Entre los días 6 y 9 de julio se celebró el Festus, de Torelló.
Concretamente se celebró su veintena edición.
20 años.
Se dice rápido.
¿Qué son 20 años para un festival público dedicado a llevar arte a las calles de un pueblo que no llega a los 15.000 habitantes, que no tiene mar y que está a una hora y poco en coche de Barcelona?
No sé si tengo una respuesta pero sin duda sé que el camino no es fácil. Imagino que han sido 20 años de supervivencia. Como tantos otros eventos que cuelgan de presupuestos públicos, el Festus ha vivido recortes que le han obligado a transformarse durando menos días, reduciendo la programación, o incluso adaptando los elementos de comunicación gráfica, como sucedió en 2010, cuando el cartel era una adaptación sencilla del de la edición del 2009 y se fotocopiaba en blanco y negro.
Puede que la tendencia al propio cuestionamiento que ha caracterizado el festival le haya ayudado a encontrar herramientas para tirar adelante sin perder la dignidad. Hechos aparentemente anecdóticos como la caída del adjetivo “joven” que acompañó el subtítulo del festival hasta 2013 (entre 1997 y 2013 se definió como un “festival joven de arte en la calle”) denotan tanto una predisposición al cambio como una actitud de autoreconocimiento. Al llegar a su decimosexta edición el festival se reconoció como adulto, su carácter interdisciplinar ya no era cosa de una personalidad insegura, que se está formando, sino toda una apuesta consciente y abierta a lo que pueda suceder. Se generó una imagen más solida con la generación de un logo que se ha mantenido en las ediciones posteriores, a cargo del estudio de comunicación Control Z.
Así es como en el Festus te encuentras todo tipo de propuestas: música, teatro, circo, danza, artes visuales y en definitiva, cosas que, al ser presentadas en la calle, se vuelven difíciles de encasillar. El objetivo no es ofrecer un programa de artes de calle, sino llevar a la calle propuestas artísticas que puedan sorprender a los transeúntes de Torelló, más allá de si habían estado pensadas para presentarse en la calle o no. En general, el público se forma de los propios habitantes, que salen de casa casi ignorando el programa, para ver qué o a quién se encuentran. Son personas que circulan de un lugar a otro. El Festus incita a la deriva, al paseo. El transeúnte distraído se deja sorprender a ratos. Y ya es mucho. Porque él había salido a pasar la tarde afuera, a encontrarse a los conocidos. Difícilmente seguirá una obra o un concierto en toda su duración y con la atención que le pondría si se celebrara en una sala. Pero es que si celebrara en una sala, muy probablemente este transeúnte distraído no estaría ahí. Entiendo que esta es la dificultad y a la vez el estímulo no solo para la comisión organizativa del Festus, sino también para toda la carrerilla de artistas que ha aceptado a lo largo de estas dos décadas actuar en este pueblo del prepirineo catalán.
No quería hablar de ninguna de las propuestas en concreto pero es que la veinteava edición del Festus ha terminado con mucha caña y los que no estuvisteis tenéis que saberlo. Fue muy fuerte. Rallando la medianoche en los jardines de Can Parrella, con una luna llena en Capricornio como foco de lujo, explotaron dos bombas de energía positiva. La fuertísima Semolina Tomic, interpretó la obra Anarchy, de Sociedad Doctor Alonso, con nuestros transeúntes distraídos al mando de 40 guitarras eléctricas que rodeaban a la actriz, que animaba el caos sonoro que al mismo tiempo la animaban y la hacían gritar a ella. Violencia y hardcore seguidos de Laia Estruch en su Moat brutal de gesto y ruido y voz y mucha caña. El Festus es eso, pensé, y son esas ondas de choque, que mueven cuerpos y cosas tras el estallido, las que a lo mejor le han hecho sobrevivir. Escribo esto con dedos cruzados deseando más ediciones.
larga vida al Festus!!!