Fotografías de Neus Masdeu
Creo cubrir mi torpeza frente a los plazos, mediante alegaciones pretenciosas que me
desquiten del ser y devenir en mediocridad.
Así, la numerología y sacralización visten el Tres, ofreciendo elegantes justificaciones a
la demora. Pues esa es la cantidad de semanas que han pasado desde la degustación
de Los trabajos del amor, pieza que Lara Brown y Amalia Ruiz-Larrea vienen gestando de la mano.
Sirve también de fundamento la adhesión a la condición disoluble del tiempo, la cual,
explorada en la misma obra, la vierte de carácter político.
Mas se disfraza por razón, el temor al bautizo de aquello que deserta la palabra. Ya que
el arte se exime de su moderna condición inesencial, al embozarse en textos que
justifican un fin. Sin embargo, esa noche, cayeron en obsolescencia las categorías que
domestican la práctica artística, y cesó la compulsiva masturbación del reconocerse
genio quien de ella se nutre.
Mi visión, carcomida por el deseo hermenéutico de la significación, sucumbe en el
diseccionar a recargada ornamentación simbólica. Instruida en la veneración de lo
sublime, excavo en los recovecos de la acción, bajo la primitiva querencia de aquello
que se asemeja a la trascendencia.
Se me desplegó, por tanto, un mosaico de prácticas laterales, tomadas por vientre y
matriz donde acontecer. Allí, precedió el texto frente al gesto, que tomó el movimiento
por palabra.
La temporalidad se dilató al son de sinfonías de aguas que hirvieron y petacetas que
brincaron, deseosos por el éxtasis del propósito. Mas la espera se descubrió estado y
no camino. Y me reconocí en la apertura de cuerpos vacíos, a quienes las ideas llaman
en los transcursos, ya que, como ellos, yo perfilo los trazos mientras cocino y mientras
bailo.
Se revelaron los objetos performáticos cual rastros de la presencia. Fantasmagóricas
que en su intrusión alumbraron al viejo cuerpo colectivo. Y, en el blasfemar contra la
ilusoria promesa del hermetismo, desterré el agua hirviente al olvido, acorralada por la
antropocéntrica inexistencia que propició mi invidencia.
Resonaron los ecos de la carne, en el vislumbrar fragmentos de crónicas compartidas.
Y, en su regreso, aconteció materializada la fe, bajo la pulsión de beber vino por sangre,
y comer pastel por cuerpo.
En divisar el engullir de amantes deseosas de fusión, me desquité de responder a la
llamada de pecadora. Pues confundí la anhelosa hambre de extensión, por el mendigar
afecto. A mí, a quien nunca ha faltado plato y amor en la mesa.
Con todo, me inundó el alivio al ofrecerse el aliento que, en forma de provisión, tomaba
un globo por resguardo.
Amalia y Lara hicieron hueco, también, al rito de la mitosis. Y en el reproducir sobre las
pieles, esbozos de tintadas cicatrices, se manifestó su cualidad permeable.
En el transcurso de su dialéctica, retornaron los cuerpos a la forma del Pangea
originario, soldado en la banalidad de objetos, acciones y tiempos que, en su devoción,
huyeron de los cortes de la razón.
Confieso temer la inquebrantabilidad intrínseca de la palabra. Mas no pretendo sino
servirme de su escondida plasticidad latente. La misma divisada en la naturaleza
embrionaria de las prácticas cuotidianas. Esas mismas que metamorfosean ahora juntas
por pieza.
Paula Aylagas