Baleiro se presentó en Teatro Ensalle del 21 al 23 de marzo de 2025
Los seres humanos hemos creado el arte como representación de la vida, primero para demostrar que el universo es un orden impuesto a un caos primigenio, luego para mostrar ejemplos de conducta y heroicidad, más tarde para expresarnos a nosotros mismos y nuestro mundo (buscando un encuentro con la universalidad con la singularidad de cada quien). Esas expresiones artísticas pasaron de representar la realidad física, a representar el “orden celestial” por así decirlo y luego volvió a tierra para hablar de nosotros mismos. Así evolucionó a grandes rasgos la temática: mundo material – abstracción en mitos e ideas – desarrollo y exposición del ego.
Es una cuestión de mímesis, una de nuestras bases esenciales para aprender el mundo e integrarnos en la especie. La tradición y la moda son dos caras de la misma moneda. Claramente opuestas, una busca establecer un fuerte vínculo con nuestros antepasados y desea la permanencia, la otra busca distinguir a una generación de las anteriores y puede que de las siguientes, de ahí su asumido carácter efímero. Pero ambas buscan un destino común para un grupo o comunidad, el establecimiento de unos valores o al menos de ciertas tendencias estéticas. La búsqueda quizá del manido “de dónde venimos y a dónde vamos y qué es idóneo hacer en el camino”.
Pero si sumamos la capacidad técnica en constante evolución con la capacidad poética, añadiendo a eso nuestra imaginación y capacidad de evocación nos encontramos con un mago tan hábil como cándido que cae subyugado a su propio influjo. Como un hipnotizador que arrastrado por el vaivén de su propio reloj y encandilado por el mantra de su propia voz, entra en un ciclo de autohipnosis, un bucle para el que hemos creado infinidad de formatos y dispositivos.
Teniendo en cuenta esa evolución de lenguajes y técnicas para dotar a la ficción de realidad perfectamente entrelazado con nuestra mímesis o capacidad de imitación, el arte y la vida, la ficción y la realidad, la profecía y la predicción, el mundo biológico y el imaginario colectivo, se aproximan hasta casi tocarse en la superficie del espejo. Ahora cabría preguntarse si esta proximidad (una proximidad que no se da por el movimiento de un cuerpo hacia otro, como se podría suponer, sino por una asimilación por mímesis mutua) es más mérito de un arte cada vez más vivo y completo o demérito de una realidad cada vez más plana.
Actores que se inspiran en ciudadanos que se comportan como actores. Decorados que representan ciudades decorado. Modificaciones genéticas para que animales y plantas representen el “molde platónico”, ropa y cosméticos para tener un cuerpo y un rostro ideal, una personalidad con escaso abanico emocional, mientras las diferentes expresiones artísticas buscan mostrar las imperfecciones, arrugas o contradicciones. ¿Cruzarán el espejo? ¿Estaremos tendiendo a considerar la realidad como ficción y viceversa? ¿No se considera esto último como rasgo particular del loco, del alucinado?
Pongamos el ejemplo de los videojuegos cada vez más realistas, obviamente tienen una capacidad muy limitada para mostrar la vida de una manera realmente plena (como toda expresión artística). Edificios perfectamente detallados pero en los que no ocurre nada, PNJs con acciones y frases en bucle (que se repiten constantemente en otros PNJ con otras voces), escenarios en los que los acontecimientos y las acciones desparecen nada más doblar la esquina y la garantía de que tus acciones no tendrán consecuencia y por tanto te eximen de responsabilidad ya que en caso necesario siempre puedes cargar desde el último check point y borrar el resto de la memoria… Todas estas limitaciones que alejan la experiencia del gamer de la intensidad y profundidad emocional del paseante parecen difíciles de saltar, sin embargo por el otro lado, el de nuestra realidad mundana, insistimos en salvar dichas diferencias. Sólo hay que simplificarlo todo, desprofundizar, aplanar, como cuando eliminas capas en un Photoshop. El gran logro filosófico moderno sería contener la vida en un meme.
Pero Baleiro no tiene las pretensiones de esta nota y mucho menos pretende ser un meme.
Baleiro es un bug.
Artús Rei