En julio de 2017 se presentó la performance visual Yabba, de la artista madrileña María Jerez, en Matadero, Madrid, en el contexto de Veranos de la Villa, junto a una troja de eventos culturales, en distintos distritos de la ciudad. Lanoche, el proyecto musical de la DJ y productora Ángela de la Serna, acompaña el transcurrir de la pieza, formando una parte fundamental de esta, donde lo sonoro envolvente de la electrónica experimental de atmósfera y la estridencia en colores, texturas y formas conviven a modo de mutualismo simbiótico, en la que una no puede vivir sin la otra.
Las dos funciones agotaron con largas filas de espera que, a pesar del calor infernal del estío, confirmaron la necesidad y el interés, por parte de un público de diversidad etárea, de participar en obras de arte contemporáneo de difícil denominación. No es casualidad que María Jerez suela desarrollar su trabajo en la intersección entre el cine, la arquitectura, las artes visuales y la coreografía; tampoco es importante preguntarse qué tipo de arte reside en su obra. Con la temperatura elevada del concreto y al rayo del sol, se constituyó una expectación dispuesta a enfrentarse a una pieza construida desde el movimiento, que, rozando lo coreográfico, necesita de varios puntos de vista para hacerse visible.
En un galpón de amplias dimensiones se fragmenta una estructura móvil, o escultura endeble puesta en diagonal, de una tela dorada, satinada y brillante, al ras del piso y con formas geométricas heterogéneas de un metro máximo de altura, siendo esta la más alta al comenzar la obra. La informidad de la pieza visual se caracteriza por estar en constante movimiento del desliz de los pliegues que, unos a otros, casi como en los procesos de cambios químicos en la materia, se van disolviendo, o se absorben, para despuntar y convertirse en una nueva sustancia; se hacen azules, violetas y rojos, sus texturas se modifican; hay lentejuelas, telas lisas y ásperas, humo que emana, y sectores que se inflan y duplican o triplican sus proporciones. La experiencia estética es de una belleza absoluta e inentendible, y se potencia a través de la evocación plástica de una sugestión magnética. No sabemos qué hay debajo de la masa deforme, pero la sutileza coreográfica de la materialidad seduce.
Esa masa deforme que llamaremos la cosa transmuta continuamente durante el curso de la obra, y se deja observar de modo distinto, dependiendo del punto de vista que el espectador seleccione para ubicarse, o para irse trasladando, ya que el espacio del público frente a la cosa corresponde a una decisión propia, no hay butacas. Los cuerpos del público sentados en el suelo, bordeando “la cosa”, o deambulando por el inmenso galpón, comienzan a formar parte del campo visual y energético que acontece. Intentar definir lo extraño y lo oculto acompasa el dejarse llevar por esa ominosidad porosa, ¿qué está sucediendo? ¿Qué hay debajo? ¿Quiénes hacen la coregrafía invisible? En contradicción a eso que no podemos ver, quiénes o qué manipula “la cosa”, Jerez establece a la vista al equipo de Lanoche, a modo de titiriteros auditivos que, mientras manipulan el resonar del espacio-tiempo, se dejan ver, se exponen para reafirmar las detalladas determinaciones de la artista. Yabba aparenta ser una suerte de casualidades, pero María Jerez no deja nada librado al azar, salvo la expectativa de un vínculo.
En diálogo con Jerez pudimos constatar la simplicidad y el valor de lo formal y el obstáculo racional para definir o desentrañar por qué se le designa ese título a la pieza, que incluso se asemeja a una onomatopeya de los picapiedras —Yabba dabba doo—, y también significa hablar en un inglés de pueblos originarios australianos. “Se llama así porque quería que tuviera un nombre propio femenino pero inexistente. Por otro lado, hay un personaje de Star Wars que se llama Java, que tiene una forma indefinible, parece como un moco gigante o de chicle rosa y es un ser de otro planeta. Pero en realidad no cogí el personaje como personaje, sino por su apariencia formal. Alguien me criticó una vez la elección de ese nombre por las connotaciones que tiene, ya que es muy machista, violento y mafioso. Así que, en realidad, yo pensé en esa especie de forma que tiene Java, no en la personalidad.” Ya en la elección de intentar nombrar lo innombrable, la artista opta por acotarse a una identificación visual y darle un nombre propio femenino, como una Mary Shelley que acuna su propio Frankestein.
Pareciera entonces que la elección del formato, o disciplina, que utiliza Jerez a la hora de disponerse a la práctica artística está directamente relacionada a un concepto latente en Yabba, la incapacidad para nombrar lo que acontece. En este sentido, Jerez, no solo se propone compartir con el público la idea que sostiene de que aquello que allí se sucede está creado y solo puede aparecer en presencia de un artista y un espectador, sino que también refuerza que la obra es y existe a partir de lo que emerge entre uno y el otro. Las disciplinas en sí mismas no son utilizadas como una suerte de herramienta para ejecutar el correcto funcionamiento de un dispositivo, sino que hacen a la obra. La coreografía aflora del cruce de lenguajes, pero no se encuentra en la materialidad de la cosa, efectúa su danza en el límite del entretenimiento, que baila entre la pieza y alcanza tener al público activo, originando ideas, emociones y nociones.
De alguna manera, Jerez se propone la construcción de un nuevo mundo, un organismo que se transforma y que, aunque está creado por humanos, intenta no recrear las afectaciones y agenciamientos de relacionamiento que la humanidad reproduce. Esa nueva cimentación permite tomar distancia para repensar no solo cómo reaccionamos, de manera individual, a lo desconocido, sino también autorizarnos a formar parte de un todo mayor, que podría ser la sinergía colectiva, tanto de esta pieza, como de un movimiento social, en el cual también es imprescindible actuar, discernir y amplificar los sentidos, más allá de los andamiajes históricos y sociales que emulamos. Aceptar los puntos de vista y optar, tomar partido, hacerse cargo, confrontar esas formas y tener la capacidad de elegir, siendo conscientes de un procedimiento primario, que a veces nos excede.
Leonor Courtoisie. Montevideo, Uruguay.
Yabba de María Jerez con música de Lanoche, proyecto musical de Ángela de la Serna, y la participación de Ainhoa Hernández Escudero, Laura Ramírez, Óscar Bueno Rodríguez, Javier Cruz y Alejandra Pombo.