Los Bárbaros van a hacer una pieza teatral. Un teatro de los de teatro, de los de butacas y escena. Un teatro con escenografía de un salón, no figurado o metafórico, un salón salón con todo lo que tiene un salón standard en tu imaginario, todo blanco, eso sí. Un teatro con tres intérpretes (dos actrices y un monstruo) y una escenografía. Lo llaman Atlántida y se estrena en las Naves del Matadero en Madrid. Los Bárbaros han hecho un teatro donde el público no habla o no se mueve por el espacio o no come y bebe al final. Han hecho un teatro de los que la gente llama teatro y no se pregunta si es participativo, asociativo, performance, artes vivas o cefalópodo. Eso han hecho los Bárbaros con Laura Liz Gil Echenique y se han quedado tan panchos.
Imagina que estamos en una obra de teatro, sentadas en las butacas. Imagina que miramos atentamente y de repente se asoma un monstruo por la ventana, por lo menos mide 2 m. Es una masa de hierbajos, paja y ramas como de sauce llorón. Entra en el salón y coloca una planta muy pequeñita en la mesa. Imagina que el monstruo está solo y llegan dos mujeres, Aitana y Ana Guerra. No, la Reina Sofía y Manuela Carmena vestidas con ropa de montaña. Bueno, no, imagina que son Rocío Bello e Irene Ruiz que es lo que era en realidad. Llegan con sus mochilas y acampan en el salón del monstruo, tienes que imaginar que el salón es un bosque frondoso, verde, casi selvático y que se ve una montaña a lo lejos, pero al mismo tiempo es un salón. Imagina una obra de teatro en la que se imagina todo lo que dos personas hablan. Imagina que todas las personas sentadas en el patio de butacas imaginan lo mismo, lo imaginan con tanta claridad y con tanta fuerza que todas ven lo mismo. Lo vemos tan claro, tan claro que podemos empezar a caminar juntas y sin darnos cuenta estamos haciendo turismo por muchos lugares. Imagina que visitamos bastantes países, un país donde los jamones cuelgan de los árboles y tú puedes agarrar todo lo que quieras con la única condición de no acercarte a solo uno de ellos o un país que es un barrio independizado de su ciudad y que tiene todo lo que tiene que tener un país. Imagina que habitamos un lugar gobernado por una niña, una vieja y una mujer de mediana edad porque allí solo viven mujeres, después rodamos por una cordillera olvidando cómo es nuestro cuerpo y visitamos una isla compuesta por siete anillos de roca volcánica. Es muy bonito.
De vez en cuando volvemos a casa, que es el salón selvático. Cada vez es más denso, ahora hay magnolios, pequeños comparados con un árbol magnolio, grandes para un escenario. Irene y Rocío son las exploradoras principales y nosotras seguimos sus pasos. No es que hayan planeado la ruta con mucha exactitud, pero son capaces de guiarnos porque intentan explorar sin prejuicios y si el prejuicio es temporalmente imborrable lo abrazan, sin miedo. Para que sea posible imaginar colectivamente hemos tenido que asumir lo que somos individualmente. Así, recorremos muchos kilómetros y a veces nos cuestionamos si esas sociedades tan poco comunes son utopías, distopías o complejos y bellos actos de resistencia. Disidencias generadas en comunidad para probar cómo sería vivir de otra manera, cómo sería construir un país con tus amigos, tus vecinos, gente aleatoria escogida por la calle, encontrados en una aplicación de buscar conocidos, sengundamano.es o tú sola. Hay mil maneras de crear un país nuevo con todo y realmente no hay ningún requisito básico y único. Quizás pensar. Pero pensar pensar, pensar como acción, que diría Hannah Arendt.
Imagina que estamos perdidas en una selva y estalla una tormenta, podríamos tener miedo pero la luz, el viento, las ramas y el olor son tan vivos que estamos muy a gusto.
Imagina que los Bárbaros hacen teatro de los de butaca y que aun estando sentadas terminamos moviéndonos por sitios, preguntándonos, comiendo y bebiendo cosas que nunca antes habíamos imaginado.
Cristina Cejas