But whatever it is

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L’Effet de Serge de Philippe Quesne es un pasen y vean. Como cuando en la infancia montas shows en tu cuarto pero con un poco más de mala leche. Y con un horario predeterminado. Serge, el personaje protagonista, actúa para sus amigos cada domingo a las seis. Sus espectáculos duran de uno a tres minutos y son presentados a los visitantes que van apareciendo en el set que simula su apartamento. El sonido de tráfico que se oye cada vez que abre la puerta corredera que da a su pequeño jardín me arranca la primera sonrisa.

Protagonizado por el actor Gaëtan Vourc’h, L’Effet de Serge es una suerte de solo acompañado (la presencia de Isabelle Angott es maravillosa), donde Quesne sigue adelante en el que parece un proyecto integral de investigación de la narrativa escénica: este espectáculo empieza con el final de su espectáculo anterior, Big Bang, y acaba con el principio del espectáculo que ha creado después, La Meláncolie Des Dragons, en una concatenación temporal que parece toda una declaración de principios. Algo así como un “yo voy haciendo…” que, aunque vinculado al mercado y la exhibición, se vincula aún más a la experimentación y la creación. No en vano Quesne ocupa el cargo de director del centro dramático nacional de Nanterre-Amandiers desde el 2014.

Su Vivarium Studio, he leído por ahí que la compañía se llama así en referencia a un terrario que Philippe tenía en su casa y que miraba durante horas, nos muestra esta vez una ilusión de sociedad. Serge recibe visitas. Les ofrece algo para beber. Siempre zumo, agua o vino. Siempre en el mismo orden que ahora no recuerdo cuál es. Serge es amable y civilizado con sus invitados pero también mecánico y distante. Su persona aparece como una especie de agujero enorme cuando le vemos en soledad. Se mueve despacio. Todos se mueven despacio. Como si estuviesen suspendidos en flotación o como si les pesase la vida. Se exhiben los trucos uno después de otro, con un protocolo que se repite en la bienvenida y la despedida de cada uno de los invitados, en una monotonía sólo quebrada por la verdadera belleza de todos ellos. Desde el círculo para bengala con música de Handel al experimento visual con láser y música de Cage o la partitura para luces de coche. Todos bellos.

Gaëtan Vourc’h pasa de la inocencia impostada más absoluta en la presentación de estos shows a la disección analítica del truco cuando dialoga con los invitados al final de cada presentación. Como si de repente adoptase el papel de científico, ante el aplauso y las alabanzas de sus espectadores, que opinan y dicen lo que les ha gustado más, se dedica a deshacer la ilusión. Explica absolutamente todo, llevando estos diálogos hacia el ridículo. Y entre el candor inicial y ese desafecto que roza la grosería una se pregunta si es posible que las dos tendencias puedan formar parte de la personalidad del mismo individuo sin convertirlo en un psicópata. Pues sí. El resultado es algo inquietante pero tierno a la vez. La violencia al desvelar dota de violencia a la cordialidad. Expone la violencia de lo social cuando se aferra a la convención. Produce un extrañamiento que Quesne utiliza para criticar el consumo masivo de lo espectacular por ciertos sectores de la sociedad con poder adquisitivo. Pero la magia no desaparece ni con lo crudo.

La penúltima escena de L’Effet de Serge, recordemos que la última pertenece a otro espectáculo a la vez que a este, me emociona enormemente. Después de haberme reído a carcajadas de la desgracia ajena en ese momento en que Serge se golpea contra una puerta justo en el momento en el que la letra de Billie Jean dice “be careful what you do” me sorprende una enorme ternura al observar a un grupo de humanos reunidos, charlando, comentado la jugada. Son Serge y todos sus invitados que se encuentran en la última presentación dominical que vemos. Como quien va a misa. Hablan entre ellos en pequeños grupos, se le explica la función a uno que se ha confundido de hora y ha llegado tarde. Bueno, tarde no, es el típico que llega cuando todo ha acabado. Y ese típico, esa cotidianidad, me da cierta tranquilidad. La misma que me daba, y en realidad me sigue dando, dormirme en casa mientras hay una fiesta o alguien sigue despierto. Es como de tribu. Pero a la vez no. Es saber que hay alguien ahí. En este caso lo que vemos es la ilusión de lo social. Un arropamiento irónico, por lo ficcional, pero un arropamiento al fin y al cabo con algún vestigio de calor que conmueve.

Me recuerda a ese momento en El Gran Lebowsky, en el que El Nota y sus colegas van a ver a su vecino y casero Marty que ha montado un pseudo espectáculo de ballet. Es enternecedor. Es épico. Es emocionante ver a alguien ahí haciéndolo tan mal pero totalmente entregado al intento, con sus amigos entregados igualmente a su intento. Lo que me apena es que no nos atrevamos a hacer más “numeritos”. Que esté todo tan institucionalizado. Que se hagan apuestas a tales o cuales otras líneas de trabajo. Todas sabemos que si no encajas en tal o cual línea no vas a recibir jamás ningún apoyo de ningún tipo. Me entristece que desaparezca la oportunidad de jugar y arriesgar cuando se pone algo en escena. Que como creadores nos censuremos y nos blindemos en dinámicas habituales que nos dan cierta sensación de seguridad, para no arriesgarnos a recibir malas críticas o tener un “patinazo” creativo. Que nos inhibamos para no perder comba en el supuesto campo cultural hegemónico. Y digo supuesto porque como dice Marta Sanz en su No Tan Incendiario el «supuesto campo cultural hegemónico» es una patraña. Así que ya sabéis. Ya podemos alimentar nuestras pasiones desbocadamente y tirarnos al mundo con eso. Porque sea lo que sea ya es. “Vas a enseñar esto? Estás segura? Piénsatelo dos veces”. Pues igual sí. Porque but whatever it is. Y como es is es que ya es, y si existe quizás merezca la pena ser mostrado tal cual. A la brava. Recién levantado y aún despeinado. A mí algunas de esas cosas me gustaría verlas así. Me gusta pensar, como me gusta pensar que a Quesne también, que la necesidad del impulso creativo puede ser expresada de la forma más simple.

De lo de las pelucas voladoras no voy a hablar porque antes de que echasen a volar me había dado cuenta del truco. El hilo brillaba bajo la luz de los focos debido a la leve oscilación de la cabeza de Gaëtan mientras hablaba. Pero no me importó. Me pasé años disimulando que sabía que los reyes eran los padres. Me hacía la dormida cuando entraban a mi cuarto a colocar los regalos y los escuchaba hablar en voz baja. Entonces quería aún más a mis progenitores por preocuparse por mantener mi ilusión. Y los regalos continuaban haciéndome feliz igual. Quesne es para mí con este trabajo Le Père Nöel de las escénicas.

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Una Respuesta a But whatever it is

  1. mar dijo:

    La canción de Chesnutt incrustada al final del texto es la que suena en el número final del espectáculo. Cuando Serge enciende con un mecanismo a control remoto, y con un gesto torpe de equilibrio a cámara lenta primero sobre un pie y luego sobre el otro, dos de esas fuentes de fuegos artificiales. De esas pequeñas que apenas hacen luz ni nada. He cogido para el título la mitad de un verso de esa canción. «But whatever it is our pinhole prespective» es el verso completo.

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