Cuando en el S. XV, Jan Hus, condenado por hereje, se estaba quemando en la hoguera, vio como una viejecilla se acercó hasta las llamas que le estaban consumiendo y comenzó a arrojar más leña. La última frase que dijo fue: O sancta simplicitas!
Esta breve historia, a camino entre la verdad y la leyenda, es la primera imagen que me ha venido a la cabeza esta mañana. Al levantarme he leído en El País que 700 profesionales piden que se recupere el teatro en Matadero, pero también he leído la columna de Marcos Ordoñez, Cuando se agota el ánimo, en donde nos cuenta que, después de diez años, la Fundación Collado-Van Hoestenberghe deja la escena. No les ha salido ni un solo bolo de su última pieza en toda España. Recuerdo con ánimo y cariño los trabajos suyos que he visto.
El primer comentario que hay en El País a la columna de Ordoñez es de un tal Antonio Jiménez que afirma con rotundidad que en 50 años que lleva él de espectador no había escuchado hablar de esa compañía ni una sola vez y que, por lo tanto, no pasa nada porque dejen el teatro ya que, llega a insinuar, no se habían ido antes de España por las subvenciones. Esta manera de ver el mundo y usar como regla para medirlo a uno mismo, de forma tajante y con exclusividad, es sólo uno más de los males que nos llevan a la uniformidad y a la extinción cultural. Lo que yo no conozco: no existe; lo que a mí no me gusta: no tiene el derecho de existir.
Esta nueva guerra entre clases, donde ya no hay obreros y sindicatos contra dueños de fábricas, mantiene parte de sus antiguos modos. Se lucha, en definitiva, porque el dinero no cambie de lado. Combaten los visibles contra los invisibles. Unos tienen miles de seguidores en redes sociales, se les para por la calle para hacerles una fotografía, salen en series de televisión y hacen cine de cualquier pelaje, ganan premios (y si no los ganan se quejan de su limpieza e imparcialidad, solo hay que pensar en la pataleta de Peris-Mencheta cuando La cocina, estrenado y producido gracias al CDN, no consiguió las nominaciones a los Premios Max que el sentía como propias) y también ganan los artículos de prensa y la repercusión, con solo una llamada miles de acólitos acudirán a su lado y otros, los invisibles, luchan porque les salgan siete bolos y algún que otro proyecto para intentar sobrevivir un nuevo año.
Entiendo que la producción privada de teatro, que busca rentabilidad y que busca dinero, apueste por los primeros; no entiendo que ninguna institución pública sea capaz de apostar y dar apoyo a los segundos, pues su primer objetivo no debería ser solo el económico. Parece que Naves Matadero, desde su separación del Teatro Español, iba a ser ese espacio, pero, antes siquiera de que su director artístico programe una temporada completa, los que antes ocupaban ese espacio público y que se servían de él para mantener sus empresas privadas, se han levantado en armas. Y es que creían que lo público era suyo y no de todos. No pueden explicarse de otra manera las declaraciones de Peris-Mencheta en El Mundo en las que afirma que su compañía ha tenido que cerrar porque su nueva producción ya no encontrará acomodo en Matadero, dando por hecho que cualquier director artístico, más allá de cuál sea su proyecto, tiene que programar sus montajes. Usando como vara para medir el mundo únicamente a sí mismo.
Pero si hay algo que aún me das más pena, es el desconocimiento absoluto hacia el trabajo que realizan compañeros que han elegido vías diferentes a la suya. Afirmar que no se programa teatro de texto de Matadero desde febrero cuando hace apenas una semana podíamos ver MDLX de MOTUS es algo que solo se puede afirmar desde el resquemor y la ignorancia. Al igual que esas declaraciones capciosas, que demuestran las miserias más profundas de un ser humano que ve peligrar su negocio, y que afirman que en Matadero solo quieren programar lo del Patio Maravillas, la vanguardia de la vanguardia y que Peris-Mencheta, solamente él y «algunos de los suyos», ha llevado y puede llevar público al teatro.
Leyendo el manifiesto, titulado engañosamente Defendiendo lo de todos, pues está muy bien en estos tiempo de buenrollismo defender los intereses personales maquillándolos de bien común, me pregunto: ¿por qué no defendieron antes «lo de todos», desde su atalaya de la repercusión mediática, ayudando de verdad a sus compañeros cuando espacios públicos como Matadero los tenían cerrados a cal y canto para ellos? ¿Por qué ellos, que supuestamente defienden la educación y la pluralidad cultural, se olvidan de sus principios cuando ven peligrar su cartera? ¿De dónde sacan que los montajes que antes se programaban en las Naves del Español han hecho que el espacio sea reconocido internacionalmente?, ¿ha sido por El jurado, por Pingüinas, por El cartógrafo? ¿dónde están las giras internacionales, las notas de prensa internacionales, de esos montajes? ¿En qué momento se puede llegar a pensar que al ser un teatro municipal, pagado con los impuestos de los madrileños, no puede haber compañías de fuera de Madrid, no pueden apoyar el proyecto gente que no sea de Madrid?
Por primera vez se intenta que los teatros estén incluidos y participen de la programación de Matadero, por lo que, en verdad, es reconocido internacionalmente. Que las Naves de Matadero estén, no solo por su localización, en Matadero.
Ya he hablado en al menos tres ocasiones diferentes sobre lo que me parece esto: aquí, acá, allá. Esta vez prometo que será la última pues, al igual que la Fundación Collado-Van Hoestenberghe, he perdido el ánimo. Y también la última esperanza. Solo me queda decir, como Jan Hus, O sancta simplicitas! El resto es silencio.