Para muchos de los que leerán esto, la noticia de que el CDN había programado a Cris Blanco supuso una alegría no pequeña. La llegada al María Guerrero de esta creadora que en dos décadas de trayectoria no ha dejado de sorprender y a la que sigue un público amplio, se recibió, creo, como un acto de justicia, incluso como la aparición de una esperanza. No hablo de la esperanza de llegar una también al CDN (que también, si se quiere, venga, por qué no, ojalá), sino de la de que deje de existir, o que se vuelva un poco permeable, al menos, la frontera entre lo que llaman (llamamos) teatro y lo que llaman (llamamos) artes vivas.
Una vez asimilada esa alegría inicial, lo que quedaba era esperar el día del estreno (qué gusto esperar con ilusión alguna cosa) y, una vez llegado el día, presentarse en el teatro: procedimiento estándar.
Pero resulta que un par de semanas antes de que empezaran las funciones ya había varias con localidades agotadas, otra noticia buena, aunque me toque esperar.
Finalmente voy. Una vez en el sótano del María Guerrero, Cris Blanco te empieza a contar su vida, te habla de su infancia y de las tres mujeres que componían el núcleo central de su familia. Te acomodas, cuando empiezas a pensar que sabes por dónde van los tiros, de repente, cambia todo.
Porque la biografía de Cris Blanco no es aquí el único tema. Resulta que, como en el resto de los trabajos que he visto de la artista, en Pequeño cúmulo de abismos se reflexiona, mediante la exposición, el retorcimiento y el humor, sobre los mecanismos del lenguaje teatral y sobre el fenómeno de comunicarse con el público. Lo que hace ya tiempo es admirable es que Blanco siga encontrando formas nuevas de hacer esto.
Además, en esta pieza, al igual que en la anterior (Grandissima Illusione), pero de otra forma, se habla también de cómo las condiciones materiales de producción determinan, no solo el resultado final del trabajo escénico, sino la raíz misma del proceso de creación.
Sin embargo, en este caso, una no se da cuenta de que se le está hablando de todo esto hasta que no sale del teatro y descansa un par de horas, porque todo este material está inserto en un aparato de ciencia ficción metateatral que, junto a Cris Blanco, se imaginaron Rocío Bello, Oscar Bueno y Anto Rodríguez. Un aparato que te mantiene saltando de asombro en asombro, que se complica cada vez más a medida que avanza la función, y que te va limpiando de todo el cinismo que traías de la vida y de la calle para prepararte para el final de la obra.
Y esto es importante, lo del cinismo, digo. Cris Blanco tiene una forma muy personal y sobria de desarmar al espectador mostrándose vulnerable y trabajando desde ahí. De hecho creo que su trabajo, en cierta forma, va siempre de lo frágil que es todo. De lo frágiles que somos, de lo mucho que dependemos de la colaboración y hasta de la ternura de los amigos, de los compañeros de trabajo, de los desconocidos y del público, para poder ser lo que necesitamos ser.
La cuestión es que a base de sorpresas (de personajes reaccionando de forma inesperada, de giros en la trama, de gags físicos y de texto, de objetos absurdos o de relaciones absurdas con los objetos) el equipo (Oihana Altube, Rocío Bello, Cris Blanco e Íñigo Rodríguez-Claro en escena, Pablo Chaves en escenografía, Miguel Ruz Velasco en iluminación, Jorge Dutor en vestuario, Carlos Parra en espacio sonoro) consigue que dejes de intentar adivinar dónde te están metiendo y por qué. Y, mientras tanto, de no se sabe muy bien qué sitio, van saliendo las historias: la de unas señoras que sacaban adelante la vida, la de la España rural que se trasladó a trabajar a las capitales, la de una generación perdida que se perdió tan fuerte que ni se la nombra, la de muchos años haciendo con pocos medios hasta que te llega la posibilidad de hacer algo en condiciones más generosas, y entonces vas y lo haces con la misma gente con la que has hecho gran parte del recorrido, y con el mismo espíritu que te ha llevado hasta ahí.
Porque efectivamente, la pieza (gran parte) mantiene esa estética de artesanía improvisada con materiales que hay en casa, o en el almacén del teatro, o en la basura. Una estética que para mí representa el triunfo de los deseos de la autora sobre la situación material en la que trabaja. Por eso me alegran tanto los efectos especiales de las obras de Cris Blanco: porque me hacen sentir que los límites de la existencia y de la condición social no son tan límites si una es lista y tiene papel, tijeras y pegamento.
Cecilia Guelfi
ole, que ganas de ver pequeño cúmulos de abismos y a las Cris !!!
Gracias Cecilia Guelfi.