Nos reunimos Ricardo Cárdenas y yo para que me hablara un poco de su proyecto en proceso A la deriva. Contranarrativas emocionales de la inmigración. Ricardo es mexicano y lleva 6 años en Barcelona, tiene la fecha de su llegada guardada como un cumpleaños, para bien o para mal. Llegó para quedarse quince meses en un programa de estudios y volver, no fue así. Yo también llegué de Brasil dos años después para hacer el mismo programa de estudios y volver, tampoco fue así. No tardó ni media caña en funcionar nuestra tecnología latina de intimidad emergente, y nos pusimos a pensar juntos los afectos que mueven el trabajo.
El proyecto, ganador de la beca de Barcelona Producción de La Capella para proyectos deslocalizados, se basa en encuentros con personas que conforman el colectivo de inmigrantes que viven en Barcelona. Ricardo propone en cada encuentro realizar ejercicios de desplazamiento por la ciudad, en rutas o dinámicas que desembocan en una conversación. En los relatos surgen las historias de vida de cada una de estas identidades, sus paisajes emocionales, sus condiciones actuales en la ciudad, que son grabadas de forma sonora. El plan es construir una pieza sonora, una especie de novela biográfica de autoría colectiva, a partir de la polifonía de experiencias migrantes, y hacer sonar la obra en los altavoces de la playa, esos altavoces públicos, usualmente ocupados con mensajes de orden, prohibiciones y voces vigilantes.
Utilizar este sistema de altavoces de seguridad para contar estas historias, con el Mediterráneo delante, ese seria el lugar de experimentar el trabajo. El Mediterráneo como el espacio más evidente del conflicto migratorio en esta zona continental, sería testigo y público en la escucha de los relatos. No solemos pensar cuando estamos en la playa, lo que pasa en esa agua, cuantas vidas se han transformado o perdido en ella. Una manera de acceder a estos altavoces sería a través de una alianza con algunas fuerzas institucionales, que pudieran abrir esta posibilidad, y que la convocatoria de proyectos deslocalizados de La Capella era una vía posible. Me cuenta que desde entonces, la articulación para encontrar la forma de instalar la obra allí pasa por muchos laberintos, conversaciones, reuniones, diálogos con diferentes instituciones, y que esto todavia no es nada seguro. Pero tiene claro que el intento mismo de la intrusión de estos relatos migrantes en esta infraestructura estatal es parte sustancial del gesto de la obra, y ya desde esta fricción fundamental se revelan muchas cosas. Hablamos, por ejemplo, de cómo el contenido, al pasar por esta estructura, eventualmente pasaría por reservas, en las que, por ejemplo, la noción eminentemente política de que Europa es una máquina de expulsión permanente de la alteridad, probablemente no tendría la possibilidad de estar literalmente. Así, desde la tradicional ética hacker de los pueblos colonizados, las estrategias enunciativas acaban torciéndose en otras direcciones poéticas, en el sentido táctico del camuflaje que tan bien conocemos en las operaciones coloniales, esto de hacer lo mío mientras tú crees que es el lo tuyo, acaba convirtiéndonos en especialistas en esta especie de fagia epistemológica, en meter los orixás dentro de los santos y celebrarlos. La relación entre lo emocional y lo político en la propuesta de Ricardo es precisa en esta operación, en la sensibilidad de vincular los conflictos perennes de las experiencias migrantes a través de perspectivas subjetivas, historias cotidianas, afectos, deseos y memorias, que surgen en las conversaciones.
La obra gira en torno a tres nociones constantes del colectivo migrante: el desarraigo, la urgencia y la emergencia. Estas constantes cosen las diferentes experiencias, en sus diversos grados de mayor o menor privilegio. El proceso de apropiación de un nuevo lugar, el tejido de nuevas redes de afecto, que pasan tanto por la recepción de la propia comunidad migrante, como por los contextos endogámicos locales, atraviesan las experiencias migratorias. Los marcadores que median en estos procesos de autorización para existir en un nuevo territorio, como la lengua, la postura, las diferentes relaciones de velocidad y lentitud, abren debates, como por ejemplo la noción de inclusión, generalmente dispuesta como: cuanto más te parezcas a mí, más serás incluido en esta gran familia, de lo contrario, una fuerza centrípeta te llevará a los márgenes de los derechos y de los cuidados. A partir de ahí nos preguntamos (como comunidad migrante) ¿qué estrategias procuramos para garantizar nuestro derecho a diferir y aun así compartir derechos? No quiero ser como tú y estamos aquí es consecuencia de la historia, de los flujos materiales, de las derivas más que humanas que nos empujan, que nos llevan a todos. Hacer comúnes y dignas las causas de los desplazamientos históricos parece a menudo el mensaje urgente encerrado en la botella a la deriva del proyecto.
No hay historia de migración que no pase también y obviamente por el perene problema de los papeles, la lucha y el trabajo por la dignidad mínima de convertirse en ciudadano regular de un territorio, punto básico para las prácticas de subsistencia. En nuestra conversación y en otros relatos, el cruce de estas historias de papeles y estrategias de regularización es un capítulo en sí mismo. Esa urgencia constante acaba definiendo la experiencia, y el lenguaje se retuerce para traducir para los que nunca han estado en esta situación. La empatía de los aliados locales ante las posibles estrategias de regularización resulta ser tan fundamental para estas existencias que se convierte en un trabajo cotidiano que acaba aflorando en muchos de los relatos.
Ricardo propone una experiencia lingüística específica para la obra, apropiándose del código morse, proponiendo ocupar este lenguaje en desuso, desde su naturaleza de código de emergencia. Cuenta que el último mensaje emitido oficialmente en código morse fue de la Marina Francesa en 1997 en una curiosa poética: «Atención a todos, este es nuestro ultimo grito antes de nuestro eterno silencio». El primer mensaje emitido también anunciaría curiosamente la tragedia comunicacional y la infocalipsis por venir, el mensaje era «oh dios qué he hecho». Ocupar viejos códigos y estructuras lingüísticas y resignificar formas de comunicación es algo que le interesa en su trabajo. La especulación en torno a la poética y la abstracción de este lenguaje, resuena también con los acontecimientos marítimos y el régimen de atención de los altavoces. El código que es el alfabeto, también tiene una bandera visual para cada letra, y cada letra lleva un mensaje síntesis, un nombre, la bandera de la J por ejemplo, como recuerda, tiene el mensaje: “aléjate que estoy en fuego”. En la emergencia permanente de la experiencia migrante resuena esta forma de lenguaje, así que la idea es comenzar los capítulos de la novela con estos mensajes, con este misterio constitutivo.
Otro aspecto importante del trabajo, me dice Ricardo, que parece un poco escondido, pero no menos parte del programa performativo, es la dimensión laboral que experimenta el proyecto. Su trabajo ha consistido en encontrar a estas personas con experiencias de migración y también en articularse con colectivos organizados, para que puedan indicar a personas que participen en el proyecto. Estas invitaciones pasan por situaciones de personas que no están regularizadas y obviamente causan complicaciones con las formas de pago y en las relaciones con la institución. Por lo tanto, parte del trabajo ha sido pensar y desarrollar estrategias tanto para poder pagar a las personas en diferentes situaciones, como para que el proyecto sea una posibilidad para que las personas puedan adelantar sus procesos de regularización. Esto depende de esfuerzos conjuntos entre las instituciones, y nuevamente de la empatía de los aliados locales en este proceso. Hablamos de cómo nuestra entrada en las instituciones nos empuja al compromiso de abrir posibilidades a otres compañeres en situaciones en las que nosotros ya hemos estado, abrir camino.
Rafael Frazão