Cómo se hace la historia es una pregunta a plantear constantemente. Y cómo se hace la historia de la danza es algo más frágil, por lo complicado, pues no solo es contar lo que ocurrió sino lo que movió, y ahí la escritura se atasca intentando traer el movimiento a la letra. El otro día en “Piezas, arquitecturas y fetiches. Un recorrido por las arquitecturas de La Ribot” de Jaime Conde-Salazar, nos enseñó otra manera de escribir la historia de la danza: mostrando cómo se mira con todo el cuerpo. Una en la que el historiador muestra el deseo, el conocimiento y la diversión -magia cuando se juntan estas tres palabras- con el tema a contar.
Jaime Conde-Salazar nos presenta un despliegue de materiales por la sala iluminada del Teatro Pradillo que ha ido acumulando con mucho mimo a la largo de su vida siguiendo a La Ribot, a la vez que mantenía conversaciones con ella y escribía textos para publicaciones especializadas. En 1993 se estrenó el proyecto de las Piezas distinguidas en este mismo teatro, “con esta misma silla”. Paseamos entre ellas.
Para comenzar el historiador (no voy a decir el historiador como bailarín, o el historiador como performer, porque lo que vi es todo lo que me gustaría que un historiador fuera) utiliza un teatro de ballet en miniatura para recordarnos cuál era el punto de vista de una arquitectura en la que “la mirada del príncipe” era el punto de fuga que dominaba la escena. Y desde ahí vamos a ir viendo cómo, a través del trabajo de una bailarina, construir o deconstruir arquitecturas que nos permitan existir. Nos invita a salir al hall del teatro para trasladarnos al momento en el que vio por primera vez a La Ribot. Como buen maricón, al verla venir, supo entonces que ella era la diva. Todo un crush.
En el suelo de la sala se encuentra montoncitos con libros, entradas, postales, dibujos, grabadoras con entrevistas… cada uno para hablar de una “pieza distinguida” de la Ribot, 1993, 13 piezas distinguidas; 1997, Más distinguidas 97; 2000, Still Distinguished; 2011, Paradistinguidas; 2016, Another distingueé. Esto no es una lecture-performance; de hecho él lo llama “conferencia-show”. Los movimientos y la actitud de Jaime nos llevan a una escena de varietés, divas, luces y oscuridad que resuena con la actitud de La Ribot en sus piezas, descarada, divertida y sumamente inteligente. Conde-Salazar no ‘performa’, sino que cuenta, muestra, seduce: enseña con divertida coquetería. El historiador llega a desnudarse, como La Ribot en una de sus distinguidas piezas. Para nuestra sorpresa, al final del striptease queda un body de cuerpo enterizo transparente con dos pezoncitos y un pequeño pubis de color rosa cosido en la entrepierna que tapa aquello, para no ser una descocada total. En algún momento se convierte en Doris Marina Electro, peluca rubia. En otro, en la bailarina entablada, para contarnos las arquitecturas que La Ribot ha ido planteando a lo largo de su carrera y que han modificado las condiciones de realidad que de una sala, de una escena, de una danza se esperan.
Pero al invitarnos a recorrer estas arquitecturas Jaime se expone como el lugar de los otros que no están bajo los focos, los que guardan, sienten, aplauden, conversan. Estamos ahora todas en escena, somos mirones atentos a una figura esencial de la danza contemporánea, pensando con él que aquellas condiciones de realidad de los cubos blancos y negros, los puntos de fuga que se desplazan al cielo o el agujero oscuro en el centro de la sala de las arquitecturas de La Ribot nos invitan a entender nuestras propias condiciones de ver y estar. Y el que “escribe” se expone como un mirador más: es un historiador afectado por lo que ve, deleitándose, durante años más allá de la sala y ahora en ella, en lo que alguien como La Ribot nos puede enseñar. Enviando también su cuerpo, y no solo su texto, cambia las condiciones de realidad del relato histórico.
Alejandro Simón