Dialogar con Platón parecería una estupidez a día de hoy, algo innecesario, tarea de señoros, un ejercicio casposo, superado, en fin, fuera de onda o que ya no puede interpelarnos. Sin embargo, curiosamente, ahí están las pensadoras y las artistas trans, de alguna forma más o menos velada, dialogando con Platón, una y otra vez, dándole la vuelta como un calcetín a las ideas fundacionales de nuestra cultura de la representación y haciéndolo con la sabiduría escénica, que es la sabiduría del sortilegio, de la inversión, de todo lo que parece ser, la sabiduría que siempre dio por perdida la verdad de los cuerpos. Después de ver Symphony of the seas, la pieza que Sara Manubens presentó del 14 al 17 de marzo en el Antic Teatre, no pude dejar de pensar en el texto trampa metafísica de la filósofa McKenzie Wark, y, claro está, no pude dejar de pensar en Platón.
De la misma forma que a Platón le preocupaba la fuerza política de las representaciones escénicas, Symphony of the seas es una de esas piezas que pone de relieve con enorme sensibilidad cuestiones políticas que nos urge atender como comunidad. Sara Manubens propone una teatralidad políticamente subversiva a través de la experimentación artística, es decir, propone una teatralidad que politiza las formas estéticas de nuestro tiempo para visibilizar y defender la legitimidad de formas de vida afuera del poder, y lo hace a través de los usos del cuerpo escénico, de los usos del espacio y de las convenciones escénicas, no discursivamente, no lógicamente, no literalmente, sino somática y teatralmente, puesto que Symphony of the seas es una pieza que nos invita a percibir conjuntamente los espacios de posibilidad en los que un cuerpo existe, a pesar de todo y de todos, un cuerpo que deviene, se desmorona, se recompone, se esconde, deja de ser, aparece y se oculta para volver a aparecer, un cuerpo en transición escénica, un cuerpo que pone en duda las verdades de la representación y de sus leyes, unas leyes que se remontan ni más ni menos que al viejo platonismo.
Sabemos que para Platón (así lo leemos en el libro X de La República) la re-presentación de la cosa o copia de la cosa conlleva una degradación metafísica respecto a la cosa misma. La re-presentación de la cosa siempre es cualitativamente menos que la cosa. La cosa, asimismo, será una realidad menor a la idea de la cosa. En esta suerte de escala de realidades de menos a más, el cuerpo siempre es sospechoso, y el cuerpo travesti, tal como nos dice Manubens en su manifiesto, será el cuerpo menos real, el menos verdadero, la cuerpa más fake, la realidad más tramposa. El cuerpo travesti es la mala copia de una cosa ya, de por sí, sospechosa. El platonismo y posteriormente el neoplatonismo atribuyó a las representaciones una condición fantasmal y asimiló las imágenes a las apariencias, empeñándose siglo tras siglo en buscar la forma pura detrás del caos matérico, insistiendo en dar primacía a lo único entre lo cambiante, afianzando una verdad por encima, siempre por encima, de la condición mentirosa de la representación.
Qué perverso nombrar cosas más verdaderas y copias más falsas, qué horror produce establecer regímenes éticos a partir del atributo de verdad en los cuerpos. La perversidad llega hasta nuestros días, cuando las ideologías fascistas y terfas siguen atribuyendo la verdad a unos cuerpos y la mentira a otros, como si algunos cuerpos fueran menos reales, meras representaciones, y por ello merecen vivir menos. Me pregunto si, a todo esto, el cuerpo travesti será ese devenir al que todas las cis-género debemos volver, si no será el cuerpo travesti el sujeto privilegiado no solo de la escena mentirosa, sino de la mismísima realidad verdadera, pues si desde el génesis las mujeres-cis hemos sido asignadas como realidad segunda, bajo los atributos de la sospecha y de la mentira, ¿no debemos renegar de nuestra cis-verdad para posicionarnos con nuestras compañeras en el lado de la representación mentirosa? Puesto que nunca fuimos del todo verdaderas, siempre un poco actrices, dramáticas, histéricas y comediantes, ¿no deberíamos aceptar nuestra condición engañosa y aprender de las compañeras que a través de la trampa defienden nuestra vida?
Pero siguiendo con Platón, para el filósofo vemos que lo importante no es que la re-presentación sea una realidad degradada y por ello inadmisible. Lo que le importa a Platón son los efectos negativos que esas realidades sospechosas producen en los jóvenes de la polis y en su educación. A Platón le importa el teatro porque le importa, por encima de todo, la educación de los jóvenes en la ciudad. Airado, Platón se hace cruces del impacto, del pathos generado, del caos emocional, de la confusión que puede producir en los jóvenes la escenificación de pasiones, haciendo que estos sientan de forma mentirosa todo lo que la ley verdadera recomienda no sentir. Platón quiso expulsar el teatro de la ciudad porque el teatro es la forma privilegiada en la que los cuerpos se transforman sin dañarse. Eso Platón lo sabía. Y también sabía que nada puede hacer la relación socrática del maestro y del aprendiz, nada puede hacer la filosofía, nada puede hacer la línea inequívoca de la verdad en la educación de los jóvenes, nada, absolutamente nada puede hacer el saber del logos contra el saber de los cuerpos en transformación colectiva cuando coexisten en el espacio de la representación.
Recordemos ahora que es el mismo Platón quien funda la idea de mímesis como copia, quien configura la diferencia cualitativa entre la representación y la cosa representada; pues bien, el solo hecho de producir esa diferencia esconde una suerte de estratagema; la diferencia entre la representación y la cosa es ya una dicotomía tramposa per se; Sara Manubens, que es, a mi parecer, una de las artistas escénicas más inteligentes de nuestro panorama, sabe bien de qué estratagema, de qué trampa estamos hablando. Y la juega toda a su favor, la juega metafísicamente, claro está, pero lo que me parece más relevante, la juega políticamente. Igual que Platón sabía que debía poner metafísicamente por debajo la capacidad de los cuerpos para performarse con el objetivo de preservar la justa y verdadera educación en la polis, Manubens sabe que para poner en jaque la ley de la verdad, de la verdad del género, de la verdad biologicista y terfa de los cuerpos, de la verdad de la actriz, de la verdad del teatro, debe desencajar el aparato de verdad como diferencia performativa, pues performativa es también la diferencia entre el cuerpo verdadero y su falsa representación. Por eso Sara Manubens comprende que lo teatral es siempre, antes que nada, un fenómeno travesti, por eso usa la escena como un juego de creencias, como un juego de pretextos, como espacios y tiempos en transformación, asistimos a la sala del Antic y vemos la sala del Antic, pero también el escenario de Symphony, vemos la sala del Antic y jugamos con ella a hacer como si existieran unos camerinos, una escenografía que no está, jugar a hacer como si existiera un adulador, como si existiera un público expectante de una obra que es y no es. O que no llega a ser. Porque bajo el régimen de verdad es imposible llegar a ser. ¿Symphony nos miente? A final de cuentas, un cuerpo que dice ‘’miento’’ bajo el sortilegio de la representación es una lanza contra el régimen de verdad, pues está siendo el más verdadero. Si lo representado es falso y sabe que lo es, ¿representamos falsamente bajo lo verdadero? Veo lo representado gritar, llorar, reír, existir, y lloro y río con lo representado. ¿Por qué es menos o por qué debe ser mentiroso? ¿Acaso se levantó un cuerpo para gritar ‘’yo soy verdad’’? No. Estamos en el Antic y no estamos, vemos y no vemos, vamos de un lado al otro con cada juego que Symphony nos propone, hasta que las exigencias de la escena, las exigencias de ser algo de verdad se vuelven insoportables para la performer, que ya no puede más, que ya no puede hacer más. Y es entonces cuando aparecen en escena unas chavalas. ¡Son las jóvenes de nuestra polis! Vienen de la ciudad para hacerse suyo el espacio de representación, para bailar en ejercicio de lipsync la canción de 4 Non Blondes Whats going on. Unas chavalas que junto a Symphony llenan la escena con la fuerza de un manifiesto »aquí estamos, todas nosotras, que sois también vosotras, existimos y lo hacemos con el goce del juego, el goce del humor, el goce de la ternura de los cuerpos que están en constante transformación, mucho más allá de la verdad y la mentira’’ O todo eso sentí yo que me decían.
Symphony of the Seas es una pieza articulada con la sensibilidad política que necesitamos, y digo necesitamos, porque es necesario que las artistas como Sara Manubens gocen de la centralidad y de los espacios de visibilización que deben darse a las artistas que están proponiendo, aquí y ahora, aperturas del lenguaje teatral, que con su práctica artística y a través de su práctica artística, dan legitimidad a las formas de vida que deben ser defendidas con uñas y dientes. No dejo ahora de pensar en cómo debemos atender, escuchar, dar todo el espacio posible, toda la visibilidad, toda la atención y ceder, dejar, traspasar el privilegio para las compañeras travesti y trans, puesto que son ellas quien están proponiendo pragmáticamente y teóricamente la politización de formas artísticas que irrumpen en los lenguajes escénicos, que son también lenguajes políticos, y por ello efectivos para la transformación social, tal y como Platón nos enseñó a su pesar.
Texto de Núria Corominas
Imágenes de Alessia Bombaci