Rodrigo García inauguró el TNT de este año con 4, una pieza que se llama así por los cuatro intérpretes que le acompañan desde hace ya tanto tiempo: Núria Lloansi, Juan Navarro, Juan Loriente y Gonzalo Cunill. Cuatro performers que son una especie de dream team escénico, con una larga trayectoria a sus espaldas, y que siempre da gusto ver sobre los escenarios. El Teatre Principal de Terrassa, con su platea y primer piso, estaba prácticamente lleno el jueves por la noche. Vino mucho público de Barcelona al reencuentro con Rodrigo García, al que no veían desde hacía muchos años (la última vez en el Lliure, eran otros tiempos), pero también gente de Terrassa, como tiene que ser. Como hace tanto tiempo que nadie lo programa en Barcelona hubo gente que el jueves lo descubrió por primera vez, un tanto abrumados por lo que los más veteranos dicen de él: que si es alguien fundamental en la escena española, que si ha influido a tantos creadores locales, que hay que verlo aunque a mí me gusta más Angélica Liddell porque el punto de vista de Rodrigo es excesivamente masculino, que si matar a una langosta en escena para cocinarla es denunciable o simplemente denuncia la hipocresía, que si escribe como dios… Lo que vimos fue algo reconocible, marca de la casa, con sus animales en escena (unas gallinas con zapatillas deportivas a las que Juan Loriente se metió en los calzoncillos), sus textos proyectados (un recurso ahora ya común), sus monólogos dichos con ese tonillo característico de los actores de Rodrigo (algunos dicen que viene del acento cántabro de Juan Loriente, el más veterano), sus performers revolcándose en alguna sustancia viscosa (esta vez Juan Navarro y Núria Lloansi con la ayuda de una pastilla gigante de jabón de Marsella que preside la escena), sus imágenes que se te incrustan en el cerebro (Juan Loriente jugando a frontón contra una pared donde se proyecta el cuadro El origen del mundo de Gustave Courbet, que se convierte en la imagen de un coño real a fuerza de golpearlo con la pelota de tenis), y sus músicas (la Cuarta, 4, de Beethoven)… También vimos drones sobrevolando el escenario y la conversión de un par de encantadoras niñas de 10 años en modelos hipersexualizadas. Escuchamos cosas que sabemos que no piensa (como que hay que pegarles un tiro a los viejos) pero que provocan cortocircuitos en nuestras cabezas y vimos cómo promovía una burda participación del público (que sube al escenario para bailar cumbia), para atrapar a uno de ellos, meterlo en un saco y que Núria Lloansi lo entreviste, también embutida en un saco, sobre posturas sexuales, advirtiéndole antes de que odia eso de sacar a gente del público a escena (hago una cosa pero pienso otra, dadle vueltas al coco). Sus seguidores se dividían entre los que piensan que ya está viejo (ahora acaba de dirigir una ópera, parece que va a repetir, a ver dónde acaba), los que creen que sigue en forma (¿quién aguanta 20 años sacando discos que aún se puedan escuchar?), los que piensan que cada vez está más lírico, volcado en la búsqueda de su esencia más íntima, y los que les parece fatal que siga repitiendo lo mismo después de tanto tiempo. Muchos se alegraban de volverlo a ver porque apenas hay oportunidades. Los críticos dijeron que esta no les había gustado mucho. Otros críticos dijeron que, a pesar de todo, era hipnótico ver a esta gente en escena y que Rodrigo es tan fino, cada vez más, domina tanto sus recursos escénicos… Noté que los que lo descubrían por primera vez estaban deseando mostrar sus reparos, buscarle los tres pies al gato, enfrentarse al hechizo que parece embrujar a los que siguen la trayectoria de Rodrigo García desde hace tantos años y declarar que no habían volado, aunque les costase encontrar argumentos para cargárselo. Y estuvo muy bien que se esforzasen para encontrar fisuras y que las encontraran. Hubo gente que, después de años, volvió al teatro. Como siempre, hubo gente que se levantó y se fue. Lo mejor, a parte de la experiencia estética e intelectual, fue las excitadas conversaciones que se dieron a la salida del teatro, donde una hora más tarde aún quedaba una multitud de gente. Una fiesta.
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Bonita crónica. No puedo dejar de recordar aquella entrevista al Monedero desubicado tras ver a Rodrigo en El Lugar Sin Límites del año pasado…
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Muy desubicado. Yo también le recuerdo así.
jjajajaja, que bueno Ruben!!
venditas charlas postrodrigo!!
gracias por traerme lo que ahora no puedo disfrutar
besos