Hace un par de meses escribí un artículo en el que sostenía que los escenarios institucionales de Barcelona están fatal en comparación con los de, por ejemplo, Madrid. Lo sigo pensando pero me quedé con ganas de matizar esa idea. Si eso es así, ¿por qué en cuanto aterrizo en Barcelona se me llena la agenda automáticamente durante toda la semana, da igual el día que sea, día o noche? La clave es la palabra institucional. Los escenarios institucionales no acaban de reflejar la realidad efervescente de la Barcelona no institucional, o no tan institucional. Dónde empiezan y dónde acaban las instituciones, a veces, no está tan claro. Pero la realidad de Barcelona, en cuanto a lo artístico, sigue su propio camino. Y es un no parar. Este es un recuento de algunas cosas que he visto en Barcelona este mes de abril.
Marc Vives presenta Es que ahora no puedo en la pequeña galería etHALL del carrer Joaquim Costa. La intervención se puede visitar pero si lo que busca uno es la contemplación de objetos es posible que salga algo decepcionado porque la exposición, al menos cuando yo la visité, el primer día, tiende al vacío. Pero lo interesante es asistir a una de las recepciones del artista. Para eso hay que pedir hora con antelación. Está hasta el 18 de mayo. Aún quedan días. Y no lleva demasiado tiempo. Media horita como mucho. En esa recepción tienes la oportunidad de leer un texto que Marc Vives ha escrito en un tono muy íntimo y, además, el propio artista cuenta a un pequeño grupo de gente qué le ha llevado a hacer una exposición más, ahora que acaba de cumplir cuarenta años y que ya lleva dadas unas cuantas vueltas desde que empezamos a oír hablar de él gracias al mítico vídeo de Acciones en casa. No voy a contar nada más porque la gracia es estar con él, verle y oír de los labios de Marc Vives lo que él tiene que decir. Lo que sale de sus labios es muy personal, delicado y emocionante, sobre todo si, como él, ya llevas dadas algunas vueltas por la vida. En todo caso, sí que recomiendo echarle un vistazo a las fotos en las que se sumerje en el mar en la playa de la Barceloneta, recopiladas en su Instagram, sin temor a estropear la visita, al contrario. Y no solo a las fotos sino a los comentarios que las acompañan. Este trabajo me ha dejado un montón de preguntas que tres semanas después aún sigo sin responder.
Al día siguiente fui a la primera de las sesiones de #NoCallarem en la antigua cárcel Modelo. Tuve que esperar una hora y media en la cola que rodeaba la cárcel para poder entrar. La libertad de expresión vive sus horas más bajas desde que vivimos en lo que se supone que es una democracia. Valtònyc y Pablo Hasél van a entrar en prisión por las letras de sus canciones y los raperos de La Insurgencia han recurrido la sentencia que les condena a cárcel también. La persecución es total y en todos los frentes: tuiteros, titiriteros, retirada de obras en galerías, secuestros de libros como Fariña… Eso sin necesidad de nombrar a los políticos catalanes que están en la cárcel por intentar montar un referéndum, sin éxito. O del estado de excepción decretado en Catalunya con el eufemístico artículo 155. El ambiente es chungo y la cosa, con cárcel de por medio, se ha puesto muy fea. Por eso estábamos tanta gente ahí el miércoles, entrando en la cárcel por voluntad propia. Nos metieron en la sala donde los presos se comunicaban con sus visitas y allí escuchamos a algunos de los artistas congregados en una performance organizada por Los Corderos y Za!: Núria Martínez Vernis, Sofía Asencio, Agnés Mateus, Ernesto Collado, Mònica Muntaner o Sonia Gómez, por ejemplo. A continuación me di un paseíto por el interior de la cárcel y entré en alguna de sus galerías para ver la performance visual y sonora de Insectotròpics y la exposición del Konvent Puntzero.
Hay que entrar en la prisión para entender algunas cosas. Al salir llamé a mi novia y le dije que si me busca la policía, y algún día me olvido de esto, que me recuerde que no debo entregarme jamás, pase lo que pase. Las actividades de los siguientes días parece que fueron un éxito de público. El último día la gente rodeó la Modelo. Pero parece que no es suficiente. No hay que olvidarse de esto. Es muy grave.
Voy a entrar en prisión seguramente, poco más me queda por hacer. Espero que luchéis y no caigáis en la autocensura, es lo que ellos buscan. Cárcel para unos cuantos hay, pero para todos no. Si no hacéis nada ahora, en un futuro os arrepentiréis. Dignidad ante este ataque.
— Josep V. (@valtonyc) 20 de marzo de 2018
Dos días después, Quim Pujol presentó su Verde croma en La Capella. Con el público esparcido por el espacio, Quim Pujol se pasea entre el público recitando un texto propio con la ayuda de un micro inalámbrico y unos papeles. El texto mantiene una estructura similar durante los aproximadamente tres cuartos de hora que dura este poema: “El fondo negro de la bandera pirata, verde / El pescado azul y las doradas, verdes / Las gambas blancas de Huelva, verdes / El arroz negro, verde”. Todo se vuelve verde, verde como el verde de las pantallas croma, donde el verde se sustituye por cualquier cosa. El recital, a un tempo andante sostenido sin apenas pausa, acaba haciendo mella en el público, desconcertado al principio pero relajado en su mayoría hacia el final. Por el verde de Quim Pujol pasa cualquier cosa que se mueva, desde el azul Klein hasta el negro con el que se viste el artista Joan Morey, la alta cultura y el cuarto oscuro. El público ríe, apreciando el humor que destilan las asociaciones y las referencias que propone el texto, se relaja, dormita tirado por el suelo. El texto acaba y Quim Pujol da las gracias pero se despide con acompañamiento musical cantando y bailando una ranchera en la que también se producen algunas alteraciones cromáticas. Si alguien no se había acabado de relajar, este es su momento. A la salida nos dan un desplegable con una litografía de Tàpies del libro Frègoli alterada cromáticamente por Quim Pujol, con puntitos verdes, por supuesto. También incluye el texto de la performance. Quim Pujol es como el más clásico de nuestros modernos. Y ya sé que esto es totalmente reduccionista pero pienso en su trabajo y pienso en las vanguardias, en cierto arte conceptual, en cierto academicismo. Pero también pienso en cierto humor y en una mirada petarda cabaretera, muy apreciable para restablecer cierto equilibrio, por donde se cuela la vida, tal y como se entiende la vida tradicionalmente en ciertos ambientes barceloneses arrabaleros, al menos en este Verde croma.
Un día después, Martí Sales estrenaba La cremallera en la Sala Beckett. Siguiendo con las definiciones reduccionistas, Martí Sales sería, aunque compañeros de generación, el más moderno de nuestros poetas clásicos. Pero Martí Sales es muchas cosas: poeta, escritor, traductor, cantante de los Surfing Sirles hasta su disolución debido al fallecimiento de uno de sus componentes, Uri Caballero, y últimamente incluso presenta un programa de televisión. La cremallera es un poema en catalán de 700 versos escrito en homenaje a Uri Caballero en el que la ciudad de Barcelona, y me atrevo a decir, la parte más canalla de la ciudad de Barcelona, tiene el papel protagonista, con permiso del fundador de Zara, que también aparece como otro más de los personajes de este largo poema narrativo. Hace un par de años la editorial Males Herbes publicó La cremallera. Ahora, con la ayuda de Jordi Oriol y Alba Pujol, Martí Sales se ha subido al escenario para defender su poema y encarnarlo escénicamente con la ayuda de una lámpara, algo de luces y poco más. Aunque la dramaturgia, en un primer momento, nos tire un poco para atrás porque nos transporta a escenarios algo más clásicos que a los que estamos acostumbrados, la fuerza, la energía y la entrega total de Martí Sales acaba venciéndome y me acabo subiendo a la ola de emoción que, al menos la noche del estreno, parece que nos desbordó a la mayoría de los presentes, autor y actor incluídos. Ojalá todos los poetas fuesen capaces de defender sus poesías de esta manera total, pero eso sería pedir demasiado porque ya es difícil escribir pero además salir ahí a escena, aprenderse un poema larguísimo de memoria y no solo recitarlo sino actuar mientras te mueves en escena interactuando con objetos… desgraciadamente no está al alcance de cualquiera y es verdaderamente admirable.
Al día siguiente, el sábado, Silvia Zayas presentó Parallax en el Antic Teatre, una pieza estrenada en La Casa Encendida de Madrid que, por fin, hemos podido ver en Barcelona. Silvia Zayas es una artista leonesa que no tenemos muchas oportunidades de ver por Barcelona. Es de agradecer el esfuerzo de adaptación realizado para el montaje de esta pieza en un espacio de dimensiones reducidas como es el Antic. Silvia, desde la mesa de luces y sonido colocada de espaldas al público, en el escenario, recrea una historia basada en hechos reales, en Guinea Bissau, en los años setenta, sobre la voladura ficticia de un puente, una historia inventada por una locutora de radio para desmoralizar al enemigo. Lo hace con la ayuda de su voz, de la música, de algunos objetos esparcidos en el escenario pero, sobre todo, de las luces que ella misma manipula. Una pieza coreográfica cuyo material principal es la luz. ¿Será por eso que los escenarios institucionales de los que hablaba al principio son incapaces de imaginarse algo así en escena? ¡Qué lástima, de nuevo! ¡Qué lástima que nuestros artistas estén cuarenta yardas por delante de los escenarios institucionales de esta ciudad! ¿Para qué nos sirven, entonces?
El jueves de la siguiente semana fui a uno de nuestros escenarios institucionales, El mercat de les flors, quizá el más receptivo de los escenarios institucionales de la ciudad, aunque tal y como está el patio no es difícil triunfar en esa competición. Psirc presentaba El meu nom és Hor, con Wanja Kahlert y Adrià Montaña en escena y dirección de Rolando San Martín. En El meu nom és Hor hay circo y marionetas, los intérpretes tienen un dominio técnico y una sensibilidad admirables, pero no es un espectáculo de circo al uso. Su vocación es la de traspasar los límites circenses y adentrarse en otros mundos, como ya apuntaba la muestra del trabajo en proceso que vimos en los Croquis que organiza Atresbandes cada año en la Sala Beckett. El estreno final, en El mercat de les flors, añadió más elementos a lo que ya se entreveía en aquel inicio, como, por ejemplo, un trabajado diseño de luces. El meu nom és Hor me parece una pieza interesante porque me da la impresión de que el circo, a diferencia de otras disciplinas como la danza, se ha quedado algo descolgado de la creación contemporánea en el terreno de lo que últimamente llamamos artes en vivo. Y no veo por qué debería ser así. Si las artes en vivo se caracterizan por dar cabida a todo tipo de disciplinas artísticas es extraño que las artes circenses no se integren con naturalidad en este ambiente. Por eso es de agradecer que alguien se atreva a ir más allá, sin renunciar a sus orígenes. Me pregunto a dónde se podría llegar si, en vez de en el contexto de un ciclo dedicado al circo, como es el caso de Circ d’ara mateix, se le diese la oportunidad, o la buscase Psirc, de dirigirse a otro contexto más amplio. Pero esto seguramente no son más que elucubraciones mías fruto de mis deseos personales. Estas cosas no se pueden forzar, deben salir de dentro.
Muchas gracias por las cronicas, parece al leerlas q casi estuvivieramos allí.