El Conde de Torrefiel estrenó su última pieza, Kultur, en Austria, en mayo, fuera de territorio español, como ya viene siendo habitual en unos de los creadores españoles del circuito de las artes en vivo con más éxito internacional. En septiembre, Kultur se vio en Zürich y, por fin, a la tercera va la vencida, el 22 de noviembre la pudimos ver en Girona, en el Centre Cultural de la Mercè, dentro del festival Temporada Alta. Las entradas se agotaron para los tres días.
Desde que los descubrí hace algo más de ocho años, un estreno de El Conde de Torrefiel siempre me hace especial ilusión. Hace ocho años, por esta época, El Conde de Torrefiel presentaba Observen cómo el cansancio derrota al pensamiento en el Festival Sismo, en la nave 14 del Matadero de Madrid. El 15M acababa de pasar y a ellos prácticamente no los conocía nadie. El festival Sismo los incluyó en su programación porque uno de sus directores, Pablo Caruana, había visto en Barcelona un vídeo suyo comisionado por La Porta. La Porta (para quien no lo recuerde) era una estructura barcelonesa (cerró hace unos años) cuyo archivo (que debe de guardar joyas) acaba de reabrir La Poderosa, quien ahora ocupa lo que antes fue la sede de La Porta. Ese vídeo de El Conde lo vimos en un ciclo de La Porta que se llamaba Sobrenatural. Se lo encargaron a ellos por sugerencia de la coreógrafa y bailarina Rosa Muñoz, que había participado en la edición anterior de ese mismo ciclo y debía pasar el testigo al siguiente participante. Recuerdo todo esto por entender de dónde vienen las cosas y también para constatar que bastantes años después, a diferencia de otros artistas que despertaron mi pasión por aquellos años, El Conde de Torrefiel aún sigue manteniendo encendida la llamita de esa pasión, además de una actividad ininterrumpida. Nada de esto es fácil. Pero creo que me acuerdo de Observen, de aquella pieza que les dio a conocer (aunque no era su primera pieza), porque, en cierta medida, Kultur se le parece bastante.
Si en Observen presenciábamos un partido de baloncesto de calle, tres contra tres en una sola canasta, mientras por los altavoces (en versiones posteriores también utilizaron auriculares para el público) un par de personas nos contaban una serie de movidas (se me queda corto cualquier otro sustantivo), en Kultur presenciamos el cásting de una película porno mientras una voz femenina nos cuenta una historia sobre una escritora que está intentando escribir una novela. En los dos casos lo que presenciamos es, de verdad, lo que vemos, no su representación. El partido de baloncesto era de verdad, era real, eran unos tipos jugando a baloncesto, y, ahora, el sexo que dos actores porno practican ante el público es de verdad, es real, son una pareja, hombre y mujer, follando.
Muchas de las piezas de El Conde se han caracterizado por la proyección de textos que el público debe leer durante toda la pieza mientras presencia ciertas acciones. Cuando los textos de El Conde se escuchan, en vez de leerse, el tono suele tender siempre hacia un tono neutro, impersonal, sin emoción. Es marca de la casa. Y es lo que pasa en Kultur. La voz que escuchamos por los auriculares nos habla sin delatar ningún tipo de emoción, de una forma aséptica, puramente funcional, un poco como suelen ser también los escenarios de sus piezas, con ese estilo neutro que, al final, acaba convirtiéndose en una estética particular, propia y reconocible. Quizá ayude a entrar en un estado hipnótico, un poco trance, el estado en el que, mientras vemos lo que El Conde quiere que veamos (una pareja follando, en este caso), nos permita recibir un mensaje.
Y, ya que hablamos en esos términos tan peliagudos, ¿cuál es ese mensaje? Me atrevo a decir que el mensaje siempre es el mismo. No me veo capaz de describirlo sin traicionarlo pero sí creo entrever que El Conde de Torrefiel está todo el rato hablando de lo mismo. A mí me interesa lo que dice, aunque no necesariamente lo comparta, y me interesa tanto lo que dice como cómo lo dice, incluyendo la parte no verbal del asunto: las imágenes que utiliza, las decisiones estéticas, la música (en esta ocasión la recordaremos por los cantos gregorianos) e incluso el tono de voz que utiliza. Sumergirme en una nueva pieza de El Conde de Torrefiel es reconocer algo que siempre es igual pero siempre es diferente, como irse de viaje con una amiga.
Esta vez, nuestra amiga habla de lo de siempre pero es que es una amiga que siempre habla de lo que le está pasando ahora. Y lo que le pasa ahora tiene que ver con los que nos pasa a muchos ahora, no solo a ella. Nuestra amiga escribe novelas aunque sea incapaz de vivir de ellas. Nuestra amiga tiene cierto éxito pero espera que el éxito no le venga por el empujón extra que ella siente que le da ahora mismo ser una mujer que escribe cuando el feminismo es tendencia. Nuestra amiga necesita aburrirse un poco para que nazca algo que valga la pena. A nuestra amiga le gusta muchísimo el sexo. Nuestra amiga tiene una mente abierta que le permite comprender que no todo el mundo busca lo mismo que ella pero que, en el fondo, eso da igual. Nuestra amiga es consciente de que hay otras realidades en el mundo existiendo simultáneamente. A nuestra amiga le suele dar por fijarse en lo más bizarro de esas realidades, ya la conocemos. Y cuando le preguntamos por qué se fija en lo que se fija nuestra amiga suele contestar siempre lo mismo: porque mola. Pero es que, para nuestra amiga, follar o jugar a baloncesto es lo mismo, lo cual no le quita méritos a follar, ni a jugar a baloncesto.
Si ya era difícil ver a El Conde de Torrefiel en los escenarios catalanes y españoles, en este caso los viejos tabús y las nuevas políticas de lo correcto seguramente lo pongan aún más difícil y, ojalá me equivoque, en el caso de Kultur, se amplíe esta dificultad a Europa y el resto de países donde El Conde de Torrefiel ha ido mostrando su trabajo en los últimos años. Pero puede que sea ahora precisamente cuando estos pequeños detalles tengan más sentido que nunca.
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