Cojo un tren a Valladolid invitado a la jornada ‘Materiales de derribo’. Voy temprano, tengo tiempo. En el tren leo el último Premio Herralde, El desierto blanco de Luis López
Carrasco, director de cine responsable del fantástico documental El año del descubrimiento (es, sin duda alguna, uno de los documentales más importantes que he visto en mi vida). Leo el tercer capítulo de la novela. Se titula: Marte florecido. En él, una voz habla de su relación y la vida de su familia política, traza una suerte de biografía íntima-política de sus suegros. Leo. En un tren, en medio de Castilla, termino el capítulo que cierra así: “Siempre he visto la nieve como un desierto blanco. En los páramos de Castilla, desde el coche o el tren, cuando iba al norte a ver a mi familia. Espero poder observar ese desierto blanco al que nos encaminamos como un paisaje nevado. El chal de lana me acompaña” Miro por la ventana. Estamos llegando.
En Valladolid salgo de la estación sin pensar mucho y camino por un inmenso bulevar. Ha llovido y el suelo está mojado y pienso en que no he cogido el paraguas. Luego pienso que qué suerte poder caminar sin rumbo y dedicarse a pensar. Dejar que la voz interior se pierda igual que me pierdo yo al caminar. Cuando decido mirar dónde estoy me doy cuenta de que estoy cerca del Patio Herreriano así que lo tomo como una señal y entro. Allí paseo por los ‘Pajarazos’ de David Bestué y me acerco a la carta blanca de Cabello / Carceller. En una pared de la exposición leo: “No parece posible responder a la necesidad de evidenciar el carácter performativo de las estructuras sociales, incluidas aquellas que actúan en lo más profundo de nuestra psique, sin aludir al uso y abuso de la violencia en el ejercicio del poder y a sus consecuencias. ¿Cómo pueden nuestros aprisionados yoes responder ante la complejidad de los mecanismos empleados por su control? No tenemos instrucciones que nos guíen a quienes buscamos liberarnos. La filosofía, la literatura, el cine… sirven de apoyo, nos ayudan a situarnos en contexto, a entender los porqués. Los textos tienen sus propios ritmos y también en ellos se encuentra el placer. Los cuerpos buscan esos ritmos, los entienden y traducen, experimentando construyen a su manera sus propios poemas visuales.”
Por la tarde me dirijo al LAVA dónde tendrá lugar por quinto año ‘Materiales de derribo’ organizado por el Máster Oficial de Pensamiento y Creación Escénica Contemporánea que se enfoca en crear vínculos entre las raíces filosóficas y las fuentes artísticas. Dos de sus alumnas recién egresadas muestran sus trabajos fruto de su investigación artística. Las jornadas, creadas para ofrecer un contexto en el que poder seguir pensando la creación y el lugar de las enseñanzas artísticas se abren con un debate entre José Manuel Mora, dramaturgo y director de la ESADCYL y Javier Hernando, mi compañero en Los Bárbaros y profesor del Máster: la metáfora del espejo para construirnos vs. la producción de nuevos relatos. Pienso que en un evento en el que se hablará mucho de que los artistas deben responsabilizarse de los signos, también está bien que las instituciones (como un Máster) se hagan cargo de las personas y creen formas como estos ‘Materiales de derribo’ para continuar, para continuar pensando, pues la enseñanza, ese bucle entre “metafísica y oficio” (JMM dixit), necesita de paseos largos, muy largos, ¿infinitos?, en los que no necesariamente se llegue a ninguna parte y sin embargo no estemos solos.
La primera es Cristina Garrido con El trabajo duro no siempre es sudor. En el escenario hincha globos sin parar mientras escuchamos una suerte de cuaderno de notas con propuestas, deseos, datos, pensamientos, que siempre apuntan hacia la construcción de lo inútil. Una cita proyectada abre la pieza: errar humanum est y luego una proyección de gente que pasea sin rumbo. Así, errar y errar se hermanan. Equivocarse e ir a ningún sitio. En una suerte de elogio de lo improductivo, de hacer para nada, de rellenar trozos de plástico con aire, de buscar un gesto poético que abra una grieta en el capitalismo. Al ver la pieza recuerdo las palabras de Cabello / Carceller en el museo. Una frase de Cristina Garrido queda flotando en mi cabeza como un globo sin dueño: “la cultura empieza donde acaba lo útil”.
La segunda pieza de Lucía Luquin: El baile de la era en la era actual. Un grupo de jóvenes sobre el escenario se las ve con las formas de una coreografía que no les pertenece, antigua y remota. En su empeño fracasan, pero en ese fracaso crean una tensión, un conflicto, entre dos mundos, dos tiempos, dos espacios. ¿Cómo nos relacionamos con la tradición? Y entonces: ¿cómo se relacionan nuestros cuerpos? ¿Qué es la herencia? ¿Se puede/debe continuar con una tradición familiar? ¿Qué implica sacar una danza de su pueblo en Navarra y mostrarla sobre el escenario del Laboratorio de la Artes de Valladolid? Pienso al verla en la protagonista de la novela de López Carrasco hablando con su suegra, dos generaciones que intentan encontrarse como adultas y decirse algo secreto, algo que no se habían dicho nunca.
Después, hablamos sobre las piezas, quizá el momento que daba sentido al viaje. Pensamos juntos, con el público, con las artistas, con algunos profesores del Máster. ‘Materiales de derribo’, construir algo en una realidad en ruinas, ser joven y pensar el mundo, hacerse cargo de los signos, observar vaciándose, imitar haciendo, deshacer pensando y volver a hacer. Alargar los gestos. El pensamiento crítico como cirugía, la pieza por encima del creador, el error como ventana para repensarse.
Casi pierdo el tren de vuelta. Corro muchísimo para llegar en hora, corro hasta que las piernas se me ponen como palos y casi no puedo ni respirar. Luego el tren llega tarde. Como si la vida quisiese decirme algo. Algo así como que para qué correr si luego hay que esperar. Quizá merezca la pena empeñarse en el paseo. Me quedo pensando en eso.
Miguel Rojo