El Teatre Arnau del Paralelo, uno de los teatros más antiguos de Barcelona, ha reabierto sus puertas virtualmente. Es decir, mientras el Ayuntamiento rehabilita este histórico edificio en ruinas, y después de un proceso participativo en el que colectivos del barrio han asumido la gestión comunitaria del espacio, la programación se ha iniciado ya con propuestas itinerantes como la que hemos podido ver durante tres semanas: Carrer Hospital amb Sant Jeroni, de Jordi Prat i Coll, creado por Blanco Roto Escèniques en colaboración con el Col·lectiu (assemblea de companyies independents de Catalunya), dirigido por Roberto Remei y Laia Ricart. Carrer Hospital amb Sant Jeroni, cuyo titulo apela a una de las calles desaparecidas durante la construcción de la rambla del Raval, es como una concatenación de piezas de microteatro que sucede en siete espacios del barrio del Raval, algunos exteriores y otros interiores: en la calle, en una azotea, en el Ágora Juan Andrés Benítez, en el Cafè de les Delícies, en el interior de El Lokal (librería y tienda de discos libertaria), en un estudio de arquitectura y en la Factoria DiMô. El punto de encuentro es en la plaza Raquel Meller, enfrente del teatro. Raquel Meller, cantante, cupletista, actriz, famosa por canciones como La Violetera, que actuó asiduamente en el Teatre Arnau a principios del siglo pasado. Una vez reunido un pequeño grupo de público en la plaza, un maestro de ceremonias nos pide que le sigamos. Será nuestro guía durante toda la obra. Hay pases cada veinte minutos, así que dos grupos más nos seguirán más tarde. La pieza dura dos horas. Siete escenas, de menos de quince minutos cada una, más el paseo para ir de un escenario a otro. Doce intérpretes para un relato de ficción que pretende ser realista. Vidas cruzadas, un trasfondo social con mirada critica sobre la transformación del barrio del Raval durante las últimas décadas, adulterio, inmigración, Tinder, sorpresas, entretenimiento con coartada socio-política. Lo primero que me llama la atención, desde la primera escena en la calle, es que estamos ante una obra del tipo de teatro que podríamos llamar convencional, el tradicional, el de toda la vida: teatro de texto. Por eso hay un autor, una dirección y unos intérpretes que representan personajes. Reconozco mis prejuicios ante ese tipo de teatro. Lo primero que noto, ya desde la primera escena, es ese tipo de interpretación actoral que pretende representar la realidad pero cuyos actores no hablan ni se comportan con naturalidad sino que ponen voz y cuerpo a un texto aprendido que escenifican a base de viejos códigos teatrales que debo filtrar para conseguir meterme en la acción que intentan representar como si fuese real pero que salta a la vista que no lo es porque resulta muy poco verosímil. Eso me pone nervioso hasta el punto de que me dan ganas de salir corriendo, lo cual tengo que reconocer que es un poco exagerado. ¿Por qué me molesta tanto? ¿Porque llevo toda la vida viendo películas y series de televisión donde, a pesar del artificio, la realidad se refleja de una manera infinitamente más verídica? Ya no sé si tengo algo contra el teatro de ficción, por obsoleto, o sobre la formación de los que participan en él, deformada quizás por una tradición conservadora que ignora las nuevas formas de hacer de la modernidad e insiste en comportarse como si estuviésemos en las décadas en las que el Arnau estaba en pleno apogeo.
¿Tiene sentido un teatro que sigue intentando representar la vida? ¿Por qué no?, me pregunto. Pero entonces debería buscar nuevos modos para conseguirlo porque los del viejo teatro me parece que ya no sirven. ¿Tiene sentido seguir interpretando a Bach como en la antigüedad? Sí, lo creo. ¿Tiene sentido seguir componiendo como Bach en la actualidad para hablar sobre nuestra realidad? No, creo que ya no nos sirve porque el mundo ha cambiado mucho respecto a los tiempos en los que Bach creaba su música utilizando las herramientas disponibles en aquel momento, producto de una sociedad que ya no es la nuestra y nunca lo volverá a ser. ¿Tiene sentido una pieza que habla sobre nuestra realidad más cercana, la de nuestro barrio, un barrio como el barrio Chino de Barcelona, utilizando los modos de hacer del teatro convencional? Me resulta contradictorio. No es solo el fondo, es también la forma. En ocasiones he oído a gente que dice que hay que hacer un esfuerzo para aproximarse a ciertas formas de arte contemporáneo, sean escénicas, visuales o sonoras. Seguramente sí, a veces, aunque en otras ocasiones sucede todo lo contrario, claro. Pero esa opinión parece obviar el esfuerzo que hay que hacer para entrar en los códigos del teatro convencional, realmente alejado, a estas alturas, del público no deformado por esa tradición transmitida por las escuelas de teatro convencional. Si pretendemos crear un teatro para nuestra comunidad desde un teatro público ¿deberíamos reflexionar sobre este tema? ¿O es suficiente con que el contenido sea crítico con la realidad social que refleja? ¿Da igual que ignore lo que ha ocurrido en el ámbito escénico en las últimas décadas? ¿Estamos hablando de un teatro de corte conservador (a estas alturas, lo siento mucho, pero creo que lo es) que pretende realizar crítica política y social desde una visión política anticonservadora? ¿Creéis de verdad que eso va a dar resultado? Me da la impresión de que eso solo puede funcionar con los seguidores de una cierta tradición, por eso creo que no va a ayudar a cambiar las cosas. Tuve que hacer grandes esfuerzos y dejar aparcadas todas estas preguntas para entrar en la historia que se me proponía. A pesar de todo me interesó el itinerario, que nos llevó a algunos sitios que no conocía, a pesar de llevar quince años viviendo en el barrio, y a algunos otros que sí que conocía pero en cuyos interiores no había tenido la oportunidad de penetrar. No sabía que para construir la Rambla del Raval se cargaron sin contemplaciones un edificio modernista (aunque no me sorprende en absoluto). Siempre es interesante descubrir los recovecos de esta ciudad para verla con nuevos ojos. Lo que oculta es más que lo que muestra. A pesar de todo, a pesar de todo lo que se cuenta en esta obra, sigo enamorado de Barcelona. Y supongo que algunas de las razones para seguir enamorado de esta ciudad coinciden con el trasfondo de algunas de las historias que se cuentan en esta obra. Aunque el cómo las cuentan lo sienta tan alejado de mí como lo que la obra pretende denunciar. Eso no quita que el trabajo (idea, escritura, interpretación, localización, dirección) me pareció considerable y admirable en muchos aspectos. Pero espero que nos encontremos más adelante. Si no nos echan antes del barrio, claro.
Ruben… en este edificio modernista.. donde en bajos habia un farmacia de arquitectura brutal… en el ático viví por poco tiempo… y si, lo derrumbaron para hacer Nueva Rambla de Raval… destrozaron otros edificios para hacer hotel…. etc.. etc… etc
¡Qué pena! ¿Te acuerdas de cómo se llamaba el edificio? ¿O en qué calle estaba? ¿No sería precisamente en el carrer Sant Jeroni?
No no Ruben,,, era calle Hospital,, edificio estaba justo donde esta ahora la redonda, para dar la vuelta con coche para ir de un lado a otro de la Rambla,,,
el edifico lo derrumbaron para hacer la Rambla,, estaba justo allí,,, en medio,,
aqui: https://cronicaglobal.elespanol.com/uploads/s1/32/14/76/3/paliza-raval-barcelona-agresion.jpeg
besos
El tema está en que la mimesis en el teatro no es tan ingeniosa como para que el público la acepte en el inconsciente. Digo, la del actor. Por lo menos no en lo que se refiere a representar un personaje, hacer de otro. Las maneras del cine llevadas a la escena sí parecen funcionar. ¿Tiene algo que ver que exista esta dificultad con el fetichismo de las cosas y de uno mismo? ¿Sigue teniendo sentido hablar de los individuos, de sus vidas, como algo más que como un grupo de anónimos? ¿Un teatro sin máquinas, no como manifiesto contra ellas, eh? Yo qué sé.