Barcelona está jodida. Barcelona llora, porque la violan, la follan por doquier, y a ella eso no le gusta. Barcelona está agotada de uso, de abuso y de sostener una imagen de sí misma que la explota y la mantiene en constante referencia al otro. Barcelona quiere descansar, dar paseos a orillas de su mar, leer su historia sin peligro sentada en la Plaza del Pi y reposar sus calles mientras el sol, la lluvia y la brisa hacen lo que tienen que hacer. Barcelona es bonita, pero se siente horrible. A Barcelona le han roto el corazón. Barcelona cierra los ojos y respira, busca aquellas grietas que le permitan ver luz, formas vitales que la mantengan en pie y la rearmen para la guerra. Este fin de semana, Barcelona se encontró en La Poderosa, y algo se relajó en ella. No todo va tan mal.
El domingo fue una noche bonita. La Poderosa está preciosa. La verdad es que volver de vez en cuando a ella me sigue haciendo sentir casa. Son muchos años. Muchas gentes. Para mí ha sido un auténtico espacio transicional. De lo invisible a lo visible. Ahora estoy asumiendo el duelo de la individuación. No es fácil. Hay una canción superbonita de Mikel Laboa en la que le canta a su madre y le explica que, para crecer, tanto él como ella, necesitan cortar el cordón umbilical que los une. Que, para que la relación que mantienen entre ellos pueda transformarse en algo mejor, necesitan cortar el cordón umbilical que los une. A mí me pasa algo así con La Poderosa. El cordón ha sido cortado y, en esas, trato de entender qué vendrá. A veces me asusto. Y el rapprochement es necesario para mí. El rapprochement es esa fase en la que las niñas y niños se lanzan a explorar el mundo mientras las figuras de apego están presentes. Son sus primeras exploraciones del mundo (sus primeras juergas). El domingo en La Pode se presentaban los IN. Es difícil explicar lo que supone un IN. Creo que eso es lo interesante. Desde mi experiencia, los IN sirven para ver la propia realidad, como para contactar con la propia subjetividad, mientras el otro se te ofrece. Es como un marco perfecto para el espejo. Todo resuena, y resuena como en todos sus posibles, y esa es la potencia. Un IN implica estar abierto al espanto, al gozo, a la ira, a la curiosidad, la sorpresa, la tristeza y estas movidas, que en realidad te ofrecen la posibilidad de pensar, de darle al coco un montón, y subrayan, sacan a la luz, las formas vitales propias, y por otro te ofrecen un pequeño mapa, panorama, para ir un poco más allá de una misma, y reflexionar sobre cuestiones más comunes y radicales en torno al cuerpo, la danza, y la escena. O más bien, diría yo, el cuerpo, la danza y la escena se convierten en símbolos, cual excusas, desde los que poder reflexionar en torno a la educación, la política, lo común y estas movidas que nos afectan diariamente a todas, incluso a aquellas que ni el domingo, ni el sábado estuvieron en La Poderosa. Una de las cualidades de los IN es que se presentan trabajos en proceso, primeros gérmenes o experimentos, esbozos. A veces esto se cumple y otras no. Pero esa es la premisa, y es desde ahí desde la que se escogen las propuestas. Nuevamente, aquí, cómo cada uno gestiona o comprende o se relaciona o traduce o transita con lo que “proceso” puede significar se pone en juego y eso también es muy interesante de ver. El domingo se mostraron cuatro propuestas. Y a mí se me aparecieron muchas cosas.
Lo primero que vi al entrar fue “háblame, cuerpo” en letras enormes y rojas, pintadas sobre una tabla gigante de madera blanca, que estaba en el centro del linóleo, blanco. Para mí, eso ya fue un regalo. En realidad, yo no hubiese necesitado nada más para flipar esa noche. Me hubiese gustado sentarme frente a ese cuadro, en soledad, durante horas, cual altar y empezar a transpirar y transpirar y volverme mundo. Ver eso me devolvió a mí y me relajé y, bueno, sentí belleza y empecé a mirar cual poesía. Y es que hay algo supermágico cuando alguien hace o actúa un deseo muy íntimo propio, de esos deseos que todavía no rozaron el lenguaje. Cuando es el otro quien elabora y acciona o da voz a algo que ni siquiera había llegado a la conciencia propia, pero que desde su accionar, te permite atravesar y dar resolución, o algo así como culminar, con un estado psicofísico concreto y pasar a otro. El otro se convierte así como en el canal, el medio, o mediador, cual chamán, de la propia subjetividad. Esto pasa un montón en la práctica del Movimiento Auténtico, y es fascinante. Es pura corporalidad. El domingo, con la primera propuesta de los IN, me pasó esto en muchos momentos. Y sentí gratitud. Sentí que alguien accionaba desde cualidades que me permitían ser, porque me daban mucho espacio para contemplar y me interpelaban como testigo. Apareció todo un pensamiento en torno al folclore vasco, que llevaba tiempo deseando ver, deseando practicar. Y que alguien me ofreciese el paisaje de aquello con lo que yo había soñado con anterioridad me hizo sentirme acompañada. Viví la sublimación en mis carnes por otras carnes que no son las mías. El inconsciente colectivo se activó y nos unió.
Luego hubo otra propuesta que me costó un montón. La verdad, es que me sentí superviolentada, y me hizo pensar un montón en cómo se transmite la danza en la enseñanza institucional y no tan institucional, la obsesiva relación de la danza contemporánea con el maltrato, el sufrimiento y la ultraexposición del cuerpo a prácticas corporales violentas y agresivas, como maneras de lo espectacular y de llegar al otro. Y creo que, en realidad, me violenté por resonancia, porque aquello que estaba viendo estaba dando voz a un período de mi vida en el que también tenía esa manera de relacionarme con mi propio cuerpo y con la danza. Y es que, más tarde, charlando con Amaranta, Laura y Ainhoa, y muchas otras personas más con las que he ido hablando sobre esto a lo largo de los años, hemos podido constatar que todas y cada una de nosotras habíamos pasado por ahí. Y, bueno, para mí, así en bruto, me hizo pensar que la educación que se ofrece entorno al cuerpo y la danza es violenta, y se sustenta en ideologías y prácticas que fomentan lo normativo, las relaciones de poder y el disembodiment y dan soporte a los sistemas neoliberales y judeocristianos que arrasan con lo común. (Los chicos que presentaban la pieza eran muy muy jóvenes y estaban acabando la carrera de danza. Igual de jóvenes que cuando yo estaba estudiando mi carrera de danza y repetía compulsivamente movimientos que me generaban dolor y tendinitis varias. De lo que hablo ahora no va dirigido en absoluto a ellos). Lo cual, es un problemón. Y es un problemón porque se pasa mal. No da placer. O sea, genera sufrimiento. O por lo menos a mí me lo generaba un montón. La constante relación de la danza con el sacrificio, el sufrimiento, la comparación, el virtuosismo, la mitomanía y todas estas movidas moralistas y narcisistas me parecen un peligro, porque generan malestar, y perpetúan modelos relacionales jodidos. Y es que, en realidad, para mí el problema el domingo, con esta segunda propuesta, no residía tanto en si esa manera de practicar el cuerpo genera obras interesantes o no, en realidad la lectura coreográfica que puedas sacar de ello me pareció irrelevante, aunque también es un movidón grande a tener en cuenta. Para mí, lo gordo era el tema del trato, o más bien, el tema del maltrato, con una cualidad bastante naif y gratuita, o sea, sin estar relacionada con un proceso de pensamiento contundente. Como simple modelo que se repite y repite y repite en bucle, porque sí, porque es lo que se acepta como icono de lo que la danza y el bailarín o bailarina deben ofrecer. Y ahí seguimos. En realidad, me hace pensar que no hay una diferencia tan abismal entre los modelos educativos del ballet y de la danza contemporánea, por mucho que la danza contemporánea se haya querido convertir en estandarte de lo natural, lo orgánico y estas cosas. En realidad, sigue sin haber un replanteamiento radical de su pedagogía y por lo tanto de su práctica.
La siguiente propuesta se me apareció como por ráfagas, como si un cañón de luz fuese iluminando diferentes realidades interconectadas entre en sí. A mí se me abrieron cuatro cuestiones en torno a la corporalidad. Por un lado, me fascinó cómo el sonido se hacía imagen en mi mente. Cómo la oralidad y su sonoridad eran capaces de despertar sentidos como la vista y el tacto. Sentir por un momento que uno no necesita abrir sus ojos para ver y ser testigo de lo representacional, me encantó. Y me enganché a recordar esos librazos de neurociencia que tanto me habían fascinado años atrás. Por otro lado, me reafirmó la sensación de que la idealización es especulación (con todo su potencial), y que es la práctica activa del cuerpo lo que genera el conocer. Y me sentí una ilusa por momentos. Se abrían ante mí cuestiones como la pornografía, la sexualización del cuerpo femenino, la prostitución y estas movidas en las que tanto he pensado últimamente, con los mil debates feministas que se van generando día a día a su alrededor, y sentí que, en realidad, era la primera vez que alguien directamente relacionado con su oficio y su práctica diaria me explicaba y me transmitía parte de su realidad. Y me encantó, y me dije que para pensar había que entrar en batalla, o sea, en relación. Y me fascinó la idea del trampantojo. El porno, como uno de los trampantojos mas certeros y sucintos generados jamás (y, bueno, que mientras discutimos que si patriarcado o no patriarcado, y movidas fundamentales, siguen habiendo mujeres proletarias sin derechos laborales). También me llevó a pensar en el tema de lo amateur versus profesional. Y lo mucho que me flipa ver un cuerpo que hace algo por primera vez, el cuerpo no especializado, ese cuerpo lleno de calle, barrio y pueblo que se lanza a lo desconocido y lo surfea como puede, en directo, a pelo, y el gran peligro que tiene la especialización, o la profesionalización, de borrar las huellas de lo común, de lo que nos pertenece a todas, de lo universal. Pensé también un montón en el tema de la apropiación y las prácticas de incorporación como medio de rozar, un poquito, aunque sea un poquito, la posible experiencia del otro. En Danza Movimiento Terapia esta es una práctica constante que usamos como manera de análisis relacional. Enacción a punta pala.
Con la última propuesta que se presentó en los IN sentí que la técnica, a veces, es peligrosa porque dificulta la empatía. Como que te distancia del pueblo. Y yo sigo obsesionada con que la danza le pertenece al pueblo, y que, en realidad, los y las bailarinas, y aquellos que nos dedicamos a las posibles vertientes que de ella emanan, no somos más que un reducido grupo obrero, que se ha especializado y ha generado de ello otra manera de ganarse la vida. O sea, que el cuerpo y la danza, en realidad pertenecen a lo mundano, al no capital, a la no producción, al no consumo, le pertenece a la gente de a pie. Nos pertenece a todas desde que fuimos paridas. Y, a veces, encuentro difícil el equilibrio entre mundanidad y especialización. A mí me come mucho la olla este tema. A veces siento que el teatro, la caja escénica, la escritura coreográfica, la representacionalidad y estas cosas no le pertenecen a la danza, y que ha sido colocada ahí como una manera de gobernarla, de contenerla, de que no traspase las fronteras epidérmicas y haga que los de a pie nos pongamos a botar y a sudar, y nos dé por dedicarnos a la revolución, traspasando los sistemas del capital y generando nuevos paradigmas relacionales. No lo sé. Me flipa la especialización que he escogido para ganarme el pan y el alma, pero sigo sintiendo que conlleva sus peligros, y a veces me siento superincómoda, al filo, muy al filo de la perversión.
El domingo en La Poderosa sonó Jo ta Ke, de Su ta Gar (Golpe y Humo, de Fuego y Garra), perfecto final, para un julio sofocante, en muchos de los sentidos. Perfecta sacudida para el porvenir. El domingo sudamos. Mucho. Y eso ya es un montón. No todo va tan mal.