Todo por los aires comienza en plan rave, subidón de música, baile, oscuridad y las luces brillantes de las zapatillas de Sandra Gómez dándolo todo en la Pradillo. Al Rhythm of the night le sigue Echo & bounces. Da lo mismo, es una escena que llevamos inscrita en la memoria del cuerpo, nos llega de algún lugar escondido y la reconocemos con facilidad, quizá de aquellos años cuando se hacían las raves sin pedir permiso a nadie y no te caía un multón de 60.000 euros, como decía una de las chicas de Abismal la semana pasada en Intermediae en “Ciudad bailar”, o quizá simplemente porque ponerse a bailar como un loco es el deseo ancestral de cualquier cuerpo que siempre fue joven alguna vez, y lo recuerda y vuelve a serlo. La fiesta y el baile son los lenguajes de la piel con los que el grupo se celebra a sí mismo como grupo, celebra su juventud moviéndose a un mismo ritmo, celebra lo que tiene en común; incluso si se baila solo, se reafirma como potencia y posibilidad. Quizá por eso el baile y la fiesta se han convertido en el objeto transversal de estudio en esta primavera cultural que vivimos en Madrid desde hace poco más de un año, y que esperamos que dure.
Ahora bien, ya no se trata de la fiesta como gesto espontáneo al margen de los espacios oficiales, ya no es la fiesta ilegal como resultado de una explosión marginal de celebración de la diferencia, ni esa fiesta loca que se arma un día sin saber cómo y se amanece revueltos y sin reconocernos, ahora la fiesta está convocada desde la institución, la fiesta como marco público de operaciones, convertida en objeto de estudio, herramienta de trabajo y práctica de investigación. La fiesta no como un fin, sino como un medio, una forma de mediación, conocimiento y acción cultural. En eso andan los estudios de la noche que Manuel Segade puso en marcha en el Centro de Artes de la Comunidad de Madrid 2 de Mayo, sobre esto giraron la semana pasada las jornadas “Ciudad bailar. Cuerpos, calles, pistas de baile”, propuestas desde el programa de Una Ciudad Muchos Mundos en Intermediae (Matadero) y hacia ese lugar apuntan las estrategias de la alegría que Ana Longoni al frente del Programa de Estudios del Museo Reina Sofía y como parte de la Red de Conceptualismos del Sur está recuperando en relación a las prácticas artísticas disidentes durante las dictaduras latinoamericanas. Bailar hasta perder la forma humana gritaba Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota desde la escena del rock contracultural de los años ochenta en Argentina. Este lema dio nombre a la restrospectiva del Reina Sofía sobre prácticas disidentes en Latinoamérica durante los años ochenta. Perder la forma humana ha sido ciertamente uno de los sueños de la danza contemporánea y del arte en general, bailar hasta dejar de ser uno mismo, bailar hasta ser cualquiera, las políticas del éxtasis y el deseo que nace de la derrota. Son consignas que se dejan sentir, pero de otro modo, en este y otros trabajos de Sandra Gómez en los que explora los límites del cuerpo sin perder una cercanía teñida por lo cotidiano, llevar el cuerpo al extremo sin dejar de estar ahí, sin dejar de ser cualquiera, armar la fiesta en la cocina y darlo todo en el metro.
Los tiempos han cambiado desde aquellos años setenta y ochenta. Como sabemos bien, este mismo potencial de la fiesta, el baile y la alegría hacen que sean también objetivos prioritarios de los poderes oficiales. Hay que estar alegre, nos decían en la iglesia. Se canta y se baila en las iglesias, en las fiestas patronales y en las ceremonias de recepción de grandes autoridades; ahora también se canta y se baila en las instituciones culturales como una forma de investigación y creación sobre aquello que más teme la comunidad, quedarse sin comunidad, sin sentido de pertenencia y capacidad de acción, quedar en manos de sus representantes políticos y agentes económicos. La dimensión espacial de las artes se despliega en forma de prácticas y herramientas movidas por la necesidad de celebrar las debilidades que tenemos como grupo, nuestro fracaso como sociedad del que nace también un deseo colectivo, celebrar la potencia de lo frágil, el sueño de lo imposible.
La fiesta en sí mismo no garantiza nada, como tampoco el baile. Creer lo contrario sería convertirlo en un mito, y los mitos son tan necesarios como las perspectivas críticas para no fiarnos de ellos. Evidentemente, celebrar una fiesta hoy o ponerse a bailar en la calle no es lo mismo que hacerlo con una dictadura militar de fondo. Cuando las convocatorias de fiestas, festivales y celebraciones públicas se multiplican convertidas en productos de consumo en los supermercados del ocio y el arte, hay que pensar no solo en la fiesta, sino en lo que queda por fuera de la fiesta, hay que pensar en la fiesta y en la posibilidad de su interrupción.
Lo mejor de la fiesta, esto también lo sabemos, empieza cuando se ha acabado, cuando llega la policía o nos echan a la calle, cuando se baja el cierre metálico o nos quedamos sin música, y solo quedan las ganas de continuar sosteniéndola por nuestros propios medios, a todo costa, en medio de ese regreso a la realidad con la mirada alucinada de quien descubre que ya se hizo de día. Sostener la fiesta después de la fiesta, continuar bailando cuando ya no hay banda, como nos recordaba el domingo por la mañana a la entrada no del Club Silencio de Mulholland Drive sino del Centro Cultural Conde Duque Mama Lynch, una imponente drag a la que da cuerpo Lyncoln Diniz, antes de conducirnos a modo de maestra de ceremonia a través de patios y pasillos del antiguo cuartel hasta La nada más absoluta, el trabajo de Anto Rodríguez, donde una vez más terminamos bailando, en este caso a Perales, dentro del programa Dame cuartelillo, que coordinan Diana Delgado y Jaime Vallaure.
Mientras que por las mañanas Anto Rodríguez se marcaba una bachata con las columnas de piedra de Conde Duque, por las noches Sandra Gómez comenzaba con una rave. Pero la rave de Sandra apenas duraba unos diez minutos. Después se silenciaba la música y nos quedábamos con la oscuridad y los latidos de su cuerpo, con los ruidos y la detención, con las palabras repetidas en bucle hasta perder su sentido, convertidas en frecuencia sonoras por Javi Vela. There will never be silence.
Hay un momento, sin embargo, en el que los dos trabajos parecían cruzarse, como si hubiéramos vuelto a ese siniestro Club Silencio, a pesar de ser tan distintos como la luz del medio día que iluminaba el primero y la oscuridad callada del segundo. Era en ese momento de detención, cuando se tumbaban en el suelo dejándose caer con el peso del cuerpo tirando de unas telas suspendidas a modo de telón a punto de venirse abajo, un tejido de retales entre el rosa pop y el tenderete de descampado en el trabajo de Anto Rodríguez y un amplio cortinaje con una caída más barroca en el de Sandra Gómez. Pero en ambas escenas se dibujaba una extraña diagonal que unía el eje superior de una caja escénica que no se aguanta más con la horizontal del cuerpo que tira hacia abajo, como si quisiera volver a fundirse con la tierra, un eje tensado por el peso de un gesto de renuncia activa, seguir en escena y acabar con ella, seguir bailando sin moverse del sitio.
Hace décadas, en el contexto de los posestructuralismos, se difundió el concepto de representación suspendida para describir el drama de una modernidad que giraba sobre sí misma y cuyos personajes no encuentran el modo de seguir adelante. Eran también los años del Máquina Hamlet de Heiner Müller y su drama imposible. La inflación de las representaciones sacó a la luz el espacio donde antes se construían y deconstruían, la maquinaría de las representaciones, en la que todavía hace poco Amalia Fernández volvía a insistir con su trabajo En construcción. La representación quedó suspendida definitivamente, se dieron las luces y, como en ese trabajo de Amalia, nos vimos las caras, artistas y público, actores y espectadores, especialistas y no especialistas, comisarios y gente común.
Hoy lo que hay que interrumpir no es la representación, sino la fiesta que arropaba esas representaciones, el protocolo –institucional- que las enmarca, formas de desinstitución que desencadenen nuevos procesos de reconstrucción de los marcos públicos de actuación. La fiesta ya no es la promesa de un relato que cohesione a un grupo social, sino la promesa de una práctica, un modo de hacer y estar que dé un sentido de pertenencia a un lugar y un grupo. En otras palabras, bailamos un rato y nos queremos más. Interrumpir la fiesta no quiere decir dejar de hacerla, sino abrir huecos, momentos de suspensión para darnos un tiempo y sentir cuál es el mejor modo de seguir. Si la representación estaba sostenida por el actor-intérprete, paradigma del actor social, la fiesta es sostenida por los que bailan, por aquellos que ponen el cuerpo.
Frente a la construcción ligada al yo-pienso del intérprete social, que tiene que vérselas con la palabra, bailar es una forma de acción porosa e imprecisa, otro modo de hablar en público que insiste en lo que se está haciendo antes que en lo ya hecho, en lo que está pasando y podría pasar antes que en la interpretación del relato de lo que ya pasó. Sin embargo, el baile nunca ocurre al margen de ese pasado. Es en relación a ese contexto que bailar se convierte en una forma de actuación pública. La desconfianza hacia los actores profesionales ha hecho emerger otras formas de interpretación colectivas, temporales y abiertas. ¿Puede ser la fiesta una forma de actuación crítica?
El texto que viene a continuación lo escribí para una intervención dentro de otro contexto de fiestas, en este caso las pre-fallas valencianas. ¡Casi nada! Se trataba de una intervención dentro de la serie Implosió Impugnada de Rafael Tormo (IP27), Celebrem la derrota. El ball de les banderes, otro modo de seguir insistiendo en el potencial colectivo de la fiesta, la cultura popular y el baile, pero con las precauciones que marcan los tiempos, lo que Tormo definía como “post-popular”, que fueron las letras que a modo de jeroglíficos terminaron colgadas del Teatre Micalet como pendones medievales en caracteres góticos; utilizar las potencias del encuentro abriendo un compás de suspensión en forma de interrogante —¿post-popular?—. Mientras intercambiaba mails con Rafa Tormo asistí a una muestra de lo que luego terminó siendo Todo por los aires, de Sandra Gómez. Entonces el trabajo estaba todavía más abierto, más sin hacer, más rendido, y se dejaba sentir esto de la derrota todavía mejor. En arte se habla mucho de acabar las obras, pero como se suele decir, los ensayos son siempre mejores. Acabar las cosas sería, siguiendo a Spinoza, una pasión triste, frente a las pasiones alegres que despierta aquello que todavía está naciendo y transformándose, que todavía no sabemos lo que es. Si Rafa Tormo rendía cada una de las doce banderas siguiendo un baile extraído de un antiguo ritual, Sandra Gómez rinde el propio el baile, da un paso al lado sin dejar de estar delante, y nos abre otro espacio y otro tiempo hecho de sonidos y cuerpos agotados, otra fiesta interrumpida, otro modo de celebrar el deseo que nace de la derrota, lo ininteligible de los tiempos, y seguir bailando.
Lo que toca no es solo la fiesta, sino la fiesta impugnada, el baile después del baile, continuarla después de que se manifiesten las autoridades, de que la historia se haya presente. Bailamos en los huecos de la historia. Cómo sostener la fiesta en mitad de esta resaca permanente. Esto fue lo mejor de aquella Madrugá de Vértebro con la que se cerraba la temporada anterior de las Naves de Matadero, donde más allá de excesos y defectos, se afirmó como ejercicio colectivo de resistencia, llevar adelante lo que no tenía otro sentido que lo que el grupo pueda darle, la fe en lo que se está haciendo, como en los bailes de rendición de la bandera por las calles de Valencia preparándose para las fallas.
Lo que toca no es solo, por poner un ejemplo, bailar a Perales en La nada más absoluta, sino seguir bailándolo cuando el enfrentamiento de la empresa municipal Madrid Destino con el Ayuntamiento amenaza con secuestrar la institución pública alegando que la nueva dirección, que ha hecho de este centro un espacio con una vocación pública como no se recordaba desde los años de Tierno Galván, exige demasiado a los trabajadores de esta empresa. Lógicamente, a tenor de la actividad que este centro ha tenido en las dos últimas décadas, debían de trabajar mucho menos. Y a falta de empleados públicos, ya sabemos a quienes les toca hacerse cargo, a otro tipo de trabajadores, pero por cuenta propia, más conocidos como artistas, los nuevos artistas del hambre que decía Kafka, pero en la era digital, héroes de la flexibilidad laboral y la precarización del trabajo, creadores incansables, productores imaginativos, emprendedores a tiempo completo, gestores y además organizan unas fiestas cojonudas. ¿Y si dejamos de bailar?
Ay, hijo, qué aburrido. No llego a 800 al mes y encima no voy a poder ni bailar… ¡Azúcar!
Marzo, 2018
ideas desordenadas sobre la derrota
Si triunfas, perdiste.
Qué legitimación puede darte un sistema fundamentalmente injusto.
Y si fracasaste, perdiste también…
¿Cómo pensar el lugar de la derrota?
¿Una coartada fácil, resignación poética, victimismo?
¿O hemos de optar por la victoria?
¿Es necesario ganar?
¿Es posible escapar a este juego?
La derrota del pensamiento.
La derrota del cuerpo
El paso del tiempo
Hacerse mayor
Perder la partida
Pensar la derrota a partir de la derrota biológica
Hacerse mayor
Con tu cuerpo
Con tus ideas
Quedar fuera de lugar
Y sin embargo seguir ahí
Fuera pero dentro, dentro pero fuera
Esta emoción, que descubrí viendo la muestra de Sandra Gómez en la Pradillo,
activó este tracatraca mental
dejar de bailar y sin embargo seguir bailando
hacerse a un lado para estar más en el centro
una derrota que no es fracaso ni victoria
porque está en otro lugar
la derrota como potencia
un hacer desde afuera
un modo de estar y no estar
dejar el escenario, el baile, la imagen y el teatro
dejar la palabra
para recuperarlos desde otro lugar
un lugar cualquiera
la rutina de todos los días
un espacio por hacer
tan vacío y tan lleno
nunca estaremos en silencio
¿cuántas derrotas caben ahí?
en el magma invisible con el que se hace la historia
Derrota sí, pero con pasión
Fracasar, pero con dedicación
No fracasar de cualquier manera, ni una derrota por casualidad
Insistir en la caída
Sostener la fiesta después de la fiesta
Cuidar el derrumbe, hacernos cargo del desastre
La derrota se convierte en victoria cuando conseguimos darle un tiempo propio
El tiempo para llegar hasta ella, para sentir cómo se instala en nuestras vidas
El tiempo para tejerla y habitarla
El tiempo para sostenerla y sentirla
La derrota es el punto de partida constantemente renovado
Es el principio de la política, el refugio de la imaginación social
La derrota deja de ser derrota cuando le damos ese tiempo sin hacer
Un tiempo que nos expulsa de la historia, pero que a cambio nos ofrece un punto de vista, una distancia y un descanso
La derrota deja la historia en suspenso, levanta un interrogante y genera una economía propia
Sobrevivir al margen de la historia
La historia nos mira y nosotros la miramos
Tranquilos
No estamos fuera pero habitamos otro lugar
Buscando el grado adecuado de desplazamiento que nos permita situarnos de un modo no calculado
Así salvamos la derrota de quedar atada por la triste sujeción a un polo contrario: el éxito
La derrota no es lo contrario del éxito
La disyuntiva no es fracasar o tener éxito
O llegas a ser algo o no eres nada, y entonces eres una mierda
Esa trampa se construye sobre un tipo de economía que conocemos bien
Si acumulas y guardas, ganas; si al final no tienes nada, eres un pringao
Acumular beneficios, ganancias, honores o memorias
Acumular victorias o propiedades, materiales o inmateriales
Acumular todo, menos lo único que desearías acumular, tiempo para querer
La belleza consiste en tomar conciencia de que ya estamos perdiendo, y es bonito
Darse cuenta que todo se está yendo al garete, y sin embargo seguir ahí, en mitad de este fregao inconmensurable
El tiempo pasa, eso es la derrota
pero eso también es la posibilidad
Son los niños, los enfermos, los enamorados y los locos los que parecen quedar temporalmente al margen de esta disyuntiva
Los que consiguen estar en la historia y vivir al mismo tiempo fuera
Según la economía material, un niño solo puede perder, igual que un loco o un enfermo
Igual que los enamorados
Perder frente a los padres, los adultos, los médicos o la empresa
Porque a ninguna de estas instancias les vale el tiempo de los enfermos o el deseo del enamorado.
La derrota, sí, pero con pasión, por favor
Fracasar cada día
Practicar la derrota
Insistir en una renuncia que no es renuncia
Porque es secreto
La potencia de lo que todavía no sabemos
Una derrota hecha día a día termina confundiéndose con el mejor de los triunfos
Desertar pero que sin se note
Estar y no estar
Aceptar el triunfo es la peor de las renuncias.
Es haber olvidado que no estás solo
Es haberte olvidado del mundo al que perteneces
No es solo haber aceptado las reglas del juego, es habértelas creído
El credo del vencedor no es haber vencido, sino estar por encima
Colocarse en el nivel del para nada
Vivir para nada, trabajar para nada, no es tener una vida sin provecho
Sino colocar el provecho en un territorio sin nombres ni contabilidades
Desmobilización, desaceleración, detención, suspensión, desocupación, renuncia y desconexión son las formas paradójicas de la derrota
Una desmovilización que no nos desmoviliza, y una detención que no nos detiene
Una renuncia que es al mismo tiempo otro tipo de aceptación, y una desocupación que permite otro tipo de ocupaciones
El triunfo de la derrota
Esta derrota a la que me refiero
no es una derrota específica, no es una derrota de tipo económico, político, sicológica o espiritual
Es la derrota de un hombre cualquiera, una derrota sin nombre
La derrota de quien cada mañana se apretuja para entrar en un vagón del metro
La derrota de quien se va de vacaciones todos los años la segunda quincena de julio
La derrota de quien está entubado en una cama de un hospital
Es la derrota de los días
Porque la derrota es lo que tenemos en común
Su lógica incomprensible y su belleza sin nombre
El goce de seguir insistiendo
Antes de entrar a analizar las “patologías del semiocapitalismo (esta palabra debe ser ya parte de esas patologías), en la introducción, Bifo se preguntaba eran las cosas realmente importantes:
La pregunta que debemos hacernos y, sobre todo, que debemos hacer a la gente que se está formando hoy, a los chicos, a la nueva generación, se refiere al placer, a la belleza: ¿Qué es una vida bella? ¿Cómo se hace para vivir bien? ¿Cómo se hace para estar abierto al placer? ¿Cómo se goza de la relación con los otros? Esta es la pregunta que debemos hacernos, una pregunta que no es moralista y que funda la posibilidad misma de un pensamiento ético. Pero la pregunta que debemos hacernos es, sobre todo, ésta: ¿qué cosa es la riqueza? Es sobre este plano que el capitalismo venció la batalla del siglo XX. ¿Riqueza significa quizás acumulación de cosas, apropiación de valor financiero, poder adquisitivo? Esta idea de la riqueza (que es propia de la ciencia triste, la economía) transforma la vida en carencia, en necesidad, en dependencia. No tengo la intención de hacer un discurso de tipo ascético, sacrificial. No pienso que la riqueza sea un hecho espiritual. No, no, la riqueza es tiempo: tiempo para gozar, tiempo para viajar, tiempo para conocer, tiempo para hacer el amor, tiempo para comunicar. Es precisamente gracias al sometimiento económico, a la producción de carencia y de necesidad que el capital vuelve esclavo nuestro tiempo y transforma nuestra vida en una mierda. El movimiento anticapitalista del futuro en el cual yo pienso no es un movimiento de los pobres, sino un movimiento de los ricos. Aquellos que sean capaces de crear formas de consumo autónomo, modelos mentales de reducción de la necesidad, modelos habitables a fin de compartir los recursos indispensables serán los verdaderos ricos del tiempo que viene. A la idea adquisitiva de la riqueza es necesario oponer una idea derrochativa, a la obsesión es necesario oponerle el goce.
Óscar Cornago