Me encantaría decir que he estado escribiendo casi de forma fenomenológica durante las 6 horas y 40 minutos que ha durado Natten. Muchos sabemos que no ha sido así. De todas formas, hay algo pasando en el momento en el que sabemos que vamos a pasar la noche viendo/estando con esta propuesta. Lo que nos ocurre no será ajeno a lo que estamos presenciando y el lugar que tomamos con ello.
Natten pone en el patio de La Casa Encendida la duración de una noche, el pasar la noche, como una posibilidad que dispara negociaciones, conflictos, expectativas, ilusiones, desencantamientos, entre muchas otras opciones y posiciones desde donde ponernos con este trabajo. Natten busca la oportunidad de un encuentro, un estar juntos durante toda la noche como una premisa que ya es coreográfica y con una estética permanentemente tenue.
Después de los primeros 44 minutos, los cuales me parecen los más complicados debido a que las expectativas de cada uno se van asentando y se entiende que la propuesta no va a ir mucho más allá de lo que estamos viendo, opto por dormirme un rato. Creo firmemente que hay algo maravilloso en que un trabajo artístico te deje la opción abierta de poder dormirte. Dormir, despertar, ver que seguimos todas allí, volver a dormir, medio dormir, dormir profundamente, roncar, abrir los ojos, seguir allí… Toda una serie de acciones que se van repitiendo a lo largo de la pieza junto al sentido de la repetición en el que están inmersas las seis bailarinas de la propuesta: Tamara Alegre, Liza Baiasnaja, Sidney Barnes, Marika Troili, Else Tunemyr, Emma Daniel y Alexandra Tweit.
Cuando despierto de mi primer movimiento de suspensión, me encuentro con la imposibilidad de ver exactamente lo que hacen. La luz es muy tenue y pienso que hay algo interesante en esta posibilidad de estar constantemente en relación con unas imágenes que no se dejan ver del todo. Lo veo como una posible forma de romper con cierta supremacía de la imagen para poder entrar en otro dominio que no es de forma si no de contexto. Un lugar que no contiene imágenes absolutas si no que siempre tiene algo que no se muestra, una no-totalidad que dispara un estar corporal concreto. Algo así como un crepúsculo; un crepúsculo de 7 horas. Un lugar que está entre absolutos; entre el día y la noche, entre lo visible y lo invisible, entre estar despierto y dormido, entre la incomodidad y el confort… Como un estado de somnolencia en el que lo que ocurre (y te ocurre) no tiene carga emocional si no que contribuye a un estar juntos y con uno mismo.
Acompañar, dejar espacio, colocarse, entrecerrar los ojos, mirar al techo, mirar el humo subir hacía arriba, ver algo a lo lejos, mirar la gente alrededor tuyo, relajar la mirada, no hacer nada, empanarse, dormir, abrir los ojos…
Todo el público está sentado/estirado/reclinado en una alfombra de mantas y cojines que rodea todo el patio. Veo una variedad de posiciones dignas de catálogo junto a personas que han venido juntas, personas que han venido solas, personas que sabían a lo que venían, personas que no sabían a lo que venían… Algunas se van yendo a medida que va avanzando la noche. En algunos momentos, me deja pensativo cierto comportamiento imperativo que emana de individuos que quieren irse y quieren arrastrar a todo el mundo con ellos. Veo una pareja delante de mí en el que uno de ellos le dice que se van. La otra persona está en un estado como somnoliento y me atrevo a decir que está bien cómoda. Al cabo de dos minutos se van los dos. A eso de las 2:30 otra persona pregunta a su pareja “¿Qué hacemos?”. Pasan unos minutos y los dos se van por la puerta de los camerinos. El contexto de Natten me deja espacio para poder pensar en la poca autonomía que nos damos pese a ir acompañados al teatro. Y, a todo esto, aparece el monstruo de la dependencia. Un monstruo que tiene formas distintas y que puede tener forma de teléfono móvil o de no poder moverse sin el permiso del otro. Me hubiese gustado escuchar una respuesta clara a ese tipo de imposiciones parejiles: “Tú te puedes ir. Yo me quedo aquí porque me está pasando algo”. Natten propone un lugar introspectivo compartido, un lugar soportado por una serie de movimientos y acciones constantemente suspendidas; las cuales siguen dando y dejando y generando espacio. Un espacio fuertemente sostenido por bases de música incesantes en forma de loops largos los cuales van cambiando de melodía y de sonido (bases traperas, sonidos de truenos y rayos, viento…), un espacio simultáneamente sostenido por la estructura que ejecutan las intérpretes y por muchas otras cosas que flotan en el lugar y que no hace falta nombrar.
El movimiento durante casi toda la noche es un movimiento casi marcado, como moverse a tiempo pero sin ocuparlo. Y me flipa. Así, sin más.
La estructura de Natten es visible y está bastante marcada. Podemos ver a las intérpretes llevar “chuletas” en la mano que les ayudan a ir recordando las distintas frases de movimiento que van repitiendo durante la noche y dónde están en relación con la estructura ya generada*. La repetición de ciertas frases y patrones, me genera la posibilidad de sentirme como si estuviera mirando el mar o uno de esos paisajes enormes que te limpian el pensamiento y que te dejan, simplemente, con esa mirada perdida, no enfocada y atemporal. Hay algo en las propuestas de duración que, a menudo, acaban desencadenando como una no-memoria. En Natten la temporalidad es crucial. Es, precisamente por la duración, que vamos perdiendo expectativas, identidades, que nos dormimos, que nos despeinamos, que nos dejamos… y lo que podría ser una pieza muy moderna se acaba convirtiendo, con el tiempo, simple y únicamente en lo que estamos viendo: una estructura de acciones y danza que alojan un encuentro de –entres a través de una estética crepuscular que limpia nuestros lugares y que propone un estado de somnolencia conjunta.
(*Podría intentar no decir el nombre del creador, simplemente para dejar la obra en ese espacio común. Pero no se puede. Una entra sabiendo que va a ver una pieza de Ma©rten Spångberg. Su nombre impregna el contexto y, pese a que en algunos ratos podemos olvidarnos de su presencia y sólo estar con lo que está ocurriendo, a ratos se le ve con el ordenador y se hace visible a través de algunas decisiones musicales. En momentos, pienso: “Ma©rten is here”. Y lo está. Está todo el rato. Es como un velo que cubre el trabajo. Pero, gracias a lo duracional de la propuesta y al acostumbrarse, él va desapareciendo y el público, que se creía que iba a ver “al enfant terrible” (como dicen en la descripción), ya se ha dormido un rato y se ha olvidado. En otros casos, se lo han quitado de encima al salir del patio de La Casa Encendida y no volver.)
La pareja que se había ido por los camerinos, vuelven a salir y ubican la salida correcta para poder salir a la calle. La pieza, pese a hospedar y dejar espacio, también abre continuamente la opción de irse. Dicho esto, a mí no me pareció fácil tomar la decisión de ir al lavabo un minuto ya que, paradójicamente, lo que proponen, por alguna razón no explícita, pide de nuestra presencia. De hecho, hay como un contrato tácito en la pieza en que uno puede irse pese a poder quedarse. En cualquier caso, Natten no echa a nadie: uno es plenamente consciente de que se va y de que deja que la noche siga pasando para otras personas a la vez. También uno sabe que se está quedando debido a un contrato temporal. Pese a parecer infinita, todas sabemos que la pieza dura 6 horas (aunque, finalmente, duró 6 horas y 40 minutos).
La duración y la performatividad de Natten me colocan delante de una pieza que podría nombrar como radical. Su forma de colocarse y posicionarse delante del contexto artístico actual es, según mi parecer, tremendamente consciente: no hay espectáculo pero hay lugar, no hay historia o legitimidad pero hay presente, no hay emoción pero hay contemplación, no hay dramaturgia pero hay devenir… Y, dentro de su posicionamiento, hay mucha danza. Mucho movimiento, mucha preocupación, mucho tacto, mucha calma. La forma en cómo entran y salen del cuerpo que baila, así como la forma en como entran y salen de sus acciones, ponen en una horizontalidad, casi minuciosa, todo lo que hacen; una no-jerarquía entre el lugar que ocupamos y el que ocupan que hace que la pieza entre como un remedio a la hiperactividad cultural impactante a la que estamos acostumbrados algunos.
En el momento que aparece un poco más de luz blanca, todos estamos como si nada hubiera pasado. Como si algo hubiera pasado pero no del todo. Pero ha pasado. Los intérpretes están saludando, Marten también… Me despiertan los aplausos. Se hace de día. Hay que desayunar. Cerramos la Natten con un café con leche que ha permitido que escriba este texto todavía sin dormir del todo.
Todavía en ese lugar–entre, un lugar que no es ni mío ni tuyo, un lugar que no es ni consciente ni subconsciente, que no es consumo ni ocio… un punto entre medias.
Un ocaso crepuscular.
Bona Natten.
*Imágenes de Juanito Jones.
muy buena crónica.