Casi podría ser un episodio de Black Mirror pero se trata de un festival inglés de artes en vivo, el BE FESTIVAL (Birmingham European Festival), que este año se celebró durante los días en que los británicos votaron a favor del Brexit, para escándalo de los organizadores, que se posicionaron fuertemente en diversas ocasiones a favor de la permanencia en la Unión europea.
En este festival los artistas actúan por £100 (precio por espectáculo independientemente del número de miembros involucrados) ante una sala abarrotada por 300 personas que pagan por su entrada £22 (con cena incluida, bebidas aparte) o £14 (sin cena). £1 = 1,19€. Un festival planteado como una competición entre artistas (con un jurado internacional, excepto para el premio del público) donde el ganador conseguirá que le paguen el bolo que ya ha hecho (£1500) y se comprometerá a realizar una residencia de tres semanas y a mostrar el nuevo trabajo en la próxima edición del festival (espero que reciba el dinero que merece por ello, porque en la web no se especifica). Los artistas compiten por otros premios que a veces más parecen castigos, como actuar gratis en otros festivales (es el caso del ACT Festival de Bilbao). También pueden ser seleccionados para una gira (Best of BE) de unas 30 actuaciones previstas (19 en UK y 11 en España, según la información provisional proporcionada por la dirección del festival) durante 7 semanas, a razón de £400 por persona a la semana (cada persona cobrará entonces unos £93 por actuación). A los artistas se les pide que permanezcan en el festival, los cinco días que dura, alojados en casas de voluntarios, con mayor o menor fortuna dependiendo de con quién te toque. Yo no tuve queja (aunque oí de todo), aparte de que, como me tocó a media hora de Birmingham, entre tren y taxis (no había tren más allá de las 23:30), gasté más del dinero del que me entregó la organización para cubrir esos viajes. Los anfitriones locales reciben a cambio una invitación para asistir a uno de los días del festival. No son los únicos voluntarios, hay un numeroso grupo de ellos realizando diversas tareas durante el festival, entre otras, servir bebidas en el bar, por ejemplo. Un festival coproducido por un gran equipamiento de la ciudad, el Birminghan Repertory Theatre, con una magnífica dotación técnica y un estupendo equipo de técnicos (como tuve la ocasión de comprobar personalmente), que espero que sí cobren como se merecen, a diferencia de los artistas, por el intenso curro que realizan.
Un festival apoyado con dinero público por instituciones locales como el Arts Council England, instituciones europeas como Creative Europe, instituciones estatales españolas como Acción Cultural Española o Cooperación Española, instituciones catalanas como el Institut Ramon Llull y de otros puntos de europa como Czech Centre, Goethe Institut, Institut Français e Istituto Italiano de Cultura, entre otros. También sostenido por micromecenas que pueden pagar entre £50 y £250 anuales.
Conversación oída entre un trabajador del Institut Ramon Llull y un artista catalán, durante el festival:
– Hola, soy del Ramon Llull. Nosotros te estamos apoyando para que estés aquí.
– ¿Ah, sí? Pues es la primera noticia que tengo. ¿Y en qué me apoyáis? No cobro por actuar aquí.
– ¿Ah, no? ¿No cobras? Pensaba que sí. Bueno, pero te pagamos el viaje.
– ¿Ah, sí? Pero si lo paga el PICE*.
*El PICE es una ayuda del ministerio español para la movilidad de los artistas españoles que viajan al extranjero. El dinero lo recibe el festival para cubrir los gastos de desplazamiento de los artistas. Los resultados se publican y están accesibles en internet. Cualquiera puede comprobar qué festival recibe la ayuda, por qué artistas y cuál es el importe. Me quedé con las ganas de saber cuánto dinero destina el Ramon Llull a este festival y si existe un seguimiento sobre cuál es el destino final de ese dinero.
Además de europeísta, el festival es pretendidamente moderno (“BE FESTIVAL turns the notion of conventional theatre upside down”, dice su web). Pero esta es otra decepción. Durante el festival asistimos a numerosos espectáculos de mimo, malabares y danza de lo más convencional, salvo algunas honrosas excepciones (pongamos, siendo generosos, un tercio de la programación, entre la cual destacaría la participación española, tres propuestas, más alguna alemana, italiana, británica y eslovena). Es mi percepción, por supuesto, pero también el punto de vista de una docena de personas del público, según mi propia encuesta personal.
“It crosses borders, creative disciplines and blurs the boundary between audience and artist”, dice la web del festival. Esto último parece preocupar mucho a los organizadores del festival: la participación del público. Muchas propuestas eran de esas que en algún momento piden al público que suba al escenario a hacer algo que el artista les pide hacer. Cuanto más ridículas mejor, mayor es el regocijo general. Hubo excepciones, por supuesto, no pretendo generalizar ni demonizar la participación del público. Hay maneras y maneras de tratar ese tema. Otras propuestas se planteaban como una competición (otra más) en la que unos voluntarios seleccionados previamente ejecutan en escena las órdenes que escuchábamos de la voz de un oculto director para que el público, como en un reality show, decidiese con sus aplausos (que se medían con un aplausómetro) a quién eliminaba, hasta que el que quedaba el último en el escenario era proclamado ganador. En otro caso se pidió a alguien que mostrase su Facebook en la pantalla gigante para hacerle perrerías como aceptar todas las solicitudes de amistad acumuladas (menuda putada). En algunos casos se repartieron globitos que había que soplar cuando te dijesen, o te instaban (yo diría, te ordenaban) a que les dieses la mano a tus vecinos de butaca de determinada manera retorcida para hacer alguna acción colectiva a la orden de ar. En una ocasión, completamente harto de tanta orden, me negué a hacer lo que se me pedía y a mi compañera de butaca casi le da algo: me metió una bronca considerable (Come on!, me gritaba). Una participación que recuerda a las animaciones de hotel para guiris o a las despedidas de soltero. El público, en muchos casos, parecía encantado. Entendí algunos comportamientos que estoy harto de ver cada noche en las calles que rodean a las Ramblas de Barcelona. No en vano el avión que me llevó a Birmingham desde Barcelona a las 7 de la mañana estaba repleto de esos ingleses con piel roja color gamba de Palamós fruto de sobredosis de exposición solar, a los que seguramente tuve la desgracia de soportar durante su estancia en mi ciudad. De hecho, el infierno de turistas colapsando las colas del aeropuerto de Barcelona para volver a sus lugares de origen a las 5 de la mañana de un martes no se me olvidará fácilmente.
Pero sigamos. Si los artistas son seleccionados para participar en el festival con una pieza de una duración original que supere los 30 minutos deben adaptar sus piezas para que se ajusten a esa duración, bajo amenaza de quedar descalificados de la competición (norma que, como se pudo comprobar en la entrega de premios, no se cumplió para todo el mundo igual). De esta manera, en una noche, el público puede ver 4 propuestas, en muchos casos propuestas resumidas o recortadas, claro. Una especie de fast food escénico que se me antoja como toda una declaración de intenciones.
En cambio, el espectáculo que inauguró el festival, apuesta personal de los organizadores, se vio íntegramente. Por lo visto, según la organización, en este caso era necesario (supongo que considerarían que en los otros casos, no tanto). Pero dejadme que os cuente de qué tipo de espectáculo se trataba. En el programa se advertía de que la pieza contenía violencia extrema. Durante la hora que duró la función me pregunté varias veces en qué consistiría esa violencia extrema. ¿Se referiría a la violencia estética a la que se sometía al público con tamaña horterada? No, por supuesto que no, claro. Después de una eternidad en la que unos intérpretes evolucionaban sobre el escenario haciendo una especie de danza contemporánea de lo más convencional y estereotipada, a veces acrobática y con cierta pose rapera impostada, supuestamente alrededor de un concepto, la masculinidad, en la que uno hacía como de líder chulito que sometía al resto de su pandilla, con momentos en los que los intérpretes se dirigían al público y parecía que iba a pasar algo digno de mención, pero no, de pronto el escenario se vacía para proyectar un vídeo en pantalla gigante donde unos tipejos, grabados por las cámaras de seguridad del metro, le pegan una paliza a una persona hasta reventarle la cabeza y abandonarla en el suelo, imaginamos que muerto. Contemplamos un vídeo de 3 minutos de un asesinato real con ensañamiento. Violencia gratuita sangrienta. Y se acaba así, con una chica detrás de mí, con un ataque de ansiedad, llorando a moco tendido. Este era el espectáculo en forma de apuesta personal de los organizadores del festival. A la salida, uno de los organizadores me cuenta que ningún programador británico se atreve a programar este espectáculo a pesar de que es un espectáculo que ha sido premiado en algún otro lugar europeo (me pregunto cómo puede seguir funcionando aún el engaño de la presunta legitimidad que proporciona un premio). Pero ellos sí se atreven, los organizadores del BE FESTIVAL consideran que este es un espectáculo absolutamente necesario y nos demuestran lo rompedores y atrevidos que son programándolo como espectáculo inaugural, respetando escrupulosamente la duración de la pieza (porque en este caso sí lo creen absolutamente necesario, por supuesto). Me quedo sin palabras. No sé si lo he entendido bien o si lo he entendido demasiado bien. ¿En esto consiste lo de que el BE FESTIVAL turns the notion of conventional theatre upside down? Ah, vale.
Tengo que decir que tuve la oportunidad de discutir este punto con un miembro de la dirección del festival. Le dije lo que pensaba, seguramente con la misma violencia con la que recibí su abordaje mientras abandonaba la sala (¿qué te ha parecido?) en el mismo paquete que su justificación sobre la absoluta necesidad de programar esta pieza, de la que parecía enorgullecerse. Ante mi contundente respuesta argumentó que para ellos (la dirección del festival) lo que acababa de ver era una pieza de danza de una gran calidad que se sostenía perfectamente más allá del controvertido vídeo. Y que la mía era una opinión más. En eso último le di la razón. No acostumbro a ir dando mi opinión en caliente a las primeras de cambio. No acostumbro a expresar críticas destructivas a bocajarro. Creo en la libertad creativa y en el respeto a lo que hacen los demás. Me parece que estoy más cerca del todo vale, como alguna vez me recuerdan mis críticos, que de los guardianes de la excelencia. Ahí está es mi frase favorita cuando me hacen preguntas del tipo ¿qué te ha parecido? cuando salgo de ver lo que sea (desde que se lo oí a Isidoro Valcárcel Medina en una situación parecida en el desaparecido Festival Mapa). Es la primera vez en muchos años que no aplaudo a los intérpretes que acaban de realizar un trabajo en un escenario. Hasta en el peor de los casos, aunque deteste el trabajo, suelo aplaudir, como muestra de algo así como respeto por el trabajo realizado, a pesar de lo que piense o deje de pensar sobre el aplauso y su función. Pero esto no me pareció detestable, me pareció perverso. Y aún no me habían contado las razones para programarlo. Cuando me las contaron, no solo me reafirmé en mi opinión, sino que la traslado también al criterio del que hace gala la organización del festival.
Estábamos en Inglaterra durante los días en los que se votó el Brexit. Os recomiendo la serie Black Mirror, una serie británica de ciencia ficción que plantea un futuro muy próximo donde pasan cosas un poco más bestias de las habituales, a las que ya nos hemos acostumbrado. Ya casi estamos ahí. Tengo una amiga que ha vivido en Londres y que dice que se nota que ellos inventaron el capitalismo. Tengo otra que me advirtió de que iba a encontrarme con el Mal. Desconfío de los tópicos sobre países. Birmingham también es la cuna del heavy metal, aunque no encontré ni rastro de eso y los lugareños me dieron pocas esperanzas de encontrar ningún resto por mucho que buscase. Tampoco me dio tiempo a buscar mucho, ocupado como estaba por alimentar involuntariamente la maquinaria del festival, que incluía charlas con los artistas después de comer (comidas cortesía del festival a las que uno debía asistir si no quería dejarse una pasta en llenar el vacío de su estómago), que casi enlazaban con las funciones, o encuentros con programadores y otros participantes del festival (todo conducido, con sus reglas y sus moderadores, por supuesto). Pero noté cosas raras en este viaje a Birmingham. Noté el control. En la calle y en el seno del festival, lleno de normas, procedimientos y tarjetitas con distintivos de colores, procedimientos la mayoría de veces anti-eficaces (aunque supuestamente pretendan todo lo contrario) que lo único que consiguen es hacerte sentir como parte de la cadena, alguien necesario para que el sistema siga funcionando, diseñado por una mente controladora, desconfiada del ser humano, asustada porque la anarquía se instale si las personas tienen la más mínima oportunidad para ejercer el libre albedrío. Personas que no cobran pero cuyo trabajo es imprescindible para que la maquinaria siga funcionando porque se sostiene sobre su trabajo. Sin el trabajo de los artistas no hay festival posible.
Es posible que esté desvariando. Quizá alguno estéis pensando que otros festivales funcionan así. Si queréis también os diré que no solo algunos festivales funcionan así. Cada vez más todo funciona así. Es el capitalismo del siglo XXI, que cada vez más se parece a las peores pesadillas de George Orwell (inglés, por cierto). También es posible que, en un ambiente donde todo el mundo se ha acostumbrado a cierto orden, ya nadie note nada raro. Me di cuenta cómo poco a poco yo también me iba plegando a todas las normas. La primera vez, cuando me dijeron en qué lado de la valla debía fumar crucé la calle para fumar en la otra acera, fuera de la jurisdicción del miembro del equipo de seguridad que me dio el toque (ataviado con una gorra de Batman), donde nadie podía decirme nada. Al tercer día me di cuenta de que ya fumaba donde fumaba todo el mundo, en el lado correcto de la valla. Me parece una metáfora y ahí la dejo.
Me sentí manipulado en la manera como se nos empujaba a la participación. Una participación dirigida en la que constantemente te están pidiendo que hagas cosas (sin recompensarte por ello) y, en cambio, parece que sólo puedes escoger entre las opciones que te dan. No te salgas del guión, circula por el carril. Pero tus guías somos guays, políticamente correctos. Si vas a gastarte tu dinero en nuestro bar le llamaremos Karma Bar. Para pagar tendrás que cambiar tus libras esterlinas por unos papelitos que ha diseñado un artista y que se llaman karmas. Si pasas de todo y pagas con libras de verdad, te cobraremos más caro. Esos karmas son algo más que dinero, me dijeron. Por detrás te invitamos a que escribas el valor que quieras añadir al vil dinero. Así convertiremos el dinero en… ¡¡¡¿En qué?!!! ¿En dinero camuflado de movida hippy-solidaria-cursi? Falsa poesía. No vi ni un solo dinero-karma escrito por detrás.
En un momento de debilidad acepté una de las papeletas para votar en el concurso, unas tarjetas que repartían a la entrada y a la salida de los espectáculos, que incluían un cuestionario larguísimo y tedioso. En uno de los campos a rellenar se pedía que indicase mi ethnic background. No, no fui capaz.
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Que se sepa, black mirror festival.
Después de leer tu artículo me gustaría compartir mi experiencia en el BeFestival y un par de reflexiones:
Conozco el BeFestival de Birmingham desde el 2012 (3a Edición), donde fui con mi compañía ATRESBANDES a presentar nuestro tercer trabajo (Solfatara). Por aquel entonces acabábamos de salir de la escuela en la que estudiamos teatro (Institut del Teatre) y estábamos locos por presentar nuestro nuevo trabajo. Alguien nos habló de este nuevo festival organizado por unos españoles que se celebraba en Inglaterra y que abría una convocatoria para piezas cortas (máximo media hora). Las condiciones eran las siguientes: el festival se encargaba del alojamiento (en casas de voluntarios), las dietas (desayuno, comida y cena de zafarrancho en las instalaciones del Festival, que por aquel entonces eran en una antigua fábrica abandonada) y algo de dinero para el transporte que en seguida se nos hizo corto. Ya está. Del resto nos encargamos nosotros: transporte (cuatro billetes de avión de ida y vuelta Barcelona-Birmingham) y respecto a nuestros sueldos, en aquel momento ni siquiera nos lo planteamos. Cuando empezamos no teníamos ni idea de cómo y dónde presentar nuestros trabajos y el concepto de «condiciones económicas» no lo teníamos, para nada, en cuenta o era un punto que en aquel momento no era indispensable. Los tres miembros de la compañía venimos del teatro y la danza amateur, donde todo depende del voluntariado y del número de horas que cada uno quiera dedicarle por placer, por amor o por vicio. El camino del mundo amateur al profesional puede ser muy largo, y parece que cada vez lo es más, en las artes escénicas y en cualquier otro sector. El hecho es que como compañía recién nacida decidimos aceptar esas condiciones, trabajar gratis y tomárnoslo como una inversión. Yo, personalmente, disfruté mucho de aquella primera experiencia: conocí a muchas compañías que, como la nuestra, estaba empezando, pude participar en workshops y pude presentar el último trabajo de mi compañía, que por aquel entonces estaba muy verde y «en proceso», delante de unas 200 personas. De hecho, nosotros siempre entendimos el festival como un festival de trabajos «en proceso», para probar el curro delante de un público y conocer su opinión a través de charlas y por escrito. Por eso, uno de los premios era una residencia artística para poder terminarlo y presentarlo en la edición del año siguiente (algo que la compañía es completamente libre de aceptar o no, al igual que cualquier otro premio). Aquel 2012 el jurado elegido por los organizadores decidió que nuestro trabajo «en proceso» merecía un primer premio que consistía en 1500 libras y la posibilidad de hacer una residencia para terminarlo. Más tarde uno de los miembros del jurado nos recomendó a la dirección artística del Festival Escena Contemporánea 2013, que aquel año celebró su última edición. Escena Contemporánea nos seleccionó y estrenamos nuestro trabajo acabado en Madrid en el 2013 con unas condiciones económicas buenas. Por este motivo y otros (conocer a una productora inglesa, que nuestro trabajo lo vieran programadores de otros festivales…) nuestra inversión como compañía fue positiva. La residencia artística del BeFestival la utilizamos para empezar nuestro siguiente trabajo Locus Amoenus. Aquella residencia la hicimos con las siguientes condiciones: nos pusieron una sala de ensayo con todas las facilidades durante 10 días, nos pagaron los billetes y el alojamiento era en una casa de un matrimonio de voluntarios del Festival que recibieron una pequeña ayuda económica para alojarnos.
Como compañía hemos acudido al BeFestival en dos ocasiones más: 2013 (presentando el trabajo acabado de SOLFATARA, con las mismas condiciones que el año anterior pero esta vez sí que nos pagaron los billetes) y en 2015 (invitados por el festival con Locus Amoenus, con las siguientes condiciones: billetes pagados, dietas en las instalaciones del festival, 100 libras por intérprete y 150 libras por un workshop de 3 horas que impartimos). El BeFestival lleva 7 ediciones celebrándose, o sea que se puede decir que es un festival joven. Es un festival que en 7 años ha crecido mucho y he podido comprobar que las condiciones para las compañías han ido mejorando un poquito cada año. También he comprobado que los patrocinadores e instituciones involucradas han ido aumentando cada año, sin embargo, éste aumento no es directamente proporcional a la mejora de las condiciones que he comentado antes. También he podido comprobar la institucionalización del festival y como ha pasado de celebrarse en una fábrica casi abandonada, presentando los trabajos en un teatro improvisado y donde todo era más caótico, más accesible, y más cercano, a celebrarse en un teatro público con todas las instalaciones necesarias para las representaciones y una organización metódica, ordenada, y más fría. Las conclusiones a las que llegué el año pasado eran que todo había crecido pero a un precio muy alto. El festival había pasado de ser una muestra de «works in progress» a convertirse en un híbrido entre trabajos acabados de una profesionalidad contrastada y trabajos de escuela. Por lo tanto me resulta difícil juzgarlo, creo que está en un terreno pantanoso; o te quedas en un festival pequeño centrado en primeros trabajos vinculados a las escuelas (como es el caso del ACT Festival de Bilbao o el ITS de Amsterdam) o te conviertes en un festival grande y profesional con todas las consecuencias.
El año pasado tuve la sensación de que se había montado un gran circo alrededor del teatro para conseguir atraer a más público. Un circo de actividades, exposiciones, juegos, etc. Y sin duda el objetivo se cumplió, la sala estuvo llena todos los días. Me parece que lo que también atrae al público inglés es este híbrido entre diferentes tipos de trabajos, de manera que una persona que ha acudido al festival interesada por una pieza de circo acaba viendo también, por ejemplo, algo más performativo. Una persona que, a lo mejor, jamás abría pagado un céntimo por ver algo más performativo. Dejando a parte la calidad de los trabajos, cuya selección depende enteramente del juicio de los programadores del festival, el hecho de mezclar disciplinas, géneros y estilos me parece una fórmula para crear nuevos públicos. A lo mejor no es la mejor, no lo sé, no me dedico a ello, pero detecto que es una fórmula pensada, es decir, que alguien se ha planteado la siguiente pregunta: ¿cómo podemos conseguir que la gente vaya a ver cosas que nunca ha visto? Creo que los organizadores tienen en mente un menú degustación mas que el fast-food del que hablas en el artículo. En mi caso puedo decir que en las tres ocasiones que he estado he podido disfrutar de auténticas delicatessen mezcladas con hamburguesas del McDonalds. Pero en la última edición (2015) tuve la sensación de que los trabajos presentados, al final, eran lo de menos y que había tal ruido a mi alrededor que no me dejaba espacio a la reflexión, la crítica y el famoso «feedback» que el festival promueve. Y por lo que leo de tu experiencia parece que éste es el rumbo que está tomando el festival, el del ruido, el de las luces de neón que te hacen olvidar qué es lo que se está anunciando. Pero creo que esto forma parte de la idiosincrasia de Inglaterra y su relación con las artes. Allí nació el «show bussiness» y el concepto de Industria Cultural. Tengo la sensación de que el festival ha decidido meterse de lleno en esta idiosincrasia para poder crecer… o sobrevivir. ¿No funciona así el capitalismo? O creces o mueres.
El festival ha sido europeísta desde sus orígenes y, entiendo, que ahora lo es más que nunca porque la que les viene encima es muy gorda. Creo que son europeístas pero como quien se agarra a un clavo ardiendo porque no tiene otro lugar donde agarrarse. Los líderes del Brexit han dimitido después de la votación (¿Te imaginas que Junqueras y Puigdemont dimitieran después de proclamarse Cataluña independiente?) y la nueva Primera Ministra del país está soltando barbaridades que ya superan a las de Margaret Thatcher. Una amiga británica me ha dicho que hay gente en el Reino Unido que cree que al ganar la opción de «irse» (leave) los extranjeros tienen que literalmente «irse» del país. Una puta locura.
Desde mi perspectiva y después de estas 7 ediciones yo veo lo siguiente: veo a una pareja de españoles (los organizadores del festival) que de la nada han montado un festival en una ciudad que culturalmente estaba apagada y que lleva a Inglaterra trabajos de toda Europa (algo muy difícil de ver en el Reino Unido a no ser que vivas en Londres). El BeFestival ha invadido el teatro público de Birmingham utilizando sus escenarios, salas de ensayo, talleres, oficinas y personal (¿Alguien imagina algo así en el TNC, CDN o Lliure?) y en muy poco tiempo se han hecho un hueco en el panorama de festivales europeos, un hueco hecho a base de esfuerzo por parte de los organizadores, pero cuyos pilares son un extensísimo grupo de colaboradores y voluntarios, y no hablo solo de los voluntarios que sirven los cafés o echan una mano a las compañías durante el festival, sino también de toda la cantidad de artistas que hemos acudido al festival sin cobrar en estos primeros 7 años y que hemos hecho realidad la programación sobre la que al final todo gira.
Por último no me quito de la cabeza la conversación que reproduces entre un trabajador del Institut Ramon Llull y un artista catalán. Hasta donde yo llego el Institut Ramon Llull concede ayudas económicas para el desplazamiento de artistas catalanes fuera de Cataluña. Estas ayudas las solicitan las compañías, pueden llegar hasta el 100 por 100 del gasto en transporte y son otorgadas tras un estricto proceso de justificación. Con ATRESBANDES llevamos cinco años solicitándolas y las ocasiones en las que nos las han concedido éstas nunca han llegado al 30% del gasto en transporte; y si sumamos todas las ayudas recibidas en estos cinco años no llegan a 1500 euros y hemos viajado mucho en estos cinco años. Cada año nos prometemos que no la volveremos a solicitar nunca más porque el proceso de solicitud y justificación es tan cansado y desesperante que no compensa. En todo caso, esta no debe ser la relación entre el Institut Ramon Llull y el BeFestival. Entiendo que según la conversación de la que hablas esta relación es diferente, pero quiero creer que la justificación es igual de estricta. Como el tema me interesa y me afecta ya he iniciado mi propia investigación que publicaré aquí mismo por si a alguien le puede interesar y afectar igual que a mi. Respecto del PICE, en su página web solo aparecen los resultados del 2015 donde el BeFestival no aparece. Así que tendremos que esperar a que aparezca la memoria del 2016. O también se puede preguntar directamente a los organizadores del BeFestival que, estoy seguro, esclarecerán estas dudas que no molan nada.
Hace poco hablaba con Cristina Celada (cia Pollo Campero) sobre la necesidad y el sano ejercicio de contarnos entre compañías las condiciones que nos ofrecen los teatros, las salas y los festivales. Después cada uno hace y deshace lo que le da la gana pero estoy seguro de que esta información modifica las decisiones que tomamos o dejamos de tomar como compañía.
ALbert.
Que buen comentario, merci.
La publicación del PICE (I semestre 2016) aquí: http://www.accioncultural.es/media/Default%20Files/activ/2016/PICE/List/LIST_Def_MovMarzo2016.pdf
BE Festival 3200 euros.
En ocasiones el IRL pacta ayudas a desplazamientos directamente con los Festivales/Ciclos o lo que sea, para que promocionen un pack de artistas. Vease por ejemplo en Avignon off.
Hola Albert,
se puede entender lo que dices, pero el absoluto silencio y la radical no-pronunciación del BE FESTIVAL, les hace merecedores de cualquier no respeto.
El guardar silencio es una estrategia política, del campo de la retórica. ( muy vista y utilizada por el PP)
Si el BE FESTIVAL es privado, cada uno en su casa duerme con quien quiere.
SI el BE FESTIVAL recibe ayudas públicas (España, Alemania, Italia, Francia, etc.) debe pronunciarse.
De lo contrario, es otra una estafa más de la cultura del siglo XXI.
Hola Albert,
se puede entender lo que escribes, y se puede ver el tono personal, pero tampoco pasa nada.
El absoluto silencio y la radical no pronunciación por parte del BE Festival, provoca dudas. Mantener silencio es una estrategia política: se mueve menos el agua y no salpica.
Si el BE Festival es privado, cada persona en su bar pone la música que quiere.
Si el BE Festival recibe ayudas públicas, como se sabe y comprueba en la web (España, Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, etc) debe poner la cara porque no se respetan los salarios para los profesionales. De lo contrario, se convierte en otra estafa más de la puta cultura, es decir, artistas que no cobran lo merecido, se hacen fotos, están felices haciendo Arte Contemporáneo y comparten experiencias para recordar cuando sean viejos.
Pablo.
soy el otro pablo, creo que para decir que no hay respuesta debería alguién pedirles una, con educación y tiempo para conformarla. No creo que haya que comenzar a utilizar gruesas palabras, creo que así lo que se hace es cercenar la posibilidad de esa respuesta, es decir, de diálogo. Pero quizá ya les hayan invitado a hacerlo y no lo sé…
hola.
Yo también creo que el silencio (en este caso) no ayuda. Yo creo que Rubén, en su artículo si que está formulando una pregunta indirecta: ¿Qué dinero recibe el festival por parte del PICE i del Institut Ramon Llull y dónde va destinado este dinero? El dinero del PICE está publicado en su web, como indica un comentario anterior de T., pero el dinero del Institut Ramon Llull no. En la memoria del 2015 que publican en su web se explica que existe un acuerdo de colaboración entre el BeFestival i el Institut Ramon Llul, nada más.
Hola Rubén, (Pablo, Albert y R.),
Leo el nivel de cabreo en el articulo y los comentarios que provoca … quizá un poco de tila ayudaría…
Por otro lado si queréis abrir una conversación con la gente de BE adelante, tienen el correo en su pagina web y por lo que yo se son gente muy accesible, y en cuanto al manejo de la pasta que reciben (en su mayoria British) de una integridad impecable.
Columpiarse en redes es muy fácil, una conversación que lleve a buen puerto (o a algún puerto) llevaría mas tiempo, no se si lo teneis.
Hola a todos. Disculpad el retraso en la respuesta: estaba de vacaciones.
En primer lugar, gracias por tomaros la molestia de leer el artículo y por vuestros comentarios, detallados y profusos, sobre todo en el caso de Albert. Columpiarse en redes quizá sea fácil y no ocupe mucho tiempo, Juan, a mí escribir este artículo en Teatron (más que un lugar donde columpiarse yo diría que uno de los pocos medios digitales que se ocupan de temas como este) me llevó mucho tiempo y esfuerzo. Los comentarios de Albert tampoco parecen escritos en medio minuto precisamente. Los datos que aportas, Albert, se agradecen y completan los que he intentado aportar en mi artículo.
Totalmente de acuerdo contigo, Albert, en que es muy importante que fluya la información. La ley del silencio sirve, entre otras cosas, para que volvamos a caer una y otra vez en los mismos errores en que otros ya cayeron antes que nosotros. Compartir experiencias ayuda mucho.
El periodismo debería dedicarse a eso. Decía George Orwell que el «periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques, todo lo demás es relaciones públicas». Si los que se llaman periodistas no hacen su trabajo, por decisión propia o porque sus medios de prensa no les dejan, alguien lo tendrá que hacer: lo haremos nosotros.
No sé si la gente del Be Festival son muy accesibles o no, como dice Juan, pero, por lo que yo sé, algunos de los que hemos intervenido en esta conversación hemos tenido acceso a ellos. No era mi intención iniciar otra conversación más que llevase a ningún puerto. De hecho, me consta que se ha mantenido alguna conversación que no ha llegado a ningún buen puerto. No esperaba ni espero una respuesta del Be, Pablo. Tienen todo el derecho a no pronunciarse, igual que Pablo tiene derecho a interpretar ese silencio como le parezca. Simplemente quería dejar constancia de mi visión sobre esta historia. Creo que queda claro que es mi opinión personal. Una más. Ahora, cuando hablo de hechos he intentado apoyarme en datos. Datos que Albert y T. (gracias) han ayudado a completar.
Es curioso cómo en las redes sociales, a pesar de lo que opina Juan, los elogios son mucho más frecuentes y reciben mucha más atención por parte de festivales, etc… que las opiniones críticas (que a menudo son directamente ignoradas con intenciones como las que señala Pablo). Hay quien cree que el estilo británico, a diferencia de otros estilos más meridionales, siempre se caracterizó por saber encajar las críticas. Opino que encajar las críticas es, sin duda, un rasgo muy civilizado.
En cualquier caso, la cantidad de gente que me animó a escribir este artículo, la repercusión y los comentarios que provoca, como señala Juan, en las redes y en la calle, creo que deberían ser objeto de reflexión porque evidencia un cierto malestar. Claro que, sin ninguna duda, reflexionar sobre algo que cuestiona lo que haces cuesta bastante más que columpiarse en las redes, Juan.
Por último, no estoy acusando a la gente del Be Festival de enriquecerse a costa de los artistas. Si alguien les acusase de eso debería aportar los datos que lo demuestren. Sí que creo que sería deseable aumentar la transparencia sobre el uso del dinero público, Albert. Pero lo que está claro es que ese dinero público no va dedicado a pagar unos honorarios decentes de los artistas y sus técnicos. Quizá ni siquiera ese sea su objeto pero tampoco está ayudando a que se realice un festival que paga decentemente a los artistas y sus técnicos. ¿Está bien que sea así? Esa sí que creo que es una de las preguntas indirectas que dejo sobre la mesa con este artículo.
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Sí, yo estuve en Be festival 2016 (y en todas las ediciones desde que participé en el concurso con mi compañía en 2012) y sobreviví a su pérfida intención de acabar con la gracia simplísima del caos libertario que acompaña a los artistas contemporáneos. Sus terribles acciones contra la libertad individual, como buscar una excepción a la ley inglesa que impide fumar a cierta distancia de los edificios para que los artistas pudiesen fumar lo más cerca posible del recinto (dentro de una valla que conserva cierto aspecto ridículo, lo admito), son intolerables. Sin embargo, no puedo dejar de sorprenderme por el cabreo que destila el artículo y, por la falta de justificación que ese cabreo tiene en las razones que se exponen. Entiendo que no te gustase la obra que abrió el festival (de hecho a mí tampoco) o que te exasperase la exigencia de participación en forma de Come on! de tu compañera inglesa, entiendo también el problema de los turistas en Barcelona (y lo del color rosado de piel está gracioso, lo admito) y entiendo la necesidad de utilizar ese tipo de ejemplos en la redacción de un artículo en un blog, generan cercanía, ligereza (incluso de la buena, de la que preconiza Nietzsche, que he visto que también está bien dar argumentos de autoridad en esto de los blogs aunque sean posmodernos) y ayudan al lector a empatizar (será como lo de los juegos de Be festival para atraer al público que dice Albert, ahora no entiendo muy bien porqué unos son circo y otros no). Sin embargo, entendiendo todo esto sigo sin ver la necesidad convertir a Be Festival en la punta de lanza del capitalismo del s XXI, pero reconozco que, a este respecto, el título y las primeras frases del artículo son muy efectivas: comparar el festival con la serie Black Mirror (que es una serie muy filosófica y de izquierdas, pero masiva) es una metáfora de gran alcance.
Dicho esto, me gusta mucho tu estilo (es verdad, solo estoy siendo irónico hasta la mitad en mis comentarios que es la única forma en que la ironía sigue conservando su poder perturbador) y estoy absolutamente de acuerdo en que cada vez vemos más normales situaciones de normativización y control que deberían hacernos reaccionar, y en que hay que permanecer alerta y denunciar esas situaciones, situaciones en las que la conciencia crítica se acomoda, y ése es el ánimo que me lleva a mì a responder a este artículo. Me parece bien que no te guste Be Festival, pero no que lo ridiculices (que hacer coñitas y generar dudas es, como dicen Juan, muy fácil, y eso no depende del tiempo empleado en escribir sino del uso del lenguaje, lo siento pero esto sigue siendo un escrito), vamos que quiero yo también denunciar las comodidades de conciencia que genera tu artículo y sobre todo ser un poquito justo con el festival.
-En tu última respuesta dices que no quieres afirmar que Be festival roba dinero a los artistas y en un alarde de integridad dices que para eso hay que tener datos, completamente de acuerdo. Pero entonces a falta de datos.. ( “Me quedé con las ganas de saber cuánto dinero destina el Ramon Llull a este festival y si existe un seguimiento sobre cuál es el destino final de ese dinero” cito textualmente) ¿por qué utilizas un lenguaje tan tendencioso? Si me vas a decir que no hay acusaciones directas en el texto, te contesto ya que no son necesarias para generar dudas infundadas y las muestras de lenguaje tendencioso y falto de pruebas (en mi pueblo eso es demagogia de la mala) abundan en tu artículo, alguna muestra más:
“un estupendo equipo de técnicos (como tuve la ocasión de comprobar personalmente), que espero que sí cobren como se merecen”
“Conversación oída entre un trabajador del Institut Ramon Llull y un artista catalán, durante el festival:
– Hola, soy del Ramon Llull. Nosotros te estamos apoyando para que estés aquí.
– ¿Ah, sí? Pues es la primera noticia que tengo. ¿Y en qué me apoyáis? No cobro por actuar aquí.
– ¿Ah, no? ¿No cobras? Pensaba que sí. Bueno, pero te pagamos el viaje.
– ¿Ah, sí? Pero si lo paga el PICE.”
Así que sigo sin entender, si no quieres insinuar que Be Festival roba dinero a los artistas ¿por qué no rectificas el primer artículo? Porque es obvio lo que insinúa aunque luego nos hagamos los moderados cuando responde más tarde. Como mínimo me parece una actitud poco coherente (incluso contradictoria, pero que no pasa nada, ¿eh?, que yo también soy posmoderno, la contradicción mola), pero no dejo de pensar en lo que ayuda también un poquito de conspiranoia al éxito de un artículo en un blog, es obvio que estamos sensibilizados con el tema, es una gran estrategia y como dices luego que ha tenido una gran repercusión y todo el mundo te felicita por haberlo escrito supongo que sí, que os ha quedado muy bien la trama.
-Y ahora ya nos vamos a poner un poco serios, estoy completamente de acuerdo en que un premio no define a un artista, pero me parece mucho peor que lo haga el dinero que cobre, es muy peligroso definir si se es o no artista en base al dinero que se cobre, y más sospechoso aún hacerlo desde una perspectiva que se autoproclama anticapitalista, el arte que hacemos todos es capitalista, I’m sorry. Un premio es una sanción de calidad arbitraria, por supuesto depende de subjetividades humanas, pero también es arbitrario quién cobra “lo que se merece” y quién no, y si no es arbitrario depende de criterios peores como compromisos, peloteos o linajes familiares (mi padre frutero por si acaso).
Y esta identificación entre la paga y la artisticidad está en todo el artículo , hasta en la pregunta resumen, la moderada ya ¿debemos ir a festivales donde no cobremos como merecemos? Pues no lo sé supongo que dependerá del caso concreto, ¿no? ¿O ya no somos posmodernos y queremos establecer normas universales?, y, sobre todo, ¿qué implica poner bajo el foco (jerarquizar, categorizar, todo eso…) si el artista debe ir a un festival dependiendo de lo que le paguen? A lo mejor desde una perspectiva anticapitalista (que es la que mola, ¿no?) hay otros criterios que deberíamos valorar antes que la pasta. Por si no fuera poco daño el que hace ya esa identificación entre ser artista y cobrar “como te mereces” (para García Calvo el principal mecanismo de defensa y mantenimiento del sistema es dotar de realidad a las cosas solo en cuanto se cambian por dinero, cuanto más dinero, más reales y más Capital aunque tengan forma de teatro), esa relación excluyente que crea esta identidad (sí, es excluyente, lo siento, Aristóteles tenía razón) define a los que no cobran “como se merecen” como no artistas, y ahí ya entramos en el terreno del insulto. Yo he trabajado mucho tiempo, y todavía sucede a menudo, sin cobrar “lo que me merezco” (debo ser gilipollas) y no soy más artista cuando cobro que cuando no (aunque pago mis cosillas cuando entra pasta, no voy de estoico), y fíjate que cuando a pesar de no sacar pasta seguía haciendo teatro me gustaba pensarlo como resistencia y no como pérdida de mi dignidad artística (será que soy más gilipollas de lo que me creía).
Por la vía del insulto llegas a decir que más que un premio es un castigo actuar en ACT Festival o irse de gira con Best of Be a razón de 400 pounds semanales!?!?!? Es una falta de respeto para las compañías que no lo conciben así, y creo que bastante prepotente, si no marcadamente burgués. Yo actué en Act Festival en 2012 sin cobrar, como todos, y me fui de gira Best of Be, y ninguna de las dos cosas fue un castigo. Más bien gracias a eso mi compañía resistió, nadie pilló un duro y nos compramos focos, un ordenata, una mesa, en fín, fíjate que gilipollas yo y los intérpretes que venían conmigo, pudiéndonos haber gastado el dinero en un psicólogo que nos recuperase de la dignidad artística perdida (a lo mejor mi retraso como artista tiene que ver con eso de la cultura y el hambre que explica Artaud, salvando las distancias que aquí somos todos, ¡qué mínimo!, clase media).
Y esto me lleva a pensar que depende de la situación de poder que disfrutes como artista (los bolos que te salgan, lo bien que te los paguen, la repercusión que tenga tu blog, a lo mejor premios también y sobre todo contactos) la opinión que te merecen los festivales que no pagan caché. A lo mejor, lo que hace que Albert estuviese encantado con el festival en 2012 y ahora no, son los cambios en el estatus de poder (dispositivo lo llama Foucault que hacía ya tiempo que no citamos) que ha experimentado su compañía y no los cambios que dice que ha sufrido Be Festival. Y espero que se me permita (qué menos dentro de lo progre) dudar de las interpretaciones de la realidad, y cuanto más alto es el punto de poder desde el que emanan esas interpretaciones más duda hay que aplicar para compensar los medios que se tienen desde ese punto más alto (bolos, blogs, repercusiones, contactos…). Quizá por eso Albert te pelotee ahora a ti cuando hace unos años hubiese peloteado a Miguel e Isla (no decirles organizadores, que tienen nombre también) será que está en una posición mejor de poder, o que tú estás en una posición de poder más interesante que la de Miguel e Isla para él. Y esto sí es preocupante, el uso de las herramientas críticas para avanzar en la posición de poder, para generar circuitos de felaciones recíprocas entre artistas que nos inserten en el mundillo de los consagrados, esos que criticamos cuando estamos fuera pero cuya dinámica reproducimos desde los medios alternativos.
Pero bueno, volviendo a lo de los cambios de Be Festival que no quiero ir dejando flecos, yo he visto que han hecho todo lo posible por mantener la atmósfera inicial en su nuevo espacio y el hecho de que se programen trabajos de escuela con otros más profesionales, quizá, no sé si lo habéis pensado, supone una gran ventaja sobre todo para las compañías emergentes, esas a las que Be Festival dice que apoya y a las que, efectivamente, ayuda. En todo caso una compañía muy muy artística con gran estatus de poder de ese que dice Foucault siempre puede decidir no ir a Be Festival, porque sus condiciones de participación están muy claras en su web, (lo que hace muy injusto generar ese falso discurso crítico sobre dinero para taxis, voluntarios y demás). Una pregunta que dejo aquí desde mi artículo (mola la intro, eh?): ¿debe el artista leerse bien las condiciones de los eventos donde decide voluntariamente participar o es mejor no hacerlo y luego protestar desde su especialísima subjetividad? Aún así he conocido a lo largo de estos años muchos artistas consagrados, ¡qué palabra!, que han considerado su enorme nivel de artisticidad bien remunerado en Be Festival aunque no cobrasen caché (será que hay más gente gilipollas por el mundo), o que a lo mejor en todos esos workshops y discusiones que coartan la libertad del artista (es bien sabido que se obliga a punta de pistola a asistir) encontraron esos artistas consagrados pero deficientes en su dignidad creadora una retribución justa, aunque no monetaria, a su participación.
Otra de las barbaridades que insinúas en tu artículo es una especie de dogmatismo en Be Festival a base de repetir con sarcasmo que estaban contra el Brexit (podría citarte de nuevo textualmente pero se nos va a hacer esto muy largo). Os obvio que tener una opinión no es no respetar las demás, pero es que además en Be Festival trabajan para crear un espacio de libertad. Está muy bien decir que hay control porque hay tarjetitas de distintos colores (también se le podría llamar organización, tendenciosos ambos términos, pero solo por dejar claro lo que el lenguaje hace) pero alguien tiene que decir, por ejemplo, que a mí se me invito a una entrevista para un medio inglés sobre el Brexit, expresé opiniones bastante políticamente incorrectas con la línea editorial del festival delante de ellos y no fui censurado ni me amputaron ningún dedo, que yo estuve este año en el festival con el encargo de hacer un show sobre democracia, hicimos el “espectáculo antidemocrático que el público voto ver” y no se me retiró el saludo ni el derecho a desayunar y que les he hecho votar (sí, a ellos, los adalides del capitalismo totalitario, Miguel e Isla) si su festival era un festival de teatro burgués (el que dice Pasolini) durante el espectáculo y han sabido disfrutarlo, pero bueno ya se sabe que los lideres totalitarios disfrutan con la autocrítica irónica.
Quizá lo que peor me parece de todo el injustificado sarcasmo que empleas en tu lenguaje es cuando cuentas tu conversación con quien fuera, Miguel o Isla. Y ahora sí te voy a citar “su justificación sobre la absoluta necesidad de programar esta pieza, de la que parecía enorgullecerse”. ¡Por supuesto! Menos mal que quedan programadores que llevan a los teatros piezas de las que se enorgullecen, puedes no estar de acuerdo con su criterio estético (ya he dicho que no es esa la cuestión, absolutamente de acuerdo en que el vídeo era deplorable, aunque a mí sí me pareció interesante el movimiento y la estructura) pero no ironizar sobre el hecho de que programan aquello de lo que se enorgullecen. ¿Cuál es la alternativa?¿Programar lo que no te enorgullece?¿Lo que tengas que programar por compromiso?¿Lo de tu colega?¿Lo de tu primo?¿Lo de quien te baila el agua en un festival, blog? Pues sí, está gente programa aquello de lo que se enorgullece pero esa me parece la apuesta para evitar el caciquismo (sí, no solo en política, también nosotros lo hacemos) que regula mucha de la programación. En 2012 ganamos un premio y nos fuimos de gira con Best of Be, en 2014 mandé un espectáculo para participar en el festival y no me seleccionaron aunque éramos amigos. Yo no creo que el espectáculo de 2014 fuese peor que el de 2012 (no se trata de estar de acuerdo con su criterio estético) pero me parece muy bien que no me seleccionasen si a ellos no les parecía que era tan bueno como el otro, a eso lo llamo integridad y me parece que todo iría mejor si los programadores no ocuparan un tanto por ciento de sus cupos con compromisos que ni siquiera les parecen buenos, aunque, supongo, también habrá a quién beneficie este sistema de promoción de la mediocridad. Otra ventaja de que no me seleccionaran para participar en el festival de 2014 es que se que mi relación profesional con ellos no va a depender de la personal (¡qué alivio, señoras y señores!), así que si estáis pensando que este artículo tiene por objeto hacerles la pelota, como yo he dicho del de Albert, sabed que no, eso ya os lo digo para el archivo ese de los datos que se pasan todas las compañías, apuntad para Be Festival: no perdáis el tiempo haciéndoles la pelota porque no os van a programar por eso. Además como ya he dicho, hay que ser claro, son mis amigos, y eso significa que ellos ya saben todo esto sin necesidad de leerlo en este blog. De hecho creo que es obvio que este artículo no va mejorar mi situación en el status de poder (seré gilipollas toda la vida), mi compañía se llama Vladimir Tzekov por si alguien quiere to dislike us en facebook o escribir un artículo sobre la poca dignidad artística que tengo defendiendo explotaciones como la de Be Festival, o de la malo que es el curro escénico que hago, sobre todo los meses que sale poca pasta.
Bueno, pues para ser una persona que no acostumbras “a expresar críticas destructivas a bocajarro” lo disimulas bastante bien. Sin embargo no va a ser todo insultar, también habrá que dar la razón a alguien, que estar en contra todo el rato es muy cansado, y ahí aparece Albert.
La autocomplacencia que os gastáis en las últimas respuestas es terrorífica, ¿gracias Albert por aportar unos datos que están en la web del festival? ¿por decir si le pagaron el viaje o no en 2012?Sí, es un mecanismo demagógico muy efectivo también, presentar datos obvios como fruto de una investigación ¿peligrosa quizá? El lector se siente más único sabiendo a través de la contestación de Albert las condiciones del festival que a través de su web, bravo, os ha quedado digno del nuevo pensamiento libertario que proponéis. Y es que ya cuando parecía que no entendería nunca el porqué del cabreo, aparece en el final: lo que los periodistas no hacen (ojo, Georges Orwell legitima el argumento) lo haréis vosotros: Oh yeah!!!! Decid la verdad al mundo, no sé si comprarme unas mayas azul eléctrico, un antifaz y unirme a vosotros o quedarme en casa a disfrutar de imaginármelo.
Ahora sí que entiendo el enfado, es normal, si conocéis la verdad es muy comprensible que la rabia anticapitalista os corroa, yo prefiero los enfados que surgen de no saber la verdad y, sobre todo, de no pretender investigarla.
Salud!!