Mover lo extraño

Lautaro Reyes en el estreno de Waves en el Mercat de les Flors. Fotofrafía de Andrés Pino.

Hace dos años y medio que no iba al teatro, parí y mi vida de repente giró en torno a una ser viva; me convertí en un cuerpo sin disponibilidad, física y emocional, para sentarme en una butaca a ver Danza.

Es un domingo frío de marzo, llevaba días entusiasmada por este plan; solo esperaba que no sucediera nada que boicoteara el acontecimiento, me había comprometido conmigo misma a hacerlo. 

Antes de salir, me encontré con la imagen de los Panotti: Todo Orejas. Una criatura medieval cuyo cuerpo era cubierto por unas grandes orejas; se dice que pesaban 80 kilos, de los cuales 30 corresponden solo a ellas. En tiempos de Carnaval y de urgencia de reorientar la escucha, fantaseé con salir con esas orejas gigantes a la Sala PB del Mercat de les Flors, a ver WAVES del coreógrafo chileno Lautaro Reyes.

Lo consigo y estoy sentada en la butaca, esperando al maravilloso oscuro que nos indica que estemos atentos, que esto comienza ya; estoy nerviosa. Las luces rojas y blancas iluminan el espacio desde atrás, cuelgan telas blancas que cubren gran parte del escenario. Suenan las olas del mar, un mar intenso, no suena a Mediterráneo. ¿Será el Atlántico? Es entonces que Lautaro entra a escena, cerca del proscenio, directo al movimiento; y es a veces sombra y otras veces silueta tocando lo extraño.

Su movimiento es un movimiento contenido, concentrado, que sugiere una postura menos erecta y más inclinada a atender la otredad.

Antes de entrar leo en el programa de mano que el dossier de la pieza viene acompañado de una larga lista de bibliografía y me conecto con esta práctica insistente de encuerpar teorías, que incide en borrar la línea entre el hacer y el pensar. Empatizo con ese cuerpo que nos pide desplazar nuestra visión antropocéntrica a partir de gestos humanos: tarea difícil pero fascinante.

Los poros de la piel se abren, la fascia vibra, me imagino que la luz y el sonido me atraviesan, viajan por las venas y transforman la calidad de mi sangre que en las noches se convierte en leche que arrulla y acompaña: ¿con qué materias soñaremos hoy? Una de las luces ilumina el vientre expandido de una de las espectadoras, hay ahí otre testigue de este acontecimiento. 

Las olas desaparecen y el paisaje sonoro se transforma, el cuerpo de Lautaro y su rostro se ven con claridad, su vestuario, una malla gris transparente que recorre todo su cuerpo contiene algunas costuras, que a veces me parecen venas, a veces me parecen ríos y otras veces la Cordillera de los Andes. El movimiento continúa así por un rato, hasta llevarnos a una zona más oscura. ¿Estamos dentro de una obra de ciencia ficción? La danza es cada vez más densa, hasta que finalmente aterriza en una pausa sostenida en el tiempo, el moviente por vez primera apoya otras superficies, además de las plantas de los pies, en el suelo. Compromete el cuerpo entero, postura que me invita a escapar de la mirada y de la cabeza. Con su silencio, y el silencio de la luz, se provoca una invitación a escuchar todo lo demás, a atender las voces y expresiones sonoras de la vida no humana. Jugamos a construir ese tan anhelado nosotres más plural. 

Finalmente un foco brilla, pienso en Júpiter y su campo magnético de gran intensidad. El paisaje sonoro se vuelve a transformar y me recuerda a la película Annihilation, 2018: Hemos llegado a Brillo, una zona en la que no se aplican ni las leyes de la naturaleza ni de la física, y que tiene una frontera reluciente y constantemente en expansión. Lautaro se mueve en el paisaje como un médium, los ojos cerrados y las manos extendidas, tratando de reconocer qué voz toca escuchar. Su movimiento me emociona, no sé si son cinco o diez minutos este momento de la obra, ya cerca del final, pero lo que ahí sucede es bellísimo: olores, ecos, vientos, vibraciones, flores, aguas; todo aparece. Es él, Reyes, quien lo construye; pero nos hace sentir que somos todes los que estamos proponiendo otras posibilidades de experimentar: ¿el arte, la vida? Estamos despiertos, abiertos a todo. Ya va siendo hora.

Panottis: Ojalá pueda dormir como ustedes, usando una oreja como colchón y la otra como colcha. Que aún nos queda mucho por escuchar y por tantear los gestos para hacerlo.

Anabella Pareja Robinson

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