Me dio la sensación de que lo que estaba pasando ahí tenía que quedarse ahí…
El sábado 19 de enero de 2019 algo pasó. Se celebró el XX aniversario del Festival Escena Abierta. Este festival que acoge lo que sucede en la escena contemporánea y lo lleva a Burgos durante unos días, una vez al año, desde hace veinte años.
Fueron las primeras cosas que fui a ver con 16 años, viviendo en esa ciudad, trataba de ver todo le que pasaba por el festival. Y así conocí L ́Alakran, en 2005, viendo la pieza “Psicofonías de alma”, y después en 2009, ya viviendo en Madrid, viajé a Burgos para ver” Yo no soy bonita”, de Angélica Liddell. Y después de ver a Lengua Blanca con “ En las pistas de hielo”, en Pradillo, acompañada de mi amigo Rubén, que trabajaba como becario para el festival, la propuso para la siguiente programación y en 2010 sucedió en el Escena Abierta esta pieza, que forma parte de lo que yo llamo el fenómeno “yo estuve allí”.
Este fenómeno inventado señala esos trabajos que se convierten en legendarios, por el escueto número de presentaciones y porque imprimen una huella irreversible en las personas que lo vieron. Tanto es así, que la crónica de las mismas atraviesa sin precedentes a quienes no lo vieron, por lo que se genera una leyenda que hace que la pieza permanezca en el imaginario colectivo a través de la subjetividad de quien lo vio. Y si tú estuviste allí, sientes una responsabilidad total acerca de la transmisión del trabajo. Así como un extraño privilegio al poseer en tu memoria la vivencia de haber formado parte de algún modo, de ese grupo que hizo de espectador aquel día.
Este fenómeno también se caracteriza porque a priori, aunque a veces se pueda intuir, nadie sabe con certeza que lo que va a presenciar se vaya a convertir en un “Yo estuve allí”, por varias razones; nunca sabremos con los trabajos de carácter escénico, de qué manera nos puede atravesar lo que suceda durante ese rato, y nunca sabremos tampoco si lo que suceda allí tendrá un recorrido futuro que permita que se repita en más ocasiones.
Siguiendo con mi memoria del Escena Abierta, recuerdo la presencia de La Ribot con “Llámame Mariachi” en 2016, o Sergi Faustino, con “ De los condenados” en 2008, después de haber pasado ya por la ciudad en 2006 de la mano del festival de perfomance y artes vivas Teatracciones, organizado por Espacio Tangente, con la performance “Nutritivo”, la cual también se convirtió en un “yo estuve allí” por las morcillas que cocinó con su sangre para después ofrecerlas al público como aperitivo.
Y el Conde de Torrefiel con “Escenas para una conversación después del visionado de una película de Haneke”, en 2013 y La Tristura con “El sur de Europa” en 2016, Y la Compañía Lucas Cranach, con “Maternidad y Osarios” en 2008. Y la primera vez que se vio en España “Ping Pang Qiu”, de Angélica Liddell, en enero de 2013. Y Societat Doctor Alonso con “Anarchy”, y El Niño de Elche con la performance “Bacon”, y los que no suelen faltar, Azcona Toloza. Y así podría estar varios párrafos, haciendo un análisis del recorrido histórico de las artes escénicas que se desarrollan en este marco geográfico, revisando el histórico del festival a través de la memoria.
Pero esto era para ponernos en contexto, pues yo lo que quiero contar es lo que pasó allí aquella noche.
Llegué al pueblo donde crecí para trabajar pivotando desde aquí durante unos meses, y según llego, ese sábado, me recibe la fiesta de la matanza y UTRÓPICO, la celebración del festival, en la ciudad.
Y me hago todo el tour. Matanza, jotas, vino de barril, chorizo, charanga, siesta, carretera, patatas bravas, catedral y El Hangar. Una sala de conciertos, todo bien, el espectador pone el cuerpo de otra manera cuando está de pie y puede bailar o abandonar la sala sin reparo y regresar. Me acompaña Sergio, estamos los dos, lo SUGA, está aquí.
Llegamos invitados por nuestros amigos Chicotrópico, que les gusta tenernos cerca, y que nos han contado que Juan Navarro les había escrito para trabajar en esto. Genial, la otra cosa que vi de Juan Navarro, fue “El bosque”, junto a Pablo Gisbert, en el pasado TNT. Ya lo dije por ahí, enorme, salvaje y sereno era aquello. La otra cosa que me quedé con ganas de ver de Juan Navarro fue “Tala”, en el Festival de Otoño en Primavera de 2012, no sé como fue aquello pero eligieron, bajo mi punto de vista, el texto más brillante de Bernhard.
Y no sabemos más, que se celebraban los 20 años.
Leo el programa por encima y veo que hay colaboradores que me gustan, que me gustan desde hace mucho. Al llegar allí me encuentro con todos ellos subidos al escenario. Llevan trabajando todos juntos aquí desde el jueves, y es sábado. Se han juntado para poner arriba un sueño de Juan Navarro, uno que tuvo, mientras celebran con la gente el aniversario de este festival, al que parece ser que tienen mucho cariño.
Lo cual comprobé que era verdad.
Como espectadores me encuentro con muchas caras conocidas por mi yo del pasado.
Empieza la pieza, ¿qué pieza? Desde el primer momento me queda claro que aquello es una ceremonia, que nadie sabe muy bien dónde va a acabar, que el caso es entrar en algo, y para entrar nos reciben con una canción. Y ahí, como un coro evangelista tenemos en la música a Chicotrópico, y en lo demás a Juan Loriente, Semolina Tomic, Gonzalo Cunill y Juan Navarro.
Como narrador, Juan Navarro, aunque todos se van convirtiendo en narradores, es como si cada quien tuviese un momento, es como si cada quien hubiese expuesto sus razones y a cada quien se le ha dado un lugar para decir y hacer. Es como si se hubieran reunido y hubieran dejado claro lo que cada quien quiere decir, y pues mira, se encuentra el hueco y se dice y se hace.
Y juntos intervienen lo que el otro dice, espontáneamente, o lo secundan o se oyen palabras perdidas que se jalean como un eco y en lugar de caos, aquello parece un barco en mitad de una tormenta y a la vez, en plena celebración.
Al principio se nos cuenta la historia de San Canuto, que les sirve para empezar, porque no sabían cómo empezar, y consiste en que el termómetro de la noche será una cuerda colgada que hay de columna a columna de la sala, donde está el público, con unas pinzas y unas tijeras a cada lado. Se propone que quien quiera y cuando quiera pude cortarse la ropa interior que lleva puesta y colgarla ahí , y así iremos midiendo cómo sube la temperatura de la noche.
Ellos lo hacen, como ejemplo, y con este gesto nos dejan claro que van en serio, que no es broma, que nos invitan al barco, que hacer ese viaje solos no tiene mucho sentido.
Es como si nos confesaran que han pensado mucho en nosotros, en la celebración, en que formemos parte de ella. Y al principio lo que veo puede ser un cabaret, o una despedida de soltero con gracia. Y algo de eso hay, pero más tarde lo que veo es que quizás son herramientas que no tienen fallo, que sirven para llevarnos a un territorio especial, que roza el delirio, desentumece los prejuicios, la culpa y la vergüenza y que además se comparte con desconocidos.
Se narra la historia de El Papillón, de Henri Charrière. J.N. dice que tuvo un sueño, que era con este preso, con una isla, no lo recuerdo muy ben, pero ahí nos trae a Papillón y sus hazañas. Nos trae sus poemas y las islas donde le encerraban, cada cual más aislada, cada cual más paradisíaca, cada cual más imposible.
La narración se interrumpe con la presentación del cocinero de la noche, el cual explica que mientras todo esto sucede estará preparando un caldo para repartir. Se interrumpe con un baile todos abrazados en el escenario. Se interrumpe con alguien que quiere cortarse los calzones y colgarlos en la cuerda. Se interrumpe con la salida a escena de una metralleta de plástico que carga ron, con la que disparan en la boca a quien quiera como si fuese la Hostia Consagrada de una misa. Por supuesto llega un momento en el que yo estoy allí. Recibiendo de esa metralleta ron, o lo que sea.
Lo que miré con desgracia, en menos de 15 minutos participé de ello.
Aunque nunca me llegué a cortar las bragas con las tijeras y a colgarlas de aquél tendal termómetro, pero es que eran bonitas y un poco caras las que me puse aquel día.
Sigo subida en la noche y en lo que me cuentan, hay un punto en el que todos nos fusionamos, sí, esta palabra, fusión, existió, se hizo veraz, aunque me cueste utilizarla.
Y en mitad de eso salgo a fumar y ya hablo con más gracia y con más desvarío con quien me encuentro, con Carlos, que organiza el festival, el que me trajo aquí hace un par de años, y le comento mis cosas, y él me comenta las suyas, y ya todos estamos relajados.
Regreso a la sala y antes de ir al baño miro el escenario desde lejos, Semolina ha pillado el micro principal y habla de las fábricas de creación, y habla de cómo están articuladas, y a la vez hace un repaso del funcionamiento de las fábricas de producción de mediados de siglo xx.
Yo grabo porque sé que mañana voy a tener todo esto dentro pero no me voy a acordar de nada. Sé que en el estado en el que estoy habrá cosas que hayan reposado pero no podré transmitirlas con claridad, sé que hay una lucidez bestial en las palabras que calzan en mi como revelaciones a tener en cuenta, sé que no me voy a poner a tomar notas, sé que posiblemente no se vaya a repetir lo que se dice ni lo que se hace y mi concentración en ese momento, está ya más en el cuerpo que en la cabeza.
Lo siguiente según lo recuerdo es que nos ofrecen un paseo en ataúd, que me recuerda a aquella tradición de un pueblo de Galicia que VICE se encargó de documentar, ¿qué fue de los documentales de VICE, por cierto?
Y en cuanto puedo me sumo a uno y cargo a muertas vivas y soy muerta en vida también, dentro de un ataúd dorado. Y cuando eso pasa no paro de levantar y mover los brazos como si recibiese el descanso bailando, pero es que el baile de San Vito ye se me ha instalado dentro.
Una chica de allí, de Burgos, nos ofrece una clase básica de merengue subida al escenario. Esta clase está programada por todos los responsables de este tinglado, y de pronto me vienen a la memoria esas chicas que bailaban en mi pueblo en las orquestas de las verbenas, intentando hacer bailar Paquito el Chocolatero, a nadie que había en la plaza, a 4 grados en septiembre, en las fiestas patronales. Pero ella está allí en el escenario de J.N. y colaboradores, y por alguna razón, todo cambia.
Y todas y todos acabamos bailando los pasos básicos de merengue que esta chica nos enseña en un plis plas, a modo de monitor de piscina de hotel de la costa brava, y nos quedamos muy contentas con el resultado y yo le grito uuuuuu y oleee y viva!!!
Antes de esto, Semolina se ha soltado la trenza, se ha cardado la melena en directo y ahora es Semolina como la conocemos en su amplio espíritu. Se baja del escenario y se toca un solo de batería rodeada por todos los que estamos allí.
Estamos en el final, son las … de la mañana, creo que hay caldo ya porque huele bien a verduras cocinándose, y de pronto sucede lo que entendí como una especie de conversación entre dios, Juan Loriente y Papillón, Gonzalo Cunill. El primero se encuentra entre el público, subido a una pequeña plataforma por encima de la gente, y el segundo continúa en el escenario y le habla sentado desde allí.
Se dicen cosas hermosas allí.
Y me doy cuenta de que Papillón le ha robado a dios su esencia de ser y se ha convertido en dios con sus palabras.
Se ven luces hermosas ahí.
Creo que en realidad el show terminó con los ataúdes, que lo demás fue antes que eso.
Después bailamos durante horas, y conversamos durante horas y nos gustamos durante horas y la cosa siguió sucediendo sin guión pero ya estaba todo desplegado.
Por la mañana, desperté en casa de un amigo donde me quedaba a dormir esa noche, salí de camino al coche para volver al pueblo donde me he instalado, en unas horas estaré de nuevo en Madrid, en la muestra de Acento que organiza La Casa Encendida y Ca2m, colaborando con los trabajos de unas amigas a las que quiero mucho. En otra burbuja intensa, pero de una intensidad diferente. Quién sabe por qué, por el uso de las palabras, por el análisis o por el contexto.
Y en el camino al coche, esa mañana de domingo aún medio mareada, me topo con el mercadillo de antigüedades y cosas de baratillo, de la plaza de los delfines de Burgos, en el que se venden cosas que ya no se usan pero que son hermosas y nos gustan, y me encuentro con esto, con el libro El Papillón, el héroe en el que hace unas horas estaba inspirado todo este periplo, reposando en una maleta, junto a unas planchas de pelo, dispuesto a su venta.
No lo compro, pero Sergio lo vuelve a encontrar en el monasterio de Silos, donde venden libros que ya han leído los monjes y al terminarlos los ponen en venta por un módico precio. Y Sergio me lo regala y confirmo entonces que es momento de leerlo y también de terminar de escribir esto para contárselo a quien lo lea.
Ya ha pasado un mes de aquella noche, que sólo puedo contar como cuando intentas ordenar un sueño, del que tienes datos pero no muy concretos. Un sueño que sólo tú has visto y por ello puedes ordenar a tu antojo e inventarte cualquier cosa al reconstruirlo.
Qué hermoso e intenso fue todo.
Lara Brown
Que ritmazo de narración. Graciassssss ! Leerte a las 8 a.m me ha obligado a saltar de la cama y seguir dando saltos !
Gracias por la crónica!
esos «play» figurativos son llaves secretas? nos quedaremos con las ganas de verlo?
creo que prefiero quedarme con las ganas y la captura de pantalla y la imaginación
haber estado…..
GRACIAS por este texto.