Me sigue fascinando cómo la maquinaria masculino-centrada sigue operando en nuestros corazones, una evidencia palpable de la falta de actualización política del sector artístico, de que todavía se necesitan más cuerpos que luchen desde diferentes prismas, condiciones, realidades, contra esa mirada masculinizante que rige también nuestras opiniones artísticas. Las espectadoras de Artes Vivas no estamos libres de ello, al contrario, muchas veces valoramos los trabajos artísticos en relación al género y la sexualidad normativos, es decir un filtro antiguo que afianza un sistema de valor que solo beneficia a un tipo de persona. No sólo por una cuestión de representación de cuerpos en escena sino también por la jerarquía de atenciones que damos a ciertos aspectos de la creación. La manera en la que se aborda y se valora lo artístico también tiene que ver con el género y sus ficciones.
Carolina Mendonça y Lara Ferrari generan las condiciones para que algo ocurra. Ese algo es un proceso de escucha pero también algo más. Para activar un proceso de escucha se necesita primero generar las condiciones para poder hacerlo: ‘Podéis escuchar a través de mí’, dice una de las intérpretes. Un sonido fluido pero metalizado recorre toda la performance, un silencio visual profundo, labios vaginales que se mueven, luces que balbucean: una dramaturgia de bisturí. Las performers escuchan con los pies, una especie de práctica activista y feminista que invierte y que remueve, que da la posibilidad de abrir espacio para las monstruosidades. Escuchar es política y también tiene que ver con la construcción social del género. Algunas no hemos tenido otro remedio que escuchar. Mejor, escucharnos entre nosotras. Cantarle a nuestra amiga lo que nos está pasando. Escuchar también es saber sujetar a la otra, cargar con ella cuando no puede más, arrastrarla hasta la pared para descansar juntas. Y escucharnos a nosotras mismas implicará saber qué es lo que tenemos que decir. Sólo escuchando la rabia que recorre nuestras venas podremos organizarnos.
Carolina Mendonça lee un texto autobiográfico sobre una situación de abuso. A partir de aquí, todo viró de sentido. ¿Qué ocurre con el escándalo? Rebelar un escándalo común en un espacio público genera incomodidad. Más aún en un teatro, cuando una no puede escapar. El cuerpo a cuerpo del relato en primera persona de un abuso sexual es una palanca entre mundos, el mundo de la escucha y el mundo de la violencia. Pareciera que estamos acostumbradas a los relatos violentos, la Danza siempre ha tendido a abordar el horror y la crueldad. Quizás porque el cuerpo que habla sólo puede hacerlo a través de sus heridas o el baile siempre fue un acto de sanación colectiva. La Danza no suele nombrar, de hecho su terreno favorito es la abstracción ambivalente, la ultra-subjetividad. Cuando la Danza se dispone a nombrar caen caretas y llueve sangre, pero si nadie está dispuesto a escuchar ¿de qué le sirve a la Danza llevar a cabo este sobre-esfuerzo? Habrá que habilitar espacios de escucha, para que el nombramiento no sea en vano. Y sí, somos espectadoras de las Artes del Movimiento. Y quizás todavía no hemos aprendido a escuchar la literalidad de las cosas. ¿Quién se puede permitir abstraer o poetizar un episodio de violencia estructural, patriarcal y machista? El que no lo ha sufrido, al que no le ha tocado. El poder del relato literal y también su peligro es que puede tocarte de nuevo. Y lo hace. El abuso sexual nos toca y nos hiere. Es complicado escuchar eso, es complicado explicarlo. Desde luego, no es un espacio seguro. ¿Es pertinente contarlo? ¿Es pertinente hacer uso de ello dentro de una práctica artística que toma los procesos de escucha como motor? Pues bien, estamos rodeadas de narrativas cis-masculinas en el centro de la actividad teatral. Cuando una mujer cis habla de la suya en su espectáculo mucha gente pone en duda lo necesario del relato. El género interfiere en la crítica y en la tasación artística. El sistema de valoración del Arte no es igual para todes.
Zones of Resplendences es una dramaturgia que mueve imágenes, por tanto energías, una operación vibracional que permite hablar y que permite escuchar. Carolina Mendonça es dramaturga de lo que no se puede ver y de lo que difícilmente se puede nombrar. Un movimiento de energías a través de operaciones coreográficas que mueven circunstancias, fantasmas, condiciones, sombras y decibelios. Estas y otras magias traen un nuevo sentido de lo coreográfico, empujan y mueven inmaterialidades del cuerpo: una coregorafía del devenir. La imagen ahora es envolvente, incluso en una disposición clásica del teatro. Carolina Mendonça y Lara Ferrari invocan ‘la cosa’. Y ‘la cosa’ ocurre. Aconteceu. Y eso es todo.
Sara Manubens
Imágenes de Mila Ercoli