Ayer vivimos una noche excepcional en la inauguración del festival Sâlmon. Amalia Fernández presentó En construcción 2 en una abarrotada sala MAC del Mercat de les Flors, acompañada por un equipo de trece personas, no todas profesionales de las artes escénicas: Pepon Prades, Joana Sureda, Rosa Vicente (a quien ya conocía como la madre de Sonia Gómez en Mi madre y yo), Magdalena Brezzo, Júlia Beltran (a quien también conozco por ser una de las pocas periodistas que presta atención a lo que está sucediendo en el circuito de las artes en vivo), Oriol Guillem, Javier Cárcel Hidalgo-Saavedra, Pere Jou Santacreu, Albert Bassas, Erika Jiménez, Carmen Gómez, Irene García y Javier Guerrero. En construcción 2 nace y se despliega a partir de En construcción 1, una pieza que pudimos ver en una de las Nits Salvatges organizadas por La Porta en el CCCB, allá por el año 2010, y que algunos que no pudimos estar allí seguimos por streaming en directo. Durante únicamente diez días Amalia Fernández y este maravilloso equipo de trece personas han trabajado en esta pieza que se presenta como una investigación abierta sobre cómo trabajar lo escénico desde un punto de vista musical y coreográfico y que pone sobre la mesa las infinitas posibilidades que se disparan a partir de la composición y la manipulación de códigos, expectativas y significados. La pieza parte de una única y breve escena coral en la que Amalia Fernández dirige, dando indicaciones desde el patio de butacas, a los trece componentes del equipo que se encuentran en el escenario, como si estuviésemos asistiendo a un ensayo. La escena se repite varias veces, con diferentes matices, siguiendo las indicaciones de la directora, que corta la escena en diversos fragmentos, para trabajar cada uno de ellos en detalle, hasta llegar a un montaje definitivo que no acaba de producirse en ningún momento, alargándose por más de hora y media, en la versión que presenciamos anoche, pero que no parece tener fin y podría prolongarse hasta el infinito por la cantidad de posibilidades que ofrece.
No es una escena especial, da la impresión de que podría tratarse de cualquier escena. Un grupo de gente ensaya una canción de cumpleaños mientras espera la llegada del homenajeado, como en una fiesta sorpresa. Cuando el tipo, en cuyo honor se celebra la fiesta, llega todos se esconden. Él, un hombre maduro, llega acompañado de una chica joven a quien carga a caballo sobre él, haciendo bromas. Al entrar en casa se dan cuenta de que toda esa gente les está esperando. Una de ellas, la que parece ser su mujer, le quiere matar porque parece claramente que él le está haciendo el salto con la otra. En ese momento de desconcierto a él solo se le ocurre espetarle: ¿pero no me dijiste que te ibas a Figueres? La que parece su madre o su suegra le echa la bronca. Su hija aparece con un pastel y corre hacia él para abrazarlo. Un músico medio ciego y medio sordo, que no se ha enterado de lo que está pasando, comienza a cantarle una canción de cumpleaños acompañado de una guitarra. Otro joven le insulta y le dice que se calle, lo que provoca que otro de los jóvenes se ponga agresivo y la emprenda a golpes con él. Se monta una pelea, el ciego tropieza con una silla y se cae, rompiéndose una piedra. La chica joven que ha llegado con el homenajeado les apunta con una pistola y simula un atraco. Todos se esconden, ella dice que era una broma. El ciego grita de dolor. Lo cogen entre todos y lo llevan a la alfombra. Se oyen unas sirenas y se esconden todos en el sótano porque se está produciendo un bombardeo.
Parece que estamos ante un vodevil. Pero la escena es lo de menos. Lo interesante es el trabajo sobre esa escena que presenciamos como si estuviésemos en un ensayo y el trabajo compositivo que comienza a desplegarse infinitamente a partir de la escena. La escena se repite girando 90º el decorado (un sofá, una mesa, un perchero, unas sillas, una alfombra) cuatro veces. Los actores, siguiendo las indicaciones de la directora, ejecutan la escena diciendo el texto a cámara lenta, a cámara rápida e incluso unos a cámara rápida y otros a cámara lenta, con la directora indicando, como si de una directora de orquesta (o de coro) se tratase, el volumen con el que cada grupo debe interpretar el texto. Y cuando nos hemos acostumbrado a estos procedimientos, la escena cobra vida y continúa dando lugar a otras escenas posibles, a partir de los materiales que ya conocemos, explorando el infinito potencial que contienen. Amalia Fernández interviene para cortar las escenas y volver a empezar, con nuevos matices, con cambios, con nuevos puntos de vista, intercambiando los roles entre los actores, con nuevas canciones que los actores interpretan con una riqueza polifónica que parece contener, como en un fractal, o en una fuga musical, los motivos, las células de la pieza vista como una composición coral. Volvemos siempre al principio, a la misma escena, una y otra vez, pero la escena se rompe constantemente por cualquier parte, sorprendiéndonos siempre por el nuevo giro que adopta. Una de las actrices aprovecha una intervención para enseñarnos la camiseta que lleva debajo, con un texto alusivo a la pieza que esa actriz, que también está programada en el Sâlmon, presenta en el festival. Parece que esté improvisando y que se le ha ido la olla con su auto-promoción pero, desde el patio de butacas, otro artista que también actúa en el festival la interrumpe para hacer también auto-promoción de su próxima actuación y luego otra artista lo mismo, y luego otra y otra y otra. En otro momento, Amalia exige más ímpetu en las acciones violentas que protagonizan cada uno de los actores y las trabaja con ellos hasta que uno, el que inicia la pelea, se pasa tanto de rosca, mientras Amalia le dice ¡mátalos!, que acaba protagonizando una escena en la que asesina uno por uno al resto de sus compañeros, en una escena de acción donde no falta ni un mortal hacia atrás de una de las actrices. Ahí ya no puedo más: es demasiado, me rindo. Se lo han llevado tan lejos que no te puedes creer tal grado de atrevimiento y desmesura. Ya habido otros momentos donde la gente aplaudía y se reía a carcajadas en medio de las acciones. Los actores cantan canciones de homenaje a Leonard Cohen, villancicos, cualquier cosa, todo siempre a partir del material planteado en la escena base, recogiendo y reelaborando ese material para componer nuevas formas. Una composición muy fina, muy compleja, llena de matices, que podría seguir y seguir y seguir toda la noche, si no fuese porque en el escenario hay personas que corren el riesgo de morir por agotamiento.
Esta pieza podría estar en cartel durante semanas y lo mejor es que cada vez sería diferente, una especie de tema y variaciones infinita, apta para todos los públicos y que, al hacer visible los procedimientos compositivos de una manera sumamente inteligente, además hace las delicias de cualquier apasionado por la creación artística, en cualquiera de sus infinitas encarnaciones.
Unas horas antes, en La Poderosa, estuve viendo a Anto Rodríguez y Claudia Pagès. La Poderosa, en su proyecto Cruzados, invita a artistas que no han trabajado nunca juntos a encontrarse unos días. Al final de ese proceso el público es invitado a presenciar lo que ellos quieran mostrar. Después de ver lo de Amalia Fernández me parece que, en otra escala, lo que vi era algo similar en algunos aspectos. Anto y Claudia han trabajado una pequeña coreografía que repiten una y otra vez, a veces con temazos músicales de fondo, a veces en silencio y cada uno por su cuenta, ante un público que les rodea. Sin abandonar en ningún momento esa coreografía, que cada uno interpreta a su manera, variándola a su modo, Anto y Claudia dialogan entre ellos cantando mientras improvisan una melodía y un texto que, a veces incluso, rima. La acción dura una hora, según se han propuesto y así nos han anunciado. A medida que el tiempo va pasando, y vamos viendo cómo se cansan y sudan, y la coreografía se va modificando, de la misma manera que su cuerpo va entrando en calor, asistimos a la composición en directo que crean en ese instante, ante nosotros, en la que, de alguna manera, recogen los materiales de trabajo que han ido surgiendo en la breve pero intensa relación que han mantenido durante menos de una semana, al mismo tiempo que aparecen otros nuevos materiales que surgen ante nuestras miradas. Pero siempre, como en una composición musical, con el bajo continuo de la coreografía que se han aprendido. El público, que al principio noté quizá un poco cohibido, se fue metiendo poco a poco en el juego hasta acabar participando de él, relajado y sonriente ya al fin, y me dio la impresión de que se quedó casi a punto de participar, cantando, como sugerían ya al final Anto y Claudia. Quizá eso es pedir demasiado pero lo que no me parecería demasiado pedir es que, por variar un poco el menú, pudiésemos presenciar más a menudo un tipo de propuestas así, más espontáneas, menos perfectamente cerradas, gracias a la brevedad del tiempo empleado para construirlas pero, sobre todo, al propósito de sus creadores, donde, a menudo, aparecen ante nuestros ojos, como con Claudia Pagès y Anto Rodríguez o como es también el caso de En construcción 2, algunas formas de vida que, en otras condiciones, resulta difícil presenciar.
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Que lo programen todo durante semanas!!!
Yo también estuve viendo En Construcción 2. Me encantó! Redonda! Brillante! Lástima no se quede en cartel.
Graciassss