A través del ojo de una cerradura aparece una cuenta atrás de 08:00 hasta 00:00. Estoy sentada junto a otros espectadores, en una de las sillas de las dos filas que hay encima del escenario del teatro de L’Estruch. Es 30 de junio y estoy en el espectáculo de presentación del final de residencia del artista Jaume Clotet. Sigo mirando hacia la pantalla donde está la cerradura con los dígitos en movimiento, y una posible mirada desde el otro lado de la cerradura me apela como parte integrante del conjunto llamado público, estoy con una sonrisa curiosa esperando a que empiece el espectáculo.
El contador llega a 0. En mi cabeza esto se representa, ahora, como darle al ‘play’ (icono blanco sobre fondo negro y la barra de progreso que se va rellenando de color rojo), y se marca así el inicio de lo que será una performance coreografiada, que toma la forma física, visual y auditiva de una secuencia fragmentada. Empiezan la sugerencias: un coche aparcado frente a una ciudad cualquiera, para representar el mundo de los personajes nocturnos. Un Jaume atrezzista, colocando estratégicamente un puñado de bolsas verdes de plástico, que insinúan el rojo de los six packs que se consumen en la calle, y que repletas de flores, nos dan la bienvenida. Mientras va silbando, las va colocando en el espacio que queda entre él y nuestra primera fila de público. Suena música máquina de fondo y ese silbidito casual y visual (es un chupa-chup con forma de nota musical), parece estarnos avisando de la que se viene. Esta figura del Jaume attrezista, se me revela ahora, como un guiño a su costumbre de mostrarnos las propias entrañas y entresijos de su obra (o la semiótica de su arte). El mago y sus trucos. Veo en este gesto inocente, una referencia a la construcción del relato, que me lleva a preguntarme: en la autoficción de Jaume, donde empieza y donde se marca el límite con el pacto narrativo? En su obra todo oscila entre la ficción (y con ello el pacto ficcional) que se establece a partir de la broma, la exageración, el gag y el humor; y la vida (su vida, con todas sus vivencias, hechos y referencias).
La música máquina se va haciendo imperceptible y el silbidito animado y torpe da paso a una luz tenue. Una gran llave de contacto en forma de luna gira arrancando con un sonido de motor que nos pone en marcha. Una música repetitiva e angustiante invade el espacio y en la pantalla se proyectan las líneas de pintura, que nos remiten a aquella carretera perdida. Como protagonista, la parte trasera de un coche (preciosa escenografía hecha por CNC Carpintería Moderna) avanza, sintonizando varias emisoras, cuando de repente, una trompeta de juguete roja, se precipita con un sonido estridente/cómico, por el cuerpo trasero del coche, y si, si lo sospechábamos, esto nos confirma que estamos de lleno en el universo de Jaume. Este gag visual nos permite escapar de la sintonía agobiante, para sumergirnos de cabeza en el torbellino de los sonidos alucinantes. ‘Alusinasons’, el tema que da nombre al espectáculo, suena de forma épica para dar paso a este universo de diversión, fantasía y frustración en el que se refugia el artista, y que a la vez nutre sus dos facetas creativas personales: la de cantar vivencias cómicas encima de canciones mainstream (bajo el alias de @jaujeje) y la de productor amateur de música electrónica.
El Jaume de ‘Alusinasons’ se personifica visualmente en el muñeco de la ‘llufa’, una especie de antihéroe que caricaturiza la realidad estableciendo un tono de auto-burla a lo largo de toda la representación. Poco a poco vamos siendo conducidos a una alegoría que toma la forma de una noche de botellón, construida a partir de elementos como el coche, el video de fondo editado por Albert Sánchez o el vestuario diseñado por Alicia Garrido (formado por un chaleco reflectante, hecho a partir de un chalequito de traje, un chándal aterciopelado con las franjas de adidas que se expanden más allà de las mangas y unas deportivas enormes blancas que hacen un guiño al mundo del clown). Jaume aparece rodando por el suelo para despertar de este trance sonoro, se despereza y se prepara para la fiesta, levantando el capó del coche y encendiendo las luces traseras como acto inaugural.
Entra en escena por primera vez el alcohol. Aparece la cerveza, tic-tac, tic-tac, oscila al ritmo del sonido de un reloj, levita, y Jaume la mira atentamente. Quizás se pregunta: ¿es hora ya de beberla?
En el siguiente tema, empiezan las rumiaciones, que son compartidas en la pantalla a modo de teleprompter de karaoke (uno de los exponentes de la cultura popular del desfase). Este espacio, normalmente rígido, puede ser editado en directo y se convierte brillantemente en el contenedor de un cerebro que teclea sus pensamientos en bucle. Veo en este gesto desesperado, otro acercamiento al público ya que, lo que le da sentido a un karaoke es utilizar la letra de la canción como soporte para identificar y unir a los que la cantan.
De ahí, entramos en un estado de suspensión y apatía. Quiere recurrir a la broma para salir de ahí y busca la trompeta. La intenta revivir con un gesto de boca a boca, pero la trompeta no responde. Frustración, fracaso, ante la broma averiada. Pone unos mini-conos señalando el accidente, se pone el chaleco y le da un trago a la cerveza. A partir de aquí, múltiples guiños a las noches de borrachera se van sucediendo a través de la secuencia que acoge a un personaje atrapado en sus reflexiones, que bebe para hacer frente a sus frustraciones. En el siguiente tema, el tipo de música (rollo trap adolescente) contrasta con la letra y el tono patético de la voz. Quizás, porque es algo que cuesta reconocer o aceptar, se esconde detrás de unas flores para cantar el hit de ‘M’estic fent gran’, mientras se coge al micro como si fuese un bastón. Al final del tema, deja las flores en el micro, como quien las deja en un punto de una carretera, para recordar y celebrar la vida de alguien que ha fallecido en ese punto, en este caso, una parte de esas ganas de hacer diez mil planes, de donde nace un especie de nostalgia desde el presente por la fiesta de la que participa pero de la que igual ya no quiere formar parte.
Seguimos con nuestro paseo por este parkineo particular, íntimo y delirante creado por Jaume. Navegamos por varios sentimientos y etapas (no sería la historia de un antihéroe si no pasase por toda esta amalgama de sentimientos). Damos paso ahora a la tristeza y a la melancolía, llueve sobre la llufa y un solo de violín se aferra a las paredes de nuestra alma. Bajona máxima, autotune y un baladón dedicado al sentimiento de impotencia de no poder abrir una botella de vino cuando te la quieres beber.
‘Saoko, corchos Saoko’, alguien en el público consigue abrir la botella, y la broma introduce un nuevo giro abrupto y una nueva emoción. Ahora hay que pasárselo bien, imperativo en hard-tek: ‘és divendres nit / passa-t’ho bé!’. para poder seguir dándolo todo hasta que entramos en otra fase de la borrachera, la de la resaca. Se nos permite fisgonear el momento íntimo de la bajona, por el mismo ojo donde estaba la cerradura al inicio del show. El ojo del público mira, pero el propio ojo de Jaume también está mirando, como si revisase su feed de instagram, tirado en la cama con el cuerpo tomado por la resaca con un ojo cerrado y el otro mirando las publciaciones pasar. El ojo es el gran protagonista en la obra de Jaume, por eso me parece curioso apuntar que la primera vez que le conocí fue en casa de un amigo en común, donde en un momento concreto de la noche, surgió una breve representación de la escena del ojo de ‘Un Chien Andalou’, gesto desgarrador y violento, que me conecta de forma premonitoria con algunas de las reflexiones que han ido surgiendo en este texto.
Todo el espectáculo ya tiene un formato que nos remite a una pieza de YouTube, pero esta escena en concreto nos reconecta directamente con el Jaume de instagram, con la crueldad de mirar hacia uno mismo, mostrándose a la vez y sin filtros en un momento de malestar. También hay algo de supervivencia y de sanador y mucho de internet. Del ‘felt cute, might delete later’ o de una especie de placeholder del ‘I have nothing to say / and I’m saying it / as I need / and that is poetry’ de John Cage. Como un truco para movilizar algo dentro de nosotros o de nuestro alrededor, para evidenciar ese silencio que nos rodea, o para generar una pequeña pausa, entre reacción y reacción.
Pasada esta fase solitaria, entramos de nuevo en el baile y la fiesta con el ‘Perreig de les butxaques escurades’ donde el personaje súplica ‘invita’m’ moviendo las caderas y haciendo twerk al público mientras se agarra a sus bolsillos vacíos. A su vez, va repartiendo latas de cerveza y la escena culmina en otro momento de comunión con el público: la coreografía (y el sonido que lo acompaña) de abrir las latas todas a la vez al unísono. La fiesta sigue el recorrido de varios temas en una playlist, espejo de las peleas nocturnas por poner el siguiente tema. Va sacando del coche objetos que hacen referencia a las cervezas que nos bebemos, los pitis que nos fumamos (el depósito se abre a modo de cenicero) y los juegos a los que jugamos (saca del parachoques unos vaso rojos y unas pelotas de ping pong ), mientras de fondo, la noche va pasando. De hecho, Jaume tiene un videoclip que hizo con Ander Perez, que me encanta que dura, lo que tarda un piti en consumirse. En el caso de ‘Alusinasons’ como ya vamos intuyendo, lo que define la largada de la pieza es el tiempo que dura un botellón.
En cuanto al espacio, estamos de parkineo en un nuevo lugar de creación propia, habilitado para los pranks. Un terreno de exaltación a la broma tonta, para reclamar estos espacios de diversión, de ocio, de recreo, en contraposición con el aburrimiento propio y la falta de estímulo que empalabra en la versión del mítico remix del ‘Day’n night’ que suena de fondo. La noche va escalando y llega ahora la hora de los cocktails (a todo esto, Jaume va bebiendo en directo, aquí sí que no hay truco). Sirve el cocktail por el filtro de la trompeta, lo que anticipa el siguiente conjunto de temas, que són una parodia de momentos típicos de borrachera. El primero, es un tema que representa esos momentos cuando la noche ya se pone torpe y pesada y uno ya se siente muy borracho (pajitazo en el ojo incluido). En el siguiente aparece el leitmotiv de cualquier borrachera: el hacerse pis todo el rato y tener que ir continuamente al baño. Por último, no puede faltar una buena coreografía y, convirtiéndose en el director invita a la gente a rebotar la anilla de la lata con el dedo para crear un ritmo participativo. La fiesta ya va llegando a su fin, y una nana nos invita a dormir, pero todavía le queda un pequeño empuje a esta cogorza. En pleno intento de dormir, se da cuenta que se ha olvidado de lavarse los dientes, y le dedica un tema a la procrastinación de este momento. A continuación irrumpe, versionando la canción de ‘Tequila’ con un saxo hecho de botellas de agua de plástico, aliado infalible de cualquier resaca. Una última ronda de cervezas, para homenajear el típico momento, donde nos ponemos sentimentales con los amigos después de haber tomado unas copas de más. Ahora sí, recoge todos los restos del desfase y da paso al último tema del espectáculo, que dice, ‘ha sortit el sol’ y suena con un aire de melancolía sobre la misma sintonía de ‘Alusinasons’ que abría el espectáculo. Sale el sol y esto nos indica que la noche se acaba.
Hemos llegado al final de la secuencia, y en este caso no tenemos la opción de volver a reproducirla. Con este espectáculo, Jaume consigue trascender el recuadro delimitador del reproductor de Youtube o de Instagram con una obra que aglutina de forma magistral un compendio de algunas de sus ‘dèrias’ que se sienten sinceras y maduradas. Esta obra también puede pensarse como la conjunción entre espectáculo y espectador: ya que incluye la puesta en escena no sólo de la obra, sino también de quien la experimenta. Su ojo nos mira como espectadores, pero también mira a la pantalla que acumula sus creaciones que reproducen de forma cruel sus vivencias. Me parece sugerente, adiente y revelador poder situar a Jaume en el género de la autoficción, un formato basado en la ambigüedad, del mismo modo que su expresión artística, que oscila entre el teatro, la comedia, el arte, el humor y la producción musical. Me parece que Jaume se ha ido instalando en esta indefinición, adquiriendo cierta seguridad, al ir desarrollando un lenguaje propio. Lo demuestra en esta secuencia fragmentada, que evita privilegiar un punto de vista sobre los demás, que explora el tema del consumo del alcohol sin ser concluyente ni sermonizante y que a su vez está repleta de estas píldoras de humor, pequeñas metáforas visuales y ocurrencias, tan propias de su lenguaje. Otra cosa que no querría pasar por alto es el hecho de que se ponga al servicio de su propia obra y su propio personaje, experimentando en primera persona una borrachera en directo, ya que contrapone la ilusión de uniformidad que transmite la naturaleza de la pieza (una secuencia cerrada y ensayada) con la posibilidad de no saber cuál será el efecto del alcohol sobre el personaje en cada obra. Y aunque en ella y desde ella se quiera plantear y cuestionar el consumo de alcohol tanto a nivel individual, como colectivo y aunque pueda parecer que esta travesía desde una carretera perdida hasta un aparcamiento, es solo el principio de una noche de borrachera como otra cualquiera, la obra es en realidad la representación de una fiesta inolvidable.
Laura Frade Pesquera