ella, o más bien que no es YO, Sandra se quiere inscribir o lo hace, se reconoce inscrita, en el cúmulo de las experiencias de la danza contemporánea. Se niega a ese YO para desde tres dispositivos distintos, inscribirse en distintas historias de la danza contemporánea: el testimonio fílmico de mujeres pioneras en la llegada y el desarrollo de la danza contemporánea en Valencia, la reinterpretación de 4 coreografías de 4 coreógrafas postmodernas americanas y el uso de las voces de coreógrafas europeas actuales.
Sandra se reconoce y se apropia en/de ellas, para sin embargo apostar por su autonomía. Cómo ser ELLA sin ser YO, o sabiendo que el YO también son todas ELLAS, que por su cuerpo, como en resonancia, siguen estando.
Luego está la broma que hacíamos el día del estreno: que habría que ponerle un cable, que con tanta energía seguro que daba para abastecer al teatro.
No os la perdáis
Último finde

Sandra Gómez en No soy yo. Foto: Alain Dacheux

Sandra Gómez en No soy yo. Foto: Alain Dacheux

El salto dentro del movimiento, dentro de la danza, lo ha hecho Sandra desde “Tentativa” hasta “No soy yo”, subida al caballo de las endorfinas. Chute constante de segregación física. A través del sudor diario como insistencia, acompañada de la música (¡Viva el temazo!), se ha ido deslizando por los lugares que quería ocupar en la danza o por aquellos que quería  que la danza ocupara en ella.

A pesar de la limpieza, la nitidez, la sencillez tanto de su gesto como de sus propuestas, parece que se ha ido encontrando con donde estar y donde no de forma intuitiva, pero  asumiendo la apuesta, el a por todas, en cada uno de los momentos. Esto puede aparecer a raíz de mil cosas pero pienso que aquí tiene una relación directa con la improvisación en el movimiento. Un uso preciso del momentum, una apropiación más, no sólo en la danza, también a la hora de acometer y escribir cada una de las piezas que han ido desgranándose estos último años.

Pareciera que todo aboca a ella, ella sólo como estrella de rock, cosa que sería genial a pesar de nuestras resistencias postmodernas a la espectacularidad, a la sublimación, al icono. Ya sería genial quedarse abobada, hipnotizada, absorta con esa fuerza de la naturaleza delante de nosotras en “Tentativa”, en “The Love Thing Piece” (2013), en “Heartbeat” (2016), en “No soy yo”. Pero Sandra ha ido haciendo algo aún más peliagudo en los tiempos crípticos que corren en la escena: reclamarnos la cultura popular como nuestra y en el centro de ésta el baile, la danza misma. Porque bailar, bailamos todas, o al menos lo podemos hacer, y es genial.

En plena época de los comunes, de los círculos, de las asambleas, de la infinita retahíla de discursos del pensarse juntas sin por ello desaparecer instrumentalizadas por lo nuevamente institucional, Sandra nos propone que bailemos, que sabemos hacerlo, tanto solas como juntas. La danza es un lugar de encuentro posible y cercano, por infinitamente testado.

“Tentativa” después de “Tentativa” fueron otras “Tentativas”: “Tentativa and Guests”. Invitadas primero las no profesionales (Teatro Inestable, 2014) luego las adolescentes (Las Naves, 2015) y finalmente las mayores (Teatre El Musical, 2016), “Tentativa and Guests” funcionó por tres veces como un dispositivo para mostrarse juntas pero cada una a su manera. Bailando. Buscando a veces un bailar imposible, enjugazado y otras enjugazándose en lo que se sabe bailar desde los 70 del siglo pasado para acá, según la edad, pero sin academias, sólo transmisión popular de discotecas, casales falleros, verbenas, salas de baile, calles, paradas de metro, habitaciones propias y fiestas populares.

Su decisión de alejarse de los códigos dancísticos le llevó a esa danza limpia del correr en círculo de “The Love Thing Piece”, surgiendo aquel huracán inmenso que sólo encontraba conexión, referente, en los temazos de su vida, desde el disco hasta el electro. Y de aquel ritmo incansable, de aquella música hecha para bailar y su pulso sostenido, surgía lo que construye en última instancia “Heartbeat”: tres horas, que podemos llegar a pensar que por qué no cien, de latidos de su corazón unidos a la música, dándole al baile sin parar. ¡Eh, mi corazón late como la música techno! ¡Eh, la música techno late como mi corazón! ¡Aquí estoy! ¡Soy una estrella del rock! ¡Y tú también! ¡Seguro que tienes ganas de bailar!

“No soy yo”, como decía antes, cierra un ciclo. Se ubica Sandra geográficamente, dándole voz a algunas de aquellas mujeres a través de las cuales llegó y se desarrolló la danza contemporánea en Valencia y por ende, en ella misma. Se ubica reconociendo como propios los referentes en el movimiento de las postmodernas de hace cuarenta años en EEUU, allí donde empezó la ruptura con los códigos dancísticos, hijos del ballet. Y se ubica finalmente en el contexto europeo con las voces de algunas coreógrafas actuales del continente. Se ubica entre mujeres en un contexto profesional que a pesar de que en su mayoría está compuesto por éstas, son cada vez más visibles los hombres. Decide recuperar de la historia y de la memoria las experiencias de movimiento, los procesos de búsqueda y  las experiencias de las personas, para poder seguir bailando. Trabajo autorreferencial de la danza contemporánea, casi de carácter didáctico, reconocido en su propio cuerpo para llevarlo otra vez al temazo electro-punk donde se lo agencia, se lo baila, se lo destruye, para que se convierta en popular y ella en estrella de rock, que nos fascina en escena pero no deja de ser alguien más que baila. Acabamos como siempre, con ganas de bailar. Debe de ser algo bueno.

Carte de No soy yo, de Sandra Gómez

Carte de No soy yo, de Sandra Gómez

Apunte:

Preguntadas por cómo ven la daza en el futuro, las entrevistadas en “No soy yo”, hablan otra vez desde ese lugar de fragilidad profesional que han arrastrado y vivido y que no desean que se perpetúe. Estoy convencida de que si hubieran sido francesas por ejemplo, las entrevistadas, hubieran hablado de danza, de estética, incluso de implicaciones políticas del bailar, pero lo que tenemos es un territorio funesto, persistentemente precario, donde a pesar de lo vivido no parece que se haya mejorado en las condiciones laborales y sociales de las bailarinas y de las creadoras, no parece que podamos ser libres en pensar en por ejemplo la danza del futuro que sugiere magistralmente Jaime Conde-Salazar.

Incluso en la dinámica ficticia liberal del mercado ¿cuántos bolos tendrá Sandra de estas piezas? Pero sobre todo, ¿podrá vivir de ellos?

Al final tendremos que pasar la gorra.

Sandra estará en Teatro Pradillo el 28 y 29 de octubre con “No soy yo” y el 30, con “Heartbeat”.

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La conquista del amor

alakranelsl

Ayer, en la oficina, tuve que escribir el típico email diplomático, extenso y cuidadoso, en el que argumentaba por qué teníamos que tener prudencia a la hora de proponer un proyecto. Yo, que había sido la impulsora, explicaba que “mi entusiasmo se había desinflado” al darme cuenta de los obstáculos que nos tocaba afrontar.

Unas horas después, fui a Teatro Pradillo. Me tocaba ver “La conquista de lo inútil”, un estreno de L’Alakran. En un momento dado, la escena se vio invadida, sin previo aviso, por unas bolsas de aire que se hincharon rápida y bruscamente hasta derrumbar las frágiles estructuras que la habían habitado. Aquel disparo de aire tiró abajo los listones de madera que sostenían los libros, el perrito de purpurina que hacía equilibrios arriba, las sillas, las mesas. Ya no había espacio ni silencio para las sombras que se habían movido por allí, que tan delicadamente habían colocado cada objeto, desenrollado cada palabra: el pasado, el anhelo, aquella rosa, aquel temor, la duda de hacer o renunciar, el artista y el margen, la comida y la insatisfacción. Aquellos airbags negros se lo habían comido todo, a Javier Barandiaran bañado por sudor escénico, tan franco, tan cercano, y también a Borges y a Woolf rescatados del Averno, dos guiñapos de voz velada (interpretados por Esperanza López y Txubio Fernández de Jáuregui).  Sin esperármelo, “La conquista de lo inútil” me ofrecía la viva imagen del desánimo como la muerte misma, aquello que aplasta el entusiasmo, que siempre es chiquitito. ¿A qué dedicar largos minutos a colocar un perrito de purpurina ahí arriba, en equilibrio? Es tan fácil tumbarlo. Eso me había sucedido por la mañana, antes de escribir el email. La oficina se había visto invadida por un airbag gigante llamado conflicto, suspicacia, malicia, guerra por el poder. Tiene muchos nombres el airbag que todo lo inunda. Pero el entusiasmo puede también cambiar de estado y de forma y colarse por intersticios para reaparecer. Los muertos habitan todos los huecos, pero los muertos también pueden ayudarnos a vivir, dijo ayer Txubio Fernández de Jáuregui, su rostro proyectado en primer plano. Esperanza López le entrevistaba acerca del paseo que habían dado un rato antes con un grupo de espectadores por el barrio de Prosperidad. Txubio pasaba del comentario jocoso, “Eres un fenómeno, Este tío es un fenómeno”, a conmoverse, tan serio como el mejor clown, “Este tío me emociona, qué entusiasmo”. Entretanto, recomponer el espacio destruido por el desánimo, pelearse encima de una alfombra, dar explicaciones, intentar intervenir, replicar una coreografía una y otra vez sobre esa misma alfombra, una alegre sucesión de gestos que claman por el torrente que nos envuelve, la misma sangre caliente que bañó a Virginia Woolf y que nos hace durar todavía. La posibilidad de que una obra de teatro que ves por la tarde te ayude a identificar el miedo que has tenido por la mañana.

De L’Alakran me asombra su capacidad de encarnar el humor, la ternura y la ironía con tanta precisión, sin distanciarse ni dejarse arrastrar. En su caso, no hay ni violencia ni pérdida de control, pero tampoco frialdad. Me dan ganas de hablar de sabiduría escénica, pero tampoco parecen tan seguros de sí mismos; desde luego se comparte con ellos la sensación de recorrido y por lo tanto de aventurarse, pero no en forma de salto al vacío. ¿Me explico? Son muy, muy listos, pero no van sobrados. Se escuchan; nos escuchan. Son ¿humildes? ¿Se puede ser humilde en escena? Yo creo que no. Seguramente no sea eso. Nos sentimos seguros en sus manos, aunque no tenemos ni idea de adónde vamos. Son amorosos, debe ser eso.

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But whatever it is

quesne

L’Effet de Serge de Philippe Quesne es un pasen y vean. Como cuando en la infancia montas shows en tu cuarto pero con un poco más de mala leche. Y con un horario predeterminado. Serge, el personaje protagonista, actúa para sus amigos cada domingo a las seis. Sus espectáculos duran de uno a tres minutos y son presentados a los visitantes que van apareciendo en el set que simula su apartamento. El sonido de tráfico que se oye cada vez que abre la puerta corredera que da a su pequeño jardín me arranca la primera sonrisa.

Protagonizado por el actor Gaëtan Vourc’h, L’Effet de Serge es una suerte de solo acompañado (la presencia de Isabelle Angott es maravillosa), donde Quesne sigue adelante en el que parece un proyecto integral de investigación de la narrativa escénica: este espectáculo empieza con el final de su espectáculo anterior, Big Bang, y acaba con el principio del espectáculo que ha creado después, La Meláncolie Des Dragons, en una concatenación temporal que parece toda una declaración de principios. Algo así como un “yo voy haciendo…” que, aunque vinculado al mercado y la exhibición, se vincula aún más a la experimentación y la creación. No en vano Quesne ocupa el cargo de director del centro dramático nacional de Nanterre-Amandiers desde el 2014.

Su Vivarium Studio, he leído por ahí que la compañía se llama así en referencia a un terrario que Philippe tenía en su casa y que miraba durante horas, nos muestra esta vez una ilusión de sociedad. Serge recibe visitas. Les ofrece algo para beber. Siempre zumo, agua o vino. Siempre en el mismo orden que ahora no recuerdo cuál es. Serge es amable y civilizado con sus invitados pero también mecánico y distante. Su persona aparece como una especie de agujero enorme cuando le vemos en soledad. Se mueve despacio. Todos se mueven despacio. Como si estuviesen suspendidos en flotación o como si les pesase la vida. Se exhiben los trucos uno después de otro, con un protocolo que se repite en la bienvenida y la despedida de cada uno de los invitados, en una monotonía sólo quebrada por la verdadera belleza de todos ellos. Desde el círculo para bengala con música de Handel al experimento visual con láser y música de Cage o la partitura para luces de coche. Todos bellos.

Gaëtan Vourc’h pasa de la inocencia impostada más absoluta en la presentación de estos shows a la disección analítica del truco cuando dialoga con los invitados al final de cada presentación. Como si de repente adoptase el papel de científico, ante el aplauso y las alabanzas de sus espectadores, que opinan y dicen lo que les ha gustado más, se dedica a deshacer la ilusión. Explica absolutamente todo, llevando estos diálogos hacia el ridículo. Y entre el candor inicial y ese desafecto que roza la grosería una se pregunta si es posible que las dos tendencias puedan formar parte de la personalidad del mismo individuo sin convertirlo en un psicópata. Pues sí. El resultado es algo inquietante pero tierno a la vez. La violencia al desvelar dota de violencia a la cordialidad. Expone la violencia de lo social cuando se aferra a la convención. Produce un extrañamiento que Quesne utiliza para criticar el consumo masivo de lo espectacular por ciertos sectores de la sociedad con poder adquisitivo. Pero la magia no desaparece ni con lo crudo.

La penúltima escena de L’Effet de Serge, recordemos que la última pertenece a otro espectáculo a la vez que a este, me emociona enormemente. Después de haberme reído a carcajadas de la desgracia ajena en ese momento en que Serge se golpea contra una puerta justo en el momento en el que la letra de Billie Jean dice “be careful what you do” me sorprende una enorme ternura al observar a un grupo de humanos reunidos, charlando, comentado la jugada. Son Serge y todos sus invitados que se encuentran en la última presentación dominical que vemos. Como quien va a misa. Hablan entre ellos en pequeños grupos, se le explica la función a uno que se ha confundido de hora y ha llegado tarde. Bueno, tarde no, es el típico que llega cuando todo ha acabado. Y ese típico, esa cotidianidad, me da cierta tranquilidad. La misma que me daba, y en realidad me sigue dando, dormirme en casa mientras hay una fiesta o alguien sigue despierto. Es como de tribu. Pero a la vez no. Es saber que hay alguien ahí. En este caso lo que vemos es la ilusión de lo social. Un arropamiento irónico, por lo ficcional, pero un arropamiento al fin y al cabo con algún vestigio de calor que conmueve.

Me recuerda a ese momento en El Gran Lebowsky, en el que El Nota y sus colegas van a ver a su vecino y casero Marty que ha montado un pseudo espectáculo de ballet. Es enternecedor. Es épico. Es emocionante ver a alguien ahí haciéndolo tan mal pero totalmente entregado al intento, con sus amigos entregados igualmente a su intento. Lo que me apena es que no nos atrevamos a hacer más “numeritos”. Que esté todo tan institucionalizado. Que se hagan apuestas a tales o cuales otras líneas de trabajo. Todas sabemos que si no encajas en tal o cual línea no vas a recibir jamás ningún apoyo de ningún tipo. Me entristece que desaparezca la oportunidad de jugar y arriesgar cuando se pone algo en escena. Que como creadores nos censuremos y nos blindemos en dinámicas habituales que nos dan cierta sensación de seguridad, para no arriesgarnos a recibir malas críticas o tener un “patinazo” creativo. Que nos inhibamos para no perder comba en el supuesto campo cultural hegemónico. Y digo supuesto porque como dice Marta Sanz en su No Tan Incendiario el «supuesto campo cultural hegemónico» es una patraña. Así que ya sabéis. Ya podemos alimentar nuestras pasiones desbocadamente y tirarnos al mundo con eso. Porque sea lo que sea ya es. “Vas a enseñar esto? Estás segura? Piénsatelo dos veces”. Pues igual sí. Porque but whatever it is. Y como es is es que ya es, y si existe quizás merezca la pena ser mostrado tal cual. A la brava. Recién levantado y aún despeinado. A mí algunas de esas cosas me gustaría verlas así. Me gusta pensar, como me gusta pensar que a Quesne también, que la necesidad del impulso creativo puede ser expresada de la forma más simple.

De lo de las pelucas voladoras no voy a hablar porque antes de que echasen a volar me había dado cuenta del truco. El hilo brillaba bajo la luz de los focos debido a la leve oscilación de la cabeza de Gaëtan mientras hablaba. Pero no me importó. Me pasé años disimulando que sabía que los reyes eran los padres. Me hacía la dormida cuando entraban a mi cuarto a colocar los regalos y los escuchaba hablar en voz baja. Entonces quería aún más a mis progenitores por preocuparse por mantener mi ilusión. Y los regalos continuaban haciéndome feliz igual. Quesne es para mí con este trabajo Le Père Nöel de las escénicas.

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Arte y política, otra vez

Me da la impresión de que, hasta hace poco, si alguien metía en la misma frase expresiones como “denuncia”, “política” y “arte” muchos nos poníamos a temblar, temiéndonos lo peor. Los que viajaban a América Latina nos contaban que allí la cosa era diferente. Pero si algún latinoamericano nos venía con ese cuento y nos rozaba un poco, salvo contadas excepciones, poníamos cara de “te entiendo y lo siento mucho pero así no”. No es que no estuviésemos lo suficientemente concienciados políticamente, no es que no aprobásemos mezclar arte y política, al contrario, pero preferíamos no abordarlo de una manera tan directa, por respeto, por pudor, por lo que sea. Puede que estos años chungos estén comenzando a hacernos mella o puede que haya muchas maneras de tratar el tema y, quizá, hayamos tenido malas experiencias al respecto que nos hayan dejado un poco traumatizados. Hay de todo, claro, pero algunos de nosotros puede que creyésemos que es bastante obsceno tratar según que temas relacionados con el dolor humano provocado por las injusticias del mundo para montar un espectáculo y que, al final, te aplaudan y te ganes la vida con eso. Pero si eludimos esos temas en lo artístico ¿no estaremos escaqueándonos? Por otra parte, cuando leo o escucho a los que denuncian la poca implicación de los artistas con lo político, exhortándonos, a veces exigiéndonos, que arrimemos el hombro y trabajemos para la causa componiendo música, haciendo películas, escribiendo libros, lo que sea pero centrándonos en una temática política, me dan ganas de desertar y gritarles a los intelectuales del comité central que no hay nada más subversivo que pasárselo bien. Y luego les diría que todo es política, que todo es un acto político.

Pero en esta edición del TNT un considerable número de propuestas eran arte de denuncia, o estaban impregnadas de denuncia política. Y me he encontrado de todo, pero he participado de experiencias muy contundentes en su denuncia política y que, al mismo tiempo, no da vergüenza ajena contemplar en un escenario sino, más bien, todo lo contrario, son bellas y emocionantes a un tiempo.

Anarchy, la sorprendente propuesta de Societat Doctor Alonso con Semolina Tomic ha sido una de ellas. Pero no os voy a hablar otra vez de ella porque ya lo he hecho de alguna manera con esta entrevista a Semolina Tomic y pronto, aquí, también en Mambo, publicaremos un artículo sobre ello.

Veracruz, de Lagartijas tiradas al sol en el TNT

Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa, de Lagartijas tiradas al sol, es otra de esas propuestas que me ha quitado el aliento por su valentía, su honestidad y el respeto con el que Luisa Pardo aborda el tema del asesinato de Nadia Vera, Rubén Espinosa, Alejandra Negrete, Yesenia Quiroz y Mile Virginia Martín. Un asesinato que nos dejó echos polvo hace un año a gente que ni siquiera los conocíamos personalmente. Pero tampoco os hablaré de eso porque ya lo han hecho Ainhoa Hernández aquí y Geraldine L. Guerrero en el blog de El lugar sin límites. Solo os diré que, cuando Luisa dijo que ella nunca se imaginó que Veracruz se convertiría en lo que ahora es, yo pensé que yo tampoco me imagino que España se pueda convertir en algo así. Pero por aquí han pasado muchas cosas en los últimos años y espero, con todas mis fuerzas, que no nos pase como a los veracruzanos. No las tengo todas conmigo, amigos. Ellos también pensaban que no les iba a pasar nunca. Hace 80 años aquí pasaron cosas muy graves. Hace relativamente poco que dejaron de pasar cosas tan graves como para morirse de miedo y, ya ven, el nivel va subiendo. Un día de estos, sin darnos cuenta…

Plácido Mo, de Magda Puig

Pero no, quiero pensar que no. No hay que imaginar futuros potenciales negativos que puedan hacerse realidad. Bórrenlos de su imaginación ahora mismo. Pero eso no quiere decir cerrar los ojos a la realidad. Para que esos futuros potenciales no se materialicen quizá sea necesario fijarse en las miserias que nos rodean. Y eso, a veces, quiere decir hacer un trabajo de campo como el que ha hecho Magda Puig, con Plácido Mo. Coges y te vas a donde están las personas que se han quedado tiradas y duermen en la calle, te vas a hablar con ellos, te enteras de lo que pasa y nos invitas a escuchar su versión. Esa peña no está loca, lo que pasa es que igual nosotros hemos tenido más suerte. Magda Puig lo que ha hecho es invitarnos a salir de la sala y, con la ayuda de un dispositivo móvil que emite para nuestros auriculares, enseñarnos los lugares donde viven los que se han quedado tirados mientras escuchamos sus historias contadas por ellos mismos.

Mos Maiorum en el TNT

La gente de Mos Maiorum, Ireneu Tranis, Mariona Naudin y Alba Valldaura, en cambio, seguramente porque les quedaba bastante más lejos Melilla, han montado un dispositivo para que escuchemos las voces de toda esa gente de uno y otro lado de la frontera a través de sus propias voces, de las de los intérpretes, me refiero. Estamos de pie en la platea de la Nova Jazz Cava, en penumbra, sin sillas, y ellos tres se mueven entre nosotros, transportando sus propias luces, desplazándonos para cambiar constantemente de escenario. Es como un documental pero ellos son todos los personajes, ellos encarnan todas las voces, ellos son los médiums a través de los cuales hablan todas las personas que aparecen en el documental. Un documental sobre la gente que intenta huir de la miseria para alcanzar El Dorado europeo, muchas veces dejándose la vida en ello. Y ellos se convierten en todos los personajes, los que intentan alcanzar la valla, sus represores y los que se encuentran en medio de los dos bandos, y hablan todas sus lenguas, catalán, español, inglés, francés, con todos sus acentos. El dispositivo es sencillo, aunque exige un virtuosismo considerable, pero las historias son complicadas y, sobre todo, jodidas. Y no se salva nadie, ni el apuntador. Ni los gobiernos municipales con las, en teoría, mejores intenciones, como el de Barcelona. Y te hace pensar si no estaremos ya llegando a lo de Veracruz, que lo vemos muy lejos, solo que, dentro de nuestro campo de concentración particular (como dice Semolina Tomic en la entrevista) con estos barrotes de oro, no nos enteramos de nada. Se acompañan con subtítulos proyectados en las paredes, para los que no entienden alguno de los idiomas que manejan. Y también proyectan algunas imágenes, como la famosa foto de los africanos subidos en la valla de Melilla, al lado del campo de golf. Muy difícil lo que han conseguido en Mos Maiorum, qué queréis que os diga. Es tan fácil cagarla en algo así. Es un tema tan delicado.

birdie

A continuación de Mos Maiorum vimos Birdie, de Agrupación Señor Serrano. Unos decían que qué bien compuesto estaba el festival, precisamente por esa coincidencia. Otros pensaban que no ayudaba mucho, porque se prestaba a comparaciones. En cualquier caso, el tema era el mismo. Incluso compartían la misma imagen fetiche: la de los inmigrantes en la valla y el campo de golf. A partir del análisis pormenorizado de esa imagen se desarrolla una gran parte de Birdie. Los Señor Serrano tienen ya un estilo muy definido que se mantiene en esta pieza: proyección de vídeo gigante y manipulación de objetos en escena para construir una película en directo con la ayuda de una cámara. La realización es impoluta, hiper-tecnológica (increíble el efecto del láser atravesando el humo sobre el espacio de los espectadores, creando figuras geométricas que parecíamos atravesar desde las butacas), todo está medido y les sale muy bien, parece que estemos viendo la tele, hacen hasta animaciones con gráficos, los performers recogen todos los objetos que estaban esparcidos sobre el escenario en las dos famosas maletas (en las que caben todas las escenografías de los Serrano) antes de que acabe el espectáculo (qué gran idea,  pensé, me la apunto). A mí me pareció la mejor de todas las que he visto del Señor Serrano, y he visto las cuatro últimas. Pero muchos se preguntaron por qué ni siquiera salió a saludar el africano que se miraba todo el espectáculo sentado en una mesa, de espaldas al público, con la misma indumentaria que los africanos de la valla, los de la foto. Todo tiene una explicación, claro, que no seré yo quien desvele (lo harán ellos, si quieren). Y, por supuesto, las comparaciones son odiosas. Pero si los Señor Serrano, que deberían ser algo así como el puto mainstream a estas alturas, aún tienen que mendigar que les dejen actuar en los principales teatros de Barcelona, pues el resto ya te digo.

 

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Fiesta

rodrigo

Rodrigo García inauguró el TNT de este año con 4, una pieza que se llama así por los cuatro intérpretes que le acompañan desde hace ya tanto tiempo: Núria Lloansi, Juan Navarro, Juan Loriente y Gonzalo Cunill. Cuatro performers que son una especie de dream team escénico, con una larga trayectoria a sus espaldas, y que siempre da gusto ver sobre los escenarios. El Teatre Principal de Terrassa, con su platea y primer piso, estaba prácticamente lleno el jueves por la noche. Vino mucho público de Barcelona al reencuentro con Rodrigo García, al que no veían desde hacía muchos años (la última vez en el Lliure, eran otros tiempos), pero también gente de Terrassa, como tiene que ser.  Como hace tanto tiempo que nadie lo programa en Barcelona hubo gente que el jueves lo descubrió por primera vez,  un tanto abrumados por lo que los más veteranos dicen de él: que si es alguien fundamental en la escena española, que si ha influido a tantos creadores locales, que hay que verlo aunque a mí me gusta más Angélica Liddell porque el punto de vista de Rodrigo es excesivamente masculino, que si matar a una langosta en escena para cocinarla es denunciable o simplemente denuncia la hipocresía, que si escribe como dios… Lo que vimos fue algo reconocible, marca de la casa, con sus animales en escena (unas gallinas con zapatillas deportivas a las que Juan Loriente se metió en los calzoncillos), sus textos proyectados (un recurso ahora ya común), sus monólogos dichos con ese tonillo característico de los actores de Rodrigo (algunos dicen que viene del acento cántabro de Juan Loriente, el más veterano), sus performers revolcándose en alguna sustancia viscosa (esta vez Juan Navarro y Núria Lloansi con la ayuda de una pastilla gigante de jabón de Marsella que preside la escena), sus imágenes que se te incrustan en el cerebro (Juan Loriente jugando a frontón contra una pared donde se proyecta el cuadro El origen del mundo de Gustave Courbet, que se convierte en la imagen de un coño real a fuerza de golpearlo con la pelota de tenis), y sus músicas (la Cuarta, 4, de Beethoven)… También vimos drones sobrevolando el escenario y la conversión de un par de encantadoras niñas de 10 años en modelos hipersexualizadas. Escuchamos cosas que sabemos que no piensa (como que hay que pegarles un tiro a los viejos) pero que provocan cortocircuitos en nuestras cabezas y vimos cómo promovía una burda participación del público (que sube al escenario para bailar cumbia), para atrapar a uno de ellos, meterlo en un saco y que Núria Lloansi lo entreviste, también embutida en un saco, sobre posturas sexuales, advirtiéndole antes de que odia eso de sacar a gente del público a escena (hago una cosa pero pienso otra, dadle vueltas al coco). Sus seguidores se dividían entre los que piensan que ya está viejo (ahora acaba de dirigir una ópera, parece que va a repetir, a ver dónde acaba), los que creen que sigue en forma (¿quién aguanta 20 años sacando discos que aún se puedan escuchar?), los que piensan que cada vez está más lírico, volcado en la búsqueda de su esencia más íntima, y los que les parece fatal que siga repitiendo lo mismo después de tanto tiempo. Muchos se alegraban de volverlo a ver porque apenas hay oportunidades. Los críticos dijeron que esta no les había gustado mucho. Otros críticos dijeron que, a pesar de todo, era hipnótico ver a esta gente en escena y que Rodrigo es tan fino, cada vez más, domina tanto sus recursos escénicos… Noté que los que lo descubrían por primera vez estaban deseando mostrar sus reparos, buscarle los tres pies al gato, enfrentarse al hechizo que parece embrujar a los que siguen la trayectoria de Rodrigo García desde hace tantos años y declarar que no habían volado, aunque les costase encontrar argumentos para cargárselo. Y estuvo muy bien que se esforzasen para encontrar fisuras y que las encontraran. Hubo gente que, después de años, volvió al teatro. Como siempre, hubo gente que se levantó y se fue. Lo mejor, a parte de la experiencia estética e intelectual, fue las excitadas conversaciones que se dieron a la salida del teatro, donde una hora más tarde aún quedaba una multitud de gente. Una fiesta.

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Extraños mares arden

Cartel de Pacífico #3. Extraños mares arden.

De camino a Madrid, cerca de los Monegros, escuchamos el grupo Quilapayún, suenan las letras de Pablo Neruda, donde narra la matanza de Iquique. En una escuela, encerrados, trabajadores mineros de las salitreras de la Pampa son aniquilados. Mi padre me dice que hasta hoy (aquí, en este coche) siempre había llorado con este disco. Hoy, aquí, en este coche, en cambio, le parece que la calidad artística de este grupo no es buena.

“Yo siempre he creado desde la rabia, pero mi deber es hablar de amor”.

En Pacífico #3. Extraños Mares Arden, el último trabajo de Txalo Toloza, junto a Laida Azkona, recién estrenado en el TNT, estas palabras del poeta chileno Raúl Zurita se hacen obra.

“Lo que procuro transmitir es que no iremos a ninguna parte en nuestro estudio de la agresión si en nuestra mente la tenemos inextricablemente ligada a los celos, la envidia, la ira ante la frustración, la operación de los instintos que denominamos sádicos. Más básico es el concepto de la agresión como parte de un ejercicio capaz de llevar al descubrimiento de los objetos externos”  (Winnicot, 1970)

(Capaz de llevar al descubrimiento del amor)

La primera vez que fui al museo Guggenheim de Bilbao yo tenía 14 años. Visitar el museo se convirtió en cita obligatoria para todos los alumnos y alumnas de las escuelas vascas. Nadie nunca nos explicó quién era el tal Guggenheim, ni cuál era el sustento económico de un proyecto como aquel. Para eso, he tenido que esperar veinte años. Fuera ya del entramado educativo (público). Me he sentado en una butaca de la Sala María Plans (Terrassa) y la Historia cual rizoma (mía, tuya, de ellos, de aquella, entonces, aquí, allí, siempre) ha inundado mis sentidos, mis memorias, mis odios (Y ahora, ya sé, ya sé un poco más. Ahora, ya comprendo, ya comprendo un poco más. Ahora, ya odio, ya odio un poco más. Ahora tolero más la belleza).

En mi cuaderno encuentro: Arte de acción/ Desierto/ Plástica/ Capitalismo/ Recuperar el Folk/ que le baile a la virgen/ Ritmo/ Dios de los mineros aborígenes/ Historia/ Chuquicamata/ ¿Simbolismo de la máscara?/ Dummies/ Recuperar a la Diosa/ Atacama/ Art-Attack/ voy a hablar de que mi familia se ama/ el cuadro / La contemplación de un cuadro/ Salitre/ Profundidad, lejos/ Paisaje/ pese a todo, esto sigue siendo bello/ Minotauro hecho mujer/ diablada.

Lo primero que me hizo temblar fue el sonido de un órgano. Todo se veía negro. Pero de invisible no había nada, porque todo temblaba. Con la luz, se me apareció una instalación, de focos, pies de micros, calavera swarosky. Creo que fue entonces cuando el texto se empezó a proyectar. Justo, cuando Txalo pasaba la mopa por el escenario. En ese momento en el que Laida y Txalo se miraron. Cuando emergía el placer en sus caras por el mirar, yo, ya, me quedé con ellos. Esos ojos eran el atenuante que calmaba mi opresión y mi conmoción, a medida que los textos, y con ello la historia de Atacama, sus gentes y sus no tan gentes, avanzaba.

Ver telas que se despliegan, como sábanas que se despliegan, siempre en dependencia, me atrapa. No es lo mismo desplegar y colocar una sábana solo o hacerlo con alguien, el dos aquí me parece maravilloso. La superposición de los tiempos, en esa sencilla práctica de desplegar una sábana y dejarla posar. Algo se para, y se le da espacio a lo bello, a la suspensión. Ceder el tiempo, ceder un poco de tu tiempo, para que lo absurdamente bello sea, aligera el vivir.

Foto: Voltar i Voltar. Click en la imagen para leer lo que ellos han escrito sobre Pacífico #3.

Laida nos mira, tiene una máscara de cuernos enormes y cara de dragón entre sus manos. Se la coloca con lentitud. Su cuerpo está contenido, compacto. Las manos suben despacio, la máscara parece pesada. Sus piernas están abiertas a la segunda, en paralelo. Coloca los brazos, en los costados de su torso. Sus manos parecen tocar, no están posadas, están tocando. A cuatro patas, con las rodillas elevadas del suelo, la máscara nos mira. Se desplaza en la horizontal, a veces apoya una rodilla, es cuestión de señalar, la esfinge, camaleón al sol, león, el animal y la quietud. Entre la contemplación y la amenaza. Entre el reposo y el ataque. Sus piernas se abren, súbitamente, aparece su sexo, es mujer, se cierran, súbitamente, el sexo desaparece, es un animal. Sus brazos se elevan, las palmas de las manos miran hacia el cielo, los codos se doblan. Parece egipcia, pero es un Minotauro hecho mujer, diosa de los mineros aborígenes. Que, en las llanuras de Atacama, deja reposar su cuerpo, lo posa. Lo posa para nosotros, para nosotras, las que la contemplamos desde estas butacas. Mientras nos mira, nos deja mirarla. (Nunca llegaremos a tocarla)

Verás un mar de piedras
Verás margaritas en el mar
Verás un dios de hambre
Verás figuras como flores
Verás un desierto
Verás tu odio
Verás un país de sed
Verás acantilados de agua
Verás nombres en fuga
Verás la sed
Verás amores en fuga
Verás el poco amor
Verás flores como piedras
Verás sus ojos en fuga
Verás cumbres
Verás lagartijas en las cumbres
Verás un día blanco
Verás que se va
Verás no ver
Y llorarás

(Diálogo de Chile, Raúl Zurita)

 

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