Piel fina

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Raquel Sánchez arrastra un remolque en un desvarío de frases, ruidos y tarareos. Un grupo de bailarines acompaña la marcha. De pie sobre el carro, la cantante embarazada no canta; la han vestido de novia y le han velado la cara. Suena una música andaluza y española, el carro avanza, avanza hacia el centro del escenario y se me saltan las lágrimas. En la escena siguiente los intérpretes lloran, mirando a público. 

Hay encuentro con el público al finalizar la función y Luz Arcas cuenta que lo que hemos visto es un proceso, llamado Teatro de la vergüenza, dentro del Festival Essencia en la Cuarta Pared de Madrid. Le pregunto por qué lo llama proceso y no obra si yo me he vaporizado. Risas. 

A los días voy a Toná, pieza de la misma directora programada en el Teatro de la Abadía, para ver si aprendo a diferenciar una obra de un proceso. Toná está inspirada «en la biografía de Trinidad Huertas, La Cuenca, una bailaora malagueña del siglo XIX que se hizo famosa en todo el mundo con un número en que representaba a una torera en plena faena y que le dio el sobrenombre de La Valiente». La bailarina se hace un solo de una hora acompañada por la música de Luz Prado (me gustaron especialmente sus Verdiales). Por el ánimo del público pienso que es una obra para ver de pie. Entonces, una pareja se levanta y se va cabeceando. Como un déjà vu, aparece la emoción, la peligrosa emozione, y entre vivas en la plaza termina la función. Toná levanta pasiones: la pareja, los que corean “otra, otra…”, y al tipo que se revuelve delante de mí, le pregunto por su descontento. Él también se pone en pie y afirma: ¡Yo soy director de teatro y esto no es una obra, es un proceso! 

En las corridas, el torero lidia al toro con la suerte. En La música callada del toreo, José Bergamín la describe así: «El toro bravo embiste al torero que lo hace salir de su impetuosa embestida quitándole del bulto que buscaba como finalidad de su embestida misma. Que no es el torero el que se quita, sino el toro; que lo quita el torero, quitándoselo de encima por el lance de capa o de muleta. Se quita el toro en la suerte, que por eso lo es». Teatro de la vergüenza y Toná me conmovieron, y aún digo que todo estaba dispuesto para que me conmovieran. No había lugar para el azar (ni para escapar): El primer día caí en la cuenta después, con la escena del lloro, el segundo día lo vi venir. 

Un par de meses antes, había ido a ver Drum Invocation, un concierto para bombo de Nilo Gallego, en la pequeña galería Cruce de la Calle Doctor Fourquet dentro de un ciclo llamado ¡Escucha! Todos esperábamos, creo que llegué incluso a desear, verle tocando el bombo. Sí se inclinó sobre el bombo, lo escuchó, lo templó, escogió entre varias baquetas, se le acercó y alejó tantas veces… Pasó, cerca de una hora, improvisando en el aire el jazz leonés pero nunca tocó el bombo. Y, sin embargo, sonó. 

Nilo hackeó cada una de mis expectativas del concierto porque la que, en definitiva, mandaba allí era la suerte. Digo, que fue el salvaje bombo el que no quería hacer de bombo y simplemente no se dejó manipular. Y para que la suerte nos sea favorable solo hay que esperar: ir al teatro es resistir.

Carmen Aldama

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Una Respuesta a Piel fina

  1. Jaime Aldama dijo:

    Muy interesante la crítica y la manera de contar la obra, el proceso o el concierto sin música. Dan ganas de haber estado allí y sentir lo que la Crítica firma.
    Enhorabuena.

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