La danza dancística resulta siempre mortecina, pero el baile de la vida es exuberante. (Dick Higgins, “Un manifiesto ejemplicista”, 1976)
Cuando trabajas en uno de ellos, a menudo sientes que los museos no son tanto la casa de las musas como un cortijo para las preocupaciones profesionales de conservadores y restauradores. Por eso, y como antídoto ante ciertas formas de hacer de estos gremios, desde hace unos años me suelo hacer una pregunta al pensar en las mías: “¿cuál es (en qué podría consistir) la vida de esta obra concreta?”.
¿En qué consiste la vida de una obra de “artes vivas”?
Como un pequeño adelanto publicado en redes antes del estreno de la pieza en el Festival Sâlmon, Kike y Jesús anunciaban de Paisaje tres: “solo diremos que cuando la pieza acaba, continúa”. Que tal (aparentemente) enigmática declaración no era mero postureo se evidenció nada más entrar a la sala del Antic Teatre, porque desde el principio se nos hace caer en la cuenta de que la pieza está ya, de hecho, sucediendo antes de entrar unx ahí.
La luz está encendida y vemos dos cuerpos a lo suyo, calentando y hablándose, no entre cuchicheos pero sí entre sí. Se inclinan el uno hacia el otro, se mueven por el espacio, ensayan algún gesto,… Muestran maneras muy diferentes, pero parecen entenderse en ese lenguaje del aquí, ahora, en esto que todo lo enuncia en pequeño. Kike se acerca al interruptor y lo apaga. Luna hace la luz. Kike va vestido de Kike y Jesús de Jesús. Es una decisión que, por ir de suyo, se le ocurre solo a alguien como Ale. Todo encaja. Y se hace de día a distintas horas y pasa la noche y se suceden cuadros como otros cuadros que pasan, que siempre están pasando. Como los cuadros del Paisaje uno y Paisaje dos: las vidas de Paisaje tres antes de ser tres los paisajes de Kike y Jesús. Pero es que antes del uno estuvo esa primera vez en que bailaron a dúo en la calle en Madrid, alrededor del año en que María dejó escrito: “En una nave vacía y preciosa, antes y en secreto, como las mejores veces de todo” y lo leemos ahora, en las postales rojas de 1 de abril.
La vida de Paisaje tres se encuentra pegada a las vidas de Kike y Jesús, y esto se hace tanto más interesante e invitante cuanto que no se trata de la vida atada a una biografía, sino a lo vivo que la rodea. Por eso maravilla ver esos cuerpos que bailan como indiferentes a un público, como limitándose a ser-estar ahí.
Leo que fue el filósofo George Berkeley quien en el siglo XVIII desarrolló una teoría metafísica denominada idealismo subjetivo según la cual “ser es ser percibido”, y me doy cuenta de que a día de hoy se ha instalado como una ideología que empapa nuestra cultura y anega nuestras vidas. Pienso que los paisajes de Kike y Jesús pertenecen a esa clase de obras que tienen la virtud de, por los sentidos, hacernos sentir que existe mucho más ser. No relatan ni codifican, sencillamente los hacen pasar bailando.
¿Y qué nos pasó en el Antic? “Qué bonitos son”, le oí decir a L una fila atrás como haciéndose eco de un pensamiento que subía desde la fila de alante. Y a S que hubiera acabado bailando abajo ella también, con ellos. Y a G que volver a ver a Jesús le hizo añorar un Madrid al que no había prestado tanta atención cuando vivía en Madrid. Creo que a esa vibración afectiva que en la sensibilidad produce contemplar el paisaje que Paisaje tres da a ver Kike y Jesús lo llamarían, sin más, “amor”. Qué alegría saber que en Madrid se dan paisajes así; qué bien con piezas así poder aprender a verlos.
Créditos de Paisaje tres
Coreografía: Kike García y Jesús Bravo / Interpretación: Kike García y Jesús Bravo / Escenografía y vestuario: Luna Miranda / Diseño de luces: Luna Miranda / Música: Ivankovà, Difunta Calva / Dirección artística: Alejandro Simón / Postales: María Salgado / Producción y estreno Festival Sâlmon, Barcelona (Antic Teatre, 15, 16 y 17 de febrero de 2024).
Fernando López