Las amigas de Teatron me invitan a contar algo sobre lo que ocurre en la escena vasca fuera de la órbita institucional. Mi respuesta es esta crónica rápida sobre el único lugar de Euskadi en el que realmente conozco los márgenes, en sentido literal y figurado.
Pese a ser conocida por su estrategia de regeneración urbana, lo que a primera vista no hace de ella el mejor sitio para que florezca la cultura independiente, por fortuna Bilbao tiene un alma lo bastante contaminada como para sobrevivir al éxito de su propia marca. Ciudad portuaria, ciudad minera e industrial, ciudad migrante, su espíritu mezclado y amablemente canalla continúa vibrando en el reverso del mapa. Este es un recorrido personal y muy caprichoso por algunos lugares atípicos y genuinamente botxeros* (acompañado de un pequeño glosario para los términos marcados con asterisco). El fondo sonoro lo ponen las gaviotas, que avisan con sus graznidos cuando entra temporal, y el constante rumor de la ría, nuestra querida, fangosa y maloliente Ría de Bilbao.
La ruta arranca en uno de los barrios altos: Santutxu, según dicen, uno de los más populosos de Europa, donde el festival Urbanbat nos invita a un “paseo guiado”. En el patio de un bloque de viviendas, elevado y funcional, como todos los que cubrieron la colina en los 60, ocurre algo así como un happening. Beñat Krolem y su ama* Yolanda del Cerro presentan, uno a uno, los espacios del antiguo piso familiar. Ella invoca y describe: “¡La cocina!”, “¡La sala de estar!”, “¡El dormitorio!” mientras él hace pasar de mano en mano la planta de cada estancia fabricada en hielo. El piso arquetípico de la clase obrera desciende en el patio como un fantasma, fundiéndose en nuestras manos heladas igual que la memoria que invoca.
Dejando atrás el monte, bajamos hacia la ría por una calle detenida en el tiempo: Iturribide, el camino de la fuente, una calle que no conoce la regeneración urbana ni los rayos del sol, en la que el musgo crece en las aceras estrechas y hay garitos de punk rock que conservan su nombre desde los 90. Tal es el apego a ella en el sentir botxero que tiene hasta un festival: Iturfest, programa de arte micro-territorial y super-situado que organiza eventos en escaleras, concursos de chapas, merendolas, conciertos de artistas como Aneguria –mucha atención al nuevo rap vasco, mezcla de referentes sin complejos– o bandas como Las Txikiteras*, que recorren los bares entonando bilbainadas* revisadas con inteligencia de género.
Iturribide nos deposita en la frontera del Casco viejo, emergente zona guiri antes de la pandemia que hoy busca de nuevo su senda. En una de sus Siete Calles –hay que nombrarlas de corrido y en ambos sentidos: ría abajo y ría arriba– se esconde la librería Magnolia. Diminuta y saturada, especializada en libros raros, acoge acciones artísticas, clubs de lectura o sesiones de escucha (muy cerca, en uno de los cantones, se comen los mejores pintxos de bonito del mundo pero eso lo dejamos para otro recorrido, uno de Gastronomía Vasca Oculta). Al otro lado de la ribera, nos detenemos en el muelle, junto a la entrada de la antigua Mina San Luis, dedicada a la extracción de hierro hasta 1987. En este punto, donde aún se puede acceder a las viejas galerías, acontece un extraño fenómeno los domingos por la tarde: la pollería Zubiburu, habitualmente ocupada por cuadrillas*, familias o compañeras de trabajo, se convierte en El Bingo Travesti, oficiado por el conjunto de transformistas Las Fellini, institución decana de la noche bilbaína (para quién no lo sepa, somos el destino gay de la cornisa cantábrica).
Nueva cuesta y llegamos a otro barrio alto: el de San Francisco-Bilbao La Vieja, pequeño territorio de apenas un par de calles, con sus leyes no-escritas y sus personajes ilustres, fundamental en la cultura local. En las últimas dos décadas, sobre él se ha desplegado el proceso de gentrificación más intenso de la urbe (sin conseguir doblegar completamente a sus habitantes: en general, el barrio resiste). Del sinfín de aventuras artísticas crecidas en este sustrato, en este viaje express destacamos dos. Una por veterana: el festival MEM (Musica Ex Machina), que lleva 19 años programando artes experimentales de todo pelaje y condición. Y otra por prometedora: Spoken Word, colectivo de gente que escribe y recita y hace fanzines y perfos y se agrupa al amparo de ese meta-género llamado poesía.Casi acabamos. Y lo hacemos de regreso al cauce de agua, cuatro kilómetros en dirección al mar, hasta la isla falsa de Zorrozaurre. Última frontera en el derribo de la memoria industrial, futura Manhattan Bilbaína (dentro risas), la isla está instalada en un estado de espera crónica, un duradero “mientras tanto”, como lo denominan las vecinas. Iniciativas culturales longevas como el bastión teatral Pabellón 6 o el multipistas ZAWP conviven con mercados de segunda mano y encuentros makers, start-ups y escuelas internacionales, viviendas en semi-ruina y terrazas hipsters con vistas al fango. Un par de palmeras olvidadas recuerdan que en esos solares hubo una vez fábricas de renombre como la vieja Artiach, la de las galletas. En lo que queda de ella ha brotado hace poco Artiatx, taller de artistas mutado en espacio para ceremonias de corte conceptual.
Desde la punta de la isla se distingue el fin del municipio. En los márgenes y las colinas, otras periferias. Barrios y calles donde se está fraguando ya la futura cultura local. No en los sitios de arte, ni formales ni alternativos, sino en los botellones y las canchas de fútbol, en las esquinas feas donde se graban los vídeos de TikTok, en las traseras de los bazares que venden fruta a cualquier hora y en esas plazas duras que se transforman en pistas de baile los fines de semana. Atentas ahí, ángeles del progreso.
María Ptqk
Glosario botxero
Botxo: nombre con el que se refieren a Bilbao sus habitantes, por su ubicación entre montes. Su etimología remite a un hoyo o agujero en la tierra.
Ama: madre en euskera.
Txikiteras: femenino de txikiteros, cuadrillas de hombres que recorren los bares tomando txikitos (pequeños vasos de vino, normalmente de baja calidad). La costumbre manda beber muy rápido, dejando siempre un poco de vino en el fondo (acabarlo es de mal tono) y que en cada bar pague la ronda un miembro de la cuadrilla. Así, se deben visitar tantos bares como integrantes tenga el grupo. Abandonar el grupo sin haber pagado la ronda es causa de fuerte condena social. Es una tradición exclusivamente masculina.
Bilbainadas: canciones populares que entonan los txikiteros. Influenciadas por las habaneras, narran historias típicas de la Villa y los alrededores. Cuando las letras aluden a alguna mujer, por lo general es en tono de burla o con intención misógina.
Cuadrilla: grupo de amigas o amigos que acompañan a una persona desde la infancia hasta el final de su vida. Tradicionalmente conformada por personas de un solo género, hoy ya es habitual que sea de composición mixta. La cuadrilla también se ha vuelto más permisiva en cuanto a la entrada o salida de miembros. Pese a su modernización, sigue siendo un fuerte vector de control dentro de la comunidad.