Me ha pasado lo peor, he perdido un borrador ya bastante avanzado de este texto. Voy a resistir la tentación de leer en este accidente un mal agüero, voy a intentar verlo como lo que es, un descuido poco grave. Tampoco voy a caer en el optimismo de verlo como una oportunidad de mejorar lo que había escrito, porque sé que lo que hemos perdido siempre nos parecerá mejor que lo que tenemos. Voy a armarme de paciencia y a seguir adelante, intentando recordar lo que había dicho. Os recomiendo que siempre que perdáis algo hagáis lo mismo, seguir adelante, intentando recordar, pero seguir adelante. Lo que está atrás es un espejismo.
En Madrid llueve hace año y medio. Mi casa está tan fría que parece deshabitada, pero yo vivo aquí, así que empiezo a preguntarme si no me estaré volviendo fantasma, porque hace días que no veo a nadie y, más sospechoso, que nadie me ve a mi.
Empieza el festival Domingo por quinta y última vez. Procuraré la brevedad, pero también intentaré comentar todo lo que vi, para que quien no haya podido estar se haga una idea de cómo se ven las cosas cuando eres medio espectro medio persona.
Miércoles: Torcidxs, Las Nenas Theatre, Teatro del Barrio
En esta edición el festival se reparte entre La Casa Encendida, Réplika Teatro, el CA2M y el Teatro del Barrio a donde voy el miércoles a ver Torcidxs, segundo trabajo de Las Nenas Theatre. Sobre el estreno en Madrid de esta obra diré que estaba el teatro lleno, y que se quedó afuera gente que vino sin entrada y con la esperanza de que se liberara alguna butaca. Diré también que el público acompañó, que entró al juego desde el principio y que el juego fue constante, mutante y desestabilizador.
Las Nenas se acercan a través de la parodia a todo aquello de lo que hablan, por lo menos en este trabajo. Si tuviera que organizar una única frase que más o menos pudiera contener todos los temas que aparecen en la pieza, diría que la cosa va sobre las interfaces que mediatizan nuestra relación con el mundo, nuestras relaciones mutuas y nuestra relación con el ambiente en el que elegimos desenvolvernos profesionalmente, es decir, la relación que establecemos con el resto de las personas que componen el lugar que decidimos intentar ocupar en la sociedad. Esas interfaces son muchas y van desde los adjetivos que utilizamos para entender y explicar nuestra identidad (clase social, género, rol que desempeñamos en los diferentes grupos de los que formamos parte), hasta las etiquetas de las que se nos obliga a echar mano para definir nuestro quehacer artístico (Artes Escénicas, Artes Vivas, Teatro, basta). Y sobre todas cae la interfaz que se ha vuelto más grande y omnipresente de todas, Internet en su avatar de redes sociales, lugar en el que se crean y desde el que se imponen los códigos (el vocabulario, las gestualidades) en los que se expresa todo.
Lo que pasa en escena es difícil de describir sin arruinar sorpresas cuya aparición disfruté, así que no voy a privar de ellas a quien tenga a bien leer esto que escribo. La obra parece caótica porque es impredecible; es larga pero parece corta; según el momento, trabaja con dos o tres capas de meta; es graciosa y a veces desagradable, o algo así; hay cuatro personas en escena y muchísima energía.
Como decía antes, la pieza se acerca a aquello de lo que habla a través de la parodia y es sabido que esta funciona mejor cuanto mejor conoce el espectador el objeto parodiado. Quizá en ese sentido la obra tenga cierto filtro etario. Las Nenas (Ane Sagüés, de 27 y Cristina Tomás, de 29, que en este caso están en escena con Maddi Muñoz, de 29 y Jon Muñoz, de 23) hablan desde su generación sin detenerse a explicar cuál es la particularidad que la distingue, sino habitándola sin más. Quien reconozca los clichés disfrutará más, supongo, quien no a veces estará un poco perdido, quizás, pero eso no es problema de quien está en el escenario. Las Nenas te ponen delante de las interfaces, pero no te dicen cómo lidiar con ellas, supongo que porque la cosa va justamente de no saberlo, de percibirlas, de poder reírte de sus convenciones y de los protocolos que te imponen, pero aun así no poder escapar.
Jueves: Orelles voladores, Nilo Gallego y Claralinda, Claralinda, Claralinda, Luísa Saraiva, CA2M.
Nilo Gallego se asoció con Un Coro Amateur para traer una versión del trabajo que, con este mismo nombre estrenó en el festival TNT el año pasado. Por lo que sé allí la pieza consistió en un monólogo extenso sobre la escucha, sobre la idea de que el tímpano es en sí mismo y a su manera un instrumento de percusión. En Domingo la obra tuvo cuatro partes, el monólogo fue sustituido por la voz en off del propio Nilo contando una anécdota sobre el día en que supo que tenía pelos en las orejas. El texto se escuchaba mientras Nilo dormía una siesta sobre una colchoneta. Antes de esto Nilo mantenía una conversación silenciosa con Frankuu Carrascosa, percusionista que colaboraba en la pieza. Antes de eso se había proyectado un fragmento de una película o quizá de un cortometraje en el que una orquesta interpretaba el Bolero de Ravel. Antes de la proyección los integrantes de Un Coro Amateur se habían retirado del escenario de uno en uno caminando de espaldas. Antes de retirarse y con dirección de Frankuu Carrascosa, ese mismo coro había interpretado la percusión del Bolero de Ravel al revés. Antes todos, coro, Nilo y director de orquesta, habían entrado por la puerta de la sala caminando marcha atrás.
Como creo que es habitual en los trabajos de este artista, la atmósfera de todo el trabajo era casual, como de cosa improvisada, de ocurrencia de último minuto hecha con lo que había a mano. Con esa espontaneidad, real o aparente, Nilo Gallego construye lugares en los que parece que no pasa demasiado, pero que dejan entrar todo, que pueden ser atravesados por todo. Cuando el gesto termina, una se queda un poco perpleja y un poco embobada, sin poder nombrar lo que le acaba de suceder.
Después de un descanso volvimos a entrar a la sala para ver a Luísa Saraiva explorar la relación entre corporalidad y emisión de sonido. La coreógrafa nos recibió recostada en el suelo de la Sala de Usos Infinitos del CA2M. Cuando estuvimos acomodados empezó a cantar fragmentos de canciones tradicionales portuguesas. Mientras cantaba se movía, mientras se movía el movimiento afectaba a la manera en que el sonido emergía de la garganta. Las canciones se interrumpían, se dilataban, se deformaban como se deformaba la voz. Con los dedos enfundados en tubos cerámicos la performer pulsa y frota las cuerdas de una guitarra, más tarde intentará cantar mientras bebe agua. La práctica que se nos muestra en este trabajo nos permite ver cómo un cuerpo que se altera a sí mismo altera la voz que produce, cómo se desplazan los órganos fonadores por el espacio que hay entre sus límites.
Viernes: Yo no tengo nombre, El Conde de Torrefiel, La Casa Encendida, HIPERSUEÑO, Paz Rojo, Réplika Teatro.
El Conde de Torrefiel trae una adaptación de Yo no tengo nombre, trabajo que en su versión original sucedía en el campo, convirtiendo al paisaje en escenografía, y que en Domingo se sitúa en la terraza de La Casa Encendida, a cielo abierto, mientras se pone el sol. Una pantalla de led se convierte en el medio a través del cual durante unos cuarenta minutos escuchamos hablar a la Tierra. El planeta sobre el que lo hacemos todo y al que insistimos en olvidar se decide a hablarnos. Lo que dice tiene algo de reprimenda, algo de indiferencia y algo de narrador omnisciente. La tierra lo sabe todo de nosotros y, ahora que somos tan poderosos, nos recuerda que nos vio gatear, descubrir el lenguaje, tener miedo, ser nada. La Tierra no nos pide favores porque sabe que hagamos lo que hagamos seguirá aquí cuando de nosotros ya no quede nada, pero sí que nos recuerda que quizá nos convenga pensar un poco mejor algunas cosas. La pieza se siente un poco como una sesión de espiritismo, la pantalla es como una antena que concentra, emite y traduce en palabras los sonidos que produce un ente que parece haberse despertado para dejar algunas cosas claras y volver a su estado de reposo, indiferente a la ruina que la humanidad se depare a sí misma. Aquí la tierra no nos quiere ni nos pide ayuda, de todos los nombres con los que nos hemos referido a ella el que más le gusta es el más impersonal: “naturaleza”, el que no la humaniza ni la convierte en madre protectora-proveedora, sino que la retrata como la fuerza indiferente que es, comprensible solo en parte.
Cruzo la ciudad para ir a la sala Réplika donde Paz Rojo estrena su último trabajo, HIPERSUEÑO. Teatro lleno, entusiasmo generalizado, felicidad posterior. En una sala casi desnuda, sobre un tapiz de suelo para danza que parece incompleto, Paz Rojo y Arantxa Martínez se buscan e interpelan mutuamente. Por turnos, una se mueve mientras la otra está quieta, recibiendo sin responder los esfuerzos de la compañera. Una intenta encontrar respuesta mientras la otra permanece con los ojos cerrados, distante. A veces uno de los cuerpos sale al exterior del espacio virtualmente delimitado por el suelo a seguir buscando, la repuesta siempre será el silencio. Las tentativas se suceden con naturalidad, sin desesperación, como si el fracaso de algunas búsquedas fundamentales fuera un estado al que nos hemos acostumbrado y que asumimos con algo que está entre la indiferencia y la paciencia, y que puede parecerse, solo parecerse, no ser, resignación. O quizá sí sea resignación y la continuación de los intentos no sea más que un automatismo, no lo sé. Sobre el final de la pieza un corto pero alucinógeno viaje sonoro pilotado por Luz Prado termina de abrir las posibilidades de este trabajo llevándolo a terrenos metafísicos, trascendentales, ominosos.
Sábado: Las palabras me fallan, Itziar Okariz, La Casa Encendida, Down to Under, Despina Sanida Crezia, Réplika Teatro.
El sábado al mediodía vuelvo a La Casa Encendida a ver Las palabras me fallan, de Itziar Okariz. La performer escribe sobre su cuerpo, sobre sus brazos y una de sus piernas, un fragmento ligeramente alterado de Una habitación propia. Cuando acaba de escribirlo, lo lee, se lee un brazo y luego el otro, y luego la pierna. Al terminar tacha la primera palabra que había escrito y vuele a leer (a leerse) el fragmento ya sin esa palabra inicial. La operación se repite hasta que las palabras se acaban. Hasta que los dos brazos y la pierna son tachados por completo. De las muchas líneas de reflexión que pueden partir de un trabajo como este, yo me quedé pensando en la corporalidad de la palabra y en el lugar que la palabra pronunciada ocupa, que es tiempo; en cómo podemos asegurar que una palabra fue dicha una vez que ha sido dicha, una vez que ha desaparecido en el tiempo sin dejar rastro; en cómo puede ser que necesitemos ocupar un tiempo para explicar un pensamiento que aparece en nuestras cabezas de manera instantánea; en por qué la palabra no es instantánea si el pensamiento lo es; en que el pensamiento y el lenguaje no son lo mismo, que el lenguaje es una tecnología que aplicamos al pensamiento, una herramienta que, a la vez que ofrece posibilidades casi infinitas, también tiene casi infinitas limitaciones.
El sábado a la noche vuelvo a Réplika, primera vez en Madrid de la coreógrafa griega Despina Sanida Crezia que llega con Down to Under. Entramos al teatro y nos dicen que podemos acomodarnos en cualquier lugar, menos arriba de las tres o cuatro tarimas Rosco que hay repartidas por la sala. La gente se sienta en el suelo y en el patio de butacas, hay quien se dio cuenta de que podía entrar con la cerveza. Además de las tarimas hay una moto y escombros desperdigados por el suelo, trozos de una pared con restos de pintura. La atmósfera es oscura y turbia, hay humo y luz roja, parece noche en periferia de urbe postapocalíptica. Vestidas con vaqueros y camiseta, las bailarinas se mueven y sus cuerpos recuerdan al de quien está a punto de meterse en una pelea. La agresividad y la chulería se combinan con gestos de esos que se popularizan por las redes sociales, como el de hacer un corazón chiquito juntando el índice y el pulgar o referenciar al llanto haciendo girar los puños a la altura de las mejillas. La música se agita y los movimientos se vuelven abiertamente violentos, se golpean cosas con bates de béisbol. Con el tiempo me doy cuenta de que aquí no se habla de ningún apocalipsis del futuro, sino del presente. Que la vida ya es así, que todas las ciudades son la misma porque el mundo se ha vuelto una mancha uniforme y que la violencia es un idioma universal. Que quienes ya tenemos años alcanzamos quizá a disfrutar de otras posibilidades, pero que la gente de menos de treinta no tiene para protegerse de esta uniformidad agresiva muchas más herramientas que la ilusión de compañía, sentido y validación que obtienen de las redes sociales. Me siento mayor, afortunada, aliviada y culpable. Al final de la pieza las dos bailarinas construyen un refugio con los escombros. Con las ruinas de lo que hubo edifican algo precario y frágil para su futuro, que es, como mucho, esta noche. Allí se acomodan como pueden, se abrazan, buscan el calor de la otra. A falta de fuego tienen una cámara que las alumbra y a la que le dedican gestos, se diría que transmiten en directo. La última luz que se apaga es la de un teléfono móvil.
En pocos días he visto mucho y a muchas personas. El domingo hago un esfuerzo para asistir al cierre del festival.
Domingo: Domingo real, Bosque Real con Eddi Circa, La Casa Encendida.
El festival se cierra y se despide con una actividad organizada por el colectivo Bosque Real. La idea era hacer esto en la Casa de Campo, uno de los lugares de operaciones habitual del colectivo, pero el clima no acompaña. La cosa se traslada a cubierto, al patio de La Casa Encendida, que, tapizadas sus paredes con telas oscuras y alfombras y con una lámpara que colgaba y con otras cosas que no recuerdo o que quizá no estaban pero imaginé porque lo que sí había era muy sugerente, estaba francamente bonito. La idea era juntarse, disfrutar de un lugar y un tiempo reservados a la reunión planificada y al encuentro fortuito. Podías beber vino, café, chocolate o una gaseosa que se preparaba in situ mezclando el agua con unos polvitos. Cuando llegué también quedaban en la mesa restos de un cocido, y escuché a alguien decir que se había comido Comtessa.
Como a las siete y media comenzó el concierto de Eddi Circa que fue generoso, voluptuoso y suave, pero enérgico. Canciones sobre el amor, sobre besos, sobre la atracción, la sexualidad, y sobre el trabajo. Canciones escritas combinando las palabras de maneras peculiares. En septiembre de 2023 Circa publicó su primer LP con el título En el bosque un claro, haciendo referencia a María Zambrano, que llama claros en el bosque a los momentos inesperados de lucidez durante los que, sin estar intentándolo, repentinamente, entiendes algo. Esos momentos, dice Circa que dice Zambrano, no se pueden propiciar, o al menos no planificar y, mientras están sucediendo, hay que dejarlos pasar, dejarlos acabar como llegaron, aceptando que existe la posibilidad de que no se vuelvan a dar. Algo parecido habrá que hacer con este festival, que se despidió ese día, creo que por razones en parte personales y en parte institucionales, pero no soy periodista. Se ha pasado toda la semana y en Madrid todavía llueve, desde el futuro en el que escribo puedo decir que lloverá durante algunos días más. Fuiste bonito, Domingo, ojalá que nos volvamos a ver.
Cecilia Guelfi
Fotografías de Alberto Nevado