Celeste, profundidades y espacios etéreos

El lunes (14 de noviembre 2016) fue día de Luna llena en el calendario lunar. Por la noche algunos pudieron observar cómo el astro alcanzaba su máximo tamaño y brillo, cosa que no ocurría desde los años 50; efectivamente la Luna no se había encontrado tan cerca de la Tierra desde el año 1948. Aquella noche un chico llevó todas las piedras y minerales que tenía en su piso al tejado de su edificio. Yo  me encontraba allí, mirando la ciudad bañada de luz azul y pensando en cómo iba a enfocar el artículo que Mambo me había propuesto que escribiera. Le pregunté al chico por qué hacía esto. Me explicó que estas piedras, estos minerales se recargaban a la luz de la Luna, un poco como uno carga su teléfono móvil. La verdad, yo no estoy muy familiarizado con el tema, no entiendo mucho de piedras, y me parecía interesante que él me contase un poco, a ver qué historias curiosas iba a escuchar. Así que le pedí que me hablara un poco del tema, y esto hizo, en su cocina, mientras yo hojeaba un libro suyo, una especie de manual sobre las virtudes de las piedras.

Los días que precedieron al lunes, cuando la luna crecía en su proceso de plenitud y hacía que alzáramos los ojos al cielo, Celeste González presentaba en la Sala Hiroshima de Barcelona su último trabajo en proceso de creación, Bijou (joya). La semana anterior, en el mismo espacio, podíamos ver otro trabajo suyo, Wakefield Poole: visiones y revisiones, estrenado en 2010 en el CCCB, comisariado por La Porta, con la colaboración de Paul B. Preciado. La pieza llegaba de verse en el Mes de Danza de Sevilla un mes antes.

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Cuando inició su trabajo como performer en solitario se le conocía como Mauricio González, bailarín de largo y reconocido recorrido en compañías nacionales e internacionales de ballet, como el Ballet Nacional de España. Wakefield Poole: visiones y revisiones fue el último trabajo de Mauricio en solitario. Ahora se llama Celeste y mediante sus dos trabajos introduce al espectador en un espacio propio, personal, sensible, altamente erótico, con una fuerte tonalidad autobiográfica donde, como confiesa ella, se enfrenta a la bailarina trágica, da la espalda a la bailarina clásica y se pone del lado de la bailarina trans. Allí tampoco me sentía muy familiarizado con los temas, o por lo menos no del todo, y Celeste tiene una personalidad escénica que te puede atrapar, además de una gran inteligencia a la hora de contar.

Wakefield Poole: visiones y revisiones presenta una pieza de formato performance/conferencia que, a priori, gira entorno a la figura de Wakefield Poole, bailarín americano de los Ballets rusos de Monte Carlo en los años 60 y famoso director de cine porno gay, al origen del estilo «porno chic» en los años 70. Con los Ballets rusos de Monte Carlo, Wakefield Poole había bailado El lago de los cisnes. En una entrevista, creo que fragmento de la película Ballets Russes de Dayna Goldfine y Dan Geller, el bailarín americano cuenta con una emotividad casi orgásmica su recuerdo del segundo acto de dicha pieza. Celeste tiene en este testimonio su punto de partida para un estudio comparativo entre el segundo acto de El lago de los cisnes y la primera película de Poole, Boys in the sand, para un encuentro no tan casual entre ballet y porno. Una visión y revisión inteligente, perspicaz y con mucho humor, que da lugar a nuevas posibilidades, al relato de amor entre Siegfried y Odette y donde interviene Celeste desvelándose, desvelando su momento vital y aportando una poética trans al encuentro propuesto.

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Con Bijou, que coincide ser el título también de la segunda película de Wakefield Poole, Celeste propone una experiencia escénica más performativa, más autobiográfica, más difusa. La pieza propone una dramaturgia de encuentros entre el pasado y  el presente vital de la artista, entre fragmentos de ballet y elementos pornográficos, entre ligereza humorística y confesión íntima, entre carne y plástico. La tonalidad es más cruda, menos etérea, más animal. Celeste sigue trabajando el tema de la transformación, de la epifanía. Da a nacer a nuevos seres hinchando y deshinchando flotadores de niños, con los cuales tanto nos puede interpretar la muerte del cisne como hacerle una mamada a un delfín de plástico.

Yo fui a ver Bijou. Me había gustado la pieza anterior y quería repetir. Creo que me había encariñado de la Celeste escénica, me parecía muy cachonda y tenía curiosidad por que me contara más. Al salir me costó bastante hablar sobre la obra cuando me preguntaban, y mira que a veces nos empeñamos en tener una opinión inmediata y compartirla con los demás. Pues me resultaba muy difícil opinar sobre un trabajo tan personal, tan expuesto a un aspecto vital de la artista, con el cual, además, como he dicho antes, no estoy del todo familiarizado. Preferí no decir nada y mirar cómo la luna se iba completando.

Unos días después me enteré de que Celeste, durante los días de función de Bijou en la Hiroshima, escribía lo siguiente en las redes sociales: «Esta noche bajamos a la mina, bajamos a picar piedra» (o algo parecido, al no tener cuenta Facebook, no lo pude corroborar), seguramente en búsqueda de su piedra, de su «bijou». Me vino a la mente el manual que tenía entre manos el lunes por la noche.

Ágata: gran poder vibratorio

Alejandrita: extraña y fascinante

Berilo: intuición y concentración

Celestita: azul como el cielo

Diamante: indomable

Y muchas más…

Nada, Celeste; lo único que te puedo decir es que espero que hayas encontrado tu piedra aquel fin de semana y la hayas podido cargar a la luz de la Luna la noche del lunes. Un abrazo.

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