Las ultracosas, de Cuqui Jerez, funciona como los tableaux vivants, cuadros tetra- dimensionales en movimiento. A primera vista, la obra representada está entre una escena de caza moderna y una partida de los Sims. Cuando la mirada se asienta, claramente aparece una síntesis de La balsa de la medusa de Théodore Géricault. A partir de aquí, dejo de reconocer pinturas.
Los personajes que habitan la escena llevan pelucas de pelo liso. El look me recuerda a una pieza que no he visto de El Conde de Torrefiel, La Plaza. Pero, en este caso, los personajes van a cara descubierta. La sensación durante un rato es bastante desagradable: como cuando te está subiendo una droga que no conoces. Me pregunto a menudo si la contemplación de lo bello tiene también un punto desagradable. Si el “me gusta” es para las cosas bonitas y el “me caigo” para las bellas.
El principio es dar vida a objetos inertes. Desde el vestuario y pelucas que los personajes se van cambiando a escondidas a todo tipo de materiales que van literalmente abriendo la escena. Los performers activan los objetos mediante reglas invisibles. Desde la mesa técnica, como un set de dj detrás de mí, en vivo, Cuqui pincha música y Gilles tira las luces. Todos a una con la extrañeza.
Los números se han ido sucediendo y entre el público hay dos miradas, las excitadas y las somnolientas. Sin duda, es una pieza para ver con los ojos entreabiertos. Los creadores lo habían previsto y nos han reservado un espacio muy cerca de la acción, en sillas y cojines. El ambiente cambia cuando entra en escena Jorge, un tipo normal, vestido normal que va colocando normalmente baldosas de plástico en el suelo delimitado para la escena. Miro alrededor y los extraños somos nosotros: el público es el objeto de estudio. Estamos, también literalmente, dentro del teatro.
Atrae mi atención Cécile porque los ojos de Javi me dan la pista. El largo de su pantalón demasiado largo, el rojo de su siguiente pantalón, su respiración. Las ultracosas son su elemento. Me doy cuenta de que me han enganchado, después vendrá también el placer, la risa y cierto llanto.
La obra está ambientada entre dos paredes. En un momento dado, dentro de lo que para mí era la casa, meten otra casita prefabricada. Y Cécile, que ha salido trepando por la ventana trasera, recoge con una tela muy fina el agua de una lluvia sonora que se acumula en la puerta. Las palabras aparecen solamente en las canciones que suenan por los altavoces cuando el espectáculo se convierte en un musical de playbacks. Echo de menos la voz y la palabra hablada. Pienso que Cuqui Jerez se enfrenta al problema de la representación en el lenguaje sorteando así el problema del texto en el teatro y, sin dificultad, me abandono a la danza muda.
He leído en el programa que la investigación práctica de los creadores se ha centrado en la búsqueda de lógicas y estrategias para producir una suspensión del sentido, es decir, encontrar el punto preciso en el que el signo lingüístico no puede cerrarse, pero al mismo tiempo no está completamente abierto. Las ultracosas son lo que ocurre en la colisión de los elementos de la escena, la prioridad del color sobre el dibujo, combinar lo que se repele. Lo que dejan suspendido es un secreto.
Cuando me iba, en mitad de la función y abriéndome paso entre cuerpos extasiados, el tiempo se diluía como la distancia entre quienes contemplaban y lo que era contemplado; las caras de los espectadores se prendían, algo estaba ocurriendo alrededor de un fuego.
Carmen Aldama
Pienso en La Substance de Marten Spangberg, una pieza de 4-5 horas con moquetas, mantas y cojines. En el programa de mano quedaba claro. La pieza era como mirar el fuego. Y no solo por el hecho de la contemplación, también porque al igual que en la pieza de Spanberg «cualquier parte del fuego contiene todo el fuego».