El verano ha traído a Barcelona un calor en el que nos cocemos a fuego lento. Este calor sólo invita a ir a la playa, huir de la ciudad o buscar un refugio climático. Los museos o los centros de arte suelen ofrecer ese refugio. Las exposiciones ofrecen esa temperatura refrigerada ideal para no sucumbir a estos calores apocalípticos. En la entrada a la exposición Sade, la libertad o el mal, que se puede visitar hasta el 15 de octubre en el CCCB, se advierte al visitante de que la temperatura es incluso un poco más baja de lo que la ley permite, acogiéndose a la excepción prevista en el caso de objetos de arte que requieran una baja temperatura para su conservación.
Pero si lo que andamos buscando es una exposición de objetos de arte quizá no es esta nuestra exposición. Sade es más bien una exposición filosófica. No es que no podamos encontrar una larga lista de objetos artísticos en forma de pinturas, fotografías, cómics, libros, instalaciones, películas, vídeos o registros de piezas escénicas o performances firmados por artistas tan heterogéneos como Salvador Dalí, Man Ray, Buñuel, Joan Fontcuberta, Pier Paolo Pasolini, Teresa Margolles, Robert Mappelthorpe, Carles Santos, Joan Morey o Angélica Liddell. Pero sobre todo predominan la reflexión y los diálogos filosóficos, como los que sostienen las filósofas Ester Jordana, Laura Llevadot, Marina Garcés y Marta Segarra con Michel Foucault, Maurice Blanchot, Gilles Deleuze y Simone de Beauvoir.
A pesar del aire acondicionado una visita rápida quizá nos acalore un poco. El contenido de alto voltaje erótico y las escenas alrededor de lo que desde el siglo pasado se conoce como sádico pueden tener ese efecto. Por eso es la primera exposición para mayores de dieciocho años en la historia del CCCB. Pero si el tema y sus múltiples ramificaciones nos atrapan lo suficiente puede que las horas se nos pasen volando (la entrada vale para todo el día y para volver otro día también si te apetece) y que el ambiente nos invite incluso a hacer uso de una recomendable chaquetilla.
Pero ¿por qué Sade? ¿Y por qué esa dicotomía entre la libertad y el mal?
Lo primero que llama la atención en la exposición es que conocemos sólo una parte muy pequeña de la obra de Sade. Lo que Sade quería hacer en su vida era escribir, novela, ensayo o teatro. Pero muchos de sus escritos se han perdido. De los que han llegado a nuestros días se conoce sobre todo su obra más pornográfica, llamémosla así, la que escribió con seudónimo porque cada vez que publicaba algo de este tipo se la jugaba.
Sade pasó veintisiete años en la cárcel. Pero el tópico de un Sade sádico lo desmonta muy bien Stéphanie Genand, investigadora y profesora de literatura francesa del siglo XVIII en la Universidad Paris-Est Créteil. En un vídeo de siete minutos cuenta cómo el mito del libertino que habría protagonizado todo lo que sus libros más bestias detallan con detalle es eso: un mito. Ya lo decía Buñuel, que le maravillaba que un tipo que había sido capaz de imaginar toda esa depravación jamás la hubiese llevado a la práctica. A Sade no se le puede acusar de haber cometido hechos criminales en la vida real. Eso es lo que viene a decir Stéphanie Genand, aportando datos, según se deduce de investigar todos esos procesos judiciales que Sade sufrió. En realidad nunca encontraron nada de lo que acusarle, al menos nada que en una sociedad como la nuestra actual siga siendo considerado reprobable.
¿Pero por qué se puso entonces a escribir tan minuciosamente sobre todo eso que aún hoy escandaliza a muchos? La pregunta no va por lo pornográfico, por lo sexual, que ahora mismo está lo suficientemente normalizado como para que sólo escandalice a los hipócritas, como se recuerda en esta exposición. Aunque también va por ahí, lo que pasa es que esa parece la parte fácil de la pregunta. Sade buscaba la libertad, de expresión y de costumbres. Pero la libertad de prácticas sexuales, mientras haya consentimiento, es algo ya suficientemente aceptado, aunque parece que haya que seguir defendiéndola de los ataques de esa parte de la sociedad hipócrita, una y otra vez. Podemos entender que durante buena parte del siglo XX invocar a Sade fuese buscar herramientas para avanzar en esa libertad sexual. Podemos entender también la reivindicación que en ocasiones el feminismo del siglo XX y las teóricas queer han hecho de Sade (“Sade puso la pornografía al servicio de las mujeres”, escribió la escritora Angela Carter). Pero la parte que más cuesta es la del mal.
¿Lo que pretende Sade es enfrentarnos al mal como quien se mira al espejo, como se sugiere en esta exposición? “Me dirijo solo a personas capaces de entenderme, y esas me leerán sin peligro”, dejó escrito Sade. ¿Puede ser un libro realmente peligroso en ese sentido? Un libro, una película, una pieza escénica, una fotografía, cualquier medio de expresión artística vale para la misma pregunta. Es una vieja polémica que tiene que ver con la libertad de expresión pero también con el sentido del arte. En cuanto a libertad de expresión se relaciona con la censura. La censura, a simple vista, es algo del pasado, de un pasado ultraconservador. Pero la censura sigue existiendo hoy en día en los ambientes más insospechados. Incluso en los presuntamente más progresistas. Cada vez más, precisamente en esos ambientes. Hablamos de lo políticamente correcto y de su versión moderna: la cultura de la cancelación.
En cuanto al sentido del arte o de la responsabilidad del artista, la cosa se pone más complicada aún. ¿Podemos controlar las imágenes que creamos? ¿Tiene sentido poner en el escenario las crueldades de la vida? ¿Las estamos invocando al utilizar ese tipo de imágenes? ¿Somos responsables de ellas cuando alguien las utiliza o se inspira en ellas para materializarlas literalmente?
Pero la siguiente pregunta que también plantea esta exposición es aún más inquietante. ¿Por qué, como público, nos sentimos atraídos tan fuertemente por todo lo que huela a morbo? ¿Qué andamos buscando cuando buceamos en asesinatos, violaciones, torturas, secuestros y toda clase de tomate truculento? ¿Qué nos pasa? ¿O es que es algo necesario e inevitable para poder enfrentarnos al mal como individuos o como sociedad? ¿O será que simplemente forma parte de la vida y no podemos ignorarlo? Pero, insisto, ¿por qué demonios nos atrae tanto?
Pero aún hay una última cuestión sumamente inquietante en esta expo. “El mundo que vivimos es obra del marqués de Sade”, según el escritor Yukio Mishima. La última película de Pier Paolo Pasolini, Salò o los 120 días de Sodoma, está inspirada en una de las novelas de Sade. En la exposición, junto a un extracto de la película, podemos ver un vídeo en el que Pasolini habla de lo que pretendía con esta película, aun a riesgo de que a ningún espectador (ni a ningún crítico, dice Pasolini) le llegase el mensaje encriptado. Pero este mensaje de Pasolini es uno de los pilares sobre el que explícitamente los comisarios de esta exposición, Alice Mahon y Antonio Monegal, dicen haberse apoyado.
“El sadomasoquismo es una categoría eterna del hombre. (…) Pero esto no es lo que me interesa. Bueno, también. Pero el sentido real que tiene el sexo en mi película es que es una metáfora de la relación entre poderoso y sometido. Todo el sexo de Sade, el masoquismo de Sade, tiene una función muy específica y clara, la de representar lo que el poder hace del cuerpo humano. La reducción del cuerpo humano, la mercantilización del cuerpo. Prácticamente, la anulación de la personalidad del otro. Trata, no sólo sobre el poder, sino de lo que llamo la anarquía del poder. Nada es más anárquico que el poder. Éste hace lo que quiere, lo cual es completamente arbitrario o dictado por su necesidad de carácter económico que escapa a toda lógica común. (…) Evidentemente, el empujón ha venido dado por el hecho de que yo detesto, sobre todo, el poder de hoy. Es un poder que manipula los cuerpos de un modo terrible y que no tiene nada que envidiar a la manipulación de Himmler o Hitler. Los manipula transformándolos a conciencia, o sea, en el modo peor. Restituyendo nuevos valores, que son alienantes y falsos. Los valores del consumo que cumplen lo que Marx llama un genocidio de las culturas vivientes, reales, precedentes. Ha destruido Roma, por ejemplo, los romanos ya no existen. Un joven romano ya no existe, es un cadáver. El cadáver de sí mismo que sigue viviendo biológicamente y está en un estado de desequilibrio entre los antiguos valores de su cultura popular romana y los nuevos valores impuestos de pequeña burguesía consumista”.
Esto dijo Pier Paolo Pasolini unos días antes de ser asesinado sádicamente junto a la playa de Ostia. Da que pensar.
Rubén Ramos Nogueira