“Cómo lograr que cada persona tenga un público”, escribía Henry Miller a Anaïs Nin en 1940, desde Atlanta. Y, en la misma carta, un poco antes: “Sigo pensando en el tema; el de las reservas (como las que tienen las aves a expensas del gobierno) para escritores y otros artistas. En escritores que enseñen a armar una plana tipográfica y un linotipo, como parte de su entrenamiento. Aquí y allá islotes en los que no sólo se pueda conseguir comida y alojamiento, sino también medios técnicos para publicar los preciosos manuscritos que cada uno quiera imprimir por sí mismo. (…) En resumen, lo que quiero es poner a fin a este asunto de la mendicidad, darles una situación de reconocimiento, como la tienen los demás trabajadores. Hay tantos lugares que podrían utilizarse, con arreglos mínimos, para esos fines…”. Como, por ejemplo, un viejo cine en medio de la ciudad.
Hace dos semanas fui, una vez más, a La Caldera, un jueves, a la hora a la que cenan los hijos pequeños de mis amigos. Fui a ver dos solos, unidos en el mismo programa: Xavi Manubens presentaba Under Construction y Anabella Pareja Robinson La Forma (de la que ya escribí en este artículo), dentro de la cuarta edición del ciclo Corpografies, que continuó este fin de semana pasado con Olga Mesa y seguirá las próximas semanas con Lisa Nelson, Georgia Vardarou y Sergi Fäustino. Éramos unas cuarenta personas. Al final de la sesión nos invitaron a unos vinos y un pica-pica a base de queso, olivas y embutido, que me supo a gloria, porque se nos pasó la hora de la cena. Desde entonces pienso de vez en cuando en lo que presencié en esa sesión. Pero, a pesar de varios esfuerzos, he sido completamente incapaz de escribir ni una línea sobre ella. Este es mi último intento.
Esta mañana he leído lo siguiente en una entrevista a Cornelius Castoriadis, en un viejo ejemplar de la revista Ajoblanco de noviembre de 1993: “El hombre contemporáneo es como un niño un poco tonto, que se siente infeliz pero que desea compensar esa infelicidad con un Lego, un videojuego o las Tortugas Ninja. El consumo, el ocio, son dispersión, búsqueda de olvido, como decía Pascal. La gente mira la televisión hasta quedarse dormida y mañana será otro día. Es este olvido el que está en la apatía, el embrutecimiento que se vive hoy. Nadie quiere saber que es mortal, que se va a morir, que no existe el más allá y que no hay ninguna retribución ni recompensa por lo que nos pasa en esta vida. Uno se olvida de todo esto mirando la televisión. Pero esto no significa solamente una sociedad del espectáculo sino una sociedad del olvido, del olvido de la muerte, de la constatación que la vida no tiene más sentido que aquel que uno fue capaz de darle.” Cornelius Castoriadis murió cuatro años después, a finales de 1997.
El lunes pasado fui a ver una peli del festival In-Edit, a la sala 5 de los cines Aribau, una sala inmensamente grande. La cola para entrar daba la vuelta a la manzana. La sala estaba repleta de gente. La peli que vi fue Berlin Bouncers. Me pareció un intento de blanquear la imagen de los porteros de discoteca que solo consiguió que me cayesen aún peor. Los tipos se creían imprescindibles para mantener el equilibrio de público que supuestamente dotaba de atractivo el local para el que trabajaban. Ellos eran los responsables de aumentar el atractivo de sus locales, seleccionando quién era digno de entrar y quién no. El único trabajo que se le conoce al conseller de Interior de la Generalitat, el jefe de los Mossos d’Esquadra, el conseller Buch, es el de portero de discoteca, la discoteca Titus de Badalona.
Ayer, en la misma revista Ajoblanco del 93, leí un artículo de Enrique Vila-Matas en la que hablaba de los que solían quedarse fuera de las discotecas porque los porteros no les dejaban entrar: “Nosotros, como mínimo, somos tan importantes como la Historia con mayúscula, que a fin de cuentas es un invento, dicen que de los vencedores. Yo prefiero a los derrotados, como tantos de nosotros. Y no olvido que hay una dignidad en el perdedor que nunca puede tener el que ha ganado.”
En cierto modo, Anabella Pareja Robinson y Xavi Manubens me parecen unos héroes. No son los únicos, por supuesto, hay muchos más héroes ahí fuera. Todos podemos convertirnos en héroes.
“El verdadero héroe se divierte solo”, dijo Baudelaire.
Ya que voy a batir mi récord personal de citas, voy a añadir otra más, Vila-Matas citando a Onetti en el mismo artículo del 93: “Dicho de otro modo, en palabras de Onetti: Los ojos de una camarera siempre son más importantes que, por ejemplo, la batalla de Waterloo. Es más, cualquier hecho histórico carece de la más mínima importancia si lo comparamos con nuestra historia personal.”
En La Caldera, viendo a Anabella Pareja Robinson y a Xavi Manubens sentí que estaba presenciando un momento histórico, no como las decenas de momentos históricos que me dicen, los porteros de discoteca, que estamos viviendo constantemente, últimamente.
“La mayoría de la población parece estar conforme con este ocio, este onanismo televisivo, este confort mínimo y sólo se verifican algunas reacciones puntuales o corporativistas que no tienen mayores consecuencias para el sistema. Parece que no hubiera ningún proyecto, ningún deseo colectivo que no sea la salvaguarda del statu quo”. Eso decía Castoriadis (supongo que mientras alguien quemaba contenedores en algún lugar del planeta).
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