Camila Cañeque: Infinita/Unfinished. Poética del cansancio

Hace días que intento escribir sobre Infinita/Unfinished. Poética del cansancio, la exposición de Camila Cañeque (Barcelona, 1984-2024), comisariada por Beatriz Escudero y Eloy Fernández-Porta, en La Capella, que se inauguró la semana pasada y se podrá visitar hasta el 20 de noviembre. Pero intento escribir sin éxito. Me consuelo pensando que la pereza, el cansancio, la inmovilidad y la improductividad son temáticas que destacan en la obra de Camila Cañeque.

Mientras viajo en tren recuerdo que una de las obras que forman parte de esa exposición, Purgatorio, es un proyecto virtual sólo accesible en su web. Pero cuando me intento conectar a la web desde la red de Renfe aparece un mensaje en mi navegador: Lo sentimos pero nuestra política no permite el acceso a este tipo de páginas. Disfruta de contenidos de calidad y descárgate la app de PlayRenfe bla bla bla. ¿A qué tipo de páginas se referirá? Me imagino si estará insinuando que la web de Camila Cañeque no entra en la categoría de contenidos de calidad. Seguramente tenga razón. Es probable que pronto llegue el día (si no ha llegado ya) en que los artistas ya no creen obras sino contenidos. Recuerdo la época no tan lejana en la que cuestionábamos la conveniencia de utilizar el término obra para referirnos a lo que hacíamos pero la palabra contenido se postula como una posible y distópica sucesora que ya hace rato que comienza a dar repelús. Como hace días que me siento observado (un sentimiento que se refuerza con las fugaces miradas que mi desconocida compañera de asiento dirige a la pantalla de mi ordenador mientras escribo en él) pienso en que seguramente a Camila Cañeque le divertiría esta anécdota. Su exposición rezuma sentido del humor (o al menos eso me parece a mí).

A pesar de su reciente muerte, o quizás por esa misma razón, la exposición no pretende homenajear a esta polifacética y cosmopolita artista (vivió y desarrolló su trabajo en diversas ciudades de Europa y América) sino sencillamente mostrar su trabajo narrado por ella misma a través de sus propios textos. Después de una trayectoria de doce años, quizá a Camila Cañeque ya le tocaba una exposición de media carrera, como dijo Eloy Fernández-Porta el día de la inauguración (como a tantas otras artistas en mitad de su carrera, añadiría yo: el problema es que no parece haber el suficiente espacio para prestarle atención a todas, una lástima). Las circunstancias en las que se produce esta exposición en su ciudad natal son excepcionales pero, como señalaba David Armengol, director de La Capella, celebremos esta exposición también, como todas las demás que allí se celebran, aunque evidentemente esta vez esté teñida de cierta amargura.

Es paradójico que una artista que, como destacó Beatriz Escudero, tenía la pereza como una de sus temáticas favoritas fuese la creadora de una obra tan extensa a pesar de su juventud. Esta exposición es solo una muestra de esa prolífica obra en forma de performance, instalación, fotografía, arte objetual y escritura, una selección que proviene de una exhaustiva inmersión en el archivo privado de la artista y su web. Una web que, en realidad, podemos ver como una de sus principales obras, según Escudero.

Pero afortunadamente una web todavía no ha conseguido sustituir la experiencia de presenciar cómo se derrite un helado. Eso es lo que pasa con Helado, una obra que, por su naturaleza efímera sólo se pudo contemplar el día de la inauguración. La desaparición y los finales son otras de las obsesiones en la obra de Camila Cañeque. Quizá su obra más representativa en este sentido sea su libro póstumo La última frase, publicado por La Uña Rota y también presente en esta exposición. El libro recoge la frase final de medio millar de libros pero no se queda sólo ahí, en una colección de citas, sino que le sirve a su autora para explorar la selva que es la vida. No es el único libro que encontramos en esta exposición, también podemos ver El Quijote intervenido, resultado de una performance en la cual Camila Cañeque borró todas las palabras de un ejemplar de El Quijote durante seis días, los mismos que duró la creación del mundo, según el Génesis (otro libro). Bueno, todas las palabras no, borró todas las palabras menos la palabra Camila, el nombre de la autora del crimen.

La exposición presta especial atención a obras en forma de vídeo de documentación de performances. En ese caso sí que se agradece la tecnología que permite acercarnos al rastro de lo que alguien que ya no está presente hizo en algún momento en que no estábamos presentes. Lo bueno es que en uno de esos vídeos, Esperaré en el coche, podemos ver a la artista ausentándose de su propia performance. Huida, desaparición, ausencia, improductividad y espera del final, todo ahí reunido, y probablemente me deje más cosas que también se encuentren ahí y que, como en un fractal, también se encuentran en toda su obra. Pero no pretendo diseccionar la singular obra de Camila Cañeque sino invitaros a que os encontréis con ella, sobre todo si aún no la conocéis, como era mi caso hasta que la semana pasada visité su, por el momento, última exposición.

Rubén Ramos Nogueira

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