En el público hay mucha gente de 50, 60 y 60 y largos. Una demografía a la que honestamente, estoy poco acostumbrado en contextos tales como el ciclo TRANSaccions. Un público olvidado que se encuentra esta noche aquí casi como acto reivindicativo de su existencia. La oportunidad se presenta con la performance de La Ribot, sus Piezas Distinguidas las lleva mutando, desempacando y mostrando durante más de 20 años. Sospecho que mucha gente esta noche, no será la primera ni la segunda vez que habrá visto alguna de sus Piezas Distinguidas. Otras noches, cuando me acerco al ciclo de TRANSaccions, ver a alguien que llegue a los 50 años es una anomalía. Los hay y hablo con ellos, de hecho hablan. Tienen esa extraña capacidad de conversar, a diferencia de otros grupos de edad más jóvenes donde esa característica parece, no voy a decir extinguida, pero como mínimo distinguida. Después de la pieza de La Ribot, la gente habla por los codos.
Cuando las figuras de La Ribot y sus dos performers, Juan Loriente y Thami Manekehla se desplazan alrededor de la sala, el público orbita a su alrededor. Un gesto, un cambio de orientación en el espacio de un cuerpo arrastra otra masa de cuerpos. Una mirada, una repetición de movimientos hace que el público pase de estar de pie a sentarse en el suelo. Y el público se mueve constantemente, a veces anticipando cual será el siguiente lugar antes de que los intérpretes vayan a él.
Los cuerpos inician sus acciones tapados de pies a cabeza con mallas ajustadas de color piel. Se las van cortando mutuamente de forma enérgica y limpia, habilitados por un fondo de música tecno. Las tijeras de cada intérprete corta las mallas del otro hasta quedar todos descubiertos. En el centro de la sala una enorme masa tapada por plástico negro industrial continúa inmutable durante el transcurso de toda la performance. Los cuerpos desaparecen cuando se desplazan hacia otra sección de la sala. El enorme bulto actúa de eje borrador, borrando también esos cuerpos que un momento atrás se exhibían ante nosotros. El público debe moverse si quiere ver qué desarrollan esas figuras en otro lugar y al llegar a esos nuevos espacios, aparecen reconfiguraciones nuevas de aquellos cuerpos.
Un juego de relación de escalas de micro-movimientos y macro-movimientos se va armando concéntricamente alrededor de la enorme masa negra instalada en el centro de la sala. Una masa de público heterogénea a veces va detrás, a veces se apresura a llegar a “aquello que hay que se hace visible” y a veces incluso se anticipa a las diversas cápsulas de movimiento que se producen. El tiempo, el espacio, la restricción de la luz, la repetición, el público cambiante y el bulto alrededor del cual los intérpretes transitan, apela a la percepción del espectador.
Hay acciones que se insisten en los múltiples momentos que van apareciendo. Se repite la acción de cortar, la acción de delimitar, la acción de pintar, la acción de sustraer y a través de estas acciones paradójicamente aparecen más y más figuras. Repeticiones que tienden al infinito y que la única forma de parar es interrumpiendo o cortando esa situación de movimientos.
Hay una relación casi amorosa entre las diferentes figuras. Una relación que nunca avanza porque constantemente se entrecruzan los cuerpos en el olvido. Pienso en la Jetee de Chris Marker, aquella película de 20 minutos compuesta de fotografías estáticas de la que irónicamente ya no recuerdo la trama, solo fotografías. El viaje en el tiempo, el amor, las acciones repetidas, los malentendidos, la muerte.
En estas Piezas Distinguidas hay algo fugaz, que se nos escapa en medio de un público que también desaparece y vuelve a reconfigurarse en otro espacio y en otro tiempo.