El término “guerrilla” nació en España para definir lo que se encontró Napoleón al invadir el país con su ejército. Se trataba de un tipo de lucha que se salía de la organización militar estatal, de la uniformidad y del enfrentamiento a campo abierto. Se basaba en el conocimiento del terreno, la organización civil y popular, la irregularidad, la movilidad, la infiltración, la dispersión y sobre todo en el desgaste y la erosión del enemigo. La guerrilla saca su fuerza de su poder de irrupción y de su dificultad de ser neutralizada.
Cabe recordar que la campaña de España no fue ningún triunfo para Napoleón, sino más bien el inicio de una derrota europea que se cocía a fuego lento. Unos cuantos siglos antes, Carlomagno (otro invasor francés con visión europea y ganas de sur) se topaba con algo similar, aunque todavía no se reconociese el término “guerrilla”, recibiendo una paliza de los vascos en el Pirineo. El nombre es en teoría moderno pero la práctica es aparentemente ancestral.
Dicho esto, no estoy tratando de generar una metáfora alrededor de un futuro enfrentamiento deportivo España/Francia con un toquecito épico, sino que hurgo en el título de la última pieza de El Conde de Torrefiel estrenada el pasado 18 de mayo en el marco del Kunstenfestivaldesarts, Bruselas.
Soy de los que creen que la historia se somete a un fenómeno de ciclos repetitivos. Me refiero sobre todo a la historia de Europa. Recuerdo a mi profesor de geografía e historia en el instituto llamando nuestra atención para confiarnos un secreto: este secreto desvelaba cómo cada siglo empezaba realmente alrededor del año 14, marcando un punto de fractura en el orden establecido, descomponiendo la idea de construcción de Europa y desencadenando unos acontecimientos que marcarían el siglo entero. Carlomagno murió el año 814 y su imperio se desmanteló; mil años más tarde (1814) moría Napoleón y lo mismo le ocurría a Europa. El año 14 del siglo pasado veía nacer la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias posteriores.
En este punto, lo que llama mi atención es constatar cómo El Conde de Torrefiel tuvo la necesidad de observar y cuestionar el paradigma europeo durante 2014 y cómo esto llevó a la compañía a su primera Guerrilla escénica en Manchester, con la participación de quince chavales de allí. Y, como no, después de Manchester y antes de establecerse en el corazón de Europa, Guerrilla proliferó por España. Algunos de nosotros pudimos presenciar sus varios formatos, una conferencia, un concierto, una sesión electrónica, en las ciudades de Barcelona, Bilbao o Pamplona.
En Bruselas se presentó una Guerrilla pensada y organizada alrededor de tres Guerrillas: una conferencia, una clase de tai-chi y una sesión electrónica. Con ochenta participantes, ¡algo tocho! De esos ochenta, quince habían acudido anteriormente a una residencia con la compañía en febrero de 2016. La residencia consistía en un encuentro articulado a través de una serie de entrevistas entre El Conde de Torrefiel y gente que vive en Bruselas (entendiendo el aspecto cosmopolita de la ciudad). Durante estas entrevistas se indagaba en varios conceptos como los de identidad, amor, economía, trabajo, fascismo y guerra. De allí nacieron historias contadas por los participantes que se convertirían luego en fragmentos de los textos proyectados durante las tres partes de la pieza. De la misma forma, estos testimonios permitían a la dramaturgia organizar su reflexión y dibujar un mapa espacial y temporal mezclando ficción y realidad que ponía en relieve la situación actual de Europa (y del mundo).
¿Cómo hablar de lo que pasó allí? Es algo difícil de compartir cuando uno ha estado dentro y por la intensidad del trabajo; reduce objetividad. Creo que, más allá de la calidad de la pieza, lo que se logró en febrero durante la residencia y luego en mayo en el teatro, gracias a la implicación de todos, está íntimamente conectado con el sentido original de la palabra Guerrilla; se dio un intercambio que pudo trascender el encuentro hacia una amistad detonante, un real sentido del compañerismo. Pudimos gozar de una generosidad colectiva impulsada por un fuerte sentimiento de necesidad; la necesidad de ser presente, de mirar, de decir y de escuchar. Me parece que luego se contagió esta implicación por el impacto de la recepción de la pieza.
Allí, el cambio de paradigma político social español post 15-M intrigaba bastante, tanto como ellos, los ciudadanos de la capital europea nos intrigaban a nosotros. Hablamos, hablamos mucho, y al final conseguimos cristalizar algo que ronda en el aire estos últimos años: frente a la crisis de la instituciones, de los estados, de las fronteras, de las identidades, las personas tienen la oportunidad de pasar a un primer plano, de organizarse y de ocupar un espacio nuevo y determinante.
En Bruselas, durante los momentos de pausa, algunos me preguntaron: “¿Cómo llegasteis a trabajar juntos, Pablo y tú? ”. Pablo y yo nos conocimos porque nos molaba cómo vestía el otro, la música que escuchaba y jugando al baloncesto; una base interesante para entablar una amistad. A partir de ahí, pude conocer a Tanya y luego a todo un grupo de gente, algunos jugadores de baloncesto, otros artistas, todos rápidamente amigos, con quien compartíamos comidas, cañas a la vez que ideas. Según Tanya y Pablo, en este contexto se crean relaciones luego aptas a la colaboración. Algo parecido pasó entre todos los que hicimos Guerrilla en Bruselas.
Videos: Said Behind the curtain
En la primera parte de Guerrilla escuchamos la voz de Romeo Castellucci durante la conferencia. En un momento la voz dice: “Tempo, pazienza, disponibilità”. Estos tres ingredientes claves definen la calidad del trabajo de El Conde de Torrefiel. Supieron entender el terreno, organizar un equipo de trabajo entregado y volcar primero a quince personas que, a su vez, juntos, lograron atraer e implicar al resto de los ochenta. Un escenario de guerrilleros, bailando como quien se manifiesta, creando un mini terremoto en el Beursschouwburg (teatro donde se estrenó la pieza) a base de subgraves.
Vídeo: Adolfo García Fernández
Vídeo: Said Behind the curtain
Así, y con un gran trabajo del equipo artístico se produjo una Guerrilla en Bruselas. Un título y tema delicado para una ciudad recientemente marcada por unos atentados; haciendo resurgir la pregunta recurrente y no menos delicada, que se había trabajado durante la residencia: ¿quién es el enemigo? Puede que no se diera una visibilidad personificada de un enemigo pero sí me parece que se personificó la idea de asociación y de lucha en esta experiencia, lo cual me da un sentimiento de victoria. No será anodino el detalle de que miembros de la dirección y organización del festival, después de ver la pieza, pedían venir a bailar en escena el día siguiente. No porque el ambiente en el escenario fuera de celebración, sino por una necesidad tácita de sentirse participativo.
Al volver a casa, me encontré con mi compañero de piso que inmediatamente me preguntó muy alegremente “¿Qué tal, cómo fue?”. Será a lo mejor por cansancio, por la energía entregada allí, dentro y fuera del escenario, no supe acoplarme a su alegría (le pido disculpas); me costaba expresarme. Como a un tío que vuelve extenuado de una rave; lo único que pude decir fue: “lo hemos dado todo”.
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