El domingo de las últimas elecciones generales, a la hora a la que cerraban los colegios electorales, no se me ocurrió mejor manera de esperar los resultados que ir al Antic Teatre para ver la última de las cuatro funciones de Apariciones Sonoras, de Amaranta Velarde, una de las creadoras escénicas más singulares de este país (y da igual de qué país estemos hablando), tanto en solitario como en sus colaboraciones con Cris Blanco, Ola Maciejewska o El Conde de Torrefiel. Amaranta Velarde es asturiana, se formó en Rotterdam, trabajó en Holanda siete años y se vino a Barcelona hace ya ocho años, donde ha estado ligada durante varios años al espacio de La Poderosa, como parte del colectivo ARTAS, y donde hemos tenido la suerte de verla estrenar sus primeros trabajos propios: Lo Natural, Hacia una estética de la buena voluntad y Mix-en-scene. Amaranta Velarde es, sobre todo, bailarina y coreógrafa pero también es evidente que hace tiempo que se interesa por la música. Además de disfrutar de sus sesiones como DJ Amarantis en algunas ocasiones señaladas, en Mix-en-scene la vimos aproximarse a lo musical, en escena, en una de las múltiples capas que construían esa pieza (otra de ellas eran los audiovisuales en directo de Alba G. Corral). Apariciones Sonoras continúa en esa línea de interés por lo sonoro y, más concretamente, nos introduce en un universo inspirado en el fenómeno de la sinestesia. Si las personas sinestésicas, por ejemplo, ven colores cuando escuchan determinados sonidos o, al revés, escuchan sonidos cuando ven determinados colores, en Apariciones Sonoras los objetos, los cuerpos, suenan al percibirlos o al tocarlos. Al menos, podríamos decir que este es el punto de partida de la pieza. Luego me imagino a Amaranta Velarde trabajando con Juan Cristóbal Saavedra, con quien ha colaborado en el diseño sonoro, con Cris Blanco, que ha sido su asistente en esta pieza, y con Dani Miracle en las luces, explorando algunas de las infinitas posibilidades que sugiere ese primer punto de partida y puedo vislumbrar el placer de descubrir qué pasaría si las mantas, unos altavoces o una botella de agua tuviesen la capacidad de hacernos escuchar determinados sonidos. Y casi puedo imaginarlo ya de una manera sinestésica, quizá sugestionado e influido definitivamente por el delicado trabajo de Amaranta Velarde. Su presencia escénica transmite a veces un carácter misterioso, intrigante, contemplativo, otras veces cómico e incluso dramático, pero siempre, durante toda la pieza, está conectada con el sonido que escuchamos, objetos sonoros más o menos concretos, sintéticos, electrónicos o musicales en su sentido más clásico, que a veces dan la impresión de surgir realmente del contacto de su cuerpo con los objetos que la rodean y otras veces de unas interacciones telepáticas o incluso telequinésicas.
Aunque también nos lleva a momentos de exaltación, de subidón, momentos en los que aparece su versión más bailable, robótica, poseída, como en una ceremonia chamánica, o de cultura de club, en general predomina una sensibilidad reposada, tranquila. Mención a parte se merece el momento en el que, con muy pocos medios, con una presencia muy contenida y, al mismo tiempo, con un gesto contundente, lo que nos envuelve es una música que podría pertenecer a la banda sonora de una película de misterio, algo que flota en el ambiente y que ni siquiera parece surgir del contacto, visual o táctil, con un determinado objeto sino que forma parte del mismo aire que respiramos. La música, el sonido, no deja de ser eso: una vibración del aire que recibimos en forma de ondas a través de unas antenas (nuestros oídos), una vibración que nuestro cerebro convierte en una señal eléctrica que somos capaces de reconocer, asimilar e interpretar, aunque algunos cerebros, como los sinestésicos, la interpreten de una manera que a algunos les parezca algo extravagante (por cierto, que he leído que, hasta los cuatro meses de edad, muchos investigadores dicen que todos somos sinestésicos). Pero, si te paras a pensarlo detenidamente, no deja de ser algo verdaderamente mágico. Así que si hay gente que escucha colores estoy dispuesto a aceptar el universo que propone Amaranta Velarde en Apariciones Sonoras como algo perfectamente plausible, en sus dos acepciones (como si esa palabra también perteneciese al universo de la sinestesia). El universo de posibilidades sinestésicas infinitas al que me transportó Amaranta Velarde, amplificado por la proximidad que da verlo en primera fila en la pequeña sala del Antic, me pareció infinitamente más interesante que el que me esperaba a la salida, en plena noche electoral. Pero también me permitió soportarlo mucho mejor y acostarme con una sonrisa en los labios mientras escuchaba imágenes con los ojos cerrados.