“La utopía no es preceptiva; ofrece planos potenciales de un mundo que aún no está aquí, un horizonte de posibilidades, no un esquema fijo. Es productivo pensar la utopía como un flujo, una desorganización temporal, un momento en el que el aquí y el ahora son trascendidos por un entonces y un allí que podrían y deberían ser“. José Esteban Muñoz comienza a escribir “Cruising utopia. The then and there of Queer futurity”, traducido ahora al castellano recientemente por la editorial Caja negra como “Utopía queer. El entonces y allí de la futuridad antinormativa” (2020), hacia 1989 cuando la ciudad de Nueva York estaba sufriendo un proceso de limpieza e higienización por parte del alcalde Giuliani al mismo tiempo que los procesos de homonormativización estaban desactivando cualquier gesto de disidencia y desidentificación queer. “En el momento en el que escribo este libro la imaginación crítica está en peligro”. En el momento en que escribo este párrafo, un camión de la limpieza pasa por la calle con un altavoz en el que se escucha “Estamos desinfectando la ciudad. Quédate en su casa. Sadeco cuida de ti”.
En un momento clave de reconsideración de lo queer como un proyecto que se construye en relación a otras luchas y discursos que van más allá de la propia disidencia de género, el texto de José Esteban Muñoz llega, al igual que ocurría con “Los fantasmas de mi vida” de Mark Fisher, para indagar en los fantasmas de aquello que no llegó a ser forma, los gestos y actos de “bichos raros, visionarixs fracasadxs, de freaks que recuerden a las personas queer que nosotrxs siempre hemos vivido desfasadxs del tiempo hetero-lineal”.
Jueves 19 de Marzo. Son las nueve de la noche. Recibo un mensaje de Gaby. “Necesito amor”. Es el nombre de un grupo de messenger en el que veo que están Javi, Gaby, Aniara y Pedro. Gaby nos convoca para vernos y celebrar el equinoccio a distancia. Pedro está en Ecuador. Aniara en París. El resto, estamos en Córdoba. En un bosque oscuro, el rostro de Aniara inicia el ritual. Al otro lado de este mundo el sol ilumina el rostro de Pedro y la ruda que mantiene en sus manos. Brindamos con Javi y Gaby desde Jugo. Aniara escribe. “el cuarzo quedó plantado al pie del árbol tejiendo micorriza”.
Conocí a Pedro y Aniara en Octubre de 2017 cuando Javi y Gaby organizaron desde La Fragua el encuentro AABAS. Arte, Agricultura, Biodiversidad, Alimentación y Salud en el C3A como una propuesta a la comunidad para “pensar las formas en las que las prácticas agrícolas nos podían dar respuestas a la crisis ecológica y social del presente”.
Me whatsapeo con Javi como casi todos los días y nos acordamos de aquello. “No era una moda”, me dice Javi. Efectivamente poder participar en el taller de Maria Ptqk sobre las “artes del colapso”, asistir a las charlas de los científicos y activistas que en esos días cuestionaban los modos oficiales y normativos de respuesta a la crisis, bailar con Daniela, Pedro, Aniara y Laura y conocer a Agri y Prota y su proyecto Culturhaza, fue síntoma de que algo ya estaba pasando. Un gesto que anunciaba que algo tenía que cambiar. Se abrió una grieta. La institución miraba a otro lado. La mole blanca no quería mancharse pues era la primera residencia artística que se desarrollaba en el lugar. Aprendizaje y escucha. El parche de biodiversidad donde se plantaron habas, altramuces y crecieron arvenses comenzaba a poner en crisis el modelo institucional. Malas hierbas crecen cerca del cubo blanco. La respuesta institucional fue instalar en la entrada del edificio “Árbol de los deseos para la paz” (1996-2017) una pieza de Yoko Ono consistente en un olivo plantado en un tiesto de plástico de color blanco del cual los visitantes podrían colgar sus deseos de futuro. AABAS era demasiado queer y peligrosa. Un árbol plantado en una maceta de plástico, no.
Fue en una de esas conversaciones con Agri y Javi cuando me enteré de que que el Banco Mundial de semillas de Svalbard que se encuentra en la isla noruega de Spitsbergen, estaba amenazado por filtraciones de agua e inundaciones sobrevenidas del deshielo de los glaciares a causa del cambio climático. El búnker subterráneo, megalómana obra de ingeniería, se mostraba vulnerable, mientras Agri en un pequeño habitáculo en Culturhaza y siguiendo las enseñanzas de su padre, mantenía su propio banco de semillas al resguardo del deshielo y sobre todo de las grandes corporaciones agrícolas.
Abro instagram y veo que el próximo 16 de Marzo, Mariokissme publicará su primer disco que lleva por título “Fun after die”. Me acuerdo que fue también en Marzo pero hace dos años cuando en el marco de la exposición “WB. Alegría aquí están los no muertos” Mario propuso una escucha colectiva de las pistas de sonido en las que estaba trabajando en ese momento. De aquellas pistas no queda nada en este disco, un disco que a partir de la sobresaturación de clichés, el apropiacionismo de voces femeninas y la sensación sintética que aporta la escucha del disco, no está exenta de ese giro o deriva queer que como gesto aparece en todos sus trabajos como artista visual, en solitario o junto a Rafa M. Marcos como El Palomar.
Envuelto en diferentes mallas transparentes de color rosa, amarillo, morado y rojo o en una tela de color dorado como las que se usan para cubrir los cadáveres, Mario posa en diferentes escenarios naturales, siendo uno de ellos los glaciares en la Antártida. “It feels like i wanna die but it’s not over” repite Mario a lo largo de la canción mientras en mi memoria se cuelan los ecos de algunas canciones de The Knife. Hacemos un skype y me cuenta que ahora está viviendo en medio de Europa en un pueblo llamado Hégenheim. Hablamos del disco, del miedo a ese título, de El Palomar, de aquel hedonismo crítico que aún muchos recordamos, de cómo es posible ir cambiando la escena de club con estos gestos y de esa utopía queer de la que habla Muñoz. Veo los otros dos videos que ha realizado hasta el momento, “Just for fun” grabado en diferentes escenarios de la ciudad de Tokyo y “Kiss on” en la que se apropia de diferentes escenas de anime japonés para construir la historia de ese chicx que quiere tocar las estrellas. Lo que vemos del glaciar, y lo que aún está por llegar.
Son las 21h. Apago el ordenador y recibo un mensaje en el móvil con el asunto “Nana para esta pequeña era”. Fran me manda un correo donde me cuenta que a partir de un encargo de Pedro G. Romero y María García para el “Cancionero de la guerra social contemporánea”, María y él compusieron y grabaron esta nana que ahora mismo esta siendo proyectada en el Württembergisher Kunstverein de Stuttgart dentro del proyecto “Actually, the Dead are not dead: politics of life”.
Las políticas de la vida. En el correo, Fran cuenta que cuando la hicieron en verano “había incendios en el Ártico y un barco al que no dejaban entrar en puerto alguno, es decir, ya había muy graves crisis en curso, como lleva años habiendo ya para lxs más del mundo que no es la Europa blanca”. El proceso de investigación les lleva a recordar que “las nanas son canciones que alertan del peligro con ternura, que cuidan sin mentir a quienes las escuchan y que conjuran el miedo. La nana es la única pieza musical que triunfa cuando el público se duerme. La nana ideal, escribió Lorca, estaría hecha de solo dos notas”.
Esta “Nana para esta pequeña era” dura 12 minutos y está “dividida en tres partes que van de la distorsión de una melodía y letra popular (hacia la dureza de la era presente) hasta la dulzura de una canción hipnótica con la que te vas quedando dormidx, pasando por el análisis del loop que todo lo sostiene”. Al final, llega el sueño. Leo el final del correo, “La vida, lo real, las cosas del mundo, mundanas, concretas, la tierra, el vínculo, nuestra capacidad de vivir aquí porque queremos vivir aquí… recobran ahora su sentido, ¿no? o nos recolocan en un mundo super antiguo (como dice Alba Rico) donde pensamos que las nanas cobran potencia y necesidad”.
Un mundo superantiguo. Glaciares. Fuego en los glaciares. El agua que sigue fluyendo.
Hace un año, Laia Estruch presentaba Sibina en la Capella de Sant Roc dentro del proyecto “Una fuerza vulnerable” comisariado por Juan Canela. En el espacio, tres estructuras de hierro de color azul con agua en su interior y Laia vestida con un mono de color rosa. Mare que el ulls se’n s han fet d ‘aigua/ et vols beure el que veus /et vols beure la veu. (madre que los ojos se nos han hecho de agua/ te quieres beber lo que ves/ te quieres beber la voz).
Mientras en Moat, tanto en la versión sobre estructura de hierro como la inflable, Laia proponía una reflexión sobre la adaptación de la voz y el cuerpo a estas estructuras y sus diferentes materialidades, en Sibina propone un ejercicio performativo que como escribe Juan Canela en el texto para la exposición “inunda la sala de tonos ancestrales, notas que se pierden en tiempos remotos y que traen historias llenas de verdad y vida. Palabras que relatan la experiencia de beber agua en pequeños ojos dibujados en las rocas; el cuerpo humano imitando al animal en un reflejo acuoso; historias de “dones d’aigua” escondidas en las pozas; voces que se propagan de cuerpo en cuerpo y que se resisten a perderse en la muerte”. Les aigües no es poden fixar /vindràs amb mi/ plenes d’aigües / que arroseguen cossos. (Las aguas no se pueden fijar/ vendrás conmigo/ llenas de aguas /que arrastran cuerpos).
Fue en La Fragua donde gracias a Javi y Gaby también conocí a Laia. Bueno, mejor dicho en Combo, aquel lugar que abrimos en Córdoba como espacio satélite de la Fragua, hace ahora seis años. Durante su estancia en La Fragua, Laia había estado investigando sobre las recetas de cocina del lugar y los propios actos de habla de la zona, en un proyecto que más adelante y con la investigación sobre un libro de recetas inglés de 1919 fue la base de su pieza “/f:ud/”. Aquí en Sibina, el contexto del bosque, las leyendas del lugar y sobre todo el diálogo corporal que su voz establece con el agua consigue “invocar fuerzas telúricas y ancestrales desde la destreza natural de nuestra relación con lo elemental”. Agua y voz tejiendo microriza, como el cuarzo de Aniara en un bosque de París.
Me acuerdo cuando de pequeño en verano íbamos a la piscina pública de El Fontanar. Pasábamos allí todo el día hasta que las yemas de los dedos se quedaban arrugadas. Hidroboy. Volvíamos en el bus. Baño, cena y a la cama. Olor a cloro y after-sun. Cerrabas los ojos y escuchabas el sonido de la piscina en tu cabeza. Te ibas durmiendo. El agua en los oídos. Glaciares que aún no ardían y gestos prohibidos que se convertirían en acontecimientos. Primero fue el gesto. Después el acto. Ahora el recuerdo. “Lo no totalmente consciente es el campo de una potencialidad a la que debemos recurrir y en la que debemos insistir si queremos ver más allá de la esfera pragmática del aquí y ahora, la naturaleza vacía del presente (…) La memoria está siempre construida y lo que es más importante, es siempre política”1. Volver a redefinir lo queer a partir de esos fantasmas y de la unión con las otras luchas que sacuden nuestro mundo. El virus está mutando. Mutemos nostrxs con él.
Jesús Alcaide
1 Muñoz, José Esteban. Utopía queer. El entonces y allí de la futuridad antinormativa. Caja negra. 2020.