Al lado de la casa donde vivía cuando era pequeño hay un parque. Por debajo del parque hay un colector que lo cruza de un lado a otro. El colector llega hasta a una fuente que se conoce con el nombre de Fuente Buena. En esa fuente mi abuelo cogía agua todas las mañanas antes de bajar a la huerta. Ahora el colector está cerrado con una verja de hierro y no se puede pasar, pero antes no estaba cerrado. De pequeño quería atravesarlo. Empezaba con ganas. Al principio había luz y se veía, pero antes de llegar a la mitad la oscuridad era total. Tenía que caminar a tientas. En esa oscuridad había sombras que se movían. No tenían ninguna forma concreta. Eran cosas negras que aparecían y desaparecían. Entonces, aunque no quisiese, por más que intentara convencerme de que allí no había nada, me daba la vuelta y volvía a salir por el mismo lugar por el que había entrado.
He pasado demasiado tiempo sin atreverme a ir hasta el otro lado. Aún lo sigo haciendo. Crisis climática, guerras, pandemias. Usar la economía como brújula me ha hecho perder el norte. Casi sin darme cuenta, me asedian cientos de sombras: prisas, trabajo, consumo, hacer y más hacer. Ir de un lado a otro y, sin embargo, estar siempre en la mitad. Vivo en Troya. El suelo de las calles está lleno de cenizas. El viento levanta las cenizas. Hay nubes de ceniza en mi cabeza que no me dejan ver nada más que las cenizas. Sacos de ceniza en cada esquina. En una ciudad asediada, después de años de asedio, no hay vencedores: solo hay tiempo para los ajustes de cuentas, los saqueos y las lamentaciones. “Como el humo que se disipa por los aires, escribió Eurípides, derribada por la guerra se consume nuestra tierra.” Mi imaginación es Astianacte, ese niño que fue condenado a morir arrojado desde lo alto de la muralla. Olvidé que la fuente, Fuente Buena, está al otro lado -o lo dejé para más tarde. Necesito volver a la imaginación, que ve el mundo desde la pregunta y la maravilla cotidiana, y que quiere solo una cosa: ser compartida y, junto a los demás, ser dueña de la capacidad de crear posibilidades. Igual que el niño. Una sola palabra puede encender el futuro, creo que dicen en la obra.
No sé porqué he escrito lo anterior. O sí lo sé, pero quizá aún no sepa decirlo. Algo parecido pasa con las buenas obras: una cosa que no sé bien qué es, me alumbra otra cosa que es clara para mí. Me enviaron el vídeo de Tutto Brucia de Motus para escribir una previa. Vi el vídeo a la 1:30 en el hospital mientras pasaba la noche con mi abuelo. Tomé notas, alumbrado por la luz de guardia de la habitación. Mi abuelo se pasó la noche pidiéndome agua. Yo pausaba el vídeo y me acordaba de la fuente y de las veces que no crucé el túnel. Al día siguiente mi abuelo murió. Escribo esto antes de su entierro y lo terminaré al volver a casa después del cementerio. No tengo ganas de escribir nada, pero de mi abuelo aprendí, entre otras cosas, el valor de la palabra. De dar y de tomar la palabra.
Este fin de semana volveré al teatro. En Conde Duque está Motus. Tutto Brucia. Todo arde. Una obra lunar, porque tal vez hayamos convertido el mundo en un lugar inhabitable como la luna. Una obra que parte de Las Troyanas de Eurípides para decir cosas de la oscuridad de nuestro mundo. Motus es una de las compañías más interesantes de la escena europea. Hace piezas oscuras y animales, obras que son conciertos, bailes sobre el fuego, crea momentos asfixiantes. No iré al teatro por la obligación de no perderme ciertas obras ni por el recuerdo que dejó en mí su MDLSX en Naves de Matadero hace cinco años.
Iré al teatro para volver a estar en mitad de aquel túnel como cuando era pequeño. En medio de esa oscuridad que no me atreví a cruzar. Y al salir descubriré que estamos cada vez más cerca del otro lado. Sé que la oscuridad eterna de quien se va se convierte en la luz de quien se queda y que compartir la ruina puede ser una buena manera de empezar a juntar los pedazos entre todos. Cuando vea algo moverse tras las cortinas negras no me daré la vuelta. Ahora quiero cambiar el orden de dos parlamentos de Las Troyanas. Entonces, Andrómaca dirá: “Digo que no existir es igual a morir, y que morir es mejor que vivir con pena, pues de nada se sufre cuando uno no se percata de ninguno de sus males.” Y Hécuba responderá: “No es lo mismo, hija, morir que gozar de los sentidos. Pues lo primero nada es, mas en lo segundo hay esperanzas.” Me resisto a que el mundo sea solo el lugar de las lamentaciones. Volveré al teatro para hacerme cargo de esa esperanza. De esas palabras. Para atravesar el túnel y llegar donde está la fuente.
Javier Hernando Herráez