Llego a Réplika para ver Noche cañón, que en algún sitio habré oído o alguien me habrá dicho que es una comedia, pero cuando vamos entrando en la sala donde se va a desarrollar esa promesa de velada inolvidable, nos encontramos con que el personaje que nos recibe parece más una profesora imperturbable que una trapecista fuera de sí. Al menos por el momento. Esta jugarreta llevan haciéndonosla desde la infancia y seguimos picando. Quizá la Societat Doctor Alonso esté jugando con este sistema de expectativas.
Bien, pues ya la propia entrada del público en la sala, y la búsqueda de los asientos donde se acomodará cada uno, da pie a la actuación del único personaje que veremos en escena. Lo interpreta Sofía Asencio, que está sentada en una butaca que parece arrancada de un autobús de media o larga distancia. De la posición de su cuerpo, pero sobre todo de la expresión de su cara, se desprende que no solo está esperando a que todos nos sentemos, sino que está supervisando, sin tenerlas todas consigo, la compleja operación de que este grupo de inconscientes nos vayamos distribuyendo por el entramado de plazas. ¿Cómo es posible que transmita que no se fía de que cumplamos con éxito nuestra única obligación −sentarnos−? Pues lo consigue. Los párpados bajados con displicencia hasta el meridiano del iris y una levísima sonrisa en la cara; la postura como una perfecta estructura angular, las manos en reposo sobre las rodillas. Sigue sutilmente el desplazamiento de los asistentes sin apenas pestañear. De vez en cuando hace algún comentario sencillo para facilitar la operación de acomodo, que suena como un dardo envenenado cuando se dirige a alguien en concreto. Nos reímos, por supuesto, pero la actitud de la conductora de la Noche cañón tiene algo desasosegante.
¿Ya? Por fin sentados podemos entregarnos al disfrute de la noche. La violencia contenida en el centro del escenario parece aflojarse cuando nuestra entertainer está segura de que ya cuenta con toda nuestra atención, como merece. Nosotros también podemos fijarnos en lo que hay. Por ejemplo, la butaca, que como ha sido rescatada de otros usos no parece muy adecuada para la nueva función. Ella está sentada casi hiératica como en un trono, pero el trono no tiene patas y el asiento queda a un palmo del suelo, así que no se debe de estar muy cómoda y la autoridad parece dudosa. A la vez, el tapizado demodé de la butaca no da un aire precisamente de lujo y distinción. ¿Qué hace esa mujer tan rematadamente digna sentada a un palmo del suelo en una butaca de peluche? En la tensión entre los escasos y modestos elementos con los que se cuenta para la función y la actitud casi condescendiente del personaje está para mí una de las claves de la pieza.
Esa tensión vibrante se irá transformando en un viaje monologado a lo largo de una sucesión de gags. Podríamos estar en un autobús en el que una pasajera desequillibrada ha secuestrado el micrófono aprovechando que nos hemos quedado atrapados en la nieve; quizá estemos en el espectáculo nocturno de un hotel en temporada baja. El caso es que ella está dispuesta no a distraernos por un rato, sino a demostrarnos que nos puede introducir en un mundo como nunca hemos conocido: un mundo cañón.
El decorado está resuelto de manera brillante en su sencillez. Sin abandonar el tono de bronca inminente −pero en cierto modo cariñosa−, la conductora nos indica que podemos sacar del bolsillo que tenemos colgado del asiento de delante un folleto, similar a los que hay en los asientos de los aviones. Estas instrucciones obligan, dentro de la dramaturgia, a un movimiento un poco aparatoso por parte de los espectadores que refuerza la sensación de disparate en la que nos vamos a mover todo el rato. Sólo cuando se nos vaya indicando podremos pasar las páginas del folleto, que está diseñado por una Beatriz Lobo totalmente poseída por el sentido de la mezcla imposible que empapa la pieza. A cada paso de página le acompaña un gag: puede ser un monólogo delirante, un juego con sombreros que remite al music-hall, una demostración de pasos de baile sin que haga falta levantarse del asiento… Como se nos ha instado a mirar cada vez la página que hace pareja con cada número, y solamente esa página, el folleto que tenemos entre las manos funciona como lo haría un fondo cambiante en el último término del escenario, de modo que tenemos entre las manos parte del decorado reproducido a escala.
La estrella del espectáculo parece estar absolutamente embebida en no obstruir el caótico caudal de impresiones, canciones, frases hechas como recordadas al azar que brotan de su interior y que componen el tapiz de su show, para lo que sin duda es necesaria una concentración al alcance de pocos, pero aquí y allá sorprende interpelando a algunos miembros del público, que evidentemente es distinto cada noche. Así va entrando en calor, animada por su propia versatilidad y por la certeza de que está dejando boquiabierto al auditorio, de modo que por fin se levanta y sigue con su alucinante cháchara, hasta que por fin se suelta del todo y casi como si cediese a una súplica ineludible se arranca a bailar por todo el escenario, llegando a chocar contra las paredes y a salir y entrar por el foro y en definitiva a demostrarnos que toda esa contención del principio custodiaba una capacidad expresiva arrebatadora.
Se podría sacar una deducción sociológica o psicológica del desarrollo de este espectáculo un poco disparatado que con pocos elementos va revelando el espectáculo verdaderamente mesmerizador que hay debajo, pero nos llevará mucho más profundo el mero dejarse llevar por el despliegue de trucos al que asistimos y que comienzan, insisto, con la construcción de un personaje que en su conmovedora seriedad y autoridad parece lindar con lo psiquiátrico, y que consigue por fin que todo el público participe de su fantasía.
Noche cañón
Sala Réplika, 26 de febrero de 2023
Societat Doctor Alonso
Bárbara Mingo Costales
Fotos: Inma Quesada