Todo eso que sostenemos

Hace una semana fui a ver la pieza de D’ençà del coreógrafo catalán Quim Bigas, y hoy, 10 de marzo, intento volver a ella. Tanteo regresar a ese espacio, medio en crudo y medio construido, que conecta múltiples espacialidades. A ese espacio abierto y receptivo a que ahí solo se baile, a que la danza pueda existir, como pocas veces, por sí misma.

Retorno a esa silla sobre el escenario desnudo de la Sala MAC del Mercat de les Flors, para escribir este texto que probablemente cuente muy poco de lo que ahí sucedió, porque qué difícil es aprehender la danza, ese moverse que solo sucede en un presente que habitamos juntes; y qué complejo resulta narrar esos instantes, ya invisibles, en un tiempo/espacio futuro. 

Generar una lista de las palabras que habían quedado resonando en mí después de ver la pieza fue una posibilidad: unísono, regresar, tiempo, materias, mover, músculo, común, tocar, sentir, superficie, fuga, caer, encontrar, sostener, contemplar, reproducir, pertenecer, forma… Pero, ya que muchas de ellas pertenecen al mundo de la danza y de la coreografía en general, insistí en colocarlas en un pequeño texto y no como un glosario que, tal vez, no hablaba de este trabajo específicamente; además de que seguramente D’ençà ha generado ya su propio lenguaje antes de hacerlo forma.  

Es así que invoco, en primer lugar, al paisaje sonoro de la pieza. Quim nos canta y con su voz devela conceptos de esa danza abstracta con la que nos hemos encontrado. La cabina de luz y sonido se ha fugado de su espacio, como casi todo lo que ahí sucede. Y es entonces que viene a mí la estrofa musical en la que, en algunos momentos de los 80 minutos de duración de la pieza, fuimos cayendo; compuesta con esos beats que nos permiten dejar de ser y a los que siempre volvemos con gusto.  Esas cadencias que me invitan a bailar con los cuerpos variopintos que interpretan la obra: Alba Barral, Victor Pérez Armero, Sanya Malnar, Clara Tena y Pauli Romero; porque cuando la danza se goza, siempre te convoca a entrar en ella. 

Pienso en el ritmo del tiempo que compartimos, en elles con esos brazos extendidos acariciando el paraje que nos agasajan a contemplar, en esos movimientos que suceden entre la técnica y el relax, entre el rigor y el paseo; y en las materialidades movientes que sugieren. ¿Cómo se ha compuesto esa comunidad de bailarines? ¿Qué hay detrás de esa infinidad de pasos que se ejecutan una y otra vez? El misterio del proceso que por momentos se revela en un unísono al que siempre llegamos y en el que como espectadores vamos descansando, porque es algo que reconocemos, nos cautiva. Aunque bien sabemos que la realidad es que desconocemos lo conocido.

Y es ahora que evoco los pies que golpean el suelo rítmicamente, las sombras en la pared que surgen por la magia de un seguidor de luz; las pequeñas montañas sobre el escenario exotizando el lugar, las capas de telas de colores del vestuario; y mi cuerpo se expande en el espacio. A diferencia de mi cabeza, el cuerpo regresa fácilmente a ese lugar en el que me descubro atendiendo una obra de danza no solo con los ojos, las cervicales y la espina dorsal también se han comprometido con ese ir y venir de todo lo que ahí se mueve, hemos entrado finalmente a ese estado de danza. ¿Será que el vínculo muscular del que nos habla el historiador canadiense William H Mc. Neill, y que evidentemente existe entre los bailarines de D’ençà, también puede generarse con quien solo contempla la pieza? Lo común se esboza sutilmente. Encuerpamos, todes, lo que ahí sucede desde el lugar que nos ha tocado habitar. 

Y, mientras sigo escribiendo, me doy cuenta de que no puedo salir de  esta escritura, porque el trabajo de Bigas no se puede definir con un tópico, con una idea de fuera, desde un afuera; solo desde dentro, yendo juntes hacia algún lugar; estando cerca de algo, moviéndonos. Como lo remarca ese adolescente sentado frente a mí, que desde antes de empezar la obra ya se quería ir, pero que a pesar de su rechazo al lugar en el que se encuentra, de vez en cuando imita algún movimiento: una curiosa relación. O esa familia con un niñe como de 3 años que planeó sentarse cerca de la puerta por si necesitaban irse, pero que nunca salieron.

Nunca salieron de ese espacio al que pertenecimos pero que hoy ya no existe.

Anabella Pareja Robinson

 Imágenes de Maud Sophie Andrieux

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