El otro día fui a ver la performance Inkyubeta Tales de Alicia Arévalo en el 4×4 de la sala Taro. La pieza nos presenta a una criatura silvestre que sobrevive a los gases tóxicos de la atmósfera terrícola protegida en el refugio de su cueva. El tiempo ha hecho que sus membranas se retuerzan y alarguen hasta formar una protuberancia en forma de cuenco donde el musgo y otras naturalezas conviven cercanas a su vientre, siendo su cuerpo no solo parte del ecosistema que le rodea, sino también el albergue de otros ecosistemas posibles. Este organismo parece también ser enlace de otras naturalezas y posee la capacidad de activar mediante el contacto sonidos amplificados, como si sus antenas fueran un lector láser o una aguja en un plato de vinilos. Después de presentarse y presentarnos su hábitat, Inkyuebeta, que así es como se llama, comienza a recitar algunos relatos, unos en forma de cuento, otros en forma de oda, con la voz polifónica de un vocoder y sobre una base de ambient new age que en algunos momentos se ve modificada por la interacción con un dispositivo midi sensible al tacto. Estos relatos versan sobre temas relacionados con la naturaleza atravesados por la experiencia de Inkyubeta, que termina invitándonos a ser una polifonía viviente que recorra de ríos a océanos para proclamar un cambio posible y acercarnos a la posibilidad de ser un mundo nuevo.
// Aparece Inkyubeta con un atuendo babydoll formado por un bonete acolchado lleno de lazos que se trenzan en su cara, braguitas blancas y medias caladas. En su vientre, cuelga una prótesis transparente que alberga un bosque de líquenes y musgo. Sus ojos son penetrantes y un septum cuelga de su nariz. No muy lejos de allí, fuera de su cueva, los desiertos calizos están cubiertos de hielo y la poca vegetación que queda se encuentra cristalizada en los charcos que se han formado en antiguas pisadas. Un grupo de seres nómadas recorren la superficie buscando cobijo para pasar la noche. A fuerza de replegarse sobre sí mismos, estos organismos no tienen ni siquiera extremidades, y se desplazan a través del contacto entre unos y otros en un continuo devenir colectivo. De su apariencia abyecta se puede describir su viscosidad y un olor repugnante a fósiles de materias fecales. Los seres se desplazan unidos ajenos a la fantasía esperanzadora de un nuevo mundo. Unos encima de otros forman una bola que a duras penas rueda por el inestable terreno. La noche se avecina cerrada y las nubes cubren dos de los tres soles que bajan lentamente por el horizonte.
En los últimos años he constatado cómo la ficción especulativa se hace presente en la mayoría de temáticas de orden contemporáneo, y cómo algunas colegas o incluso yo mismo, estamos incluyendo este género en nuestras formas de preguntarnos acerca de la realidad. Parece que cansadas de mirar continuamente al pasado y decepcionarnos con la imposibilidad de reconstruir la historia, ahora solo nos queda pensar en lo prometedor de un futuro apocalíptico y soñar con afianzar así la promesa de nuevos órdenes que aseguren la supervivencia de nuestras formas de existencia e identidad. Especular sobre el futuro en escena posibilita la experiencia de «lo que podría ser» gracias al propio dispositivo escénico que es en sí mismo una cápsula temporal. En este ámbito de presente absoluto, donde colectivamente estamos llamadas a una temporalidad común, desde la dramaturgia se pueden disparar estos saltos temporales y proponernos preguntarnos juntas en qué momento de la historia estamos, si esto o aquello ya ha pasado, si estos aplausos del principio en realidad nos están indicando el final de la pieza, o si cuando salgamos del teatro nos encontraremos la ciudad destruida y cubierta de líquenes y tendremos por fin que organizarnos como una tribu para reconstruir la civilización.
Para mí, es la escritura la que abre la posibilidad de situarnos como espectadorxs en uno u otro momento; no por su contenido sino por su estructura. Gracias a la dramaturgia, podemos abrir y cerrar diferentes portales desde donde, efectivamente, poder poner en tensión las cuestiones que como contenido se desarrollen en la pieza. La dramaturgia es, en mi opinión, el núcleo performativo más potente que le da sentido a poner una pieza en vivo y que posee la capacidad de situar al público en una realidad concreta desde la que poder experimentar otras inteligencias. Y es partiendo desde la dramaturgia desde donde pienso que es interesante abordar cualquier ficción especulativa en una pieza en vivo, porque desprovista de esta pregunta primera de cómo situar al público, de cómo organizarnos entre lxs que nos sentamos y lxs que actúan, de cómo abrir y cerrar los portales, la ficción especulativa se vuelve literatura e imagen y, aunque esté encima de un escenario, en mi opinión opera de la misma forma que desde una pantalla de cine o desde Tik Tok. ¡Ojo! No digo que una forma sea mejor que la otra, solo que, para mi gusto, disfruto más de las cosas cuya naturaleza es una pantalla en una pantalla, y siento que intentar exportarlas a la performance sin una actualización estudiada puede volverlas efectistas y aburridas.
// Por lo que he visto de Alicia en Internet, su trabajo es multidisciplinar. Trabaja en las artes visuales a través de la creación escultórica de prótesis y otras piezas que ponen en tensión las regulaciones normativas que el género o la especie imponen sobre nuestros cuerpos en la actualidad. En la performance noté que le da mucha importancia a la plástica y que es fiel a una línea estética fairycore plastic kawaii que funciona muy bien con la música vaporwave que ambienta la pieza. Pienso que el concepto que ha querido desarrollar en la performance ha sido la fluidez, también muy propia de estéticas vapor, y lo ha reflejado perfectamente en su prótesis y la utilización del agua en sus textos y diferentes momentos de la pieza. Si Alicia fuera un presocrático sería Tales de Mileto y si fuera una diosa sería Chalchiuhtlicue. Alicia utiliza imaginería que habla de fertilidad, de cuidados, de conservación y de polifonía. Utiliza también un sistema capacitivo para producir sonidos a través del contacto con la materia que la ayudan a hablar de interdependencia y conectividad, como si la naturaleza también fuera un gran arduino con entradas y salidas dispuesto a conectarse con nosotros en una relación de igualdad.
Y es que últimamente me encuentro con muchas performances que pasan de esta primera pregunta sobre la dramaturgia directamente a la tarea de la composición, con el objetivo de conseguir rápidamente una imagen potente que defina su trabajo, como si fuera esto lo más importante. Luego de haber conseguido esa imagen impactante enmarcada en una estética reconocible, la composición se desarrolla rellenando compartimentos estancos para ocupar un tiempo concreto: tengo 35 minutos así que esto primero, luego esto y luego esto otro… El foco al crear se sitúa en el afuera de la pieza, y se podría escuchar como lx artista piensa: «molaría poner esto después de esto y así queda todo más redondo», en lugar de mirar hacia adentro, manosear los materiales, conocerlos, y escuchar lo que ellos tienen que decir. Pasa entonces que nos encontramos a alquien que, por ejemplo, habla de ecosistemas interdependientes en los textos que narra pero que, en su pieza, actúa como lo contrario ejerciendo su poder individual sobre lo que le rodea, colonizando los objetos mediante su uso.
La imagen, la teoría, la sinopsis, el relato, todo está perfectamente construido y organizado; pero cuando vemos la pieza, la acción contradice a todo lo demás, los materiales se empoderan y se rebelan contra los deseos de su creadorx, como si le dijeran “si me hubieras escuchado un poco, sabrías que yo en realidad era esto otro”. Y ahí para mí surge la paradoja que genera una distancia incómoda en quien está mirando. Si en el proceso de producción de la pieza no se encuentran activos los modos de aquello que se quiere cuestionar, si no se pone en práctica, todo el discurso político se convertirá en fetichismo adornado por una imagen potente y rompedora que, casi siempre, se encuentra al servicio de la tendencia capitalista. Han desaparecido las tensiones, no hay agencias, la pieza se convierte en una vaga mercancía de los circuitos competitivos que la institución puede utilizar para afianzar su relato antirracista o queer.
No creo que esta estrategia se deba a la despreocupación o saber hacer de lx artista, pienso que estas dinámicas se encuentran enmarcadas en esta lógica mercantil que impera en los centros de arte y de la que somos víctimas como artistas. En nuestra realidad laboral, parece que nuestro trabajo escénico, antes que investigación dramatúrgica, ha de ser imagen instagrameable, y eso nos ha obligado a dejar de pensar en preguntas para pensar en imágenes de dossier y en tendencias. Hemos dejado a un lado el placer de ensayar por la obligación de producir. La precariedad y la competencia nos alejan cada vez más de poder sumergirnos en la práctica y la inmediatez nos coloca fuera de nuestro propio deseo para satisfacer a un público imaginario que cada vez es más hostil y violento con lo que hacemos.
No me gustaría que se me malentendiese, y que parezca que pienso que todas las piezas han de pertenecer a un contexto de ardua investigación. Las piezas pueden ser caprichosas cuando lx creadorx sabe reconocer su deseo honestamente y se le antoja hacer una u otra cosa en escena. Investigar no tiene que significar intelectualizar las creaciones, para mí es un paso necesario para ponerlas a prueba, descubrir qué éticas están detrás de la representación y comprobar su resistencia y dureza. Lo que me molesta realmente es cuando se evidencia querer molar y se acaba siendo nihilista, se frivoliza con temas que terminan siendo desactivados políticamente porque se convierten en topics obligatorios de piezas de performance contemporánea.
Está bien que toda persona que quiera poner sus materiales en vivo y compartirlos en forma de pieza performativa tenga espacio y tiempo para llevarlo a cabo, pero desde aquí me gustaría reivindicar el trabajo de lxs compis que entienden lo escénico no sólo como un arte visual sino también como un arte con una gran potencia situacional, y que aún piensan esta cosa de las escénicas como un medio para organizarnos en vez de como la nueva fórmula de acumulación de capital simbólico por todo lo que una actuación en vivo representa.
// Los seres despiertan a la sombra de un cúmulo de basura. Después de haber superado la fría noche, se ponen en marcha, dejando tras de sí excrementos babosos en forma de rastro en la arena. A lo lejos se divisa un territorio rocoso donde se vislumbran brillos de una vegetación metálica, como si las criaturas de las rocas hubieran protegido sus cuevas con alambre de espino. Los seres, cansados del largo viaje, suben a trompicones por las rocas y peñascos pero, poco a poco, sus cuerpos gelatinosos se desgastan y cuelan entre las grietas de las piedras. Sus restos aún vivientes se cuelan entre las rocas y llegan a una cueva en forma de condensación. Inkyubeta duerme en su nido resguardando los huevos que ha encontrado tras su paseo matutino. Una gota cae inesperadamente del techo y se cuela en el ecosistema que alberga su protuberancia. Sonríe en sueños, la polifonía es real.
Jose