Un breve repaso a la frenética actividad de las artes en vivo en Barcelona durante los últimos días. Podríamos hablar de muchas otras propuestas (que nos disculpen las que se quedaron en el tintero) pero la actividad es realmente tan frenética y los recursos realmente tan escasos que no nos dio tiempo a más. Lo notaréis por el tono telegráfico de esta crónica.
Jorge Dutor, Guillem Mont de Palol y Cris Blanco estrenaron Lo mínimo en la sala MAC del Mercat de les Flors este fin de semana. Lo mínimo es una pieza para todos los públicos que tiene su origen en la pieza que estos populares artistas (como señala Quim Pujol en el programa de mano) presentaron hace casi un año en el ciclo Noves escenes de La Pedrera y del que ya hablamos en su día aquí. Aquel era un escenario minúsculo, verdaderamente pequeño, mínimo, si lo comparamos con la sala grande del Mercat. La propuesta sigue siendo austera pero aprovecha las nuevas dimensiones con algunos detalles de escenografía muy elaborados y espectaculares. Los tres intérpretes siguen haciendo uso de una contención con ciertas dosis de extrañamiento, lo cual no es obstáculo para que consigan uno de sus objetivos declarados: llegar a todos los públicos, incluidos los más pequeños. Este último punto tiene su importancia porque es un clamor la queja recurrente de madres y padres faltos de espectáculos familiares a la altura de la inteligencia de pequeños y grandes. Los seguidores de estos tres artistas reconocerán elementos presentes en la trayectoria de los tres: hay ideas muy de Cris Blanco y otras muy de los Mont de Dutor, que recuerdan a su última pieza, Grand Applause, estrenada también en esa misma sala. Lo más interesante es contemplar cómo han sabido mezclar sus mundos, incluso homenajear a otros artistas (Philippe Quesne, sin ir más lejos, como bien señala Quim Pujol), sin perder cada uno su propia personalidad pero consiguiendo un nuevo estilo propio, como en los buenos tríos de música de cámara. En octubre se podrá ver en los Teatros del Canal de Madrid y en noviembre en Le Phénix de Valenciennes, en Francia. La cara B, Lo pequeño, está esta semana en La Casa Encendida y viajará al Centro Párraga en mayo.
La tarde del martes 2 de abril, La Orquestina de Pigmeos, colectivo formado (en esta ocasión) por Chus Dominguez, Silvia Zayas y Nilo Gallego, realizaron una experiencia de cine sin película que se englobaba dentro de su proyecto Brilliant Corners, presentado en el festival Sâlmon<. Los orquestinos nos esperaban, a un reducido grupo de personas, en un callejón al lado de La Poderosa, de la nueva Poderosa (no la antigua, la del Raval, sino la de plaza Espanya), que pronto volverá a ser la vieja Poderosa porque, por lo que me dijeron esa misma tarde, en menos de un año y medio, si nadie lo remedia, La Poderosa será expulsada del local que una vez fue también la sede de La Porta (¿quedará algún artista viviendo en Barcelona dentro de un año y medio o habrán sido expulsados todos ya?). La cosa comenzó más o menos así: uno de los orquestinos se acercó a una pared e hizo un gesto con las manos que interpretamos como si estuviese encuadrando la imagen, abriendo el plano. Nos dejó contemplar ese plano y al cabo de un rato lo cerró, con otro gesto de manos, y a continuación le pasó el plano a otro orquestino, que volvió a abrir un plano en otro lugar mientras nos indicaba dónde colocarnos para contemplarlo, sin abrir la boca en ningún momento. Poco a poco comenzamos a movernos, a caminar, en silencio. Caminábamos un poco y repetíamos lo del plano. En algún momento el plano pasó a alguno de nosotros, los no orquestinos, y así fue pasando de mano en mano durante más de dos horas, mientras deambulábamos por el barrio de la montaña de Montjuïc y luego por Gran Via y más allá. Viniendo de la vorágine acostumbrada, la experiencia supuso una descompresión radical que me abrió todos los sentidos y me hizo entrar en un estado contemplativo en el que disfrutaba de cada detalle: un pájaro, una planta, una baldosa, una moto, unos niños jugando, unas casas como de pueblo, el cielo, la ciudad, lo macro y lo micro. A partir de cierto momento comenzó a sonar una música que salía de un bolso colgado del hombro de Nilo. Reconocí a Thelonious Monk. Luego, cuando tuvimos oportunidad de charlar sobre la experiencia, una de las participantes dijo que eso le dio un rollo Nouvelle Vague a la cosa. Es verdad. Parecía que estuviésemos en una película de la Nouvelle Vague. Se estaba muy a gusto. La última vez que la Orquestina de Pigmeos vino a Barcelona acababa de morir Jonas Mekas. Esta vez murió Agnès Varda, pionera de la Nouvelle Vague.
Rosa Muñoz y Mònica Muntaner presentaron Quatre octaves i mitja (Un No-concert) en el Antic Teatre, los últimos cuatro días de marzo, dentro de la Quinzena de la dansa. En noviembre ya hablamos aquí de la impresión que nos produjo la primera aproximación a lo que acabaría siendo este trabajo. La pieza final estuvo a la altura de las expectativas creadas. El Antic Teatre se llenó cada día para ver a estas grandes damas de la escena barcelonesa quienes, por otra parte, se comportaron como dos niñas en escena, un detalle valiosísimo que no puede pasar por alto teniendo en cuenta la larga y abultada experiencia de estas dos mujeres, que han llegado a la madurez de sus carreras manteniendo intactas la frescura que las ha acompañado durante todo este tiempo. La pieza no solo permite contemplar cómo se entremezclan los mundos, personales e intransferibles, de dos bailarinas supervivientes de aquella escena efervescente de principios de los dos mil en Barcelona sino que, además, más allá del desaparecido músico Jeff Buckley, punto de partida de la pieza, homenajea a un buen número de referentes contemporáneos y a algunos que ya no están entre nosotros, como los Accidents polipoètics o Gloria Fuertes.
Un día antes del estreno de Quatre octaves i mitja, Lara Brown presentó Ser Devenir en La Caldera dentro de las Cápsulas de Creación en Crudo, una serie de encuentros entre creadores y público en los que se comparte el trabajo de artistas residentes en La Caldera tal cual se encuentre en ese momento, acompañado de unas copas de vino cortesía de la casa y la oportunidad de establecer un diálogo con el público. Lara Brown apareció sola en escena. A los mandos técnicos la acompañaba su compañero SEPA, con el que también comparte proyecto musical, Ojo Último (tocaron al día siguiente en la sala Meteoro). La propuesta de Lara Brown comenzó con movimientos casi imperceptibles. Sentada, sin apenas moverse, Lara se tocaba todo el cuerpo muy delicadamente hasta conseguir la ilusión de una suspensión del tiempo. No sabría decir cómo al final acabó bailando como una posesa, casi en trance, enloquecida, con una energía desacostumbrada que parecía increíble que estuviese poseyendo a la misma persona que nos recibió unos minutos antes en una actitud tan indolente y contemplativa. Remató la propuesta una serie de frases a modo casi de eslóganes, proyectados a una velocidad vertiginosa, casi imposibles de leer. El resultado fue bastante impactante. El público tardó bastantes minutos en reaccionar, diría que realmente afectado por lo que acababa de presenciar.