Escribir para MAMBO me hace volver a tener 10 años: tan halagado como nervioso. “Comparte algo sobre tu trabajo o algún tema en especial”. Dilema: afrontar algo nuevo es darme una paliza de yoes cada vez. Dónde estoy, desde dónde, cómo y para qué hago. Así pensé compartir las ambigüedades de una nube de pensamientos relacionados que quisieran conformar un corpus y son una nebulosa difusa de donde creo saldrá un próximo trabajo (tal vez en forma de cosa escénica). Luego vi lo absurdo de referir esas cosas separadas de los momentos que atravesamos. Son lo mismo. Así que apunto ideas sueltas. Las agrupo y relaciono. Algunas piden desarrollo. Antes de empezar miro el caos de esa chuleta. Ya sin tocarla es también un poema. Y saltando de lo que pienso a lo que pasa, de lo literario a la lista, va trenzándose esto que me pide que lo escriba. Transigimos al apoyarnos en la historia para decir y la primera trampa es que cualquier momento sirve como principio. En este caso, iba a empezar esta entrada con este vídeo y luego hablando un poquito de Prometeo:
PROMETEO
Se dice que para asumir la invasión de los pueblos indoeuropeos, los antiguos griegos modificaron su religión hasta quedarse tranquilos. Los nuevos dioses pasaron a ser los oficiales, del Olimpo. Los antiguos, titanes confinados al infierno o a castigos terrenales. Prometeo era de los segundos. Todo el mundo sabe que cuando se puso de parte de los humanos frente a Zeus éste se mosqueó y les quitó el fuego. Que Prometeo se atrevió a robárselo y devolverlo a la humanidad. Que el mosqueo entonces fue monumental y Prometeo acabó encadenado por Zeus, condenado a que un águila devorase su hígado cada día, que se regeneraba al ser el titán inmortal. Miles de años así. Horrible. Lo que no se conoce tan bien es por qué Prometeo se la jugó tanto por la gente. Pues bien: muchas representaciones lo muestran moldeando un maniquí de barro. Un tema que se vuelve recurrente con el tiempo y al que se suma Atenea, que le echa un cable colocando una mariposa (símbolo del alma) en su muñeco, que tras aplicarle fuego se mueve por sí mismo, se anima. Sí, el ser humano es su obra. Por eso tanto cariño. La iconografía triunfa y se explota y desarrolla. De ahí al génesis cristiano. Del castigo de Zeus a la crucifixión. De la herida del águila a la lanzada en el costado. Un agujero de gusano a través del que preguntarnos qué carajo hemos querido decir a lo largo del tiempo con la palabra dios (si significa algo aparte de dinero). O quiénes somos cada vez que nos lo preguntamos.
HACER CUENTAS
La historia y su trampa. Seguimos necesitando mitos fundadores como disparadores del relato. Los engrandecemos por ejemplo al hablar de la llamada transición española, tanto al idealizarla como al criticarla a destajo. En un país con 1 año sin gobierno oficial, con 3 elecciones, con +1K de muertos en fosas comunes, con X millones en paraísos fiscales. Un país con gobernantes que al mitificar la transición la vulgarizan (gran hito o gran derrota) mientras son incapaces de gestionar el presente para conformar otro ahora. Y es que da escalofríos pensar si esta representación va sobre nosotros, y cada actor juega su rol tal como lo hacemos de modo colectivo. O peor aún, si el hecho de que no se entiendan, que no se escuchen, que no sepan lo que ellos mismos dicen en su pieza sea lo más que nos represente. Porque sí, en España pudo prometerse y se prometió. Pero nunca llegó el fuego. Y el tiempo hiela. Y así nos ha ido. Hoy comprendemos qué nos falta, qué nos sobra. Necesitamos ese calor, y pocas personas están por hacer una hoguera. Algunas escribimos con rabia y luego sentimos que escribimos solamente. Y nuestra parálisis es un agotar posibilidades, no sea que sí que vaya a haber un mesías político y ético por emerger y nos vayamos a manchar por nada. Más de lo que estamos.
ARDER
El verano acababa. Estaba realmente sumido en todo este lío cuando me proponen escribir aquí. Vi algo claro de repente. Metemos los dedos de nuevo en el cuadro de Caravaggio. Hay una nueva salida al otro lado, en el costado del Cristo Redentor. Allí, favelas y nuevas construcciones que catapultan el valor del suelo. El fuego que tanto necesitamos no está al alcance de nuestras democracias de plástico. Sigue con los poderosos en el Olimpo: en Brasil, esta vez. Los Juegos Olímpicos son un ángel exterminador que purga con su llama la peste de los países donde huele demasiado. Una alfombra para cubrir la mierda. Así pasó en la Alemania nazi. Pero Brasil se distingue de nosotros porque su situación es oficialmente fraudulenta, frente a la normalización de nuestra barbarie. Sin embargo este año no solo se trata de usarlos como simple camuflaje. Los propios Juegos despliegan además un desfile de humillación en su propia fiesta: (la portera gorda, la nadadora con la regla, esa gimnasta que está tan buena, el equipo de voley sin bikini…). Por suerte la reacción es masiva, parecemos más concienciados. Pero, ¿lo estamos? ¿O simplemente percibimos la indignación como general porque se da en nuestros pequeños círculos virtuales, mientras la balsa en la que vamos a la deriva hace aguas por todas partes? Nos hacen defender lo obvio. Y el fuego sigue donde estaba, candente en ese falo/antorcha, empalmado por grandes contratos transnacionales, tótem de este ultracapital. El verano aprieta y las chispas de ese fuego recalifican los bosques de la isla de La Palma, del sur de Portugal, de Andalucía o Valencia. Nos hacen defender lo obvio. Nos queman.
SUPURAR
Escribir de mi trabajo o un tema interesante ha sacado esto.
No se bien qué es.
Hay mucho en lo que hemos retrocedido tanto.
Y vivimos como cuando la promesa. Pero sin ella
Paradójicamente (o no): atravesamos los 90,
su fantasía de bonanza económica.
Es generalizar decir que lo malo de las vacas gordas
es que son vacas de Troya.
Pero pasa realmente que mucha pasta
diluye algo de sustancia en lo que se hace.
Pasa realmente:
que la realidad está conformada por el dios de cada tiempo
y dios se llama dinero.
Y hay que cuidar que lo que se hace, por pasar a ser real
no participe del misterio.
Mucha pasta puede sofisticar la estética de lo que se hace.
Su relación con la ética fluctúa,
como si dejáramos de comprometernos en cada fino sistema
que hace a la segunda brotar, cimentarse en la primera.
¿Y qué haremos ahora, ya invadidos de troyanos, con esta miseria?
A veces me pregunto cómo las sufragistas consiguieron tanto
si en quince años hemos mostrado esta capacidad de retroceder.
Y qué hacer ahora.
Por qué vimos ciertas cosas como horteras de los 80
y por qué vuelven a estar tan de moda.
También en escena.
Por qué no se grita como debiera.
Tampoco en escena.
Y si nos falta veneno.
O nos falta fiereza.
O espabilar de este sonambulismo
de conejos deslumbrados ante un coche, tan aturdidos
que tal vez estemos eligiendo la imposición de esta libertad duradera
y no comprometernos a saco con el deber de nuestro trabajo.
Deslumbrados por las candilejas de estos sucedáneos de vida
en vez de iluminados por el fuego.
Y si nuestro trabajo ha de ser ese.
Buscar el fuego.
Robarlo.
Devolverlo a donde pertenece.
CICATRIZ DIVINA
Me digo que de las pocas subversiones posibles
no ser yo y hacer desde ahí es lo que más hiere al sistema.
Y perseverar por más gente que no sea y desde ahí haga.
Me digo que nuestra necesidad pesa más que sus modas.
Que “actuar desde lo político suena rancio” es palabra de dios
articulada desde el Olimpo para nuestra parálisis en la modernez.
Que es necesario ser definitivamente herejes
y que sin mitos masculinos fundadores en que delegar
es preciso crear una divinidad femenina en la que creer
o reformular la existente.
De la herida de Prometeo a la de Caravaggio
lo sagrado pervive desconocido, pero habitable,
masculinizado y usado para todo lo contrario.
Demos la vuelta al dogma.
Seamos intolerantes al poder y sus abusos
y que lo obvio no necesite defenderse.
Sustituyamos la herida y su dolor
por un gran coño que nos ampare y su placer.
Un coño desde el que no nos salga transigir a la agresión.
Hagámoslo desde el compromiso con nuestro trabajo.
Y con una mano arrebatemos la dichosa antorcha
y con la otra masturbemos nuestro sexo sagrado
hasta corrernos sobre la violencia con la que nos queman
para apagarla.
Cada vez me importa menos la creación y más la fabricación.
Lo primero me suena a paja mental y lo segundo a acción.
Y cada vez me siento más fuera de escena.
Hay veces duele como una pérdida.
Otras me conecta aún más a ella.
Entonces no hay duda:
Ese estado con minúsculas es cada momento, ser apenas eso.
Ese estado es pasar mucho tiempo expuesto.
Y me digo que ahí se está por y para algo.
Que ahí se ha de estar para hacer ese trabajo.
Y encontrarnos.
Porque eso es hacer teatro.
Ahí se ha de perseverar para acercar la mano al fuego, aunque joda.
Siempre en escena,
al margen de lo que podamos entender por escenario.